Hemos ido a su casa, un chalet en Pozuelo, donde nos recibe el perro y el silencio. Un silencio que solo interrumpe el sonido natural de los pájaros y que resulta idílico bajo el sol que alumbra a Isabel San Sebastián (Chile, 1959). Un mito que, primero, nos pasa a su despacho, que es como un museo de fotos, y después al salón, donde transcurrirá la conversación rodeados de un paisaje imponente: libros y cuadros.
Para hablar de Isabel San Sebastián haría falta el día entero. Y no estamos en posesión de tanto tiempo. Por eso la virtud, como le pasaba a ella cuando entrevistaba a Margaret Thatcher o a Mijaíl Gorbachov, la virtud está en resumir una vida en un par de horas, en saber escuchar y en preguntar lo que sea. «Yo no te voy a poner condiciones porque a mí no me gustaba que me las pusieran cuando hacía entrevistas». Su vida periodística transcurrió por miles de sitios (Época, ABC, Antena 3, TVE, SER…) que hoy le permiten estar tan conforme consigo misma que ya ni se tiñe las canas y esconde esas piernas que Umbral definió como «las más bonitas del periodismo». «Acabé tan harta que por eso llevo siempre pantalón y es muy raro verme con una falda.»
Solo se escucha el canto de los pájaros.
Ayuda mucho el silencio exterior y el interior, abstraerse del ruido cotidiano, y este entorno me ayuda, sí, como me pasa cuando voy a Asturias. Me voy a escribir allí con frecuencia, donde estoy en medio de la nada, rodeada de campo y de bosque.
¿Y allí hay tanta cultura como en este salón?
Más, porque allí tengo más espacio de biblioteca. Te tengo que enseñar una foto. En total debo tener unos 10.000 libros. Yo heredé la biblioteca de mi padre, que era un gran aficionado a la literatura, porque es lo que más hago y lo que más me gusta: leer.
¿Incluso más que escribir?
Escribir no se disfruta, escribir se sufre. Es una tarea muy dura, muy solitaria, muy compleja. Yo disfruto cuando me documento o cuando promociono la novela. Pero escribirla es como un parto que duele mucho y que se me hace muy duro. Hay gente que dice que disfruta escribiendo. No es mi caso. Yo sufro cada frase, sangro cada frase, porque expresar lo que uno quiere decir es muy difícil.
Y eso que estás a centímetros de la jubilación.
De la jubilación del periodismo, pero de la escritura no me pienso jubilar porque la creación artística y literaria es compatible con la pensión de jubilación. Antes debías renunciar a una cosa u otra, lo cual era de una injusticia manifiesta. Pero ahora es compatible. Por eso me voy a jubilar de la televisión y de la radio, pero de la creación literaria, que también incluye los artículos de opinión, no.
A pesar de que te cuesta mucho.
Me da mucha pereza, la política me da cada vez más pereza, sí.
Pediste no hablar de política en esta entrevista.
Lo menos posible, si puede ser. Pero no es ninguna condición. He hecho miles de entrevistas y no me gustaba que me pusieran condiciones. Así que no las voy a poner yo. Pero, si me das a elegir, me resulta más grato hablar de literatura o de la historia de España que de la política actual, que no me gusta nada…
Un rollazo.
Pero a mí, hasta que me jubile, no me queda más remedio que hacerlo.
¿Y el día que te jubiles seguirás leyendo la sección de política de los periódicos?
Sí, supongo que sí.
¿Y por qué?
Son muchos años y no me quiero desvincular del destino de mi país. Me siento muy española. Tengo hijos, tengo nietos, y lo que pase en España les va a condicionar la vida. Hay cosas que hay que hacer en esta vida. Hay que estar informado porque hay que votar. Otra cosa es que eso me resulte placentero. No, a mí, por lo menos, no.
Este entorno, que tienes en casa, resulta muy placentero.
Cuarenta y un años llevo viviendo aquí. Hasta entonces anduve viviendo por el mundo. No tuve nada parecido a un hogar porque mi padre era diplomático. Fuimos de la ceca a la Meca. Luego me casé y me fui a vivir a Alemania hasta que vine a vivir aquí. Tenía 26 años.
Era otro mundo.
Era más fácil. Pero también te digo que esto era muy el extrarradio de Madrid. Era como ahora irse a vivir a El Escorial. Había muy malas comunicaciones. Solo había una carretera, la A6, para llegar a Madrid, y se montaban unos atascos enormes. Por eso esta casa fue muy asequible, porque estaba alejada de Madrid. Pero también te digo que entonces las hipotecas estaban al 16 o 18 por ciento. Los intereses estaban altísimos.
Fue gracias al periodismo.
Recuerdo que entonces trabajaba en la revista Época, que dirigía Jaime Campmany. Y después hice tantas cosas en tantos sitios… Hice calle, hice informaciones, hice reportajes, traduje papeles cuando nadie hablaba idiomas, en ABC tuve la fortuna de cubrir la caída del telón de acero, fui corresponsal diplomática cubriendo la conferencia de paz de Oriente Medio que se celebró en Madrid y luego estuve muchos años, hasta once, haciendo entrevistas.
Y artículos de opinión.
Pero tardé en llegar a ello. No como ahora, que los columnistas empiezan casi nada más llegar. En mi caso se puede decir que fui cocinera antes que fraile y que aquí sigo con 66 años. Y sin una sola baja laboral en todo mi ejercicio profesional. Tuve un embarazo difícil en el que falté como diez días al trabajo. Pero como no me pidieron la baja… Y ahora llevo muchos años de autónoma y, si no trabajamos, no cobramos.
¿Y la novelista?
La novelista está en un momento muy luminoso. Encuentro felicidad en escribir novela histórica, en recrear ese periodo épico de la historia de España. El momento de escribir es muy duro y solitario para contar lo que quieres contar. Pero aprendes y luego lo compartes con los lectores, porque un escritor escribe para que le lean. Es el sueño de cualquier escritor y, si lo logras, es como jugar a las cartas y ganar.
Es una hazaña.
No sé si una hazaña. Es un trabajo. Hay días que puedo estar diez horas. Pero escribo todos los días. Sábados y domingos, salvo que vengan a comer mis hijos con mis nietos, que entonces lo corto todo. Pero mis hijos siempre me acusan de que no tengo vida social.
¿Quiénes fueron tus maestros?
Mi principal maestro fue Luis María Anson. Pero aprendí de Fernando Mújica, que fue mi primer jefe en la radio. La mayoría de mis maestros ya no están en este mundo. Tico Medina, Jesús Hermida. He trabajado con María Teresa Campos. Ahora con Ana Rosa. Iñaki Gabilondo. Trabajé con Pedro J. He tenido la fortuna de trabajar con todos los grandes del oficio. Cuando he dirigido algún programa me han acabado echando no por fracasos de audiencia, sino por desobediencia. Soy muy desobediente. Se me da muy mal que me den consignas. Nunca las he aceptado. Pero no me quejo. Me ha ido bien casi siempre.
¿Y esos jefes, que ya están bajo tierra, eran obedientes?
No, ninguno.
Jesús Hermida.
Te voy a contar una anécdota que es una chorrada, pero es que se me quedó grabada. Cuando me llamó para un programa, yo llevaba gafas, porque hasta que me operé la vista era miope, y Hermida me dijo en una reunión de contenidos en la que se me quedó mirando: «Te tienes que quitar esas gafas y operarte la nariz».
¿Y tú qué le dijiste?
Mira, Jesús, las gafas me las voy a quitar porque no veo. Estoy hasta el gorro de no ver. Tengo muchas dioptrías y veo muy mal incluso con gafas y voy a operarme, pero la nariz… Es la nariz de mi madre. Con ella nací y con ella pienso morir. Así que lo siento mucho, pero es mi nariz y es lo que hay.
Había que tener carácter para contestar así a un mito.
Es que me pareció una cosa tremenda. Acepto que soy una persona del montón, que no soy especialmente guapa, y nunca pensé que Hermida me fuese a fichar por mi cara. Yo entendía que me fichaba por las entrevistas de ABC, por hablar idiomas, por la experiencia internacional que tenía, que ya era importante. Había entrevistado a los grandes personajes de la escena nacional e internacional…, y que me hablase de la nariz me pareció una cosa absurda. ¿Qué tendrá que ver mi nariz en esto?
Luis María Anson.
Anson siempre me hablaba de cómo hacer entrevistas molestas, decía que una entrevista interesante es la que preguntas lo que el entrevistado no quiere que le preguntes. Y me enseñaba que cuando haces una pregunta tienes que conocer la respuesta o buena parte de ella para saber si te están engañando. Anson me enseñó hasta cómo titular una entrevista. Me enseñó muchísimo y luego me dio la oportunidad de conciliar mi vida personal con mi vida profesional.
Quizá lo mejor.
Entonces yo tenía dos hijos muy pequeños. Estuve a punto de colgar los guantes y de dejar el periodismo. Los horarios de la redacción eran incompatibles y le presenté la dimisión. Pero él me dio la opción de seguir trabajando haciendo entrevistas en los horarios que a mí me viniesen bien. Solo me pedía que tuviese la entrevista de la semana (que muchas de ellas fueron portada) a tiempo para maquetarla. Y aquello fue lo que me salvó la carrera. Por mucho que me hubiese dolido, yo hubiese elegido a mis hijos en vez del periodismo.
En todas las épocas existió la conciliación.
Pero entonces era más difícil. Los hombres de mi generación no se implicaban o, a lo sumo, en un diez por ciento. No habían sido educados para criar a los hijos. Los horarios de un periódico estaban hechos por hombres, porque en aquel ABC no había casi mujeres. Su forma de organizar el trabajo estaba pensada para llegar a casa a las diez u once de la noche, cuando los niños ya estuviesen en la cama. Pero es que quienes trabajaban allí eran hombres y no querían saber nada de niños.
En esto también ha cambiado la vida.
Bueno, yo todavía deploro que mi hija, que tiene 38 años y dos hijas, tenga terribles problemas de conciliación, pero es verdad que su marido se implica más y las empresas de ahora entienden mejor los horarios… Pero, sí, la conciliación sigue siendo un problema.
¿A qué se dedica tu hija?
Ella es abogado en una fundación de abogacía que ha creado ella misma, de ayuda legal gratuita a organizaciones del tercer sector, a ONG.
O sea que tiene la iniciativa de la madre.
Mejor. Leyre es mucho mejor que yo.
Y no tan famosa.
Por suerte para ella, sí. Pero insisto en que mis dos hijos son mucho mejores que yo en todos los aspectos. Ninguno de los dos quiso ser famoso. Quizá porque me han visto a mí, que nunca me ha gustado. Es más, lo único que no me ha gustado de mi profesión es que te conozcan por la calle. Y, afortunadamente, ahora, como cada vez salgo menos en televisión, cada vez me conocen menos, lo que me hace muy feliz.
Fue el precio de llegar tan lejos.
A ver. Tampoco me quejo. Nadie me obligó a ir a televisión. Pero es uno de los aspectos de la profesión que no me han hecho especialmente feliz. Pero insisto en que yo lo elegí así.
Trabajaste con Iñaki Gabilondo.
Un par de años en Hoy por hoy, pero después me pasaron a la noche y salir de madrugada en la Gran Vía era peligroso. El barrio no estaba como ahora, e ir a coger el coche yo sola me daba un cierto temor y mira que yo no soy miedosa. Me pasé muchos años con guardaespaldas, amenazada por ETA. Pero aquello que te cuento en la Gran Vía era muy incómodo. Yo aparcaba en la calle la Ballesta, que estaba cerca, y no era una experiencia muy grata. Así que lo dejé.
¿Cómo fueron esos años con guardaespaldas?
Duros, pero, sobre todo, fueron duros para mis hijos, que los vivieron a una edad en la que se enteraban de todo.
¿Aquí, en casa, había guardaespaldas?
Sí, claro. Me venían a buscar por la mañana y me traían por la tarde. Me acompañaban a llevar a los niños al colegio. Mis hijos vivieron toda esa experiencia. Yo siempre me sentaba en la parte de atrás, en la derecha. Había pautas, como cambiar de ruta. Me pasé tantos años que ya me aprendí todas las pautas. Pero fueron años duros para mis hijos por el miedo a que a su madre le pasase algo. Yo acababa de cumplir 40 años y me acababa de divorciar. Tenía ganas de hacer cosas y mi vida social se redujo al mínimo. Si me iba una noche de copas, los guardaespaldas tenían que venir conmigo, y ellos también tenían sus familias. Aquello me marcó mucho.
¿Cómo fue el último día?
Una liberación absoluta.
¿Los guardaespaldas se convirtieron en amigos?
Un guardaespaldas no puede ser tu amigo porque entonces ya te quedas sin vida por completo. Pero, sobre todo al principio, fue muy duro porque yo quedaba para comer y me salía espontáneamente decirles: «Sentaos a la mesa». Al final, convivía con ellos más que con alguien de mi entorno. Pero la realidad es que no forman parte de tu vida. Al principio costó acostumbrarse. Pero claro que les cogí cariño. De hecho, han estado en mis fiestas de cumpleaños, vienen a la presentación de mis libros…
Ya serán señores mayores.
Uno era mucho más joven que yo. Aarón tenía veintipocos años. Fernando era más o menos de mi edad y ya está jubilado, sí. Pero tanto mis hijos como yo sentimos cariño por ellos. Es natural. En esa época cometí muchas imprudencias y entonces me di cuenta de que ser guardaespaldas es inmenso.
Ellos también serían inmensos.
Mira, te puedo contar que, cuando escribía mis primeros libros sobre los años del plomo en el País Vasco o la biografía de Jaime Mayor Oreja, me metí en sitios en los que no me debería haber metido. Sin embargo, ellos nunca me dijeron ni me reprocharon nada. Siempre estuvieron ahí y miraban en todas partes. Tengo una deuda de gratitud con ellos y los quiero mucho. Pero el día que Interior me llamó y me dijo que ya no había peligro, que ya no había riesgo, fue una liberación.
¿Y cómo fue?
Tuve que volver a acostumbrarme a llevar yo el coche, pero tardé dos semanas en hacerlo, más feliz que una perdiz. O en poder ir a pasear al perro. Yo siempre he tenido perro, y te puedo decir que pasear a un perro con guardaespaldas es una experiencia complicada, ir escuchando sus pasos detrás… No encuentro ni siquiera hoy el adjetivo.
¿Qué te decían los presidentes del Gobierno?
Nada.
No te decían nada.
¿Qué te van a decir? Me decían los ministros del Interior. Rubalcaba, Jaime Mayor… Me llamaron un día: «Has aparecido en una lista de un comando de ETA y debes llevar protección». Y un buen día me llamaron y me dijeron que ya no. Yo solo pedí que no me cambiasen de guardaespaldas.
Al final, hablamos de política, pero es que esa es tu vida.
Durante once años esa fue mi vida, sí, pero también hacía otras cosas aparte de eso. Hice viajes maravillosos con mis hijos, con la pareja que tenía entonces, escribí mis primeros libros, trabajé en la radio, en la televisión, dirigí programas… Fueron años intensos y, como mis hijos ya eran más mayores y no necesitaban tanto que estuviese en casa… Pero hubiesen sido mejores si hubiese tenido más libertad de movimientos y estos malnacidos de etarras no hubiesen querido matarme. Pero no fui yo la única. Y los que estaban en el País Vasco estaban peor.
¿Qué estabas haciendo el día que mataron a Miguel Ángel Blanco?
Aquel día estaba en Mérida con mis hijos viendo el Museo Romano. Creo recordar que aún no llevaba guardaespaldas… También te puedo decir exactamente lo que estaba haciendo el día que mataron a José Luis López de Lacalle porque lo tengo grabado…
¿Y qué hacías?
Entonces sí llevaba guardaespaldas y recuerdo que estaba comiendo con mis hijos porque era el Día de la Madre. Iba a llevarlos al teatro a ver un musical, me parece que Aladino, y los dejé con mi hermana, me subí al coche y me fui a San Sebastián a manifestarme.
Hace poco me llamó Rubén Múgica, el día del aniversario, que se había acordado mucho de mí y me dijo: «Yo bajé porque vivo al lado y la única periodista que estaba allí eras tú». Y así fue, efectivamente.
¿Y luego volviste a Madrid?
Sí, al final de la manifestación, volvimos a coger el coche y, de madrugada, en casa me estaba esperando mi hijo despierto para echarme la bronca. Entonces le expliqué lo que hacía y por qué lo hacía y se me quedó grabada su conclusión final: «Pues ahora que te has metido no te vas a rendir, ¿verdad?». Tendría 16 o 17 años y no se me olvidará nunca. Nunca me volvieron a hacer un reproche. Ni él ni mi hija.
Estarán orgullosos de la madre.
No lo sé, pero más orgullosa estoy yo de ellos.
¿Por qué?
Porque son buena gente, buenos padres, buenos hijos, son gente noble, honrada, buenos amigos, son buenos en todos los sentidos, son trabajadores, responsables, generosos, cariñosos, normales y corrientes en el mejor sentido de la palabra. Me han apoyado mucho en una vida que también les involucró a ellos.
¿El periodismo les dio una buena vida?
Quiero aclarar que yo no he ganado nunca mucho dinero. En el periodismo y en la literatura no se gana mucho dinero. Si te va muy bien, llegas a final de mes a pagar las cuentas. Pero yo no tengo nada ahorrado. Si eres honrada, si no te vendes y te acaban echando de los sitios, que es lo que me ha pasado a mí, con suerte, y si trabajas mucho, llegas a fin de mes. Pero en el periodismo, si no tienes tu productora, no ganas mucho. Y yo no quise saber nada de eso, yo siempre he sido asalariada.
Ahora eres autónoma.
Sí, desde hace muchos años.
¿Cuántos idiomas hablas?
Cinco. Desde adolescente hablo tres. Pero de adulta aprendí otros dos. Nací en Chile. Luego me fui a Estocolmo, a París, a Madrid, a Milán, luego a Madrid otra vez y, cuando me casé, a Frankfurt. Mientras tanto, estuve un año en Cambridge aprendiendo inglés.
¿Y por qué te quedaste en Madrid?
Porque en Madrid estudié la carrera, encontré mi primer trabajo, y aquí quería que mis hijos tuviesen el hogar que yo no había tenido, y que fuesen al mismo colegio, y que tuviesen un vecindario y que hoy tengan amigos de la infancia… Yo no tuve raíces y me parecía importante que mis hijos las tuviesen.
Y, de postre, Asturias.
A Asturias llegué más tarde. Mira, a mí me gusta mucho el norte. Mi familia era del norte. El sur, a lo sumo, en invierno. No me gusta el calor. Cuando yo era niña veraneaba en Zarautz, pero llegó un momento en el que ya no podía ir. La última vez salí de ahí con los guardaespaldas sacando la pipa porque me acosó una manifestación de batasunos y no me lincharon de milagro. Juré que no volvería a pisar Zarautz y no he vuelto.
Luego, de casada, veraneé muchos años en Ruiloba, en Cantabria. Me divorcié y, para que mis hijos no se quedasen desarraigados, renuncié a ir allí para que se fuesen con su padre, y estuve un par de años buscando ubicación. Y por un azar de la vida recalé en Cudillero, donde había estado hace mil años con mis padres siendo estudiante. Me enseñaron un prado y me enamoré. Era baratísimo, a mil pesetas el metro cuadrado. Te hablo del 2000. Allí me hice una casa y voy todo lo que puedo porque, como digo yo: Asturias es como mi tierra, pero sin gentuza.
Sin gentuza.
El mar es el mismo, el paisaje es el mismo, la gastronomía es estupenda, pero nadie te quiere matar por tus ideas. La gente no ha convertido la política en una cuestión de vida o muerte como pasó en el País Vasco.
¿Cómo anda de gentuza el periodismo?
Como en todas partes. En cualquier profesión, en la que se maneje poder o se esté cerca del poder, hay mucha gentuza, sí. Y en el periodismo no se maneja mucho poder, pero hay gente que se cree que sí le salpica por estar cerca de los poderosos. Y, en realidad, no le salpica nada. Pero no dejas de ser un pringao si te dejas manejar y, si no te dejas, un Pepito Grillo incordioso que les recuerda que solo son humanos y que muy a menudo se corrompen. Pero poder, lo que se dice poder, no tienen ninguno. El poder lo tienen otros.
¿Y esos jefes míticos, que tuviste en el periodismo, eran buenas personas?
Hasta donde yo sé, sí. Tampoco tuve una relación de intimidad con ellos. Sí puedo decir que no me hicieron ninguna putada. A mí las putadas me las han hecho los políticos, y de todos los colores, del PSOE y del PP.
¿Y la peor putada?
Uno que está difunto, el entonces presidente de Telefónica, César Alierta, que me echó de Antena 3, de un programa que yo tenía, El primer café, porque en esa mesa se sentaba Pedro J. Ramírez, que en su periódico, El Español, estaba publicando una información referida a un pufo que había tenido un sobrino de Alierta en Tabacalera. Y me dijo que tenía que echar a Pedro J., y yo le dije que no había motivo, entre otras cosas porque en mi contrato ponía que a los tertulianos los elegía yo. Y entonces me echó a mí, con el beneplácito del secretario de Estado de Comunicación Pedro Antonio Martín Marín, del PP, y del resto del PP nadie movió un dedo por mí.
¿Eso te alejó del PP?
Vamos a ver: a mí el PP no me ha hecho un favor nunca. En la época de Rajoy me echaron de la COPE, de Trece Televisión… y de ABC no me echaron porque el director se negó. Y, si te hablo de la época del PSOE, me echaron de TVE, de RNE… Los dos grandes partidos me han echado de muchos sitios.
Pero esos no son periodistas.
Sí ha habido algunos periodistas que se han comido vetos y me han dicho: «Me encantaría que vinieses a mi tertulia», y luego me han dicho: «No puedes venir porque me han dicho que tú no», y no han dicho: «Si no viene ella, me voy yo». Pero ninguno de los que he mencionado antes —ni Gabilondo, ni Pedro J., ni Anson— creo que se hubiesen comido esos vetos. Y me consta que cuando pidieron mi cabeza, el director era Bieito Rubio y no la entregó.
¿Y cómo te has levantado tantas veces?
¿Del suelo? El hecho de tener hijos te enseña que tú eres madre y que todo lo demás es circunstancial. A veces eres la directora de El primer café. A veces eres la tertuliana de María Teresa. Pero otras veces no eres nada, porque estás fuera de juego temporalmente. Pero es que en mi casa me enseñaron que cualquier trabajo es digno. Un día friegas los cacharros y al día siguiente estudias Filosofía. Yo he hecho de todo. Menos venderme y someterme a la voluntad de un partido político, menos prostituirme en sentido literal o metafórico (que es peor), he hecho de todo.
De todo.
He escrito libros, he escrito ensayo, he escrito pregón, he dado conferencias, he sido articulista, redactora de base, reportera, entrevistadora… Hay gente que me dice que, después de haber dirigido programas, cómo me iba a sentar de tertuliana. Pues en gerundio: exactamente igual que haces una cosa haces la otra, y eres igual de libre haciendo una cosa que otra.
¿Nunca te faltó trabajo?
No, la verdad es que no. A veces no era lo que deseaba más, y no me apetecía ir a una tertulia que empezaba a las ocho de la mañana o acababa a la una de la madrugada, porque yo a las diez de la noche ya no soy persona. Mi cabeza está en caos, ya no es útil en ningún sitio. Pero si tenía que hacerlo, lo hacía, porque ese era el trabajo que tenía en ese momento.
¿Qué te queda por hacer?
Me queda por disfrutar de mis nietos, que son la máxima alegría de mi vida a una enorme distancia de todo lo demás. Me queda verles crecer. Me queda, si pudiera ser, ver casarse a una nieta. Eso sería lo más: verle hacerse adulta, formar una familia. No sé si voy a llegar. Por eso me conformo con verlos crecer sanos y felices. Pero lo demás ya lo tengo todo hecho. Y, bueno, si termino mi proyecto de novelar toda la Reconquista, hubiese llegado a novelar ocho siglos de historia española.
A los 66 años, aún pisa la ambición.
Pero eso va muy por detrás de lo otro. Mi máxima prioridad son mis nietos y mis hijos, y cada día lo veo más claro. Lo importante en esto de la vida está en el terreno de los afectos. El de los orgullos, las carreras profesionales, las ambiciones… es algo perfectamente secundario, y te lo digo yo, que he tenido mucho genio, mucha mala leche.
Y lo reconoces.
Y lo reconozco, y lo que te quiero decir es que los años me han sentado bien. De hecho, ya es difícil que me enfade. Pero orgullo, no. El orgullo nunca me ha perseguido. A lo mejor porque soy la pequeña de cinco hermanos y me dieron mucha caña… Así que orgullo, no. Al menos, en el sentido de soberbia y vanidad.
La vanidad no hace tanta falta.
Claro que no. Cuando vienes a casa y una entrevista tuya ha sido portada del ABC de entonces y todas las tertulias hablaban de esa, y tu hijo te echa la bronca porque necesitaba una cartulina para hacer un trabajo y a ti se te ha olvidado, y tu hija está llorando porque está mala y no la has recogido de la guardería… cualquier ego que sientas por la portada se te va al momento y te sientes un gusano. Así es como pasé la infancia de mis hijos entera.
Por eso ahora los necesito tanto. Mira, el día del apagón estaba en la Fundación Jiménez Díaz. Había ido a hacerme unas pruebas del asma porque soy asmática. Mi hija vive cerca de allí, en Argüelles. Cuando se apagó todo fui andando a casa de ella y pasamos el día juntos y, ¿acaso hay cosas mejores que eso o contarte que mi yerno, que es un padrazo, se pone a buscar a su hija en patinete y volvieron los dos, cada uno en el suyo, la niña con cinco años? Son cosas que me apetece contar.
Entrevistaste a gente formidable.
Sí, a Margaret Thatcher, Mijaíl Gorbachov, Lech Wałęsa, Yitzhak Rabin… Con todos ellos tengo fotos, pero la única enmarcada en el despacho, como podrás comprobar, es con Indro Montanelli que, para mí, es el mejor periodista que ha habido en el siglo XX y XXI con diferencia. Ese sí fue un maestro. No porque trabajase con él, sino porque fue un ejemplo de periodismo independiente, valiente y de calidad, de rebeldía.
¿Trabajaste con Montanelli?
No trabajé con él. Le hice dos entrevistas y seguí su trayectoria. Yo viví en Italia y leía Il Giornale siempre, cuando él lo dirigía, y le hice una entrevista cuando mandó al carajo a Berlusconi, que pretendía que pusiese el periódico al servicio de su campaña electoral, y se fue y fundó un medio que luego fracasó. Y me acordaré siempre de esa entrevista, que es la mejor que he hecho en mi vida. No por mí, sino por él. Y me acuerdo de que esa entrevista la glosó Umbral en una columna.
¿Y cómo fue?
Recuerdo que el titular de Montanelli era: «La calidad no tiene mercado», y yo pensé: si eso era cierto hace quince años, no te quiero contar ahora… En periodismo lo que vende no es precisamente la calidad. Y también me dijo otra frase que se me quedó grabada y que he intentado sellarme a fuego en la cabeza: «La independencia siempre es posible, pero cuesta cara». Y eso es una verdad como un castillo. Y no solo cuesta cara en términos metafóricos, sino también de dinero. Si eres independiente, ganas menos dinero.
Y tú has sido independiente.
Siempre. También es verdad que me han ayudado mucho los libros. Aparte de darme satisfacción, me han completado los finales de mes, porque afortunadamente mis libros se venden muy bien. El último lleva vendidos 60.000 ejemplares y acaba de cumplir un año. Eso, en la España actual, es una auténtica barbaridad.
¿Y cuánto ganas por la venta de cada libro?
El 12 por ciento del precio del ejemplar.
Hay mucho trabajo detrás. Son unos tochos tremendos.
Para que luego te digan que un libro es caro. Eso me da mucha rabia en la Feria del Libro. Mire usted, un libro cuesta 22 euros. ¿Usted sabe la cantidad de gente que trabaja en un libro? Aparte de mí, que lo escribo, luego está la editorial, que corre el riesgo de imprimirlo, el distribuidor, el librero… ¿y le parece caro 22 euros un libro? ¿Cuánto le cuesta un gin-tonic? ¿Cuánto le dura? ¿Y eso no es caro? ¿Qué clase de sistema métrico decimal tiene usted en la cabeza para apreciar el valor de las cosas?
Los libros entonces son baratos.
Pero vamos a ver, ¿cuánto te dura un libro? ¿Cuánto te aporta? ¿Qué compañía te hace un libro? Para mí un libro es muy barato, sí. Porque, mira, si te vas a comer a un restaurante, aunque sea un chino, menos de 40 euros, nada. Y eso te vale dos veces lo que un libro que puedes tener a tu lado toda la vida. ¡Y eso no es caro! ¿Cuánto tiempo hace que no sube el precio de los libros? Yo llevo veinte años escribiendo y siempre se han vendido igual.
¿Cuántas páginas puedes escribir en una mañana?
Hay mañanas que tres y hay mañanas que ninguna, depende. Hay días y días. En un día bueno, en el que estés descansada, sientas inspiración y trabajes diez horas, igual escribes diez páginas, pero no más. Y para eso debes haber hecho antes el trabajo de documentación, de lectura, de exploración de los lugares por donde va a transcurrir la novela, de pensar en la trama… No tiene nada que ver con escribir un artículo, que es una idea.
Claro, claro.
A mí, entre todo, y trabajando mucho, me lleva dos años escribir una novela.
Y mucha imaginación.
Es fundamental, porque si no es un ensayo, no una novela. Para que sea una novela tiene que tener intriga, emoción, odio, los ingredientes de la ficción.
¿Y de dónde sacas la imaginación?
Eso creo que lo heredé de mi padre. Él tenía una imaginación desbordante. Nos contaba cuentos que se iba inventando sobre la marcha. Cuando cenaba en casa, que no era a menudo, nos contaba un cuento que iba por capítulos. Sus aventuras no tenían fin, porque era un hombre que leía mucho. Le gustaba la literatura y tenía mucha imaginación, y la heredé de él. Y luego yo he sido una devoradora de libros. Con siete años me contagiaron la hepatitis en el colegio y estuve tres meses y medio en la cama. No había televisión y lo que hacía era leer. Y me enamoré de la lectura. Así que mientras pueda ver, será un amor para toda la vida. Pero, de lo contrario, hay audiolibros muy bien narrados e iré a por ellos. Disfruto mucho leyendo. Mis dudas se resuelven en los libros. Confío más en ellos que en la inteligencia artificial.
¿Qué día te jubilas?
A finales de noviembre, casi a punto de cumplir los 67.
¿Y no te volveremos a ver en tertulias?
No, en la televisión no, porque es incompatible. La gente que nos dirige es capaz de quitarnos la pensión.
Y te quitas un peso de encima.
Absoluto. Las tertulias son duras. A mí no me gusta pelearme, pero a veces escuchas cosas que te hacen saltar. Creo que soy una buena tertuliana porque no me callo y por eso doy juego. Pero no me proporciona placer. En mi vida privada no discuto prácticamente nada. Desde que me divorcié no he vuelto a discutir.
¿Cuántos divorcios?
Solo uno, solo uno…
Como lo has dicho varias veces.
Hubo uno y no más, pero quiero decir que discutir no es grato. Con mis hijos o mis amigos no discuto jamás… Estoy muy en paz conmigo misma. Me reconozco cuando me miro al espejo. Soy la persona que quería ser en lo esencial. Estoy como quería estar en lo físico y en lo íntimo. Yo no me operaría, no me haría cosas. Ni siquiera me tiño las canas porque me parecen estupendas. Estoy muy conforme con adonde ha llegado mi vida.
Decía Umbral que tenías las piernas más bonitas del periodismo.
Sí, eso decía Umbral. Pero acabé tan harta de esas bromas de piernas y de las fotos de piernas…
Acabé tan harta que por eso llevo siempre pantalón. Es raro verme con una falda. Mis nietas me preguntan si tengo faldas y les digo que no. A lo sumo, en verano, con el calor, llevo vestidos anchos y largos. Pero casi siempre visto pantalón. Nunca he sido presumida y ahora menos. La eterna juventud no es para mí. Los años pasan factura, pero yo me gusto. Y no quiero que me veas como una gilipollas, pero soy como quiero ser y estoy donde quiero estar. Me gusta mi vida.
¿Qué el PP no ha hecho nada por ti? Pero si Idabel te hace las presentaciones de tus libros y pone a tu disposición los micrófonos de la CAM…aunque bueno, concedo que Idabel es lo más Vox del PP.
Lo de que no quiere hablar de política, que no le gusta como a toda buena señora bien de derechas, será en esta entrevista. Qué mala suerte JotDown.
Cuanto nos sobra gente como tú en este país… Vete a dar la turra a Gibraltar anda
Sí,ya sabemos que os sobran 26 millones de españoles. Ajo y agua.
Vergüenza de personaje.
Como asturiano, me preocupa y me ofende que este ser no nos considere gentuza. En picado, JD.
Una mujer que únicamente habla de sí misma y de su vida perfecta.
Por otra parte, es una mujer muy desagradable, que despliega antipatía en cada frase.
A ver cuántos patrimonialistas jotdounianos de izquierdas siguen apareciendo.
En picado, en picado…
Leyendo los comentarios parece que a muchos lectores de JD les molesta que entrevisten a una mujer de derechas. Propongo que los censores decidan en asamblea las personas que pueden aparecer o no en la revista. Las personas vetadas aparecerán en la llamada «Lista de Arryn», que será publicada cada viernes al mediodía en la web.
¿En qué momento he dicho yo que me moleste que la entrevisten? No inventes.
Otra cosa es que piense que es un personaje nefario, poco interesante en lo que cuenta para la gente que dice que ha conocido, y bastante alucinada en sus opiniones viendo el estado del mundo, a quien hace la cama y a quien representan sus opiniones.
¿Te molesta que los demás opinen? Pues chico,chica o chique, es lo que hay.
Los zurdos solo respetan a las mujeres que son de su cuerda. Si no, tienen vía libre para decir lindezas sin filtro. Nada nuevo.
Estáis más interesados en lo que yo opine que en la entrevista.
Los patrimonialistas jotdounianos de izquierdas son un latazo y LePeisens forma una categoría propia de facho emprendedor.
concuerdo
Las últimas entrevistas, a políticos y a empresarios con ganas de notoriedad, no tienen mucho de cultural. Ni tampoco de interesante. Podrían dar un poco de cancha a escritores, músicos, pintores, no sé… de lo que iba Jot Down.
A mi me ha parecido bien la entrevista. Solo faltó preguntar por aquel infame libro que escribió sobre videojuegos y rol, sin tener ni idea del asunto.
Pues mira, otro motivo más para que me parezca una arpía.
Entrevista inane. Sin sustancia. Nada de nada.
No quiere hablar de política: «Aquel trueno vestido de nazareno», pero en femenino.
Menuda vergüenza de entrevista y entrevistada.¿En serio jotdowm no tiene personas más interesantes a quien entrevistar que a ésta pájara pepera,carca y decimonónica?
Cada vez estáis cayendo más bajo.Se que no os importa,pero un suscriptor está en la lista de bajas.
Despreciable y desalmada personaja. He trabajado con ella y os aseguro que ha dicho muchas mentiras. Lo que ha quedado claro de la entrevista es que está encantada de conocerse.
El periodismo tiene una crisis de legitimidad y de credibilidad. Desde JD como periodistas, lo mínimo que podríais haber hecho es preguntar a la entrevistada por alguno que los bulos que ha difundido, y que ha hecho públicos, con tan siquiera hacer las mínimas comprobaciones de si eran reales o no.
Cuando Rusia invadió Ucrania, salió a decir que Podemos no había condenado la invasión y que apoyaban a Putin. Cuando el partido y sus dirigentes habían expresado en numerosas ocasiones su condena total a la invasión.
JD, no puede salir gratis el mentir en periodismo. Lo mínimo es arriesgarte a que un colega te haga sudar diciéndote que has mentido.
La desaparición de la fundadora dejó huérfana la revista… entre todas la mataron y ella sola se murió.
Menudo baño y masaje del entrevistador a la entrevistada, ni una sola pregunta comprometida. Comulgue o no con esta señora (en mi caso, nada) la calidad de este artículo es infumable
Eta más Eta igual a Eta Eta por dos igual a EtaEta si petA Eta igual a PetaZETAS.