
Este artículo contiene más SPOILERS que palabras
De todos los crímenes que se cometen en el mundo de la ficción, pocos despiertan reacciones más viscerales que la ejecución pública de un personaje querido. No importa si es culpable, si ha mentido, si ha matado o si, de hecho, llevaba toda su historia buscándoselo: lo que duele es la imagen, la colisión emocional. La violencia con que desmontan —en segundos, con saña y sin lubricante, con arena, para que no patine— el altar íntimo donde habíamos colocado a un personaje que habíamos tomado como un padre, un mártir, una fantasía sexual, como un héroe que merecía redención.
La muerte de Joel en el segundo episodio de la segunda temporada de The Last of Us no solo certifica la ejecución de un protagonista, sino que los espectadores y espectadores tenemos ahí una zona blandita que no quiere que le mientan pero, ay, tampoco soporta que le digan la verdad. No es solo que muera. Lo matan despacio, con brutalidad y una quirúrgica (jé) frialdad. Y encima lo hacen delante de Ellie, que grita y llora, y delante de nosotros, que no sabemos si gritar, llorar o cagarnos en Neil Druckmann y su puta madre por segunda vez, como hace años con el mando de la Play en la mano a punto de tirárselo a la pantalla.
No deja de tener su gracia que a estas alturas de la historia todavía estemos esperando que nuestros asesinos favoritos sobrevivan por el puro hecho de que los queremos. Quizá lo que nos jode no es tanto la muerte como que Joel era un refugio emocional, el revólver que apuntaba por nosotros, el trauma funcional con el que podíamos justificar una violencia que, cuando salía de él, nos parecía justiciera, pero que —vista desde el otro lado— se convierte en exactamente lo que era: una masacre detrás de otra. Y ahora la serie no nos da tiempo ni tregua. Nos lanza a la cara a Abby, su asesina, y nos exige que la entendamos cuando aún estamos sosteniendo el cadáver emocional del héroe.
El episodio «Through the Valley» no ha matado solo a Joel. Ha matado también nuestra comodidad narrativa. Nos ha recordado que el relato no es nuestro, que las historias no están hechas para complacer al público, sino para enfrentarlo a sus contradicciones. ¿Por qué amamos a Joel si sabemos lo que hizo? ¿Por qué odiamos a Abby si nos han dado todas las piezas para entender por qué lo hizo?
Puede que Craig Mazin y Neil Druckmann hayan cometido un pecado de falta confianza: pensar que el público no está preparado para ese tipo de preguntas en el segundo capítulo. O puede que hayan hecho lo único que les quedaba: cortar de raíz cualquier esperanza de redención sencilla y obligarnos a caminar, como Ellie, por un valle de sombras sin guía.
Igual que estamos ante un capítulo excelente, quizá la serie haya puesto todas sus cartas sobre la mesa demasiado pronto. No es fácil encaja la empatía de un solo martillazo y es posible que se necesite una construcción más pausada para entender que el monstruo al que odias, a veces, tiene tanta razón como el héroe al que amas.
El spoiler emocional
Uno de los aciertos más brillante —y cruel— del videojuego The Last of Us 2 fue su decisión de llevarnos, por un complejo camino narrativo, hacia la empatía. No lo hizo con discursos ni con dos flashbacks que lo explicaran todo en la primera hora de juego. Lo hizo desde un lugar incómodo: nos obligó a jugar como Abby. Después de ver cómo mataba a Joel, nos pusieron a manejarla. A disparar con ella, a correr con ella, a sobrevivir con ella, ver lo que había pasado y lo que pasará poco a poco, las consecuencias de los pecados de los padres (porque por muy santo que fuera el suyo recordemos que los Luciérnagas no se molestaron en preguntar tampoco a Ellie su opinión) y su espiral de violencia y venganza, y a ver si tienes tú coño para pasar por todo esto.
La serie, claro, no dispone de esa herramienta que es situarte dentro de un personaje. Pero nos presenta a Abby con su manual de instrucciones. Sabemos quién es, por qué odia a Joel, qué ha sufrido, de dónde viene. Incluso sabemos que no es un monstruo. Y eso, paradójicamente, puede convertirla justo en eso, pues cuando tenemos toda la información desde el principio perdemos el privilegio del descubrimiento emocional. La serie busca que entendamos a Abby, pero nos niega la experiencia de pasar del rechazo al afecto, del odio a la aceptación. Y al hacerlo, corre el riesgo de congelarnos en el punto de partida: el asco visceral del capítulo dos. En su intento de ser justa, la narrativa se vuelve ansiosa. Y transmite una sensación incómoda: la de que sus creadores no creen que el público sea capaz de hacer ese viaje por sí mismo. El problema es que, cuando se trata de emociones, nadie quiere que le digan por dónde ir.
Joel era un hijo de puta, pero era nuestro hijo de puta
Joel Miller es uno de esos personajes que encajan en el molde del héroe roto, que ha visto demasiado y ha hecho demasiado, ya no tiene nada que perder y justo por eso se convierte en el protector ideal: no tiene escrúpulos por matar, mentir, y hacer lo que haya que hacer —lo que sea, aunque sea inmoral o directamente monstruoso— con tal de salvar lo único que ha decidido que merece ser salvado.
Y lo entendemos, claro, entendemos que en un mundo postapocalíptico no se tiene mucho tiempo para organizar coloquios sobre imperativos categóricos y demás movidas, y además quiere muchísimo a Ellie y por lo tanto nosotros a él. ¿Cómo no vamos a querer al tipo que la abraza cubierta de sangre y dice «It’s ok, babygirl, I got you»? Algo de peso tendrá que además Pedro Pascal sea probablemente el hombre más atractivo de la actualidad (y solo de la actualidad porque de la historia lo fue Harrison Ford allá por la época de Indiana Jones y el templo maldito). Me viene la cabeza lo que ocurrió con Daenerys Targaryen: nadie quiso ver que era una genocida solo superada en años recientes por el Estado de Israel hasta que quemó una ciudad entera. ¿Por qué no lo vimos? Porque estaba buena, me malicio yo. El pretty privilege que dicen ahora los modernos.
Así que Joel, si no dejamos que Pedro Pascal nos seduzca con ese rostro de padre cansado y noble, es un cabrón peligroso. Uno que ha matado más veces de las que recuerda, y no siempre porque no había otra opción. Uno que, al final del primer juego —y al cierre de la primera temporada—, comete uno de los actos más egoístamente humanos y moralmente cuestionables de la ficción reciente: arrebatarle a Ellie la posibilidad de elegir su destino, mentirle en la cara, y hacerlo no solo por ella, sino por él mismo. Porque la necesita. Porque en su cabeza Ellie no es solo Ellie. Es también Sarah. No es tanto la cura del cordyceps como la cura para él mismo.
Lo sabemos, no es un héroe, pero podemos perdonarle todo aunque la verdad esté ahí, incómoda y tozuda: Joel es un asesino. Y lo es no solo por matar —porque en ese mundo todos matan—, sino por cómo mata, por cuándo lo hace. Y por lo que oculta. Tras ese acto casi final de la primera temporada, cuando arrasa con todo para salvar a Ellie, en el momento más bello y más egoísta de su vida, se convierte además en un mentiroso porque teme perderla. Teme que, si ella sabe la verdad, lo odie. Así que le oculta lo ocurrido y en el fondo ella lo sabe, y él lo sabe, y los espectadores y espectadoras sabemos que ese vínculo que tanto ha costado construir ahora nace contaminado.
Entonces llega Abby con el palo de golf y olvidamos todos estos pequeños detalles.
La rabia no es justicia, solo apego tóxico
Hay una parte de nosotros que quiere que las historias sea líneas rectas y que los buenos ganen y que los malos caigan y que cuando alguien muere lo haga con la dignidad de un mártir, no con un palo de golf clavado en el cuello. Bueno, The Last of Us no es una historia recta. Si algo nos enseñaron los dos videojuegos es que es un descenso hacia la más profunda sima de pasarlas putas con un producto de entretenimiento, que tiene bastante tela, si lo piensas.
Perdón por un destripe que supongo que todes imaginábamos, pero tras la muerte de Joel nos queda un largo trecho hacia el fondo de esa sima. Aunque para ello hay que empatizar también con Abby, el personaje de ficción más odiado en este momento. Quizá teníamos un cierto apego tóxico —y qué bien está la ficción para poder disfrutar de la cosas que al otro lado de la realidad nos dañan— y cuando Abby nos lo arrebata, no reaccionamos con un análisis: reaccionamos con rabia.
Quiero traer a colación que en el caso del videojuego, hace cinco años, en algunos sectores de la comunidad gamer ese odio era misoginia pura y sin disfraz. ¿Qué pasa cuando le das a un incel una narrativa compleja, con personajes femeninos, decisiones morales jodidas y un protagonista que no es un avatar de su testosterona frustrada? Que se le cae la pollita del susto. Hubo quien no pudo soportar que la Abby del juego tuviera unos brazacos más grandes que los suyos, cómo te quedas. Pero claro, si tu virilidad depende de que todas las mujeres a tu alrededor sean más pequeñas y se desmayen al empujar una puerta, entonces Abby representa algo más que una amenaza narrativa: representa una ruptura de la fantasía.
Una bilis similar ya se les escapó en la primera temporada, cuando criticaron a Bella Ramsey por no encajar en lo que entienden como belleza normativa. O más exactamente, y al igual que la versión de Abby en el juego, no era lo bastante femenina. Y no es un deseo hacia una feminidad orgullosamente ejercida, sino la feminidad que manejan en sus cabezas para su consumo y que hubiera servido para cosificarla. Igual, de nuevo, que desearon para la Abby del videojuego. Ellie, por lo demás, es un personaje que en la primera parte es una niña, detalle este con cierta importancia si una recua de pajeros de internet están hablado de algo que no deja de ser un índice de follabilidad. Que una comunidad esté evaluando si un personaje así cumple o no con un ideal de belleza que solo tiene sentido en sus cabezas es un problema tan cultural como clínico. Es proyectar su mierda sobre un personaje que solo les incomoda porque no pueden cosificarlo, si además añadimos que les arrebataron el placer de poder fantasear con su lesbianismo si hubiera sido más femenina.
En fin, que se hace largo
Lloramos a Joel como quien llora al último adulto en una habitación llena de niños que fingen saber lo que están haciendo, como quien se aferra al tipo duro pero cariñoso, violento pero fiable, cruel pero familiar, porque al menos ese tipo —aunque matara a sangre fría, aunque mintiera, aunque decidiera por los demás— nos hacía sentir seguros y además estaba bueno. Y, unidos como estamos a Ellie, simbolizaba la promesa de que si caminábamos con él todo iría bien. Pero no todo va a ir bien. Ni siquiera en la ficción. The Last of Us no ofrecía consuelo, sino la verdad. Joel mintió. Joel mató. Joel impidió una cura. Y aun así, lo seguiremos queriendo. Pero no podemos permitir que ese amor nos nuble. No podemos odiar a Abby solo porque nos arrebató una mentira cómoda. No es un monstruo peor que él.
La serie, quizá, es pronto para saberlo, ha complicado esto. Nos ha dado información antes de tiempo trastocando el tempo emocional del relato. Aunque puede que fuera necesario ver lo que pasa cuando le dices al público: pues esta es la movida. Y te quedas a ver de qué está hecha tu empatía. Aquí es donde esta historia —la del juego, la de la serie, la tuya, la mía— se vuelve incómoda, porque no nos ofrece la posibilidad de ponerle un lacito moral al desastre. Nos deja tirados con el cadáver del héroe en el suelo y la mirada de la asesina pidiéndonos que la entendamos. Y lo peor es que sabemos que tiene razón.
Y ahora que Joel ya no está, ahora que el relato ha cambiado, ahora que nadie nos dice a quién amar o a quién odiar, ¿estamos dispuestos a seguir jugando si el héroe no somos nosotros, o nos vamos a llorar al rincón?
Una aclaración previa: yo llegué directamente a la serie, sin tener idea de la existencia del videojuego. O sea que todas mis opiniones surgen exclusivamente de la serie. De ninguna manera se puede poner a Joel y a Abby en el mismo grado de hijoputez. Abby es una torturadora. Si a alguien le parece un detalle menor, pues no estoy de acuerdo. Abby tortura y mata a alguien que le acaba de salvar la vida. Cuando Joel se lo echa en cara: “te acabo de salvar la vida” ella responde “¿qué vida?”. Bueno, si eso que dijo es cierto, que su vida miserable no vale la pena, debería suicidarse en el tercer capítulo. Si no lo hace, es que su vida vale algo, lo cual la dejaría en deuda impagable con Joel.
«Abby es una torturadora». Joel, en el episodio en el que se recupera de sus heridas y sale a buscar a Ellie que en ese momento está con David, tortura y mata a uno de sus hombres para que le señale en el mapa dónde está su pueblo, al segundo hombre que está atado y debería confirmar si lo que ha dicho su compañero es verdad directamente lo mapa diciendo «Sé que dice la verdad».
Tu comentario confirma lo que dice el artículo.
Ya salió la cantinela de la misoginia: sí, a Ellie/bella se le hacen absurdas criticas misóginas porque no está buena segun el standard habitual.
PERO:
No todas las criticas al personaje son misoginia.
Porque hay muy buenas razones para criticar ese casting:
– Bella encarna una Ellie mucho mas impertinente, pesada y, en general, idiota. Lo cual hace aue, al contrario que la Ellie del juego, se haga dificil empatizar.
– Bella tiene la particularidad de parecer igual de niña cuando tenia 13 años que con 19. Eso es fantástico porque permite que una actriz mas madura y con mas rango haga de adolescente… pero difumina completamente el efecto del paso del tiempo y la impresión que este causa y su efecto narrativo .
En la serie nos tenemos que creer que han pasado 5 años, pero para Ellie solo ha cambiado el contexto. El paso de niña a mujer que se ve en el videojuego solo lo deducimos porque tiene mas reponsabilidades, lidera etc. pero fisicamente no ha cambiado. Su comportamiento no ha cambiado … ha transportado a la Ellie que habian creado en la 1ere temporada a otro contexto, y pretenden que nos la creamos.
– hasta ahora no transmite peligro, cosa que la Ellie del LOU 2 hace y mucho, igual que Abby.
Asi que si, se puede criticar el papel de Bella Ramsey y que no se parezca a Ellie desde un punto de vista narrativo y esto no tiene nada de misoginia.
Pero ahora voy a lanzar la otra pregunta: nos caeri Joel igual de bien si en vez de ser Pedro fucking Pascal este fuese Jack Galifianakis (el actor de Resacon en las vegas)? Si, por bien que lo Hiciese, alguien criticase esa eleccion de casting, se le podria acusar de que lo hace porque “no está bueno”?
«Uno que, al final del primer juego —y al cierre de la primera temporada—, comete uno de los actos más egoístamente humanos y moralmente cuestionables de la ficción reciente: arrebatarle a Ellie la posibilidad de elegir su destino, mentirle en la cara, y hacerlo no solo por ella, sino por él mismo.»
Esto es muy discutible. En el videojuego y en la serie, en ambos, los Luciernagas deciden unilateralmente viviseccionar a Ellie sin su consentimiento ni opinión, en la serie lo dicen de forma explícita. La duermen directamente y punto. Cuando Joel pregunta e intenta dialogar, a la primera muestra de desacuerdo o intentar discutirlo, le dan una hostia y deciden expulsarle del edificio con la amenaza además implícita de pegarle un tiro. No le dejan ni despedirse de ella, no vaya a ser que le diga algo. En el videojuego no lo hacen, pero en la serie insinuan que ni siquiera es seguro que viviseccionarla y analizar el cordiceps vaya a producir una cura, es sólo una posibilidad. Es decir, Marlene decide que cargarse a Ellie por una posibilidad de una cura, idea de UN médico en concreto, es un sacrificio aceptable.
Aquí ya entra la discusión de si el derecho a la vida de Ellie es más importante que la mera posibilidad de una cura.
Si uno cree que el derecho a la vida de Ellie no es negociable, y que sólo ella tiene la potestad de elegir si se sacrifica o no, entonces, Abby y Joel no están en el mismo nivel, ni de coña, al menos restrigiendo el debate moral a lo que le hace Joel a los libélulas y lo que le hace Abby a Joel. Joel protege la vida de Ellie de alguien que quería quitársela sin ni siquiera ofrecerle la posibilidad de elegir hacerlo de forma voluntaria (que ella probablemente hubiera aceptado visto el trasfondo y su historia), de forma completamente legítima, de alguien que estaba dispuesto a seguir su plan de asesinarla por una mera posibilidad de cura. Toda la gente a la que mata (en la serie y en el videojuego), son libélulas que están plenamente convencidos de que matar a una cría por una posibilidad de cura es algo bueno y justificable, e intentan matar a Joel como consecuencia. En el videojuego todavía puedes cargarte a las enfermeras, que son las únicas que no ofrecen resistencia a Joel; en la serie no ocurre, Joel las deja vivas. Incluso el médico, el padre de Abbie, intenta atacar a Joel con un bisturí.
Abby lo único que hace es vengarse porque alguien mató a su padre en defensa propia. No sólo eso, sino que le tortura. Emocionalmente comprensible, pero básicamente, su padre no era más que el cómplice y uno de los principales instigadores de un intento de asesinato pseudo-justificado.
Poca diferencia hay entre los libélulas y los mayas haciendo cirugías cardíacas a plena vista a ver si con suerte llueve.
Bien, mataron a Joel. Esperando los siguientes capítulos y me tengo que tragar el la prota diciéndole a Dora La Exploradora, lo felices que van a ser, que ella será el papá, Dora la mamá y el padre del bebé será el tío (esto último lo supongo yo). Bromita para aqui, dedito para allá. Cursi, repipi, etc. y sí, woke. Más woke no puede ser, pero woke del malo, porque si quieres normalizar una pareja femenina como algo natural y alternativo al típico héroe, no las hagas gilipollas, porque los de Brokeback Mountain, se lo montaban bien, pero no tenían este nivel de idiotez. Por favor, que manera de estroperalo