Música

Nueva Orleans diez años después: que no pare la música

Imagen: HBO / Canal TNT.
Imagen: HBO / Canal TNT.

Seguimos repasando la herencia cultural de Nueva Orleans tras los capítulos anteriores (este y este).

Aquí tienen nuevamente como acompañamiento al texto la lista de Spotify actualizada con varios de los artistas que repasaremos a continuación:

Denle al play si les apetece, o déjenla para otro momento si lo prefieren. En cualquier caso allá vamos:

We dance even if there’s no radio. We drink at funerals. We talk too much and laugh too loud and live too large and, frankly, we’re suspicious of others who don’t. (Chris Rose, escritor y periodista).

Nueva Orleans no es solo música. Es también la ciudad literaria donde se desarrollaba La conjura de los necios de Kennedy Toole, el lugar de nacimiento de Truman Capote o el escenario por el que circulaba ese tranvía llamado Deseo. Y es que Tennessee Williams vivió en el barrio francés; también William Faulkner, cuya casa se puede visitar. La personalidad culinaria de la ciudad, con sus gumbos, jambalayas, po’boys y demás hace las delicias del visitante. Sus elegantes restaurantes de herencia francesa pasada por el encantador filtro local constituyen una singularidad más de la única ciudad americana que conserva un distrito entero del siglo XVIII: el French Quarter.

Pero a pesar de todas estas bondades Nueva Orleans ha vivido durante años a la sombra en su propio país: más allá del sobado apelativo de la «cuna del jazz», el americano medio la percibía como el lugar idóneo para emborracharse, mear en la calle y ejercitar esa clase de recreación que ofrece la peor versión de los sanfermines, por ejemplo. La ciudad del pecado, la capital sureña de la diversión, la cuna de los bares que no cierran en toda la noche. Y el 29 de agosto de 2005 llegó Katrina como un brutal puñetazo a la conciencia nacional, mostrando la triste realidad oculta: Nueva Orleans era también una metáfora de las terribles diferencias de clase americanas, una ciudad con alarmantes niveles de pobreza y delincuencia, un enclave olvidado por el Gobierno federal, que a pesar de décadas de alertas ciudadanas no había sido capaz de dotarla de los medios imprescindibles para evitar inundaciones; y un refugio de corrupción municipal e ineptitud política y administrativa, llegando al punto de decretarse una evacuación general de la ciudad sin tener en cuenta que un alto porcentaje de la población era tan pobre que ni siquiera disponía de medio de transporte propio. El huracán llegó para revelar este desastroso cóctel de irresponsabilidad, desidia e incompetencia, mostrando con extrema brutalidad su altísimo precio: la inundación del ochenta por ciento de la superficie metropolitana, la destrucción de miles de hogares y, sobre todo, más de mil ochocientos muertos en la ciudad, en Louisiana y en la costa del golfo del Mississippi.

Los americanos asistieron entonces a decenas de imágenes dantescas que parecían emular el triste ceremonial informativo de cualquier desastre natural ocurrido en el tercer mundo: cadáveres flotando en la calle durante días, enfermos tirados a la puerta de los hospitales sin una mísera botella de agua que llevarse a los labios, supervivientes desesperados subidos a los tejados pidiendo una ayuda que no terminaba de llegar, saqueos en supermercados y decenas de rumores (muchos de ellos, pero tristemente no todos, se han demostrado infundados con el tiempo) de violaciones, tiroteos con la policía y batallas callejeras por la supervivencia.

Se acerca el décimo aniversario del terrible paso del huracán Katrina por Nueva Orleans y es previsible que la prensa americana dedique espacio de sobra al necesario ejercicio de hacer balance, respondiendo a muchas preguntas pertinentes: ¿Han mejorado las condiciones de los más desfavorecidos? ¿Ha estado la reacción federal finalmente a la altura o sigue habiendo motivos para la vergüenza? ¿Se ha hecho una reconstrucción responsable? ¿A cuánto asciende la diáspora de Nueva Orleans, es decir, el número de personas que han tenido que renunciar a vivir en su ciudad? Y, sobre todo, aun estando claro que el reconstruido sistema de diques de protección mejora en mucho al existente en 2005, ¿es suficiente para proteger a Nueva Orleans del paso de otro huracán de las dimensiones de Katrina?

Nueva Orleans tras el huracán Katrina. Foto: Mark Moran (DP)
Nueva Orleans tras el huracán Katrina. Foto: Mark Moran (DP)

La esencia cultural recuperada

Habrá por tanto que estar atento al previsible aluvión informativo del próximo verano, pero la pregunta que más interesa a esta tanda de artículos dedicados a la cultura local es si la tragedia ha hecho a la ciudad perder algo de su esencia. La respuesta es que probablemente no, al menos a ojo del turista. Aun siendo cierto que las zonas más visitadas del centro urbano (French Quarter, Garden District o Frenchmen Street) apenas se inundaron, y que sin embargo muchas zonas alejadas de la ruta estándar siguen padeciendo las secuelas, Nueva Orleans se sigue reivindicando ante el visitante como lo que al parecer era antes del drama. Bourbon Street alberga algún local ciertamente interesante, pero prima mayormente la vulgaridad, siendo el refugio del turismo más decadente. Un sitio del que huir cuanto antes, pero al parecer ya lo era antes del Katrina. El resto del French Quarter alterna lugares encantadores (clásicos locales como Café du Monde, Antoine’s o Pat O’Brien’s y restaurantes imprescindibles como Bayona, estupendas tiendas de productos locales, bandas callejeras en torno a Jackson Square y coches de caballos para turistas que se alinean frente al río Mississippi) con cierta desagradable atmósfera nocturna en cuanto uno se acerca a Bourbon, pero la belleza arquitectónica del barrio compensa casi todo. Frenchmen Street es el mejor sitio para disfrutar de la oferta nocturna diaria de música en directo, y el Garden District se revela como un encantador vecindario de chalets y mansiones en el que darse un agradable paseo tras una buena comida en el imprescindible Commander’s Palace. La ciudad sigue produciendo buena música (el boom solidario nacional de los meses posteriores al desastre puso también su grano de arena), su oferta culinaria es excelente y las imprescindibles citas musicales anuales (como el JazzFest o el French Quarter Festival) se siguen desarrollando con normalidad. Parece haberse esquivado una bala, la que muchos profetizaban en 2005: que Nueva Orleans se convirtiera en el refugio de especuladores urbanísticos sin escrúpulos venidos de fuera, ignorantes de la compleja cultura local y decididos a reconstruir la ciudad mediante la fórmula del dinero fácil, transformándola en poco más que un burdo parque temático dedicado al jazz.

Todo el mérito de haber evitado ese peligro corresponde por supuesto a la orgullosa ciudadanía local, que lanzó un mensaje claro a la nación apenas unos meses después de la catástrofe: el Mardi Gras de 2006 no se canceló, y se celebró con tantas dificultades como entusiasmo. Era un modo de recordar a los Estados Unidos que, como atestiguan los tradicionales jazz funerals, en Nueva Orleans el luto se demuestra celebrando La Vida, con mayúsculas.

Debemos congratularnos por tanto de que a pesar de las terribles adversidades, la cultura de la ciudad haya sobrevivido y siga evolucionando a partir de sus raíces. Sigamos recorriéndola a través de varios grupos y géneros musicales, prestando especial atención a la excelente oferta musical nocturna que Nueva Orleans ofrece hoy en día, en varios casos también fuera de sus fronteras:

El panorama musical actual

¿Qué se puede escuchar actualmente en Nueva Orleans aparte de varios de los artistas que vimos en el capítulo anterior? Pues simplificando las cosas: mucho y variado. La música de más impacto comercial hoy en la ciudad, y posiblemente el último género nacido en ella, es el bounce, una especie de hip hop ruidoso, hipersexual, de letras soeces y bailes aún más guarros que sirven de manual de estilo a la refinadísima Miley Cyrus. Todo muy elegante y lleno de matices, ya ven, aunque el bounce es también puro derroche energético y puede tener su punto, sobre todo en los conciertos de figuras locales como Big Freedia, Cheeky Blakk o Sissy Nobby.

En el lado totalmente opuesto del espectro, evidentemente varios locales de la ciudad ofrecen la posibilidad de escuchar el jazz más tradicional en directo. El más famoso de todos ellos es sin duda el Preservation Hall, que tiene algo de trampa para turistas dada su ubicación en pleno corazón del French Quarter, pero oiga: ojalá todas las trampas para turistas fueran así. Con su aire de edificio al borde del derrumbe (aquí tienen un tour virtual de la sala), bien parece que fuera fundado en plena eclosión del jazz, y aunque data de 1961 hay algo de auténtico en esta minúscula sala a la que se va exclusivamente a escuchar música de pie (no se sirven bebidas) y a la que se accede haciendo una larga cola a la puerta (las escasísimas entradas en preventa son realmente caras) pero cuya espera vale la pena. Si hay suerte, se puede ver a la excepcional banda itinerante y cambiante del local, la Preservation Hall Jazz Band. Un detalle curioso: un cartel tras el diminuto escenario indica el precio de las peticiones del respetable. Es variable, pero se suelen pedir cinco dólares por un tema de jazz tradicional y hasta veinte dólares por «When the Saints go marching in», la pieza del repertorio local más conocida por el turista medio, y quizá por ello también la más sobada y hasta repudiada por buena parte de los músicos de la ciudad. La tradición pesa mucho sobre la escena jazz de Nueva Orleans, pero esta no vive solo del recuerdo ni de los grandes «exiliados célebres» como Wynton Marsalis, sino también de Terence Blanchard o jóvenes talentos locales como Irvin Mayfield y Nicholas Payton.

En cuanto a la escena blues local, los últimos años ha sido de grandes bajas, por desgracia: en 2003 fallecía el gran Earl King, de quien ya hablamos en el capítulo anterior. No solo un bluesman excelso, sino también autor de «Big Chief» nada menos, y heredero natural de Guitar Slim, célebre músico local de los años cincuenta de vida exacerbada y demasiado breve. En 2005, apenas unos días después de que Katrina destrozase su casa, fallecía de cáncer Clarence «Gatemouth» Brown, músico tremendamente versátil cuyas influencias van del blues a casi cualquier forma musical concebida de Louisiana a Texas. En 2009 moría el guitarrista ciego Snooks Eaglin, todo un tesoro local apodado «la gramola humana» por el interminable repertorio de viejos temas de blues que era capaz de tocar en sus conciertos. Aquí le tienen en acción junto a George Porter Jr, bajista de The Meters:

Recientemente fallecía Coco Robicheaux, bluesman local de voz rota y aficionado al vudú que hacía este muy recordado cameo en la primera temporada de Treme. Y en 2010 murió Bobby Charles, músico cajún quizá más ligado al R&B o al rock que al blues, pero autor, por ejemplo, de este «See you later alligator». La carrera como compositor de Charles tiene perlas como este clásico «Walking to New Orleans» que escribió para Fats Domino o este bien conocido «(I Don’t Know Why) But I Doù para Clarence «Frogman» Henry que su autor firmó con pseudónimo. Y es que Bobby Charles vivió siempre algo a la sombra, y aunque se dejó caer por el celebérrimo último concierto de The Band que Martin Scorsese rodó para el genial documental El último vals (1976), su actuación fue eliminada del montaje final. Era este estupendo «Down south in New Orleans» que interpretó junto a Dr John y The Band, y que puede encontrarse en el álbum del concierto:

A pesar de las bajas, en la ciudad todavía se puede disfrutar de músicos de blues excelentes como Sonny Landreth, fantástico guitarrista de Lafayette, Louisiana (ciudad situada en esa Cajun Country de la que hablaremos en seguida) de excelente carrera que incluye colaboraciones con Eric Clapton, Mark Knopfler o John Mayall. También es fácil asistir en la ciudad a algún concierto del pianista Jon Cleary, británico de nacimiento y ciudadano de Nueva Orleans de adopción, que es un fijo de la escena local con su banda de The Absolute Monster Gentlemen, que combina blues, R&B tradicional de Nueva Orleans, soul y hasta funk. También hay que citar a Walter «Wolfman» Washington, guitarrista de blues de larguísima trayectoria que combina elementos funk con su banda The Roadmasters, todo un clásico local.

De todas formas, si hay unos reyes del funk en la escena actual de Nueva Orleans son los fantásticos Galactic, que partiendo de la herencia de The Meters llevan veinte años construyendo un sonido único con elementos de blues, jazz, hip hop y música electrónica. Quizá el más refinado resultado de esa fusión sea el discazo que se sacaron en 2010: Ya-Ka-May, un conjunto de colaboraciones con eminencias locales como Irma Thomas, Allen Toussaint, Trombone Shorty e incluso algunas figuras del bounce que incluye este excepcional «Boe Money» con la Rebirth Brass Band, capaz de despertar a un cementerio:

La escena de vocalistas de Nueva Orleans sigue siendo también rica y provechosa. La larga tradición de grandes voces femeninas (herederas de artistas ya fallecidas como la reina del góspel Mahalia Jackson) tiene hoy a la gran Irma Thomas, de quien ya hablamos en el capítulo anterior, como reina indiscutible. Pero llegan nuevas voces más jóvenes pisando fuerte, como Erica Falls o la estupenda Miss Sophie Lee, una chica de voz encantadora capaz de manejarse con tanta facilidad dentro de los clásicos oldies del jazz que casi parece salida de un club de los años veinte. Aquí la tienen:

En cuanto a las voces masculinas, hace tiempo que falleció Johnny Adams, quizá el más celebrado solista de la ciudad. Su más digno sucesor en el circuito local es posiblemente John Boutté, un hombre capaz de sacar sonidos imposibles de su cuerpo diminuto, coautor junto a Paul Sánchez de todo un clásico local («At the foot of Canal Street») y que se deja ver todos los sábados en el d.b.a, estupendo local de Frenchmen Street. Boutté goza ahora de una cierta fama por ser el intérprete del tema central de la serie Treme, pero en sus conciertos ofrece también fantásticas versiones de Leonard Cohen, por ejemplo. Un servidor tuvo oportunidad de charlar brevemente con él tras uno de sus conciertos y es, además de un cantante fabuloso, un gran tipo, muy amable y exquisito en el trato.

Les haricots ne sont pas salés: el cajún y el zydeco

Como si en Nueva Orleans faltaran artistas y géneros, resulta que a unos kilómetros al oeste de la ciudad se hace una música totalmente diferente de todo lo que hemos visto hasta ahora. La Cajun Country exhibe con orgullo la herencia cultural de dos pueblos de habla francesa: los acadianos (de quienes hablamos en el primer capítulo) llegados allí en 1755, y los descendientes del comercio de esclavos criollos del Caribe. A ellos debe Nueva Orleans buena parte de su riqueza culinaria, pero también musical: el cajún y el zydeco son géneros festivos cantados frecuentemente en francés, con gozosa profusión de acordeones, violines y frottoirs. Aquí un ejemplo:

Los primeros grandes difusores del cajún y el zydeco fueron Dennis McGee, D. L. Menard, Boozoo Chavis y Clifton «the king of zydeco» Chenier. El cajún gravitó entonces hacia el country y el zydeco más hacia el blues, emergiendo nuevas figuras en ambos géneros como Beau Jocque, The Balfa Brothers, John Delafose, Zachary Richard y más recientemente Steve Riley and the Mamou Playboys, Balfa Toujours, los Lost Bayou Ramblers, la familia Savoy o Feufollet. Quizá los más respetados y queridos músicos de ambos géneros que uno puede encontrarse hoy en la ciudad sean Buckwheat Zydeco y Beausoleil. Ambos suelen dejarse caer por el New Orleans Jazz & Heritage Festival.

Y es que echar un vistazo al cartel de este festival anual que se celebra en primavera (aquí lo tienen) es quizá la mejor manera de saber qué se cuece en la escena musical de la ciudad para fundir consecuentemente el Spotify si no se tiene la suerte de poder acudir. Allí estarán varios cabezas de cartel foráneos de fama mundial a los que ya es fácil ver en otras ciudades del planeta, por lo que el interés mayor del festival radica en los conciertos de varios de los artistas locales que hemos repasado por aquí. También de otros que no hemos citado, como The Wild Magnolias, un veterano grupo cambiante de indios del Mardi Gras (quien haya visto Treme estará más que familiarizado con esta peculiar tradición local) que estarán allí para llevar al escenario todo el colorido de sus trajes en medio de una explosión festiva de funk. También se prevé una nueva reunión de la formación original de The Meters, nada menos. Y por supuesto, un año más subirá al escenario el principal embajador de la ciudad, un gigante que se dejó caer el año pasado por el Primavera Sound de Barcelona y por Madrid, donde ofreció un concierto memorable a sus setenta y tres años. Con todos ustedes:

Dr John, the Night Tripper

Ya dijimos en el capítulo anterior que en Mac Rebennack, alias «Dr John», confluyen varias de las señas de identidad de Nueva Orleans. La herencia de los piano professors, por ejemplo. Rebennack es uno de los máximos exponentes vivos de esta tradición, y eso que iba para guitarrista hasta que una bala se cruzó en su destino en un altercado durante sus primeros años de músico de carretera, seccionándole parte de un dedo y relegándolo al piano. El incidente es solo un hecho curioso más de una vida al límite jugosa en anécdotas y llena de periplos. Heroinómano durante décadas, antes de asentarse en el negocio de la música Rebennack fue prisionero en una cárcel de Texas, empleado de una clínica abortista ilegal y hasta proxeneta durante un tiempo. Su vida da para un libro que ya está escrito: su autobiografía Under a Hoodoo Moon.

Tras una larga experiencia como músico de estudio, se abrió camino como solista bajo la producción de un ilustre paisano suyo: Harold Battiste. Ambos modelaron el sonido pantanoso cargado de misterio y reminiscencias vudú de Nueva Orleans del magnífico e inclasificable álbum de debut de Dr John: Gris Gris (1968), grabado casi a escondidas en un estudio de Los Ángeles en el que Rebennack trabajaba para Sonny & Cher, y el disco ideal para escuchar en una tórrida noche de verano. La contracultura abrazó el sonido enigmático y psicodélico de Rebennack, que este siguió explotando en discos como Babylon (1969). Pronto fue despertando la admiración de ilustrísimos colegas como Eric Clapton o Mick Jagger, que colaborarían en su disco The Sun, Moon & Herbs (1971). Rebennack también participaría en la grabación del imprescindible Exile on Main St de los Stones, y es su piano el que escuchamos en la extraordinaria «Let it Loose».

En 1972 su carrera toma un giro: abraza la tradición de R&B de Nueva Orleans rescatando varios clásicos de la ciudad en el que quizá siga siendo el mejor puerto de entrada a su extensa discografía: el estupendo Dr John’s Gumbo (1972). Y al año siguiente llega su gloriosa colaboración con The Meters bajo la producción de Allen Toussaint, de la que hablamos en el capítulo anterior: graba entonces el que posiblemente sea el mejor disco de su carrera, In the right place, al que sigue en la misma línea y con los mismos colaboradores Desitively Bonnaroo. Para entonces es un artista más que consagrado y en 1976 es invitado a la reunión de estrellas del último concierto de The Band, donde Martin Scorsese rueda esta inolvidable interpretación de su extraordinaria «Such a Night»:

En los ochenta publica dos excelentes discos ejerciendo de solista al piano: Dr John plays Mac Rebennack volúmenes 1 & 2, pero pronto su carrera entra en una larga fase irregular. En 1992 publica otro gran repaso a la herencia musical local con algunos temas propios (Goin’ back to New Orleans), y aunque por entonces sigue siendo un respetadísimo emblema de la ciudad, se acumulan los años en que su producción musical no resiste comparaciones ante su explosión creativa de los primeros setenta. Pero en 2010 el estupendo Tribal anuncia lo que está por venir, pues 2012 ve la vuelta del mejor Mac Rebennack: escrito y producido en colaboración con Dan Auerbach, miembro de The Black Keys, Locked Down es un disco insuperable, de lo mejor publicado en cualquier sitio en los últimos años, que recicla a Rebennack ante una nueva generación de oyentes sin perder nada de su esencia, devolviéndolo a la primera línea de relevancia musical en plena tercera edad.

Con el gran Dr John terminamos el repaso a la esencia musical de esa maravillosa ciudad y sus alrededores, aun sabiendo que se quedan en el tintero grandes figuras locales como Louis Prima, Pete Fountain, Tony Joe White, Lloyd Price, Eddie Bo, Deacon John o Al Hirt, ese trompetista al que Tarantino debe toda una escena. Pueden encontrar a algunos de ellos en la playlist de Spotify que acompaña a este texto:

Y es que afortunadamente es posible darse un buen atracón de cultura de Nueva Orleans sin salir de casa. Vayan aquí, como conclusión, varios consejos para paparse de jazz, funk, R&B, gumbos y jambalayas desde la comodidad de su salón, cualquier día del año:

—La mejor manera de estar siempre conectado al pulso musical de la ciudad es sintonizar WWOZ, esa emisora en la que trabajaba el entrañable Davis Mac Alary de Treme, y que emite en directo por internet veinticuatro horas al día.

—Por supuesto una de las maneras más completas de acercarse a la ciudad y su legado es ver Treme, la serie de David Simon que echó el cierre en 2013 tras tres temporadas y media. El blog Treme Explained del periódico local Times Picayune está escrito para el espectador foráneo y constituye un repaso exhaustivo a todos los detalles de la serie que puedan escapársele a quien no tenga casa en la ciudad ni toque el trombón por sus esquinas. Una auténtica enciclopedia de conocimientos de Nueva Orleans.

—Este estupendo restaurante de Madrid propone menús tradicionales de Louisiana durante todo el año. Si viven en la capital no tienen excusa para no comerse un buen gumbo.

—Por último, los dos mejores acercamientos al drama del Katrina. Dos documentales: en When the levees broke, Spike Lee ordena en cuatro horas que pasan como un suspiro una abrumadora cantidad de entrevistas y material de archivo para tratar de explicar la tragedia desde todos sus frentes. Mucho más modesto pero igualmente emocionante es Trouble the water, que no solo cuenta el huracán desde dentro y sus consecuencias, sino que lo hace desde el lugar más bajo del estrato social, el de los olvidados obligados a rehacer sus vidas sin la ayuda de casi nadie.

Muchos lo han conseguido, y la ciudad ha sobrevivido con ellos. Porque diez años después Nueva Orleans sigue estando ahí para que podamos disfrutar de ella, aunque sea en la distancia.

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5 Comentarios

  1. Genial artículo, pero se deja a toda la tremebunda NOLA scene que dió lugar al Stoner Metal Sureño o Sludge o como lo quieras llamar. Esa rista de bandas under como Eyehategod, Crowbar, los desaparecidos Acid Bath, la superbanda DOWN donde milita Phil Anselmo amén de otros ilustres de bandas anteriormente nombradas, los nunca reconocidos Soilent Green o los blackmetaleros Goatwhore

    Sin faltarle al respeto al autor, pero es algo que me jode un poco. Se habla siempre de Nueva Orleans y nunca de esa escena, que ha sido capital para el desarrollo del under como lo conocemos.

  2. En Treme, de hecho, hay un personaje aficionado al grind y death, que sirve como excusa para sacar en un episodio fragmentos de un concierto de Eyehategod, y el tío siempre va con camisetas de grupos super under de la ciudad.

  3. Se puede escuchar a la hermana de John Boutté por Europa, ya que vive en Alemania.
    Lillian Boutté suele actuar en el Fringe de Edimburgo bastante a menudo y tal como cuentas de su hermano es una persona sumamente agradable con un trato muy cercano.

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