Cine y TV

Pinocho, la muerte te sienta tan bien

Pinocho
Pinocho de Guillermo del Toro. Imagen: Netflix.

Mi madre me contó que yo lloré en su vientre.

A ella le dijeron: tendrá suerte.

Alguien me habló todos los días de mi vida

al oído, despacio, lentamente.

Me dijo: ¡vive, vive, vive!

Era la muerte.

(Jaime Sabines, «Del mito»)

Guillermo del Toro ha tallado una nueva criatura. Y esto suele ser motivo de celebración en esta casa, donde llevamos una década admirando ese cariño que le procesa el realizador a las bestias fantásticas. Porque lo de Del Toro es una devoción sincera por los monstruos, hasta el punto de que no puede evitar colar uno, envasado en un bote, eso sí, en una película como El callejón de las almas perdidas en donde, en principio, no había hueco para los seres fantásticos. Su nuevo vástago tiene renombre con fama a cuestas, Pinocho, pero no solo está creado a partir de esquejes del oscurísimo cuento original que Carlo Collodi comenzó a escribir de manera episódica en 1881, sino también de algunos pedazos del Pinocho de Walt Disney, y del alma del Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley. Aunque lo más interesante de la versión del director mexicano es que, sobre todo, lo que ha parido el hombre es un cuento sobre la muerte.

Mentiras astilladas

La imagen popular de Pinocho le debe mucho a la fábrica de edulcorantes Disney. El propio Walt descubrió la novela original de Carlo Collodi cuando aún estaban coloreando los fotogramas de la primera película del estudio, Blancanieves y los siete enanitos. Y tras devorar el texto decidió que aquella fábula era un material estupendo para fabricar una futura película animada. Con ese objetivo, el equipo de guionistas del estudio sometió la historia original al famoso proceso de disneyficación previo, aquel basado en esquilar todas las movidas turbias de los cuentos populares para añadirles azúcar, especias y muchas cosas bonitas. La película resultante se estrenaría en 1940 y, a pesar de la dulcificación sufrida, también sería culpable de alimentar muchas pesadillas infantes con escenas como la famosa transformación en burro, que daban un mal rollo tremendo por presentarse con dejes de secuencias de terror. El éxito de la cinta, sumado al agresivo marketing durante décadas de la empresa, afianzó en la memoria colectiva la imagen y personalidad de aquel Pinocho cuqui de Disney.

Lo cierto es que en la obra original la cosa era bastante distinta. Muy distinta, en realidad, porque en el texto de Collodi, Pinocho era un cabrón desatado que terminaba sufriendo castigos horripilantes cada vez que la liaba. Aquel era un cuento con moraleja, una que normalmente se reducía a «tú pórtate mal y tarde o temprano alguien te colgará de un árbol». Puede que fuese un enfoque un pelín salvaje, pero en su época igual era tan efectivo por extremo como las campañas de la Dirección General de Tráfico.

Pinocho
Pinocho de Guillermo del Toro. Imagen: Netflix.

De las diferencias entre la obra original y la versión disneyficada ya hemos hablado con detalle hace algún tiempo, en un artículo que estaba lleno de sorpresas y lamentables chistes sobre tópicos del italiano medio. A quienes tengan curiosidad les recomendamos asomarse a dicho texto desde este hermoso enlace, pero para los que vayan con prisas podemos hacer un resumen: el Pinocho de Collodi era un stronzo di merda, alguien capaz de patear, robar o mentir a su propio padre y después permitir alegremente que la policía arrestase erróneamente al progenitor como sospechoso de malos tratos. Un leño de niño que se cargaba de una hostia con un martillo al grillo consejero, provocando que el pobre insecto se viese obligado a aparecer en formato ectoplásmico durante el resto de la historia. Un tronco descarriado que recibía su merecido siendo apaleado, encerrado, quemado, apuñalado e incluso ahorcado. El propio Collodi tenía pensado finiquitar las aventuras episódicas del chiquillo dejándolo más muñeco que nunca, hasta que sus editores le obligaron a recular. La versión de Disney resultaba perturbadora en ocasiones puntuales, ok, pero la historia primigenia era aleccionadora a base de sadismo en todo momento. Un torture porn clásico.

Maurice Sendak, excepcional autor de Donde viven los monstruos y un hombre que celebra que sus lectores se coman sus dibujos originales, fue un gran defensor de la versión Disney: «El Pinocho de la película no es la marioneta rebelde, malhumorada, sinvergüenza y torcida (aunque encantadora) que creó Collodi. Tampoco es un hijo del pecado innatamente malvado, condenado a la calamidad. Él es amable y amado. Ahí radica el triunfo de Disney», apuntaba el escritor, «Disney ha corregido un terrible error. Y nos dice que Pinocho es bueno porque su «maldad» es solo cuestión de inexperiencia. El anhelo de Pinocho de ser un niño de carne y hueso sigue siendo el tema subyacente, pero «convertirse en niño real» ahora significa el deseo de crecer, no el deseo de ser bueno». Suena razonable. Pero lo cierto es que pese a ser la más famosa, la versión Disney de no era la única experiencia cinematográfica del segundo niño palo más famoso del mundo después de Jordi ENP.

Pinochografía

Parece mentira (je) pero la mayor parte del público no es realmente consciente de que Pinocho es uno de los personajes de ficción que se han paseado más a menudo por las pantallas de los cines. Solo en 2022, el chaval de madera ha protagonizado cuatro películas distintas. Y lo variado de su filmografía global demuestra además que Pinocho es muy polifacético cuando le toca meter la nariz en el mundo del celuloide. Porque el Action Man de Geppetto ha hecho prácticamente de todo: películas animadas, somníferos live action, slashers, odiseas navideñas de dibujos baratos, cintas neorrealistas, secuelas, remakes, complejas piezas de stop motion, aventuras en el espacio exterior, cuentos de ciencia ficción, festivales de CGI, comedietas escatológicas e incluso películas soft porn.

Pinocho
Pinocchio (1911) Oldie but goldie.

En 1911, el director italiano Giulio Antamoro filmó la primera adaptación cinematográfica del personaje de Collodi: una Pinocchio (que por alguna razón inexplicable aquí se titula oficialmente Piñoncito, aventuras de un títere) donde el cómico Ferdinand Guillaume aka Polidor interpretaba al muñeco de madera. Comedia muda en blanco y negro con mucho slapstick, demasiada gente disfrazada de animales, y decenas de extras gesticulando bastante más de lo que viene a ser normal para el italiano medio, que ya es decir. Surrealista y encantadora, con muchas libertades con respecto a la obra original (¿indios masacrados? ¿Pinocho cabalgando balas de cañón?), el Pinocchio de 1911 es una rareza curiosa que se creía perdida, hasta que hace unos cuatro años alguien de la Fondazione Cineteca Italiana se tropezó con un negativo intacto del film. Hoy en día, es posible contemplar sus cincuenta minutos de brincos y travesuras gracias a las maravillosas bibliotecas digitales que los alojan en lugares como este.

Pinocho
Pinochos, Pinochos everywhere.

En 1935, un grupete de aguerridos italianos comenzaron a dibujar la que pretendía ser la primera adaptación animada del cuento: Le avventure di Pinocchio, un ambicioso proyecto repleto de problemas técnicos que naufragó antes de ser completado y acabó perdido para siempre. En 1940, Disney estrenó su ultrafamosa versión con mucho éxito y a partir de ahí Pinocho se convirtió en habitual de las pantallas. En 1947, Italia contraatacó con unas Las aventuras de Pinocho que se anunciaban muy fieles a los cuentos primigenios por cosas del orgullo: Paolo Lorenzini, sobrino de Carlo Collodi, había tratado sin éxito de demandar a Disney alegando que habían pervertido la visión original de su tío. Y al no lograr nada por las vías judiciales decidió ejercer de guionista en esa producción animada de bajo coste que realmente viene a ser un copy/paste de la versión literaria. En 1959, la URSS se puso farruca y facturó un Priklyucheniya Buratino de dibujos animados basado en la versión rusa del cuento escrita por Aleksei Tolstoy. Cinco años después, una coalición belga-norteamericana superó a los soviéticos en la carrera espacial lanzando una Pinocchio in Outer Space que sería etiquetada por algunos críticos como «la película para niños más insufrible de la historia».

De ahí en adelante, las napias de madera comenzaron a asomarse a menudo por el celuloide. En Alemania del Este fabricaron una Turlis Abenteuer (1967) que recreaba el cuento clásico alimentando pesadillas. Las fantasías de Pinocho (1971) prometieron lealtad al texto de Collodi. La producción soviético-bielorrusa Priklyucheniya Buratino (1976) lució la nariz más afilada de las pantallas: ojito a esto. La brasileña Pinocho 2000 (1980) fue una comedia mermada y casposa llena de idiotas, con un Pinocho robótico de mercadillo, y con un villano que planeaba provocar epidemias de diarrea entre la población local para vender papel de váter. Una joya que está disponible en YouTube y de la que solo voy a dejar su link por aquí para advertiros de que no pinchéis en él nunca. The Adventures of Pinocho (1984) y Pinocho (1992) ofrecían animación barata sin alma y se convirtieron en topes de puerta en los videoclubs. 964 Pinocchio (1991) solo tiene en común con el clásico italiano el nombre de su protagonista, pero si no la menciono reviento: se trata de un body horror japonés pasadísimo de vueltas donde un ciborg esclavo sexual es abandonado por sus dueños al ser incapaz de tener erecciones decentes.

Pinocho
Más Pinochos, everywhere.

La vengaza de Pinocho (1996) convertía al simpático títere en el asesino psicópata de un slasher de serie B que se antojaba encantador con este impagable tráiler. En 2012, el napolitano Enzo D’Alò firmaría un Pinocho dibujado con trazos limpios, texturas encantadoras y sobre fondos con aspecto de lienzo. El mismo año, Pinocho, la leyenda presentó una apuesta fuerte: Martin Landau, Jonathan Taylor Thomas, Udo Kier y la fabulosa factoría de la Jim Henson Creature Shop encargándose de darle vida a un muñeco marioneta de lo más llamativo. Pero el resultado fue un accidente espantoso de crítica y taquilla, uno que por alguna razón extraña tuvo secuela sacacuartos directa a vídeo: Pinocho y Geppetto (1999). Otro hermoso descalabro fue el de un Roberto Benigni que, tras arrasar con La vida es bella, se vino muy arriba y parió un ambicioso Pinocchio (2002). Le salió regular, pero al director y actor hay que reconocerle el mérito de tener los inmensos huevos de intentar hacernos creer que, con sus cincuenta tacos por entonces, iba a colar en pantalla interpretando al niño marioneta.

Pinocho
La vengaza de Pinocho. Peliculón.

Pinocho 3000 (2003) reubicaba la acción en un mundo futurista, reimaginando al chaval como un robot moldeado en las 3D digitales de principios de los dosmiles. También incluía las voces de Lucrecia y Carlos Latre, por si todo lo anterior no diera suficientemente miedo. Buratino (2009) se anunciaba como una revisión moderna del cuento, y realmente no tengo claro qué coño es, porque contemplar su póster o sus clips en internet viene a ser el equivalente a meter la cabeza, sin casco de protección, en la caja de Pandora. El Pinocchio checo de 2015 apostaría por una live action con niño de madera CGI que no podría cantar más ni enfundando en el uniforme de un hombre orquesta. En 2019, el director Mateo Garrone (Gomorra, Dogman) sorprendió al estrenar su propio Pinocho, un digno cuento oscurillo con ecos de neorrealismo italiano. Y una cinta que tenía el detalle de permitirle a Roberto Benigni redimirse de su tontería previa con Collodi en 2002 al colocarlo aquí en el, mucho más adecuado, papel de Geppetto.

El caso más extraño es el de The True Story of Pinocchio, una (gesto de comillas con los deditos) película que se anuncia como un thriller de horror ubicado en Nueva York, donde un asesino en serie llamado Geppetto convierte a sus víctimas en marionetas. Suena prometedor, pero desgraciadamente tiene pinta de que todo es un fake que por alguna razón tiene una página oficiosa en IMDB donde no figura ni el año de producción ni el director. En dicha entrada de IMDB también se menciona una hermosa ristra de premios cultivados por el film en categorías inexistentes o en festivales de mentira. Y no es por ser malpensado, pero con lo mucho que atufa a blanqueo de dinero, o a excusa para subvenciones, esa no-peli incierta probablemente sea el Pinocho más mentiroso de toda la presente lista.

Al margen de las películas mentadas también tenemos Las aventuras eróticas de Pinocho, una peli softcore (es erótica pero no explícita en plan pornaco duro) del 71 que se presentó acompañada del sutil subtítulo «No es su nariz lo que crece». Y a la hora de mencionarla, lo mejor que podemos hacer es planchar aquí mismo su sinopsis oficial y que se venda ella sola, porque cualquier comentario no andaría a la altura: «Geppeta, una joven virgen aparentemente frustrada y núbil, esculpe a Pinocho para sí misma como un magnífico joven galán. La hada madrina de Geppeta transforma mágicamente al joven semental Pinocho en un hombre vivo, que rápidamente se pone a trabajar en el prostíbulo local como prisionero y exhibicionista». Y eso, que le crecen cosas.

Pinocho
Esto es lo último que esperabas encontrar al entrar en un artículo sobre Guillermo del Toro, lo sé: Las aventuras eróticas de Pinocho

En 2022, Geppetto e hijo también dieron bastante guerra en los fotogramas. Por un lado, un ruso llamado Boris Yukhananov filmó una versión muy WTF del cuento, llamada Bezumniy angel Pinokkio, basada en una celebrada versión teatral de la historia que poseía Pinocho femenino y puesta en escena parca pero fascinante. Por otra parte, otros rusos elaboraron Pinokkio. Pravdivaya istoriya, una cinta de animación por ordenador tan insulsa como para tener a Pauly Shore doblando al muñeco para el mercado angloparlante. Y mientras tanto, la casa Disney se dedicó a facturar un remake en acción real de su propio clásico animado de 1940 con Tom Hanks como Geppetto. Pero esa película resultó ser tan anodina como para que el que esto escribe ni siquiera recordase que existía hasta que ha abierto IMDB para preparar este artículo.

Y luego llegó Guillermo del Toro.

La muerte te sienta tan bien

La idea de convertir en película la leyenda de Pinocho llevaba burbujeando en la cabeza de Del Toro desde hace, como poco, quince años. Porque fue allá por 2008 cuando el hombre anunció de manera publica que se encontraba cocinando una versión oscura de las travesuras de la marioneta. Aunque lo cierto es que el tío fantaseaba con meter la nariz en la historia de Carlo Collodi desde mucho antes, desde que era un crío. Ocurría que Del Toro no solo era fan de los textos originales, sino que también le tenía mucho cariño a la versión de 1940 fabricada por Disney, una cinta que le fascinaba de pequeño por las trazas de cine de horror que contenía. A principios de los dosmiles, el realizador se topó con las ilustraciones realizadas por el dibujante Gris Grimly para una edición de la novela original, y decidió que el aspecto de aquel Pinocho jovial y algo burtoniano encajaba perfectamente con la visión que él poseía del zagal de madera.

Pinocho
Ilustraciones de Gris Grimly.

Pero levantar su propio Pinocho se convertiría en una empresa realmente peliaguda para el realizador, una en la que a lo largo de varios años participó gente como los guionistas Matthew Robbins (Tiburón, Encuentros en la tercera fase, La cumbre escarlata) o Patrick McHale (creador de la estupenda serie Más allá del jardín), maestros de la stop motion como Mark Gustafson (Fantástico Sr. Zorro), y diseñadores como Curt Enderle (Los Boxtrolls) o Guy Davis (La forma del agua). Desgraciadamente, a pesar de tantos talentos implicados la cosa no parecía despegar realmente nunca. En 2012, Del Toro mostró un puñado de concepts arts para animar el ambiente, pero cinco años más tarde anunció que el proyecto estaba enterrado de manera definitiva porque ninguna compañía se atrevía a cubrir los gastos. En un momento dado incluso se consideró producir la película como un largometraje animado al estilo clásico en colaboración con el dibujante Joan Sfar, pero el director descartó la idea porque en su cabeza aquello solo podía funcionar en stop motion. En 2018, Netflix exhumó al títere de Geppetto a golpe de talonario gordo. Cuatro años después, Guillermo del Toro contemplaba como su criaturita salía al escenario para brincar ante un público expectante.

Pinocho
Concept art de Pinocho mostrado en 2012.

Pinocho de Guillermo del Toro se estrenó, como una cinta dirigida a cuatro manos entre Gustafson y Del Toro, el 25 de noviembre en cines y el 9 de diciembre en la plataforma de streaming. Y con ella los dos creadores se quedaron bien a gusto, facturando la producción de stop motion más larga (dos horas) de la historia de la animación. En lo narrativo, el mexicano se había encargado de convertir el cuento original en un hermoso vehículo para plasmar tanto sus obsesiones como su universo personal. Pero, sobre todo, había ideado la obra como un relato que quería hablar de algo muy concreto, de un tema que normalmente no suele tratarse con naturalidad en las producciones de apariencia family friendly: la omnipresencia de la muerte y nuestra condición de seres finitos. Porque Pinocho es una cinta sin moraleja, pero con una enseñanza clara: «Lo que ocurre, ocurre. Y luego nos vamos». Es una historia que quiere decirnos que si estamos en este mundo es para hacer cosas, pero luego la palmamos. Y que eso no es malo, simplemente es.

Sobre las vetas de Pinocho, Del Toro dibuja su legado, alejándose de la fidelidad estricta a los textos originales para concebir una obra donde su firma es muy evidente. El realizador traslada la acción del siglo XIX del Collodi a la Italia fascista. Mostrando también una Primera Guerra Mundial cuyos bombardeos siguen reflejando la fascinación por el armatoste explosivo que ya se veía en El espinazo del diablo. Geppetto aquí es un padre angustiado tras la perdida de un hijo (llamado Carlo porque guiño guiño al papá primigenio) durante la contienda armada. Un hombre que, años más tarde y ya lidiando con la época de la Segunda Guerra Mundial, decide tallar una marioneta a partir del árbol que ha crecido junto a la tumba de su primogénito. Reubicar la fábula en el periodo bélico, con la figura de Benito Mussolini de fondo, también es una jugada muy del mexicano, similar a la de utilizar la guerra civil española como escenario tanto en la ya mentada El espinazo del diablo como en la popular El laberinto del Fauno. Y con esta última incluso comparte la idea de presentar a un villano fascistoide y patriótico. Porque si hay algo que se le da bien a Del Toro es mezclar fantasía con realidad, o mejor dicho, construir un mundo quimérico sobre los horrores del nuestro, juguetear con las barreras entre uno y otro.

Pinocho
Pinocho de Guillermo del Toro. Imagen: Netflix.

En el elenco de personajes los cambios se encargaron de aligerar la narrativa: los malvados Zorro y Mangiafuoco (considerado un cliché desgastado) se funden aquí en una sola persona, el conde Volpe, mientras que el Gato es sustituido por Spazzatura, un simio titiritero. Podesta, un funcionario de la dictadura, es un personaje original del film, ideado para reemplazar al cochero de la obra original, y la tierra de juguetes es sustituida por un campo de entrenamiento militar para niños. Grillo ejerce más de compañero que de consejero y, en un gracioso running gag, es interrumpido cada vez que intenta arrancarse a cantar para compartir sus experiencias. Por otra parte, los seres mágicos son sometidos a un proceso de guillermodeltorificación, con una pareja de hadas presentada al estilo del bestiario del mexicano. El diseño de dichos seres incluso los hermana con cierta criatura del universo Hellboy, confirmando que el director gusta mucho de colocar ojos en lugares extraños. La estrella de la función, Pinocho, es un clon de las ilustraciones de Grimly, tal y como Del Toro había planeado allá por 2003. En pantalla, la stop motion, un recurso llamativo y hermoso de por sí, luce estupendamente, al nivel de otras bestias del medio como el estudio Laika (Los boxtrolls, El alucinante mundo de Norman) e incluso anda un paso por delante de algunas producciones recientes de gente con tablas: en Halloween, el gran Henry Selick (Pesadilla antes de navidad, Los mundos de Coraline) presentó en la misma Netflix una Wendel & Will que no brillaba tanto como la presente cinta.

En la versión original el reparto de famosos es de lo más llamativo: Ron Perlman (habitual del director) como Podesta, Tilda Swinton en el papel de hada, Christoph Waltz como Volpe, John Turturro como Dottore, Ewan McGregor como Grillo, Gregory Mann como Pinocho, David Bradley como Geppetto o Finn Wolfhard como Polilla. Y no deja de resultar muy gracioso que a Mussolini lo doble el tío que hace la voz de Bob Esponja, Tom Kenny. Lo de Cate Blanchett es digno de mención también, porque a ella le toca darle voz a un mono. La explicación es simpática: mientras rodaba El callejón de las almas perdidas, Blanchett le comentó a Del Toro que quería participar en su Pinocho, pero aquel le explicó que todos los roles importantes ya estaban cubiertos, y solo quedaba libre el papel simiesco de Spazzatura, uno con pocas líneas y muchos gruñidos. Blanchett dijo que pa’lante, concretamente dijo «Haré cualquier cosa. Por ti, interpretaría hasta a un lápiz».

Pinocho
Pinocho de Guillermo del Toro. Imagen: Netflix.

Pero lo más sorprendente de la presente producción es el mencionado tema de la muerte como eje narrativo. Del Toro concibió su Pinocho influenciado por los paralelismos que veía en la historia con el Frankenstein de Shelley, pero antes de salirse por lo gótico apuntó al relato familiar. Y aun así, construyó la historia centrándose en lo ineludible de la muerte. Algo que hizo sin preocuparse de servir el asunto entre algodones: en la pantalla la historia anuncia la muerte del hijo de Geppetto para, a continuación, tirarse diez minutos mostrando la relación entre el chico y su padre, cuando el espectador ya es consciente de que aquello terminara en tragedia. Pinocho recibe el don de la vida como regalo por parte de un hada bienintencionada, pero también es informado por una esfinge, hermana del hada y reina del Limbo, de que aquel encantamiento le ha otorgado una naturaleza inmortal, por culpa de la cual morirá muchas más veces. Y de que esa imposibilidad de fallecer es que lo que impide que pueda ser un niño de verdad: «Lo único que hace que la vida sea preciada y tenga un sentido es su brevedad», afirma la criatura. Si Pinocho quiere ser humano, primero ha de ser efímero. Cuando los créditos comienzan a rodar, la mayor parte de los personajes importantes ya están bien enterrados y el narrador anuncia «Lo que ocurre, ocurre, y luego nos vamos». Fin. O no, porque es entonces cuando al pobre Grillo le conceden un ratito para cantar.

Pinocho
Pinocho de Guillermo del Toro. Imagen: Netflix.

Del Toro ha reconocido que el poema «Del mito» de Jaime Sabines, aquel que abre este texto, rondaba por su cabeza en bucle cuando comenzó a elaborar la historia de Pinocho. Fueron dichos versos los que le inspiraron la silueta de la esfinge que aparece en el film, una Parca que susurra al oído la certeza de la muerte al tiempo que anima a disfrutar de la vida. En el fondo, este modo tan natural de afrontar la muerte es algo presente en el propio poso cultural del director. Porque hay pocos pueblos que lleve mejor los asuntos del Otro Lado que el mexicano, aquellos culpables de instaurar el Día de los Muertos como una festividad alegre y colorida. El Pinocho de 1881 tampoco era un producto ajeno a la muerte y a las resurrecciones, pues le había tocado lidiar con ellas tanto en el interior de páginas como al otro lado de las mismas: fue planteado como una serie episódica que inicialmente cerraba la historia con Pinocho muriendo ahorcado. Pero las críticas de los lectores, y los latigazos del editor de Collodi, obligaron al escritor a sacar al muñeco del aprieto, escribiendo nuevos capítulos que continuarían con sus aventuras de manera más vivaracha y menos ahogada.

Durante su infancia, Del Toro fue criado en un ambiente católico bastante estricto, «pero como solía decir Buñuel, “soy ateo, gracias a Dios”» ,aseguraba antes de aclarar que «aun así, una vez que has sido católico, siempre eres católico de algún modo […] Creo en el hombre, creo que la humanidad es lo mejor y lo peor que le ha pasado a este mundo […] Para mí, el arte y la narración cumplen las funciones espirituales en la vida diaria». Y Pinocho de Guillermo del Toro es un gran ejemplo de ese servicio espiritual, es una hermosa pieza visual, pero también también es un cuento valiente que se atreve a lidiar con la muerte en todas sus vertientes: la pérdida, el duelo, lo eterno, el memento mori, el miedo y el sacrificio. Después de décadas contemplando cómo se esculpían tantos, y tan variados, Pinochos cinematográficos, es maravilloso descubrir que quizás sea la muerte lo que le sienta realmente bien.

Pinocho
Pinocho de Guillermo del Toro. Imagen: Netflix.

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3 Comentarios

  1. Magnífico artículo, aunque me sorprende obviar a Steven Spielberg en las adaptaciones cinematográficas citadas, aunque no use el nombre de Pinocho.

  2. devilinside

    Está bien el repaso de versiones cinematográficas, con una clara omisión. Dice que hay una versión softcore, pero omite la versión hardcore (Penocchio, 2002, Luca Damiani).

  3. Cao Wen Toh

    Me daba mucha pereza acercarme a otro Pinocho; porque todas, TODAS las versiones vistas anteriormente, me dejaron un insufrible regusto de melancolía. PERO… gracias a Del Toro, su querencia por lo monstruoso, y (oh, paradoja) con la muerte como hilo conductor, me he llevado la grata sorpresa de ver, POR FIN, un Pinocho vitalista y gamberro.

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