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Los vaqueros a menudo se quieren en secreto
La música country ha sido, tradicionalmente, un bastión de valores conservadores, asociada con imágenes de vaqueros muy machos, rudos e independientes, patriotismo y rígidas normas de género. ¿Y a cuento de qué viene todo esto, justo ahora, que estamos celebrando el Orgullo? Pues lo cierto es que ese mito hollywoodiense del vaquero anglosajón no es más que eso, un mito. Lo no normativo también tiene cabida en el wéstern, y más que nunca en la música country. Ya lo decía la canción: «cowboys are frequently secretly fond of each other».
Antes de las películas clásicas que contribuyeron a forjar la imagen que tenemos aún a día de hoy del cowboy norteamericano, existían muchas obras de literatura y relatos que, aunque se acercaban bastante a lo que acabaría siendo la versión cinematográfica, pintaban una imagen algo más cercana a la realidad.
En el estereotipo del cine, que cobró forma entre los años 30 y 60 a partir de clásicos como los de John Ford, los vaqueros eran personajes extremadamente masculinos, rudos y autosuficientes. Esta figura se movía en un mundo casi siempre violento y hostil, donde la vulnerabilidad emocional era vista como una debilidad. Pero esta imagen endurecida no hizo más que distorsionar una realidad mucho más compleja para amoldarla a lo que se creía «aceptable» en la cultura popular del momento.
En numerosos relatos escritos en la segunda mitad del siglo XIX, los cowboys no eran necesariamente esos hombres estoicos que más tarde idealizarían el cine y la política estadounidenses con un claro interés. Escritores como Badger Clark, considerado el primer poeta cowboy, mostraban vínculos emocionales y profundos entre hombres, producto de una vida compartida gran parte de cada temporada de trabajo en lugares remotos y hostiles, como las montañas y los desiertos fronterizos.
En estos relatos y poemas la camaradería, el afecto y hasta la ternura entre estos vaqueros no eran presentados como anomalías, sino como aspectos naturales de esta convivencia. En algunos casos, aunque rara vez de forma explícita, se pueden leer también algunos elementos de homoerotismo, aunque tampoco desentonaban con la lógica de un entorno sin mujeres en el que las necesidades afectivas, físicas y emocionales seguían existiendo.
La literatura, en este sentido, ofrecía una mirada más humana del cowboy, alejada de la rigidez moral que se impondría una vez comenzado el siglo XX en la gran pantalla y, posteriormente, en la música country, que hizo relevante una vez más estos temas en sus letras y estética.
Aunque parecen mundos totalmente enfrentados, el country tradicional y lo queer sí tienen algo en común, y es su oposición al statu quo: el vaquero que defiende su modo de vida tradicional, amenazado por el mundo moderno; las personas LGTBIQ+ desafiando las normas sociales, políticas y culturales que históricamente han marginado las identidades diversas. Y son estas formas de marginalidad las que ofrecen un espacio de conexión, afectos y cuidados a la experiencia humana. Comunidad, en definitiva.
Hoy en día, y por suerte, ambos mundos ya se han fusionado gracias a nuevas voces que están reclamando el género y reescribiendo sus narrativas para demostrar que lo no normativo también tiene cabida en el cine y la literatura wéstern, así como la música country, el tema que nos ocupa hoy aquí.
Los orígenes: el blues de los años 20 y 30
A modo de introducción, aunque sin querer entrar demasiado a fondo en otros estilos previos (o paralelos) al country, no puedo dejar de mencionar ciertos antecedentes que contribuyeron al desarrollo posterior de lo que podríamos llamar «queer country».
Poco antes de que Jimmy Rodgers, «el padre del country», popularizara su particular mezcla de folk tradicional con yodeling y blues, ya existían algunas artistas queer en el blues, como Gertrude «Ma» Rainey,Bessie Smith o Gladys Alberta Bentley. Todas ellas cantantes y compositoras negras abiertamente lesbianas o bisexuales que se jugaban arrestos, multas y penas de cárcel cada fin de semana que organizaban fiestas con actuaciones drag, al mismo tiempo que se labraban carreras con canciones bastante explícitas sobre su estilo de vida.
En 1927 se publicaría la que podría ser una de las primeras canciones de queer country, «Lavender Cowboy», original de Harold Hersey. El debate sigue abierto sobre si es una comedia o no, pero lo cierto es que establece un precedente haciendo visible por primera vez una identidad disidente en la comunidad hillbilly.
El sonido Nashville y el renacer del country
Con la aparición del rock a lo largo de la década de los 50 (una década especialmente dura para la comunidad LGTBIQ+), el country western más tradicional se encontraba de capa caída en las listas Billboard, con las discográficas dándole la espalda en favor de sangre fresca que siguiese los pasos de Elvis con una imagen y sonidos renovados. Es entonces cuando surge el llamado sonido Nashville, desarrollado principalmente por el productor y guitarrista Chet Atkins para darle un lavado de cara al género y devolverlo a lo alto de los rankings de ventas.
Es paradójico que, durante las décadas de los 50, 60 y hasta bien entrados los 70, los artistas queer tuvieron que esconderse mucho más que en décadas anteriores. La posguerra y el macartismo endurecieron las condiciones para cualquier tipo de disidencia, ya sea política, social o identitaria, por lo que cantantes y compositores tuvieron que relegar su vida privada al oscurantismo y ponerse una máscara heteronormativa para poder labrarse una carrera en la música.
Es especialmente llamativo el caso del cantante de gospel Little Axe, un poderoso tenor que actuó en un gran número de cuartetos con gran éxito desde los años 50 hasta los 80. Cuando murió trágicamente asesinado, a principios de los 90, se supo por primera vez que se trataba de un hombre trans.
Lavender Country
Los años 70 trajeron por fin las primeras manifestaciones proderechos LGTBIQ+, iniciadas con los disturbios de Stonewall de 1969. Si hoy podemos celebrar un Orgullo (aunque haya que seguir luchando y reivindicando también), es gracias a lo que pasó en Stonewall y lo que se logró a base de ladrillos y enfrentamientos.
Formada en Seattle en 1972, Lavender Country es considerada como la primera banda de queer country. Su debut homónimo, lanzado en 1973, marca un antes y un después en las historias tanto del country como de los movimientos proderechos. Todo un testimonio de identidad queer y el reconocimiento por fin de las disidencias.
«Come out singing», la primera canción del disco, empieza así:
Waking up to say
hip hop hooray
I’m glad I’m gay
Aunque la banda transitaría sin pena ni gloria en el circuito mainstream hasta ser redescubierta décadas más tarde, su fundador, Patrick Haggerty, pasaría a ser una figura clave en los movimientos queer de la época en Seattle como miembro de múltiples organizaciones como ACT UP o Gay Liberation Front.
Al año siguiente a la salida de este disco, Seattle acogió su primera celebración del Orgullo, un acto aún minoritario en el que actuó Lavender Country. Una vez se agotaron las mil copias editadas del disco, el grupo caería en el olvido hasta el año 2000, cuando volvería a actuar en el Orgullo de Seattle.
No fue hasta la expansión de internet que Lavender Country fueron redescubiertos, pasando a ocupar el lugar que merecen en la historia del country, y a lanzar un segundo disco. Orville Peck, de quien hablaremos más adelante, calificó a Haggerty como «el abuelo del queer country».
Cowboys Are Frequently, Secretly Fond of Each Other
La famosa canción interpretada por Willie Nelson fue escrita por Ned Soublette en 1981, pero no alcanzó notoriedad hasta que, en 2006, el texano decidió grabarla para su disco Lost Highway.
En varias entrevistas, Nelson confiesa que llevaba unos veinte años con la demo de esta canción en la furgoneta, y fue el lanzamiento de la película Brokeback Mountain lo que le animó por fin a grabar su versión, que sin duda se ha convertido en el himno gay por excelencia en el country mainstream.
Un icono del género, un hombre hetero, y de Texas, uno de los estados más conservadores, en pleno auge del debate sobre el matrimonio igualitario en EE. UU., daba voz a una balada sobre amor entre vaqueros con un tono tierno e irónico. Y es que, detrás del sombrero y las espuelas, también hay lugar para el deseo.
En 2024, Orville Peck versionó esta canción a dúo con Willie Nelson, todo un homenaje y una declaración generacional. Peck, con su característico antifaz a lo Llanero Solitario, y su estética western glam, celebra junto a Nelson que las identidades queer ganen visibilidad en espacios antes vetados.
Tradición y disidencia en el siglo XXI
Ser artista queer en el country sigue siendo un acto de valentía política en pleno siglo XXI, una grieta en el imaginario tradicional de la América profunda. Aunque pueda parecer que hemos avanzado mucho desde entonces, lo cierto es que los derechos LGTBIQ+ siguen estando en entredicho, especialmente en Estados Unidos.
Paralelamente, la industria musical en general, y especialmente la del country, sigue siendo profundamente machista, heteronormativa y racista, con una resistencia casi estructural a incluir otras narrativas que no dista mucho de todas las décadas anteriores por las que ya hemos pasado.
Pero lo cierto es que, a pesar de este panorama tan poco alentador, cada vez más artistas queer se van abriendo hueco en la escena para sacarle el polvo y actualizar el estilo. Surgen nuevas miradas y nuevas perspectivas, nuevos temas que atienden a estas identidades diferentes; surgen artistas que basan su imaginario en estos temas, y otros que no pero que ya no viven sus identidades en secreto. Y tan importantes son tanto unos como otros.
Oville Peck: el cowboy enmascarado
No ha sido el primero, pero sí quizás uno de los que más atención mediática ha captado después de que, en 2019, el rapero Lil Nas X lanzase su debut «Old Town Road» para poner patas arriba el country pop más mainstream. La carrera musical de este sudafricano (sí, sudafricano) con máscara de flecos, cuya voz y estética recuerdan a una mezcla entre Elvis Presley, Johnny Cash y Bowie, comenzó en 2019 con su debut Pony. Pero antes había sido batería de punk, skater y bailarín de ballet y musicales.
A lo largo de sus tres discos y múltiples colaboraciones (el último es, precisamente, un álbum de duetos), Orville Peck ha conseguido trazar una línea entre lo camp y la tradición del country. Sus letras apelan a temas habituales del género, pero también al orgullo y a la visibilidad. Me parece un artista fundamental no solo por esto, sino porque ha conseguido ganarse el respeto del circuito mainstream tradicional, ejerciendo como puente y logrando una libertad que le ha permitido, quizás sin quererlo, erigirse como icono en ambos mundos. Su versión junto a Willie Nelson fue un gesto diría que histórico entre el viejo y el nuevo country, pero también han tenido enorme éxito sus colaboraciones con artistas de otros géneros como Kylie Minogue, Elton John o Beck que bien pueden sonar en una discoteca o un honky tonk.
Brandi Carlile y las Highwomen
Aunque se la suele asociar más con la americana, Brandi Carlile ha sido una artista esencial para abrir espacios a las mujeres lesbianas dentro del country. Con una carrera en solitario que no hizo más que crecer desde 2004, en 2019 forma The Highwomen junto a Amanda Shires, Maren Morris y Natalie Hemby.
Este supergrupo es la respuesta a The Highwaymen, el supergrupo original del outlaw country formado en 1985 por Johnny Cash, Waylon Jennings, Willie Nelson y Kris Kristofferson.
The Highwomen se estrenaron en la fiesta de 87 cumpleaños de Loretta Lynn, donde versionaron «It Wasn’t God Who Made Honky Tonk Angels», el clásico de Kitty Wells (la primera estrella del country femenina, toda una declaración de intenciones), aunque, por ahora, solo han lanzado un disco. También hicieron una versión renovada de «Highwaymen», pero desde la perspectiva femenina.
Brandi Carlile nunca ha ocultado su sexualidad y, aunque su música no suele aludir a temáticas queer, su presencia en el mainstream contribuye a normalizar esta identidad en conexión con la tradición musical.
Willi Carlisle, Joshua Quimby y Sparrow Smith: la honestidad como bandera
La nueva ola del folk-country también incluye voces como la del cantautor Willi Carlisle, un artista que mezcla poesía, humor y vulnerabilidad en sus actuaciones.
Carlisle (un genio, si me preguntáis) se identifica como queer y utiliza su arte para hablar de temas como la salud mental y los espacios rurales, sobre la esperanza y el miedo, recuperando el espíritu de los narradores populares al servicio de una mirada política muy actual.
En su último trabajo Winged Victory, recién lanzado, incluye una versión de «Lavender Country», reconociendo su influencia y legado.
En esa línea, Joshua Quimby acaba de salir públicamente del armario como bisexual. Acaba de sacar un disco titulado Something Like Country, que es increíble, y podéis encontrarlo en internet recibiendo odio constante por sus ideas progresistas e importándole tres pepinos mientras saca temas que hace que los seguidores de Trump echen humo por las orejas.
Y, también, que tiene una versión country-folk de Metallica. A mí con eso ya me tiene ganada.
Sparrow Smith, también bisexual y habitante del lado bueno de internet, nos trae bellos sonidos tradicionales desde lo más profundo de los Apalaches con su banjo y una voz angelical. Un día está componiendo canciones, al siguiente dando clases de carpintería, otro construyendo su propia casa y luego, si tal, se sube a una montaña de Carolina del Norte para tocar un par de temas con el outfit más impresionante que os podáis imaginar.
River Shook, Paisley Fields y Melissa Carper: la disidencia es punk
Sarah Shook and the Disarmers representa otra vertiente del country queer con una estética más cercana al punk, tanto e sonido como en principios. River Shook, su vocalista, se identifica como persona no binaria y canta sobre relaciones fallidas, abuso de poder y supervivencia, y está involucrade en muchas causas proderechos. Acaba de lanzarse en solitario, poniendo fin a Disarmers.
También desde el sur llega Paisley Fields, otra voz no binaria que combina el honky tonk clásico con letras sobre género, deseo y comunidad queer. Country-pop con conciencia política.
Y no podemos olvidar a Melissa Carper, una cantautora y contrabajista con una sensibilidad jazz-country que recuerda a las grandes del pasado, pero con un giro queer. Su disco Daddy’s Country Gold es puro oro (perdón), sin perder el filo crítico.
Trixie Mattel: la cowgirl drag
En el extremo más mediático está Trixie Mattel, ganadora de RuPaul’s Drag Race All Stars y artista de country-folk con varios discos a sus espaldas.
Su personaje drag no le impide (más bien lo potencia) tocar con autenticidad temas sobre el desamor, la soledad y la identidad. Trixie ha demostrado que se puede hacer música country desde el artificio, y que ese artificio, a veces, es la mejor forma de sinceridad
Para rematar, quisiera destacar también la importancia no solo de luchar por la visibilidad queer, sino también por que otros miembros de la industria muestren su apoyo a estos artistas, validando y normalizando su presencia tanto en el mainstream como en el underground. Como el caso que mencionamos de Willie Nelson y su versión de «Cowboys Are Frequently, Secretly Fond of Each Other», o Dolly Parton, que se convirtió en musa del colectivo gay y drag, al que siempre se ha acercado y tratado con cariño.
Incluso David Allan Coe, de quien podríamos decir probablemente muchas cosas no tan buenas, sacó un tema ya en 1979 titulado «Fuck Anita Bryant». Anita Bryant, recientemente fallecida, fue una cantante homófoba, famosa más por su activismo antiderechos que por su música.
Estos días de reivindicación del Orgullo son un buen momento para recordar que las identidades disidentes no solo existen en los márgenes, sino que siempre han convivido con «la norma». Siempre han estado ahí, aunque no hayamos querido verlas.
El country actual demuestra que la tradición no es incompatible con la diversidad, gracias en buena parte al trabajo de estos artistas, que habitan un género con historia conservadora, sin renunciar a la propia identidad. Reconocer su existencia no solo amplía nuestra mirada sobre el género, también nos obliga a revisar los relatos dominantes y a preguntarnos quién los construyó y por qué. Porque ser parte de esta historia también es una forma de reclamar un lugar legítimo en la cultura.
Tengo curiosidad sobre si se podría incluir a Ethel Caín en este contexto. No sé si a la autora no le parece con suficiente calidad. También es muy claro que no es propiamente country, aunque se mueve en la mitología de la America rural.