Ciencias Entrevistas

Moisés Fernández: «A la ciencia no le importa tal o cual persona, sino la evolución del conocimiento, y eso es en largo plazo»

Moisés Fernández

Moisés Fernández es el director del Deep Space Communications Center, la estación de comunicaciones de la NASA operada por el INTA (Instituto Nacional de Técnicas Aeroespaciales) que se coordina desde Madrid con sus dos puntos de la red en Australia y Estados Unidos. Aquí llegan las señales de todas las misiones de la NASA, y desde aquí se imparten órdenes a las sondas o se calibra el nuevo telescopio espacial. Su director es ingeniero, físico, general del Ejército del Aire, pero sobre todo un hombre profundamente apasionado con la ciencia y la ingeniería, la primera por los caminos que abre, la segunda por las soluciones que aporta para recorrer esos caminos.

En su infancia la contemplación de la bóveda celeste y los libros de Isaac Asimov, y los de ciencia ficción ambientada en el espacio, orientaron su vocación. Hoy ocupa un punto de observación privilegiado en la carrera espacial, uno físico, en la estación ubicada en un valle entre los pinares de la sierra de Madrid, en Robledo de Chavela. Pero sobre todo uno intelectual desde el que nos comparte su visión sobre la ciencia e ingeniería españolas, la futura gran misión a la Luna como estación intermedia en la conquista de Marte, o las sorpresas que nos depara el James Webb a partir de julio. Y naturalmente todas las contribuciones que la ingeniería y la ciencia española están haciendo y harán en la conquista del espacio. Tan atento a las cosas grandes del universo como las pequeñas, en su despacho comparten espacio las maquetas de sondas y naves de la NASA, y las plantas de papiro que es aficionado a cultivar.

¿Es una exageración decir que sin esta estación no hubiera sido posible la carrera espacial?

Es un poco exagerado, porque de no haber estado aquí se hubiera buscado otro sitio. De hecho la ubicación ideal hubieran sido las Islas Canarias, que están en la misma latitud que Pasadena y Cabo Cañaveral. De hecho cuando lanzaban desde allí el cohete, con el Atlántico entre medias, la primera tierra firme que encontraban era Canarias. Allí se montó, dos años después de que se fundara la NASA, la primera antena, más pequeña que estas.

¿Y porqué no les sirvió Canarias?

Porque en un principio necesitaban sobre todo mucho personal americano y un aeropuerto internacional cerca. Por eso tomaron como criterio de elección Madrid, y un lugar sin contaminación radioeléctrica, porque se conocía muy poquito de las posibles interferencias. El general ingeniero Manuel Bautista Aranda, que en aquella época era capitán, se integró con el equipo NASA: conocía muy bien la Sierra de Guadarrama y estos parajes, los trajo hasta aquí y les pareció adecuado. Así es como instalaron aquí la primera antena.

Pero las siguientes las llevaron a otras localizaciones cercanas.

Porque pensaban que montar más de una antena en un mismo tiempo podría interferir las señales entre unas y otras. Como he dicho, se sabía muy poco, estábamos en los inicios de la era espacial. Cuando vieron que no era así las agruparon, pero en el inicio, después de que en 1964 se llegara al acuerdo de colaboración permanente entre España y EE.UU., y a medida que necesitaron más capacidad de comunicación, montaron antenas en Fresnedilla y Cebreros, formando un triángulo con esta. Cuando terminaron las misiones Apolo y ya no necesitaban una inversión tan potente, y además habían comprobado que no había problemas de interferencias, las reagruparon. La DSS-66 de Fresnedillas estuvo funcionando hasta el ochenta y tantos. Cebreros se cerró.

Desde entonces, 1964, con la Mariner IV, la Deep Space Madrid no ha dejado de participar en misiones de la NASA. ¿Por la calidad del trabajo realizado o porque es muy caro trasladarla?

Todo ayuda. La continuidad es fundamental, si las desmontamos y montamos en otro lugar durante ese intervalo no estarían dando servicio. La primera antena, de veintiséis metros de diámetro, que luego se amplió a treinta y cuatro, vino personal americano a montarla. No solo la antena, sino el equipamiento electrónico que llevaba asociado para que funcionara. Los americanos estaban uno o dos años, hasta formar personal español propio. Mecánicos y gente de servicio, poco especializados al principio, luego personal titulado y cualificado. Así transcurrieron los años sesenta y setenta, los costes laborales eran muy bajos, la estación funcionaba bien, por qué no seguir. Y como continuamos, y ellos vieron que no había problemas de interferencias, empezaron a instalar más antenas aquí. Fresnedillas y Cebreros, a las que aludía antes.

Moisés Fernández

Aquí se siguen misiones muy recientes, como Ingenuity, Perseverance, pero también el Voyager, que es de los años setenta. ¿Es fácil coordinar la tecnología moderna y la antigua?

Sí, porque eso es física, y es independiente de la tecnología. La señal de microondas, que es con lo que trabajan aquí las antenas, viaja a la velocidad de la luz, y siempre y cuando tengamos las orejas suficientemente grandes para escuchar lo que nos envía, y poderle transmitir con suficiente potencia como para que su antena pequeña pueda recibir los comandos, el enlace no tiene duda. Es como cuando alguien me preguntaba si el helicóptero [Ingenuity] podría volar en Marte, pues si hay atmósfera, y se sabía que la hay porque se enviaron sondas para medir su composición, densidad y temperatura, pues no hay más que rediseñar las palas del helicóptero.

¿Todas las antenas que usan son de microondas?

Exactamente. Pero ya estamos en 32 GHz, estamos copados, porque hay alguna banda experimental que da algo más, pero realmente hemos llegado al tope. Y eso es un límite, porque ahora la misión Artemis, que proyecta volver a la Luna en una misión de futuro a largo plazo, no con el mero objetivo de llegar, como la Apolo, necesitará unas comunicaciones muy distintas a las que tenemos ahora con las sondas, vehículos, y el telescopio. Por muy complejos que estos sean, un humano va a necesitar tener monitorizadas todas sus constantes vitales. Tendremos que ir entonces a las comunicaciones ópticas. Ese es el futuro. Ya hay una antena en desarrollo en investigación, en California, cuya idea es recubrir la parte central con paneles transparentes a la radiofrecuencia pero espejo a las comunicaciones ópticas en el rango del infrarrojo. Antenas híbridas en definitiva, que funcionarán en la banda de microondas y a la vez como los telescopios que hay en Canarias, en Roque de los muchachos, en La Palma, que son ópticos, pero para comunicaciones.

Cuándo calcula que estarán operativas aquí esas antenas híbridas.

Yo creo que las tendremos aquí en Robledo en la próxima década, pero eso depende de la velocidad a que avance la misión Artemis. Su aspecto híbrido es solo una parte del aspecto a contemplar, además. Creo que además tendremos antenas más pequeñas, porque cuando hablamos de espacio profundo nos referimos a Marte y más allá, pero la Luna está muy cerca. Nosotros manejamos 20 kilovatios, cuando con una antena con potencia de 25 vatios cuyo radio sea de diecinueve, veinte metros, es suficiente para las comunicaciones con nuestro satélite. Estamos matando moscas a cañonazos. Pero obviamente lo determinan las cuestiones relativas a riesgo que se corre, a necesidades de comunicación, y a flexibilidad para adaptarse a la demanda. Cuando operamos con una sonda y no le puedes enviar un comando, se puede esperar a mañana. Si hay un ser humano al otro lado se necesita una respuesta más rápida.

Por tanto, Deep Space, espacio profundo, se refiere a lo que hay más allá de Marte. Y cuál es el límite de ese más allá. Hasta dónde se puede llegar en el espacio desde aquí.

Es muy buena pregunta, pero la respuesta es no lo sé. ¿Cuál es nuestro límite actual en este tipo de comunicaciones?. Pues las Voyager, las dos. La 1, que es la que podemos seguir nosotros porque se ha ido a la semiesfera norte de la eclíptica, o sea, por arriba, el norte por decirlo de alguna manera, aunque en el espacio no haya ni arriba ni abajo. Canberra puede ver por la parte sur del planisferio a la Voyager 2, que se fue hacia abajo. Ambas, por la información que siguen enviando, a una velocidad de 150 bytes por segundo, o sea, nada, transmiten muy poca información de uno de los sensores de medición de radiación. En un momento dado hubo un salto, una bajada clarísima de radiación solar, momento en que se supo que había salido del sistema solar. Estamos por tanto siguiendo naves más allá del sistema solar.

En el espacio interestelar, por tanto.

Eso es. Pero comunicarse no es la única capacidad que tienen nuestras antenas. También se utilizan para investigación científica, como radiotelescopios. Y también, de vez en cuando, en conjunción con otras antenas y radiotelescopios, de Alemania, hace poco, y de otros países, con investigaciones científicas en que somos una antena más de una red más amplia. Así es como estamos descubriendo emisiones repentinas desde algunas estrellas, que luego en la literatura científica se interpretan como naturales o como creadas por una civilización.

¿Como las esferas de Dyson?

Sí, esa es una posibilidad, pero no se sabe.

Esta es la primera estación de la red con seis antenas. ¿Cuál es el motivo?

La red Deep Space se fijó un objetivo inicial, con el actual diseño de antenas, para que hubiera cuatro en cada una de las tres ubicaciones. Así, cuando enfocaran a un único lugar, servirían como una antena grande, que sería muy costosa de mantener. Pero luego, a medida que crecía el número de misiones proyectadas se comprobó que se necesitaban más. Cuando la segunda más antigua que tenemos aquí, la DSS-65, se pensaba dar de baja, como ya se había hecho con las equivalentes de Australia y EE.UU, el personal de esta base tomó la iniciativa de demostrar a la NASA que podía seguir operativa. No solo nos dieron unos años más, hasta nos trajeron piezas de las retiradas de Canberra y Goldstone para su mantenimiento. Ahora hemos demostrado desde aquí no solo que las antenas equivalentes a esta pueden ser puestas de nuevo en servicio, sino que pueden funcionar de manera eficiente, y así conseguir que la red tenga más antenas. Por eso somos los primeros en tener seis operativas. Los canales que abastecen las cincuenta misiones actuales pronto no serán suficientes, cuando se ponga en marcha las que hay proyectadas, y ese es un problema a abordar antes de que comiencen.

El INTA, que trabaja aquí para la NASA, ¿colabora también con otras agencias espaciales?

Sí. A lo largo de casi sesenta años, en el 2024 se hacen los sesenta, el INTA ha colaborado con la NASA porque era esta agencia la que centraba, inicialmente, toda la actividad espacial. Desde entonces los apoyos entre las distintas agencias se han ido fomentando y manteniendo, y hoy la NASA tiene acuerdos con las agencias espaciales de la India, de Emiratos Árabes que el pasado año mandó una nave a Marte, con la Agencia Espacial Europea, y con la japonesa. Por eso desde aquí damos apoyo en un momento determinado a otras sondas de otras agencias, no solo de la NASA.

Parece que ahora, con la guerra de Ucrania, Rusia abandonará su puesto en esta cooperación internacional.

El impacto de dejar la colaboración con Roscosmos ya ha sido brutal. Este año, en septiembre, se iba a lanzar el Exomars, que tiene que lanzarse cada dos años, los pares, porque coinciden con los momentos de mayor acercamiento entre la Tierra y Marte. El impacto es brutal, pero la situación actual es, como muchas cosas,temporal, y tendrá que volver a su ser.

¿Todas las naciones tienen que seguir colaborando entonces en la carrera espacial, aunque estén enfrentadas?

Esta es mi opinión personal, pero yo creo que la colaboración en el espacio tiene que seguir aumentando. No sé si durante años o décadas habrá varios bloques o zonas de influencia, la NASA claramente, y muchas otras. Pero según se populariza el acceso al espacio, esa colaboración va a ser necesaria porque cada vez se va a necesitar más esa ayuda.

Por tanto será imposible que lo aborde una sola nación, como EE.UU. en el pasado.

Yo eso lo dudo. Porque detrás de la carrera espacial está todo el desarrollo tecnológico y los recursos naturales. Ya hay grandes corporaciones a nivel mundial con interés en ir a la Luna por sus recursos minerales y materiales. Una sonda que se ha lanzado recientemente al asteroide Psyche 16, porque es metálico, y la información que se tiene de él, su níquel, hierro, oro y platino lo convierten en una buena materia prima. A medida que se popularice el acceso al espacio, cada uno mantendrá su independencia en la medida de lo posible, pero para alcanzar las grandes metas, el esfuerzo tendrá que ser conjunto.

Moisés Fernández

Muchos interpretan esa popularización a la que alude como colaboración público privada, que es algo que ahora parece que tiene en mente la NASA con SpaceX y BlueSpace. ¿En España también empieza a darse participación a las empresas privadas? Me refiero al seguimiento espacial que hacen desde aquí.

Lo canalizamos más a través de presupuestos públicos. Pero las empresas españolas sí van haciendo sus pinitos con lanzadores, como PLD Space, y es a ese primer paso a lo que me refería con popularizar el acceso. Cada vez más, determinadas escuelas de ingeniería y algunas empresas privadas hacen desarrollos con picosatélites, los CubeSats, que son satélites miniaturizados para investigación y aplicaciones espaciales en órbita terrestre baja. Condensando la microelectrónica cada vez se pueden tener satélites muy fácilmente lanzables, que pueden ser usados con fines de investigación o comerciales.

¿La colaboración con las empresas privadas supone un beneficio para la carrera espacial?

Por supuesto. Desde el punto de vista público es una manera de apoyar la innovación, ya no estamos tanto en la I+D que eso es lo caro, y durante mucho tiempo seguirá siendo pública. Pero la innovación sí está al alcance de empresas medianas, grandes, e incluso las pequeñas, las startups, siempre que haya un medio de acceso al espacio. Eso se va a ir popularizando. El aspecto privado tendrá cada vez más incidencia, precisamente por esto.

Pero hay quien es crítico con que los desarrollos sean privados, porque entonces no toda la sociedad puede beneficiarse de ellos, como en la inversión pública.

Ahí hay un debate sobre qué es lo bueno y qué lo malo. Por ejemplo, la NASA ha dejado en abierto una gran cantidad de documentación científica y de sus desarrollos técnicos, aunque tenga una parte clasificada por razones obvias de seguridad. Pero si alguien quisiera desarrollar una antena como las que tenemos aquí hay literatura científica abierta y disponible en gran cantidad, que no requiere hacer el diseño desde cero, sino plagiar, entre comillas, lo que ya está hecho. Como en todo, es imposible ponerle vallas al campo. La propia dinámica lo va a ir generando y delimitando. Es muy difícil guardarse determinados conocimientos. Esta innovación es una carrera que va a ir siempre para delante, a menos que tengamos un evento capaz de frenarnos. Cosas que ahora mismo están clasificadas estoy convencido que dentro de cinco o seis años dejarán de estarlo sin ninguna duda. Y se aprovecharán.

Hablando de empresas y colaboraciones, ¿el diseño de las antenas que hay instaladas en esta estación Deep Space es español?

No, y ese es un buen punto. Estas antenas no están en un catálogo, son desarrollos únicos hechos específicamente por el JPL (Jet Propulsion Laboratory), todos de principios de los noventa y los dos mil, que se mantienen porque son muy buenos. Se les van incorporando mejoras, equipos electrónicos más potentes, pequeños, capaces y fiables que los de hace veinte años. El equipo que las complementa se sustituye, pero el diseño sigue siendo el mismo. Para el desarrollo de las misiones de la agencia espacial se establecen una serie de requisitos, y los equipos para cumplirlos no están disponibles comercialmente, así que cada diseño es único, y responde a la banda de microondas en que pueden comunicarse. La antena que inauguramos el año pasado tiene las bandas X, S y K, la nueva inaugurada en marzo de este año, la K y la L. Cada una de ellas, desde un diseño muy similar, ha dado solución a nuevos problemas de cada misión, y a nuevos planteamientos.

¿El JPL comparte con el INTA la información sobre desarrollo de las antenas? Me refiero a la que no ha sido puesta en abierto por la NASA.

Sí. De hecho en el año 2015-2016, cuando se comienzan a construir las dos últimas antenas inauguradas, la DSS-56 y la DSS-53, se empieza por traer los últimos planos de una antena anterior construida en Canberra. Esos planos se utilizaron aquí, adaptados a este entorno geográfico, la infraestructura, cuestiones de pedestal y tipo de hormigón se modificaron, pero el diseño de la antena es el mismo.

No sé si podemos imaginar que aquí se producirá el primer contacto con la vida extraterrestre.

Si hablo por mi opinión, yo no lo veo posible. Que haya vida más allá de la Tierra, de eso estoy convencido. Hay miles de millones de galaxias, más miles de millones de estrellas, miles de miles de millones de planetas, con condiciones muy distintas. Por estadística, que es la ciencia más exacta, habrá vida. Otra cosa, y esto es muy importante en relación con el tema de la exploración de Marte, es la búsqueda de la vida, lo que siempre estamos buscando. La Tierra tiene 4500 millones de años desde que se conforma una pelota con cáscara más o menos rígida. Tuvo la suerte de tener un núcleo de níquel hierro que crea el campo necesario para que ahora estemos aquí hablando. En el círculo cercano al Sol de planetas sólidos, Mercurio, Venus, Marte. Siempre digo que el cinturón de asteroides es un planeta fallido.

Marte y la Tierra se formaron prácticamente a la vez. Los fósiles más antiguos que se conocen nos remontan a hace 3700, casi 3800 millones de años. Por tanto, muy poquito después de la formación ya había vida. Si consideramos que desde el infinito Marte y la Tierra son un único punto, y que los ladrillos o elementos básicos de la vida llegaron en meteoritos, como acaba de confirmar una investigación reciente, pues sin ninguna duda se depositaron también en Marte. El agua vino también de fuera, aquí se mantuvo por el campo magnético. A Marte, sin ese campo magnético, se le enfrió muy pronto el núcleo, se le evaporó casi totalmente la atmósfera. Pero aún tiene, muy tenue, muy débil, suficiente para que vuele el helicóptero. También tenemos ya perfectamente mapeado el borde hasta dónde llegó el agua, sus distintos mares, las diferentes formaciones geológicas que se han visto desde los orbitadores. Desde los orbitadores se ha visto.

Se está intentando demostrar usando el Rover las deposiciones de sales. Si había agua, y llegaron los ladrillos de la vida, por qué no iba a formarse vida allí. Sabemos que una parte del agua se metió dentro de Marte, es la que ha quedado, además de los casquetes. Esa es la apuesta, buscar vida que se formó de la misma manera que en la Tierra en Marte. Eso requiere mucho tiempo, el ser humano es nada, como mucho un millón de años, la posibilidad de coincidencia en el mismo momento, en este universo y espacio tiempo, y con posibilidad de comunicación, es ínfima. La luz de las estrellas hace millones de años que fue emitida, y la que estamos recibiendo ahora fue emitida hace mucho. Por tanto la posibilidad de coincidir es muy escaso, no digo nulo. Ahí entra entonces lo que cada uno cree. Yo creo que no. Ahí está la emoción y eso es lo que justifica por qué seguimos buscando. La emoción radica en encontrar vida en otros planetas, y eso es lo que justifica que sigamos buscando. También es posible que suceda mañana mismo. Todo es posible.

Pero si llega el final de esa búsqueda, aunque sea en forma de una bacteria fósil marciana, el primer lugar donde se sabrá es en esta estación.

Ojo, estas son estaciones de comunicaciones. Hay gente que pregunta si aquí somos los primeros en ver las imágenes que vienen de Marte, pero no, aquí no vemos nada. Nosotros recibimos los comandos que hay que transmitir en las ondas y recibimos la información de sondas y satélites, y la enviamos a Pasadena. Allí es donde la procesan, la distribuyen entre las diferentes misiones, sacan las imágenes, que luego vemos también nosotros, pero al mismo tiempo que el público. Ahora mismo el Persevarance está recogiendo muestras en Marte para poder traerlas en esta década a la Tierra, y analizar si ha habido o no vida allí. Además, a medida que se fue conociendo más el planeta, su dinámica y su mecánica, se ha visto la necesidad de tener una estación intermedia. De ahí la necesidad de volver a la Luna, con la Artemis. Porque no es solo llegar a Marte con un ser humano, hay que volver, y para volver hay que montar allí en Marte un lugar de lanzamiento para el cohete de vuelta.

¿Habrá que poner antenas también allí?

Antenas, y tener allí materiales y combustible para poder volver. Por eso se ha visto que la Luna es una buena estación intermedia para almacenar materiales primero, y luego enviarlos desde allí a Marte consumiendo mucho menos combustible y de manera más fácil porque la gravedad que hay que vencer es mucho menor. Ahora bien, esa gente que especula que a lo mejor lo hacemos en esta década o en la que viene son un tanto optimistas. Primero hay que investigar mucho más con rovers y máquinas, pues necesitamos conocer mucho más el planeta. También acumular allí materiales, como decía, elementos previos para cuando llegue allí el ser humano no se encuentre allí como en el desierto de Almería, sino con cierta infraestructura y algún tipo de antenas para las comunicaciones.

Moisés Fernández

Menuda responsabilidad estar al mando de las comunicaciones con Marte. ¿Un error desde aquí podría poner en peligro una misión como esa, u otras de las que hay en marcha?

Eso puede ocurrir, pero para evitarlo hay unas enormes redundancias en los sistemas, tanto en la comprobación, como en el diseño de los propios satélites y sondas. Si esperan un determinado tipo de comando, ellos abren las orejas y los reciben, interpretan y ejecutan. Pero si reciben mal un comando, o tienen dudas, pues pasan a lo que se llama el check mode, un modo seguro. Hace relativamente poco ha ocurrido en el nuevo telescopio espacial que no se desplegaba por un problema en los comandos, una vez comprobado cuál era el problema se corrigió.

¿Estamos hablando del James Webb? ¿También se controla desde aquí?

Sí, eso es, casi todos los días alguna de nuestras antenas está en conexión con él, porque hay un período de recepción por parte del mundo científico. Tanto la NASA como la red de JPL está transmitiendo y recibiendo todos los comandos de cómo se encuentra, lo van calibrando y poniendo en funcionamiento todos y cada uno de los instrumentos que tiene y de la propia plataforma. Es un satélite en sí mismo y hay que comprobar que todo funciona correctamente. Para finales de junio y principios de julio ya empezaremos a recibir las primeras imágenes científicas.

Pero ya hay alguna foto hecha pública por la NASA.

Sí, pero son de galaxias y estrellas conocidas, hechas para comprobar que estamos recibiendo lo que esperamos recibir. Es una manera de recalibrar el propio telescopio.

¿Y qué vamos a descubrir con él?

Pues hasta los primeros instantes, los primeros segundos del universo, lo que hemos dado en llamar el Big Bang, esa es la expectativa. No sé lo que descubriremos, pero yo estoy convencido de que descubriremos cosas que ni nos imaginamos. Es lo que ha sucedido desde el principio, con teorías sobre tipos de soles que han ido cambiando, porque se van encontrando cosas nuevas, nuevos tipos de agujeros negros, de estrellas de neutrones, y por tanto ir viendo cosas que ni siquiera pensábamos que hubiera. También acumularemos muchísima mayor cantidad de información, y ahí vamos a tener un problema, porque la cantidad de datos recibidos supera nuestra capacidad. Tendremos que poner en funcionamiento otra de las partes del conocimiento humano, la inteligencia artificial, para procesar toda esa información y canalizarla hacia los objetivos que pretendamos, algo que, como digo, con nuestra capacidad humana no podemos abordar?

¿La inteligencia artificial también se incorpora a la red Deep Space?

Sí, porque cada vez necesitamos gestionar de manera más eficiente lo que recibimos. Habrá seis antenas, por tres estaciones dieciocho, más otra serie de antenas complementarias, manejaremos del orden de dieciocho, veinte antenas, cada una con dos, tres, cuatro bandas. Cada día pudiendo apuntar a una u otra misión, y cada vez con más misiones. Llega un momento en que para poder coordinar todo eso de manera eficiente el ser humano tiene cada vez menos capacidad. Se va a necesitar esa capacidad de computación de la IA para optimizar el tratamiento de datos. Porque no hay que olvidar que esto no se reduce a apuntar y ya recibo. Para apuntar una antena hay previamente que prepararla, configurar los equipos, y que pueda recibir en la banda adecuada, a la velocidad adecuada, y a la frecuencia adecuada.

Ahora hay cincuenta misiones de la NASA, ¿están repartidas entre las tres estaciones DS?

Ya no. Inicialmente era así, pero desde 2017 hay otro sistema de operación denominado full design, donde cada estación en el período diario de trabajo, de ocho a cinco, opera las suyas, y las de los otros dos centros. Entre cuatro y media y cinco hora de España nosotros pasamos el hangover, la continuidad, a California, y por la mañana, entre las siete y medio y ocho, recibimos toda la red desde Canberra. Es un funcionamiento circular y continuo. Por la tarde se queda una persona por si hay una emergencia, lo mismo por la noche, con cierta capacidad para hacer algo. Si la emergencia se vuelve crítica me llamarían, nos comunicamos entonces el equipo de managers de la estación, y si no puede esperar a mañana, determinamos si el técnico tiene que hacer horas extras para repararlo.

Cuántas personas trabajan aquí.

La plantilla actual es de noventa personas. Teniendo en cuenta que hace seis, siete años, bueno, un poco más porque luego están los dos años de pandemia, aquí en 2013 había cerca de ciento treinta, ciento cuarenta personas. Se ha ido disminuyendo, pero ahora somos conscientes de que si reducimos más estaremos absolutamente en precario. Ahora es el momento, con nuevas antenas y nuevas capacidades, cuando necesitamos aumentar un poquito el personal. Porque aunque haya mayores tecnologías esas requieren también un mayor equipo para manejarlas.

O sea que los avances tecnológicos y la inteligencia artificial no reduce el personal, como muchos aseguran.

Eso de que la tecnología reduce la plantilla es una falacia. Más tecnología lleva necesariamente a más personal pero más cualificado.

¿Es fácil encontrarlo en España? Porque José Manuel Ron, en la historia que hizo del INTA, comentaba que en 1990 no había suficientes científicos espaciales como para sacar rendimiento a la colaboración del estado español en el programa espacial europeo.

Ahora han aumentado significativamente. La limitación está como siempre en las aportaciones económicas y no en la falta de personal español cualificado. De hecho ahora mismo nosotros, cuando tenemos las relaciones en determinadas áreas con el JPL allí en California encontramos a un número significativo de españoles que trabajan en ese laboratorio, y muy bien cualificados. El personal técnico y científico español es ahora muy apreciado, en todo el mundo, sin ninguna duda.

Moisés Fernández

¿La presencia de la estación Deep Space aquí ha contribuido a ese desarrollo?

Sí, definitivamente. De hecho en el principio ese contrato entre NASA y el INTA se cifraba más en el beneficio por parte de España de recibir enseñanzas, poco a poco. Eso ya no es suficiente, lo que demanda ahora nuestro país es poder también participar en esos programas. El INTA tiene por ejemplo el centro de astrobiología donde científicos e ingenieros españoles están desarrollando equipos. Las estaciones meteorológicas del Perseverance, el Odissey, del Insight, son diseños, desarrollos y fabricación españolas. También en el ExoMars de la Agencia Espacial Europea.

¿Nos hemos colocado entre los primeros del mundo?

En cuanto a capacidad y potencial de desarrollo, sin ninguna duda. Incluso dentro de nuestra propia red de tres estaciones (Madrid, Canberra, California) este es el centro de excelencia. Cuando se pregunta quién sabe más sobre un determinado aspecto son uno o dos ingenieros de los que están trabajando aquí.

Y si alguien pensara orientar su profesión al espacio en nuestro país, qué le recomendaría.

Primero que estudiara mucho. Básicamente matemáticas, física sin ninguna duda, y luego ingeniería. Por qué una ingeniería, porque aglutina. Yo siempre digo que la diferencia entre ciencia y tecnología es que la ciencia hace preguntas, establece teorías, y, entre comillas, no le importa tanto si tiene que dar una solución. La ingeniería tiene que dar una solución, aunque solo encontremos una, porque a partir de ella iremos de manera iterativa encontrando otra y otra, cada vez mejor. Por eso estudiar una ingeniería con fuerte componente matemático, hoy día fundamental, y de física desde luego, es imprescindible. Y la ilusión. Es lo que siempre le comento a la gente joven. El nexo común de toda la gente que trabajamos en esto, independientemente de la cualificación o formación, es la ilusión, la pasión que transmite el espacio.

Usted estudió Ingeniería Aeronáutica, luego Físicas, ¿cómo llegó a enfocar su carrera hacia el espacio?

En un momento determinado tuve la oportunidad de hacer un máster en ingeniería láser en el instituto de tecnología de la fuerza aérea americana en Ohio, estoy hablando del año 86-87, ya en esa época, estaba de moda la Guerra de las Galaxias, con Reagan, que fomentaba el desarrollo de láseres. Ese mundo me introdujo en el espacio, porque yo, aparte de ingeniero, había hecho al principio de los ochenta la carrera de Físicas, porque la ciencia lo mismo que la tecnología, y como complemento a ella, me había atraído mucho. En aquel entonces el láser me parecía lo más, y fue un poco como adentrarme en un algo más. Al volver de EE.UU. fui destinado al INTA, instituto de técnica aeroespacial, en Torrejón. Podía haber entrado en cualquier otro programa o departamento, pero entré en el departamento de programas espaciales. Estuve allí unos catorce o quince años.

Quizá le destinaron allí porque venía de los estudios sobre el láser.

Fue un poco circunstancial. El láser me introdujo en el conocimiento de cómo son y cómo pueden ser las comunicaciones en el espacio, la óptica espacial que está muy relacionada y la electrónica muy avanzada. La ingeniería aeronáutica siempre ha sido de saber más, de ir más allá, ha estado mezclada desde el principio con la ciencia aeronáutica, teniendo que dar respuesta a problemas científicos más complejos, y de complejidad aún mayor en el espacio.

¿Le gusta el cine actual?

Veo poco, pero me gusta.

Hace poco se estrenó una comedia que se llama No mires arriba. No sé si la habrá visto.

No, no he tenido la oportunidad.

Se la cito porque habla de lo difícil que es para los científicos hacer comprender a la sociedad y a los órganos políticos los retos a que nos enfrentamos, las amenazas, trasladar en fin las verdades de la ciencia y sus descubrimientos a la gente. No sé si tiene usted la misma sensación.

Sí, y por una razón muy sencilla. En todo el mundo en general, en el aspecto político, se necesitan réditos a muy corto plazo. Incluso hoy día estamos viviendo casi en el día a día. Lo cual es lamentable desde el punto de vista del progreso humano. Sin embargo la ciencia no necesita únicamente que estemos tú y yo hoy vivos, sino que el ser humano continúe, independientemente de quién sea. A la ciencia no le importa Moisés Fernández, tal o cual persona, sino que evolucione. Por eso es tan difícil, porque establecer expectativas y rendimiento político de una misión de estas resulta complicado. Un buen ejemplo es el telescopio James Webb. Ha tenido un desarrollo de casi quince años desde sus inicios. Se han gastado diez mil millones. Su vida operativa estimada, que espero que sea más larga que eso, son diez años. Diez mil millones entre diez años es una amortización de mil millones por año, y eso no hay rédito político que le saque beneficio. Por eso es la dificultad. Por eso también cuando se lanzan determinadas misiones coinciden con períodos o momentos prime time, de mayor visibilidad pública. Cuándo se lanzó el telescopio, pues el día de Navidad. Alguien decía de aquí no podían haberlo hecho ese mes, un poco antes o un poco después. Porque claro esta estación tiene que estar operativa los 365 días del año las veinticuatro horas del día. Cuando llega un acontecimiento como ese lo que hay que hacer es reforzar el personal, toca trabajar todo el tiempo, y todo tipo de fiestas.

Eso es en la política. Y la dificultad de hacer creer a la gente que la ciencia es verdad. Algunos cuestionan incluso lo de la llegada a la Luna.

Yo creo que eso es inherente al ser humano. En la historia de los últimos dos mil años tenemos un montón de ejemplos. Para oponer a esas ideas hay elementos físicos concretos que siguen monitorizando en tiempo real, como un láser que se puso en la superficie de la Luna, para medir la distancia exacta entre la Tierra y el satélite. No hay ninguna duda. Hay evidencias científicas, ha habido series, películas, y todo se ha recreado, porque es real.

Ha aludido a la Guerra de las Galaxias de Reagan. ¿La cultura también influyó en su vocación?

Sin duda. Yo era un lector ávido de Asimov y de toda la literatura fantástica ambientada en el espacio. Todo eso va formando poso, y sobre todo genera más preguntas. Te haces preguntas y buscas respuestas. Creo que la condición de explorador es también inherente al ser humano, para mi eso hoy día me sigue fascinando, eso se lo debo a mi padre. Después de cenar, nos subía a todos a la terraza, en un chalet pequeño en el que vivíamos en Francia, y desde allí mirábamos la bóveda celeste de noche. Nunca se me olvidará que se veía perfectamente la Vía Láctea. Eso ahora es imposible, tienes que ir a sitios de muy baja contaminación lumínica. Yo siempre que miro al espacio, a Orión, me parece fascinante y de una belleza increíble, lo mismo que cuando vengo para acá por las mañanas y veo Venus, o la Luna, cuando aún se ven, me parecen la expresión máxima de la belleza.

Moisés Fernández

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