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Un Chaves Nogales demediado o lo malas que son las prisas

Abelardo Linares para JD 4

Mi muy admirado Juan Bonilla, uno de los más completos, talentosos y sólidos escritores de su generación, aprovechando que todo lo que toca lo convierte en literatura, me ha convertido también a mí en literatura dedicándome un entretenido artículo en esta misma revista. El por más de un motivo dichoso artículo es en realidad una casi instantánea respuesta a otro artículo bastante más breve publicado por mí esta misma mañana en las páginas de cultura de ABC.

Bonilla ha solucionado el asunto, o el problema, en lo que se dice un periquete, con admirable soltura y resolución, y quiero felicitarle por ello. Pero como en la rapidez ha habido tal vez un poquitín de prisa, e incluso de apresuramiento, me gustaría hacer ciertas incisiones y precisiones a algunas de las cosas que afirma y conjetura en su ameno escrito. En él, lo que hace Juan Bonilla es reaccionar contra mi reacción ante la salida de unas crónicas de Chaves Nogales publicadas por el editor sevillano de El Paseo (menos mal que no se dedica a publicar cosas sobre la guerra civil, como hago yo en la colección España en Armas), con la pretensión de ser la obra definitiva sobre este escritor porque con ella se da supuestamente a conocer todo lo escrito por él durante la Segunda Guerra Mundial, coincidiendo con sus cinco últimos años de vida.

Al no haber sido yo el primero en reeditar a autores muy de mi gusto como Manuel Chaves Nogales, Julio Camba y Stefan Zweig, (junto con otros quinientos o seiscientos más, todo hay que decirlo, incluidos Miguel de Cervantes y Francisco de Aldana) al ingenioso Juan Bonilla se le ocurre que yo estoy sin duda aquejado por «el temible síndrome de “Pupú Poulidor”» que consiste en tener fama de ser el mejor en algo, pero no ser nunca, en la práctica, el primero en ese algo. Al parecer, Poulidor «era un gran ciclista francés del que todo el mundo decía que era el mejor, pero llegaba la hora de la verdad y siempre había un Zoetemelk, un Ocaña, un Fuentes, un Thevenet ganándole».

Ni Poulidor ni Zoetemelk ni Thevenet me suenan de nada, por lo que el competir en erudiciones de dos ruedas con Bonilla se me hace, por así decirlo, muy cuesta arriba. Pero no tengo inconveniente alguno en creer lo que se dice.

En lo que sí tengo inconveniente es en creerme, por mucho que pedalee intelectualmente, que ese síndrome, esa dulce comparación sea en realidad un terrible ataque o una feroz descalificación de mi humilde labor de editor, incluso de editor de Juan Bonilla. Y no solo porque, de acuerdo a lo que se lee en la prensa, lo normal sea que un famoso esté afectado por un síndrome desconocido y no que un desconocido se vea afectado por un síndrome famoso, sino, sobre todo, porque lo de Poulidor, lo de compararme con el tal Poulidor me va pareciendo un elogio desmesurado, de esos que nunca llegan a merecerse. Continuando con el símil bicíclico debo resignarme a pensar que, en la vida real, como editor, no soy sino un gregario más de ese inmenso pelotón formado por no menos de mil pequeños editores que pueden romperse las narices en cualquier próxima vuelta o revuelta del camino. Ser un segundo (que no es lo mismo que un segundón), ser un Poulidor no sería, en absoluto, un fracaso, como muy bien sabe Bonilla, que es el primero en acordarse, quizás cariñosamente, de Pupú Poulidor.

Como acotación al margen añadiré que nunca en el último siglo dejó de reeditarse a Julio Camba (ahí están, por ejemplo, los centenares de miles de libros vendidos por la malograda colección Austral) y jamás pude aspirar por tanto a ser el primero en reeditarlo y que tampoco he sido el primero en reeditar a Chaves Nogales ni el primero en ayudar a popularizarlo.

Pero sí creo ser el editor que ha editado más primeras ediciones, en su sentido literal y estricto, de Julio Camba y de Chaves Nogales, gracias a que he editado títulos suyos que nunca antes habían aparecido en el mercado. Además, justamente de esos dos mismos autores tengo, tanto en proyecto como en vías de publicación, varios títulos más, absolutamente desconocidos y de considerable interés, tanto para los escasos seguidores de Camba como para los mucho más numerosos seguidores de Chaves Nogales, aunque ese no sea asunto en el que convenga detenerse ahora.

Sintética y borrosamente afirma Bonilla que fue María Isabel Cintas quien descubrió La defensa de Madrid y que yo la borré al ir suprimiendo o sustituyendo sus prólogos en las ediciones subsiguientes a mi ruptura con ella. A eso, sintéticamente, puedo responder diciendo que Cintas fue la primera en descubrir La defensa de Madrid en su versión inglesa, pero que yo pude editar la completa y original versión castellana, acompañada de los dibujos originales gracias a que poseo la única colección completa conocida de esos mismos originales, titulada Los secretos de la defensa de Madrid. En cuanto al «borrado» de Cintas, fue ella la que se borró al robarme la treintena de artículos y reportajes que Manuel Chaves Nogales publicó en la revista cubana Bohemia. Dichos artículos me costaron una considerable cantidad de esfuerzo y dinero y cuando yo se los presté para que los consultara, abusó de mi confianza y los publicó sin decirme nada, pocos meses después, en una nueva edición de las obras de Chaves, cuando mi intención y deseo hubiera sido publicarlos yo en mi propia editorial, como obra exenta, junto con otros originales. Por lo tanto, en lo que respecta a María Isabel Cintas no ha habido borrado alguno, sino sencillamente borrón y cuenta nueva, como quien dice.

Cualquier interesado en este episodio puede consultar la revista Zenda en la que apareció publicada esta polémica que incluye varios textos de María Isabel Cintas, uno breve de Andrés Trapiello y otro mío bastante más largo.

Tras del pulido Poulidor y el borrado de Cintas, María Isabel, el polemizante Juan Bonilla parece meterse en harina o llenarse de harina trayendo a colación multitud de asuntos diversos más o menos presuntamente relacionados con los oscuros orígenes de mis reparos a la edición de El Paseo, que por algo habrá sido, en palabras de Juan Bonilla: «saludada como acontecimiento editorial del año» y no como un proyecto fallido. Procuraré ceñirme a los asuntos que el propio Bonilla aborda, tratando o procurando, por mi parte, que en este pequeño infierno no terminemos todos dándonos una refrescante ducha con gasolina.

Por eso mismo, empezaré limitándome a glosar el segundo borrado de investigadoras de la obra de Manuel Chaves Nogales que me endosa o atribuye Bonilla: «extraña mucho que Linares no diga que en agosto del año anterior Morató le enviara un mensaje con un enlace a un artículo de Lola Burgos (segunda mujer borrada) donde se daba noticia de las colaboraciones de Chaves en El Sol. Que mire su email y luego vaya a la red y vea en la revista Contrapunto que él, coleccionista de medallas, no es ni mucho menos el descubridor de los artículos de Chaves».

A Bonilla le extraña, cuando lo que debiera es no extrañarse ni de que yo fuera sobrino nieto de Jack el destripador, que yo no cuente en mi artículo de tres folios en el ABC de hoy mismo que en agosto de 2023 recibí ese mensaje del que habla. Tiene todo el derecho del mundo a extrañarse de eso y de otro millón de cosas más, pero puedo darle una explicación bastante razonable, aunque quizás no le caiga simpática del todo.

En el artículo a que se refiere Juan Bonilla, Lola Burgos termina contando: «preparamos, con Fernando Larraz, la inminente publicación de Crónicas desde un continente en guerra. Corpus Barga, corresponsal para la prensa argentina (1939-1940)». Pues bien, ese libro del que habla va a publicarse, en cuanto me la entreguen ella y Fernando Larraz, justamente en la editorial Renacimiento, aunque va a terminar por ser mucho menos inminente de lo que se hablaba en junio de 2023.

En fecha prepandémica, hacia 2019, Fernando Larraz, uno de los mejores estudiosos de nuestra literatura contemporánea, al que le he publicado un excelente libro sobre Editores y editoriales del exilio republicano de 1939, me comentó un día, por lo que recuerdo, que gracias a una amiga y colaboradora argentina había descubierto artículos de Chaves Nogales y Corpus Barga en un raro periódico argentino de muy corta vida: El Sol (1939-1940), dirigido por Natalio Botana que era, a la vez, el director de Crítica, uno de los diarios más populares de Buenos Aires por entonces. En un primer momento, su idea era publicar las colaboraciones de los dos periodistas en un mismo tomo, y en ello estaba trabajando con Lola Burgos. Pero cuando yo fui a Buenos Aires y empecé a revisar y fotografiar el periódico me di cuenta de que su colaboradora se había dejado olvidadas bastantes crónicas de Corpus y de Chaves. Las fui recogiendo en mis dos siguientes viajes al Río de la Plata y le propuse que publicáramos dos tomos en lugar de uno solo. En el otoño de 2023, dado que se empezaba a retrasar la publicación del Corpus Barga le planteé la posibilidad de que Yolanda Morató y yo nos encargáramos de la edición de las crónicas de Chaves Nogales y Fernando, generosamente, aceptó sin poner ningún inconveniente. Esa es la verídica historia de mi presunto o supuesto borrado de Lola Burgos, a la que aún no tengo el gusto de conocer, pero con la que no ha contrastado, por lo que parece, la información que nos regala el habitualmente muy bien informado Juan Bonilla.

Acerca del número real de escritos de Chaves Nogales durante sus cinco últimos años de vida, que yo estimo entre mil doscientos y mil quinientos, Juan Bonilla no es claro ni concluyente pues se limita a relatar, insistiendo en lo ya dicho por la doctora Morató, que yo no digo «que muchas de ellas se repetían variando algún párrafo y otras decenas eran meras notas de muy pocas líneas». Es cierto que yo no he dicho que muchas crónicas de Chaves se repetían en distintos medios. Pero el número de periódicos en que se publica cada crónica es del todo irrelevante, por mucho que buena parte de ellos nos sean aún desconocidos, ya que lo que importa es lo que nos cuenta el propio Chaves y nuestra capacidad para sumar.

El 2 de junio de 1943 en el diario bogotano El Tiempo, con motivo de la apertura de su oficina en Londres se publicó un artículo, obviamente escrito por el propio Chaves, que era el director de dicha oficina, que daba noticia de la citada inauguración y decía luego lo siguiente: «La persona a quien El Tiempo ha designado como su corresponsal en Londres no es desconocida en el mundo del periodismo: Manuel Chaves Nogales fue por mucho tiempo redactor jefe del Heraldo, de Madrid, y director del diario Ahora, de la misma ciudad. En su carácter de corresponsal fue de los primeros periodistas que visitaron a Rusia en los albores del régimen comunista, a Alemania durante el advenimiento del nazismo, y a Italia en los momentos decisivos de la revolución fascista. En París fue durante varios años miembro del personal de la Agencia Havas y allí permaneció hasta el día mismo de la entrada de las tropas alemanas. Luego vino a Londres, y acá reanudó su cotidiana tarea de informar a los lectores americanos. Desde Londres lleva escritas cerca de mil crónicas que cada mañana dan al lector una impresión directa y personal de la presente lucha. Sus crónicas cablegráficas han llegado a aparecer simultáneamente en 20 periódicos de habla española».

Dado que es el propio Chaves quien hace referencia a cerca de mil crónicas (cuando aún le quedaba casi un año de vida y un buen puñado de artículos aún por escribir) y a que a veces se publicaban simultáneamente en 20 periódicos, «toda exégesis en este caso eludo», como decía Rubén Darío. Solo queda sumar a las crónicas londinenses las escritas en París para Havas y recordar que, cosa que la doctora Morató no señala en su prólogo, aparte de lo escrito por Chaves para Havas o Reuters, habría que contabilizar separadamente las colaboraciones para periódicos y revistas de los que Chaves era corresponsal con carácter exclusivo, como por ejemplo: La Hora (Chile), El Tiempo (Colombia), El Nacional (México), Bohemia (La Habana), Argentina Libre (Buenos Aires), Estampa (Bogotá) y otros muchos más que aún no conocemos.

La cuestión del número de artículos que escribió Chaves durante la Segunda Guerra Mundial es extremadamente relevante ya que está directamente relacionada con la negra estima en la que tiene mi artículo, para él sencillamente difamatorio: «Cabe preguntarse cómo un diario como ABC publica un artículo difamatorio sin contrastar: le hubiera costado muy poco preguntar a la Dra. Morató o a la editorial El Paseo… Ese es el nivel del periodismo en España».

No deja de ser curioso y aleccionador el que, sin más consideraciones ni pruebas, se decida Juan Bonilla a sostener que mis tres reparos tienen carácter difamatorio. A fin de cuentas lo único que yo he hecho es argumentar que en el volumen de El Paseo se dicen dos cosas que no son ciertas y una tercera que no es acertada. La primera que Chaves escribió poco mas de 600 artículos durante la Segunda Guerra Mundial, pero tal cosa, como creo haber demostrado, no es cierta.

La segunda que los artículos de Chaves, todos, se traducían al francés por Havas, lo que tampoco es cierto sino una mera especulación sin base alguna. Lo demuestra el que los setenta artículos publicados por el Diario de la Marina, los ciento ochenta de El Sol y los ciento quince hallados por mí en mi reciente viaje a Bogotá, coinciden exactísimamente, palabra por palabra en sus distintas versiones por más que a veces haya algún que otro pequeño párrafo que se añade o se quita según en qué periódico, bien por criterio editorial del propio periódico o por el muy comprobado afán de Chaves Nogales por personalizar sus envíos en exclusiva a lo largo de toda América. En cualquier caso, es tal el grado de coincidencia que resulta estadísticamente imposible que las crónicas publicadas en esos periódicos sean las tres traducciones de idioma ninguno.

Por último, en tercer lugar, que resulta innecesariamente desacertado el que la doctora Morató, puesta en la tesitura de elegir entre la versión publicada en El Sol y la publicada en cualquier periódico brasileño, el cien por cien de las veces, en igualdad de condiciones, elija la publicada en los periódicos brasileños.

Sobre este particular, Juan Bonilla aporta una imaginativa contribución cuando escribe lo siguiente: «es tener muy poca estima por Chaves no excusar la nefasta redacción, por momentos ilegible, de muchas de sus notas argentinas… el caso es que nosotros le tenemos afecto a Chaves y excusamos las nefastas redacciones publicadas por El Sol, entendiendo que se tratan de traducciones poco cuidadas y hechas a toda prisa, sin tiempo ni para corregirlas, y que han tenido la suerte de ser restauradas en la excelente edición de Diarios de la Segunda Guerra Mundial».

Si no he entendido mal, el argumento empleado por Juan Bonilla para respaldar el criterio de la doctora Morató consiste en pretender que las crónicas de Havas son tan malas que lo mejor o más conveniente es considerarlas, todas ellas, fruto de una mala traducción al francés. Pero que si las brasileñas, traducidas tres veces son malas, las argentinas, que habrían sufrido solo dos traducciones, serían más malas aún, tan malas que ha sido una suerte que hayan podido ser restauradas y mejoradas por la propia doctora Morató.

Lo curioso del argumento de Juan Bonilla es que se refiere o afecta solo a las crónicas en castellano de El Sol, ya que no dice una sola palabra de las publicadas por el Diario de la Marina, aunque sean exactamente las mismas. Igualmente curioso o sorprendente es que las crónicas del Diario de la Marina, pese a ser exactas a las de El Sol, sí acostumbren, en este caso, a ser las preferidas por la doctora Morató, a la hora de la publicación, prefiriéndolas a las aparecidas en los diarios brasileños.

El caso es que la cuestión de las traducciones al francés al brasileño y al español es un absoluto lío dentro de un tremendo disparate que no se va a poder solucionar por mucho cable que se le eche y por muy submarino que sea el cable.

Lo que sí resulta divertido y muy divertido, cuando Juan Bonilla divaga acerca de mi actividad difamatoria en relación con el hito histórico y mediático dado a luz por El Paseo es que afirme y asegure lo poco que le habría costado al ABC preguntar no ya a la doctora Morató, que de esto sabe, no cabe duda, sino a la editorial El Paseo y El Paseillo, es decir, a David G. Romero, que de esto no parece saber absolutamente nada.

Por más que el generoso Juan Bonilla le tire flores frescas al señor G. Romero diciendo que este «ha cuidado exquisitamente… la excelente edición de Diarios de la Segunda Guerra Mundial» el desaguisado de este David con pinta de Goliat resulta inocultable.

Romero no solo ha perpetrado una cubierta horrorosa, de la que ahorita hablaré, sino que ni siquiera se ha leído la primera pieza incluida en el libro, titulada «Sin novedad en el Oeste» y publicada por la revista habanera Bohemia el 10 de septiembre de 1939. Si se la hubiera leído se habría dado cuenta de que no está relacionada con la Segunda Guerra Mundial porque esta aún no se había desatado y no tendría, por lo tanto, que figurar en el volumen. En ella se habla de agosto y de movilización y del pacto germano soviético del 23 de agosto y de cómo ese pacto iba a posibilitar que Hitler atacara rápidamente a Francia del mismo modo que la batalla de Tannenberg en 1914 le había dejado a los germanos las manos libres para volcarse en el frente occidental. La guerra era ya inevitable, pero aún no había comenzado. Resulta también reseñable que aún siendo brevísimo el prólogo de la doctora Morató, el editor haya cometido fallos difícilmente excusables, como el producido en la página XXIII. En ella se hacen dos breves citas de dos escritores: Juan Uribe Echevarría y José del Río Sainz (al que se le llama, demasiado abreviadamente José del Río) y debajo de la cita de del Río Sainz se ha colocado un asterisco que a pie de página referencia no su cita sino la de Uribe Echevarría. Afortunadamente solo hay tres citas y no trescientas.

En cuanto a la cubierta, el señor Romero es también responsable de que sus tres tomos vayan a llamarse, un tanto llamativamente, Diarios de la Segunda Guerra Mundial, gracias a la leve excusa de que se escribían, por así decirlo, día a día, del mismo modo que don David podría llamarle dietario a las crónicas de un periodista puesto a dieta o semanario si las crónicas se escribieran una vez por semana. Asimismo, coloca en la cubierta un mentiroso: «inéditos», cuando los artículos recogidos no son realmente inéditos ya que estaban publicados en periódicos. Pero lo peor es la fotografía escogida como ilustración ya que en ella se ve a un gendarme francés obligado por la circunstancia de la ocupación a saludar a un oficial nazi que está pasando en ese momento por delante del Arco de Triunfo. Lo que es, aproximadamente, como ilustrar la cubierta de un libro sobre el general Miaja con una fotografía del Desfile de la Victoria de Franco.

Y no digo más porque se hace tarde.

 

 

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13 Comentarios

  1. María José Bautista

    No sé si Abelardo Linares leerá estos comentarios, pero como estoy siguiendo el caso con interés y parece que la teoría del borrado cobra fuerza, me gustaría que nos contara a las lectoras de Chaves Nogales quién es esa «amiga y colaboradora argentina» sin nombre, que según cuenta él mismo fue la descubridora de las crónicas de El sol. ¿Es la cuarta mujer borrada? ¿Se anima Jotdown a hacer un especial de mujeres borradas por editores?

    • Fernando Larraz

      Estimada sra. Bautista, estimado sr. Bonilla:
      Me veo obligado a intervenir, sin ánimo de calentar polémicas ni enconos, para aclarar algunos puntos en relación con este desencuentro.
      Las crónicas de Corpus Barga y Chaves Nogales en Crítica y El Sol, me las encontré yo en una estancia de investigación en Buenos Aires en 2018. Aunque el objeto de esa investigación no era estudiar a estos autores, de quienes no soy especialista, consideré el hallazgo de interés.
      Cuando mi estudiante de la Universidad de Alcalá Lola Burgos (hoy, ya doctora) comenzaba a pensar en el tema de su Trabajo de Fin de Grado, le sugerí que podría hacer un estudio, transcripción y edición de las crónicas recopiladas y poner en diálogo a dos de los mejores periodistas del siglo XX que compartieron en un contexto de escritura y publicación.
      Por aquellos días, en una conversación informal, le comenté el hallazgo a Abelardo Linares, quien se mostró interesado en el trabajo y propuso que Lola y yo editáramos las crónicas, tal como él mismo explica en su artículo.
      Para llevar a cabo esa edición pedí ayuda a una doctoranda mía, argentina y residente en Buenos Aires, para completar las crónicas que yo no había podido fotografiar por falta de tiempo y para obtener imágenes más nítidas de aquellas que estaban ilegibles. Dado que María José Bautista siente la necesidad de conocer el nombre de la persona que generosamente acudió varias tardes a la Biblioteca Nacional de Argentina para ayudarnos, le diré que es Daniela Serber, quien, obviamente aparecerá mencionada en los agradecimientos cuando se publiquen las crónicas de Corpus Barga. Abelardo Linares completó la recopilación con otras crónicas que él mismo encontró en sus viajes a Buenos Aires y hoy creemos que, al menos las de Corpus, son todas o casi todas las publicadas en esos dos diarios. El artículo de Lola Burgos mencionado se publicó en Contrapunto, una revista de estudiantes de la Universidad de Alcalá que yo mismo fundé hace trece años, y en el que pedimos a Lola que explicara de forma clara y sintética esas crónicas como adelanto a la edición.
      Mi experiencia personal es que, hasta ahora, todo el proceso se había resuelto en un clima de colaboración y reconocimiento académico/editorial impecable entre las personas que estamos implicadas en este proyecto y lo único que no ha sido ejemplar es la dilación de la entrega del manuscrito. De esto último solo tengo yo la culpa. El manuscrito de la edición de las crónicas de Corpus Barga en Crítica y El Sol lo vamos a entregar en breve y apareceremos como editores Lola Burgos y yo mismo.
      En relación con las opiniones vertidas en los artículos publicados en JotDown, me permito únicamente hacer una apreciación personal. Dado que considero que el machismo es un cáncer para la Universidad y para la sociedad en general, considero nefastas todas las insinuaciones maliciosas y suposiciones no demostradas usadas como munición en conflictos que nada tienen que ver con cuestiones de género. Creo asimismo inadecuado que ningún hombre asuma el papel de defensor de académicas victimizadas (al menos en uno de los casos, sin tener idea de su caso), como si ellas no pudieran denunciar por sí mismas las situaciones de discriminación sexista que hayan podido padecer.
      Por supuesto, no tengo base para opinar en lo concerniente a las decisiones editoriales de Isabel Cintas y Yolanda Morató, a quienes solo conozco por haber leído sus trabajos y por las referencias publicadas en los artículos de JotDown y ABC.
      Cordialmente,
      Fernando Larraz

    • Fernando Larraz

      Estimada/o “Canto yo y la montaña baila”:
      No vivo en los mundos de Yupi. Trabajo en la Universidad y suelo leer la prensa, por lo que no necesito su selección hemerográfica para saber que mis compañeras y mis estudiantes sufren situaciones de abuso, menosprecio y desigualdad. Algunas, se denuncian y salen en la prensa. Otras -la mayoría- no.
      Precisamente por eso, como hombre, intento tener mucho cuidado en hacer y no hacer, entre otras cosas, las siguientes:
      1) Denunciar situaciones de abuso y ayudar a quienes, por estar en una situación de vulnerabilidad, lo necesiten. Pero nunca caer en el paternalismo ni pensar que yo, como hombre, puedo ser el protagonista de esta lucha; no hablar en nombre de mujeres que pueden defenderse por sí solas y que no me han pedido que las represente; no decirle a nadie (y mucho menos a quien ni siquiera conozco y al respecto de circunstancias que ignoro) “eh, tú, que no te enteras, que, aunque supuestamente eres una mujer inteligente y consciente, tengo que venir yo a decirte lo que te está pasando, cómo te deberías sentir y lo que deberías decir”. Hacer eso es también machismo.
      2) No aprovecharme de la existencia del machismo como argumento falaz y ventajista cuando se está discutiendo de otras cosas por el mero hecho de que una de las posiciones las defiende una mujer. El machismo es aborrecible cuando realmente lo es; es decir, cuando genera ventajas (llámense poder, prestigio, renta, etcétera) sobre las mujeres solo por el hecho de ser hombre. Mujeres y hombres tenemos el deber de denunciarlo, pero también de no usarlo espuriamente, ni mucho menos hacer insinuaciones capciosas del tipo “se ha enfrentado a tres mujeres y ha silenciado su trabajo porque eran mujeres”, a menos que se sepa que ese comportamiento se ha debido al hecho de que son mujeres y que con un hombre se habría comportado de otra manera. En ese caso, hay que decirlo con todas las palabras. Sobre todo, la denuncia nunca puede ser mediante insinuaciones capciosas con las que se tira la piedra y se esconde la mano. Eso favorece los argumentos reaccionarios de hombres que se creen víctimas del feminismo y por tanto hace flaco favor al feminismo.
      A eso me refería en mi texto anterior, en el que por lo visto no fui suficientemente explícito.
      Cordialmente,
      F. Larraz

      • Canto yo y la montaña baila

        Cuatro mujeres, sr. Larraz, no tres. Cuatro. Lo sabemos gracias a usted. Cuatro mujeres y un hombre. Borrados. Las crónicas de El Sol las descubrió Abelardo Linares. Así empezó todo este lío. Podía haber salido usted antes a toserle esa mentira al susodicho, pero entendemos sus razones para el silencio, de verdad.
        Entrecomilla una frase, «se ha enfrentado a tres mujeres y ha silenciado su trabajo porque eran mujeres», pero no dice de quién es la frase, porque yo no la encuentro. ¿O está haciendo pasar por cita literal un resumen de la película para que parezca que alguien ha dicho lo que sólo usted está diciendo? Mala praxis, compañero.
        Mucho hablar de paternalismo pero aquí quien peca de paternalismo diciéndonos a las mujeres lo que tenemos que hacer es usted, Sr. Larraz.
        Me da igual que no las necesite, sr. Larraz, yo cuelgo enlaces que puedan tener interés para los demás. Por ejemplo, este donde Abelardo Linares se adjudica el descubrimiento de las crónicas de El Sol, sin citarlo a usted ni a la investigadora argentina ni a su doctoranda ni a la Dra. Morató:
        https://www.larazon.es/cultura/literatura/la-guerra-inedita-de-chaves-nogales_2025012868234ecbf7f20a10d03c2da1.html

        Si a usted le parece que eso no es borrar trabajo académico, le alabo la capacidad para tragarse ruedas de molino y lo entiendo perfectamente: al fin y al cabo va a sacar usted su libro en Renacimiento y nunca es bueno cabrear al amo no vaya a ser que nos falte un empujoncito en la ANECA. Yo le entiendo. De verdad que lo entiendo. Mucha suerte. Pero como le dijeron a Nerón en su momento, «quema Roma si quieres, pero no odas».

        • Fernando Larraz

          Estimada/o Canto yo y la montaña baila:
          No entiendo muy bien a qué viene ese tono faltón y marrullero; creo que mi respuesta era respetuosa y correcta. Su visceralidad debe de ser efecto de esconderse bajo un seudónimo. Por eso yo procuro siempre firmar lo que digo: para evitar la tentación de volverme vulgar y caer en gracietas bobas de las que luego me avergonzaría.
          Todo el mundo en estos comentarios comparte el mismo afán: que me malquiste con Abelardo Linares. Como si fuera asunto público, cuestión de honor y derecho que yo participe en la lapidación colectiva. Al parecer, según me advierten por mi bien, él ha borrado mi nombre y me ha robado algo, pero no sé el qué. Verá: los artículos de la discordia los escribió Manuel Chaves Nogales y los editó en su periódico Natalio Botana. Yo solo pasaba por las páginas de sus diarios y me topé con ellos. Luego le pedí a una amiga que me echara una mano con los que me faltaban y Abelardo Linares completó la faena. No soy propietario de esos artículos y, por tanto, nadie me los puede enajenar. Lo mío, desde luego, no creo que tenga mucho mérito. En cualquier caso, no soy tan vanidoso como para pensar que el mundo me debe reconocimientos y menciones por haber pasado unas horas fotografiando artículos en la Biblioteca Nacional de Argentina. Si Abelardo Linares no mencionó mi nombre cuando se los pasó a otras personas no soy tan suspicaz como para pensar que fue por mala intención.
          Claro que Vd., que finge conocerme muy bien, me acusa de hipocresía, de que no insulto ni acuso a Abelardo Linares por miedo a las consecuencias. Al parecer, me expondría a que me vetara de su editorial y, en consecuencia, no pudiera acreditarme por la ANECA. No se preocupe tanto por mí: soy autor, editor o coeditor de una quincena de libros, de los cuales solo uno ha salido en Renacimiento. Además, ya pasé la acreditación a catedrático y lo hice sin caer en las indignidades que, por lo visto, Vd. piensa que todo el mundo comete para medrar en la universidad. Por todo ello, me atrevo a suponer que mi carrera académica no ha dependido ni dependerá de Abelardo Linares. Le sugiero que no proyecte en los demás las ruedas de molino que Vd. haya tenido que tragar en su vida profesional. Es algo que debería hacerse mirar.
          En cuanto a que he hecho pasar por cita textual lo entrecomillado, debe de ser Vd. muy incompetente como lector/a o bien tener muy mala intención para interpretarlo así. ¿De verdad no sabe que existen otros usos de las comillas? ¿Tan pocas lecturas tiene Vd. para interpretarme tan mal?
          Termino ya. Me permito recomendarle –por su bien y por el bien de la imagen de su yo anónimo- que relaje el tono, se comporte civilizadamente y deje de llamar ladrón a Abelardo Linares y paniaguado a mí mismo; con otras palabras, que deje de hablar de lo que no sabe. Este es el último comentario que escribo. El nivel de cutrez al que me han obligado a descender es ya excesivo, así que le cedo la última palabra. Seguramente Vd. tendrá la necesidad de usarla y de usarme a mí para seguir denunciando ese terrible caso de borrado que estremece al mundo. Yo, por mi parte, no voy a perder más tiempo en leer sus espasmos.

          • Canto yo y la montaña baila

            Como el Dr. Larraz no va a perder más tiempo leyendo mis espasmos (¡Espasmos! Por lo menos, no empleo una prosa con la que seguirá aburriendo a las criaturas en más de una clase, lo digo con conocimiento de causa), diré que esta es la Universidad que tenemos: acreditados a cátedra a los que les da igual que se levanten leyendas falsas en las que tuvieron participación, que se amenace con llevar a juicio a compañeras por decidir en qué editorial publicar su trabajo (por cierto, en una editorial no académica, ya que tanto le importan las personas que medran en la Universidad con producción numérica, como hace usted cuando nos ofrece su currículum al peso, donde el número de publicaciones parece importar más que su impacto), que se borren los nombres de quienes hicieron un hallazgo. Todo eso al Dr. Larraz le da lo mismo: mientras le vaya bien a él, los demás que se las arreglen. Pues nada, hombre, siga, siga con esa actitud, y seguiremos teniendo la Universidad que tenemos. Se ve que de cutrez sabe usted un rato.
            Porque aquí no se trata de medallitas, sino de la verdad. Y esta, gracias a algunos renglones, pocos, de los sermones del Dr. Larraz, ha quedado meridianamente clara: Linares mentía cuando iba por esos mundos diciendo que había descubierto un continente de crónicas de Chaves Nogales. Y eso era lo que importaba. Cabe en una línea.
            (En cuanto a mi alias, es un derecho que tengo y me ofrece esta revista. Trabajo en una Universidad, me falta alguna acreditación y, lamentablemente, no puedo permitirme el lujo de firmar con mi nombre sin esperar represalias, Dr. Larraz).

  2. María José Bautista

    Muchas gracias por este comentario, profesor Larraz, aunque me pierda un poco con tantos datos. Fui a la universidad hace cuarenta años y las cosas eran muy diferentes en aquel entonces. Quiero pensar que hemos avanzado… Cuando vi que la editorial Renacimiento decía que iba a demandar a una profesora me entró curiosidad malsana, como a tantas amigas lectoras. No sé si leyó que Abelardo Linares acusaba a la profesora Morató (ojalá me lea y me perdone por escribir mal su apellido tantas veces en mi otro comentario) de apropiarse de los supuestos descubrimientos de Linares. Él decía que era todo «fruto de investigación propia». Ahora me queda claro: es usted, profesor Larraz, con el trabajo de sus discípulas quienes han encontrado las cosas y han hecho un intercambio de ese trabajo con Linares y él se lo ha adjudicado.
    Nunca pensé que me iba a responder nadie… Pero sí diré algo que espero no se tome mal: si presencia un caso de discriminación sexista y ve que quien lo está sufriendo no hace nada por razones seguramente legítimas, no deje de denunciarlo por el hecho de ser usted un hombre. No siempre las mujeres que padecemos estas situaciones estamos en disposición de denunciar. Luchar contra el machismo en la sociedad no sólo es cosa de todas, también de todos.

  3. Alfredo Valenzuela

    Aprovecho estas insinuaciones de machismo contra Abelardo Linares para constatar que, casi a diario, también conduce borracho.

  4. Canto yo y la montaña baila

    Corrijan la errata del mensaje anterior, por favor: donde dice que «conduce borracho» debe decir «conduce borrando».

  5. Alfredo Valenzuela

    ¿Abelardo Linares borrando? ¿Dónde he leído yo eso hace muy poco tiempo y en esta misma revista?

  6. Canto yo y la montaña baila

    Es usted el periodista de la agencia EFE? Lo entiendo todo. Para su información utilizar expresión de otros se llama «cita». Se hace a menudo. De nada.

  7. Alfredo Valenzuela

    Yo, sin embargo, ignoro quién se esconde tras el/la cantante que, por mera modestia, hace bailar montañas, pero también lo entiendo todo.

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