Ciencias

De qué hablo cuando hablo de clima

Temperatura en la superficie terrestre al comienzo de la primavera de 2000. Imagen NASA. clima
Temperatura en la superficie terrestre al comienzo de la primavera de 2000. Imagen NASA.

El lenguaje de los climatólogos difiere un tanto del corriente. Esto genera múltiples malentendidos, del tipo de los que hacen que Wittgenstein se revuelva en su tumba de Cambridge. Sucede, por ejemplo, con la propia palabra «clima», que se refiere, técnicamente, a valores estadísticos (como la media, o la mediana) de observaciones meteorológicas realizadas a lo largo de 30 años. Sin embargo, el diccionario de la RAE —que no hace sino reflejar la lengua viva— la convierte en sinónima de «tiempo». 

Este es un caso benigno, aunque una frase como «se ha tenido que cancelar el partido por una climatología adversa» ponga nerviosos a algunos colegas exquisitos. Pero hay otras situaciones en las que sí que importa que haya cierta distancia entre lo que el climatólogo tiene en su cabeza cuando afirma algo desde su especialidad, y lo que entiende un lego cuando lo recibe directamente, o a través de un canal. Sin descartar el efecto de este último, el culpable de las interpretaciones erróneas suele ser el experto, que no hace el esfuerzo de ponerse en el lugar de alguien que no lo es. 

El asunto de los malentendidos en las ciencias de la Tierra sería un discusión bizantina a pie de página si no fuera porque la confusión lingüística genera debates artificiales en un asunto, el del cambio y calentamiento global, que ha dejado de ser un tema de estudio de cuatro físicos y geógrafos para convertirse en un problema económico y de salud pública. 

El marco general de la cuestión es que la ciencia contemporánea tiene un problema. La distancia entre la explicación precisa de cualquier cosa —desde un huracán hasta el ciclo de Krebs— y su versión vulgar, es decir, aquella que pueda ser comprendida por alguien sin formación específica en el tema, no ha parado de crecer en el último siglo. La frase de Einstein de que si no le puedes explicar algo a un niño es que no lo has entendido bien, no deja de ser un cliché, seguramente apócrifo, y en esencia, falso. ¿Se puede explicar a un lego el proceso por el cual el vapor de agua acaba como lluvia sin recurrir ecuaciones y sin invocar conceptos previos como la presión parcial de saturación del hielo? Naturalmente, pero la explicación está al nivel de describir el funcionamiento de un avión diciendo que es una máquina más pesada que el aire que vuela y que traslada a personas y mercancías. Cuesta pensar que alguien que reciba esa explicación estaría en condiciones de discutir sobre el efecto de la turbulencia en la aviación comercial con un ingeniero aeronáutico, aunque casi todos los científicos estemos acostumbrados a que alguien que separó su vida de la ciencia en el bachillerato nos dé lecciones sobre cuestiones de las que nosotros damos clase en la universidad, o sobre las que hemos escrito artículos académicos. 

En el caso concreto del clima, la brecha entre lo que conoce una comunidad de científicos que lleva décadas estudiando el tema y lo que sabe la persona de la calle nunca ha sido tan amplia, y de hecho no para de crecer. La actitud natural ante este hecho debería ser la confianza en el trabajo de los expertos, pero estos también tienen sus cosas y de vez en cuando surgen episodios que alarman a la sociedad y que contribuyen al descrédito de la ciencia. No debería ser así; un caso particular o los errores no deberían mellar la confianza pública en esta actividad, y, de hecho, si se tuviera un conocimiento más preciso de las leyes de la naturaleza y del método científico eso no debería pasar. Buscar una segunda opinión ante un diagnóstico grave es algo sensato teniendo en cuenta que hasta los mejores médicos a veces se equivocan, pero impugnar los avances de la ciencia médica por un error, o porque el conocimiento alcanzado en esa disciplina no sea absoluto; eso es irracional.

Los científicos tenemos que hacer un esfuerzo en comunicar lo que sabemos en términos comprensibles, aunque solo sea para evitar que una horda con antorchas vaya a buscarte al despacho, furiosa porque estás cambiando el clima de la provincia con tu ordenador y ya no llueve como antes. La imagen puede parecer un chiste y fruto de la fantasía, pero no olvidemos que en la España de 2024 todavía se hacen rogativas a los santos en época de sequía. Es decir, un grupo no despreciable de personas cree de buena fe (nunca mejor dicho) que sacando a pasear una talla de madera y escayola, y pidiéndole cosas, el santo va a interceder —si se ha sido bueno— ante Dios, para que este altere la circulación general de la atmósfera y llueva en los campos de alrededor. 

En algunos ámbitos, el nivel del conocimiento del mundo aún está muy justito. Hay gente que simplemente no sabe cómo funcionan nada de lo que tiene alrededor (y ni le importa); y otra que provista de meros rudimentos escolares desconfía de todo aquel que ha llegado al final de una formación compleja en un tema porque cree que atiende a intereses oscuros. Sucede a menudo con gente que ha leído un libro de divulgación científica y ya cree que sabe todo lo que hay que saber sobre el tema, sin darse cuenta de que ese texto no es sino el nivel cero de la disciplina, una herramienta destinada a excitar la curiosidad y a mostrar el mapa para invitar a recorrer el paisaje. El caso de los gurús de autoayuda, crecimiento personal y todo ese tipo de cosas me deja especialmente perplejo. Siempre me ha maravillado que alguien que no es capaz de entender un tema de complejidad media (digamos, por ejemplo, qué es una derivada, o el metabolismo de los lípidos), pretenda ser depositario o haber llegado por su cuenta a recetas infalibles sobre la felicidad, la organización humana, la educación de los niños, el trazado de las ciudades, la ordenación territorial, la salud, el sentido de la vida, o hasta los secretos del universo. Estos últimos, a juzgar por las capacidades intelectuales de los elegidos que dicen conocerlos, deben estar expuestos en términos muy sencillos. 

Sin olvidar este panorama, convendría esforzarse en comunicar aspectos complejos del conocimiento humano a quien le interese aprender. En el ámbito específico de la climatología —una ciencia a caballo entre la geografía y la física—, hay conceptos clave que son difíciles de trasladar. Entender bien la sensibilidad climática, o el efecto invernadero requiere conocimientos de física que quizá se vieron en la educación secundaria, pero que la mayoría de la gente ha olvidado, si es que alguna vez se los enseñaron. Las partes más técnicas, aquellas en las que los especialistas tenemos debates, están demasiado alejadas de la cultura general como para poder ser entendidas sin conocimientos específicos que lleva tiempo asimilar, pero sin los cuales el debate deviene una caricatura. Inténtese resolver una ecuación trivial como 2x=24842 utilizando números romanos en vez de los arábigos, y se verá lo que digo: la facilidad de entender y resolver algo cambia radicalmente si expresamos el problema con las herramientas adecuadas, a menudo convirtiendo en obvio lo que en palabras o en otro marco resulta enrevesado o caprichoso. Temas tales como el proceso exacto por el cual un huracán experimenta una intensificación rápida no pueden ser discutidos en serio, es decir, con el apoyo de datos y medidas, sin recurrir a conceptos tales como el giro beta, la entropía o la entalpía. 

No obstante, hay otros conceptos que también son centrales y que resultan más fáciles de trasladar si se pone un poco de atención. Son, además, básicos, en el sentido de que forman la base del conocimiento de temas más complejos e intrincados. El primero es la anomalía. Para explicarla, definamos primero la climatología de la temperatura media en un lugar. Se calcula haciendo la media de la temperatura de cada día: sumamos la temperaturas de todos los días desde 1961 a 1990, y dividimos el resultado por el número de días. Si ahora queremos saber la anomalía de la temperatura del 5 de agosto de 2024, restamos el valor que tenga ese día de la media que hemos calculado antes. El resultado puede ser positivo o negativo. Si es positivo, es que hace más calor de «lo normal». Si es negativo, hace más frío. Cuando decimos que el planeta se está calentando, lo que decimos es que la anomalía respecto a una referencia, la climatología de los treinta años que van de 1961 a 1990 es claramente positiva. El «claramente» es la traducción al castellano de «dentro de los niveles de confianza de un test estadístico», que este sí que no es un concepto trivial ni que se pueda trasladar adecuadamente en menos de un par de páginas. 

¿Por qué 30 años? Porque en periodos más cortos encontramos fluctuaciones que nada tienen que ver con la tendencia general. La mejor manera de explicar esto es con un símil que excite el interés del lector. En esto el dinero siempre funciona, como sabe cualquier profesor universitario. No hay más que poner un ejemplo con euros para que los estudiantes recuperen súbitamente la atención. Por cierto, con Taylor Swift pasa lo mismo: las series de Taylor les parecen mucho más atractivas con la inestimable aparición de Miss Americana en el aula. Volviendo al por qué de comparar periodos de 30 años, imaginemos que queremos averiguar cómo le ha ido de bien (o de mal) en la vida a alguien que se jubila. Si tomamos periodos cortos, y comparamos lo que ganó entre los 25 y los 26 años con lo que ganó entre los 57 y 58 puede que se nos pasen varias cosas: (1) que entre los 25 y 26 estuvo un año sin trabajo y que en los 57 y 58 le dieron un bonus; (2) que entre los 25-26 heredó y a los 57-58 vendió mal unas acciones y perdió mucho dinero; (3) que entre los 25-26 heredó, y a los 57-58 ganó tanto dinero como heredó de joven vendiendo sus acciones en NDVIA.  

En el primer caso, su patrimonio parecerá haber aumentado; en el segundo, decrecido; y en el tercero, quedado igual. Pero si tomamos periodos más largos de tiempo, y comparamos su patrimonio en la primera década de su vida laboral (pongamos de los 25 a los 35) y en la última (de los 55 a los 65), es probable que esas pérdidas y ganancias patrimoniales se hayan ido compensando, y que la diferencia entre los valores medios de los dos periodos de 10 años dé una idea más cabal de la evolución patrimonial. Además, empleando un periodo extenso, una media de 10 años, evitamos haber elegido años anómalos, como el del paro, la herencia y la venta de acciones. Nótese que el tercer caso, bastaría con haber escogido los años 27-28 y 60-61 para que el resultado hubiera sido muy diferente.  

Lo mismo sucede con el clima. Si tomamos periodos cortos podríamos caer en uno de esos eventos periódicos y naturales que distorsionan temporalmente la secuencia —es el caso de la oscilación del sur y de el Niño (ENSO), así como de la Niña, o la oscilación de atlántico norte (NAO)—. Son bandazos que se superponen a la tendencia general que nos interesa, que no tienen que ver directamente con la tendencia a largo plazo, y que debemos tener en cuenta para poder afirmar algo con rigor. Por eso, precisamente, empleamos series de 30 años.

¿Por qué esos 30 años en concreto, 1961-1990, como referencia de nuestro «clima presente», para compararlo con el clima futuro? En realidad, da igual mientras tengamos datos de calidad, pero no tendría mucho sentido escoger 1791-1820, época de inestabilidad y registros dudosos, o un intervalo en el que aún haya pocas observaciones globales o las que estén limitadas a las tierras emergidas, como es la época anterior a los satélites. 

El lector se preguntará por qué escogemos la media para comparar. Se hace así en parte por comodidad, porque es algo que entiende todo el mundo. Pero si nos ponemos más finos, debemos utilizar otros estadísticos más precisos, que es lo que hacemos en realidad los profesionales. La media es sólo uno de esos estadísticos. Es el más representativo cuando los datos están repartidos de una manera normal (el término técnico es distribución gaussiana), pero hay otras métricas. La varianza es una de ellas. Nos dice cómo de diferentes son los datos respecto a la media, porque podemos tener la misma media con valores que no se alejen mucho de ese valor, o con valores que sean radicalmente diferentes. La media de las temperaturas -1,01 es cero, pero también es cero la media de los valores -33, 0 y 33. Con sólo la media no podemos apreciar la diferencia entre los datos. Pero la varianza en el primer caso es muy pequeña, y muy grande en el segundo, y eso ya sí nos dice algo: que en el primer caso no hay mucha dispersión y en el segundo, sí. También puede suceder que los datos estén todos agrupados en un lado, o que tengamos valores muy extremos. Lo estadísticos asimetría y curtosis nos miden precisamente eso. Y más allá de ellos hay todo un mundo de índices multifactoriales.

La mediana es otro estadístico útil, quizá es más importante en la vida corriente y el que deberíamos tener en más consideración que la media, pero es más farragoso de calcular. Nos da cuenta del valor que está justo en el medio, el que divide a los datos en dos grupos iguales, los que están por debajo y los que están por encima de ella.  ¿No es eso la media?, se preguntará el lector. No, eso es la media solo si la distribución es la que hemos llamado normal. Si la distribución de valores tiene cierta asimetría, entonces la media y la mediana difieren. 

Esto de la media y la mediana se entiende mucho mejor recurriendo, como no, a la pela. Tomemos los sueldos de los españoles. El valor medio oficial es de unos 27 000 euros, pero este dato esconde una realidad: que hay muchos sueldos bajos y algunos altos, pero muy altos. La distribución tiene una asimetría clara hacia los bajos (esto es lamentable), pero en el otro lado encontramos sueldos estratosféricos, y eso hace que el valor que sale al hacer la media no sea muy representativo. Pero la mediana, 20 000 euros, sí nos da una idea más clara de cuánto se cobra en el país (más bien poco). Y la moda, que es otro estadístico, el que me da el valor más frecuente, también. La moda de los sueldos es 18 000 euros, lo que quiere decir que este es el salario más común, lo que se lleva. Descorazonador teniendo en cuenta que una cerveza cuesta ya tres euros, sí; pero es la realidad. 

Retomando el eje de este artículo, a Murakami, cuando hablo de clima y me refiero al efecto mariposa quiero decir una cosa muy diferente que lo que entiende la gente, que a menudo ha adquirido una interpretación errónea, a fuer de laxa. Se suele enunciar diciendo que «el aleteo de una mariposa en el golfo de México puede provocar un huracán en las Filipinas». Esto no es lo que se deduce del descubrimiento de Lorentz, la «sensitividad a las condiciones iniciales», que lo que dice es que es imposible determinar el efecto del aleteo de una mariposa en la situación de la atmósfera en el futuro ni aunque nuestro modelo físico fuera perfecto, porque al cabo de unas pocas operaciones matemáticas en el ordenador una diferencia mínima a la hora de haber determinado las condiciones iniciales de la atmósfera (es decir, el que la mariposa haya aleteado o no), hace que el resultado pueda ser radicalmente distinto, del tipo que se genere un huracán o que, por el contrario, disfrutemos de un sol espléndido.  

Por cierto, al «puede generar un huracán» cabe aplicarle una de las políticas más sanas que se pueden ejercer ante una noticia de ciencia cualquiera; una política que debería convertirse en un automatismo al leer notas de prensa y artículos científicos: añadir un «o no» a cada «puede», «podría» o cualquier otra forma hipotética o condicional. Muy a menudo algunos investigadores consiguen que les publiquen un artículo científico, y olvidándose de que lo han logrado pagando, se vienen arriba y lanzan a los cuatro vientos una nota de prensa triunfante, con titulares del tipo «descubren una nueva molécula que puede curar el cáncer». En esos casos es una política excelente leerlo así: «descubren una nueva molécula que puede (o no) curar el cáncer». Este tipo de profilaxis mental es muy útil para navegar por las noticias, y ahorra muchos disgustos y falsas expectativas no solo en medicina, sino en otros campos. [Revelar aquí que si ahora hay tantas noticias es porque a algún alma cándida ministerial se le ha ocurrido que los profesores recibamos un suplemento en función del eco que tengan nuestras investigaciones en prensa; un incentivo perverso que solo sirve para ver quién propone a los periodistas el titular más exagerado y que genere más movimiento.] 

En este sentido de lo condicional e hipotético, hay otro aspecto del «de qué hablo cuando hablo de clima» que son las llamasllamadas proyecciones climáticas. Aquí es muy necesario imbuirse de lleno del espíritu del segundo Wittgenstein y afanarse cuanto antes en que la mosca atrapada en la botella pueda encontrar la salida mostrándole el camino hacia el cuello. En este concepto nos encontramos con uno de los malentendidos más graves de mi campo, el equivalente climatológico al error filosófico en el que desemboca el juego lingüístico de considerar que la frase «existe el alma» y «existe una mesa» son expresiones equivalentes.

Una proyección climática es el resultado de operaciones aritméticas en un modelo de clima, un programa informático que soluciona las ecuaciones físicas de la atmósfera a partir de condiciones iniciales y de contorno. Cuando estos modelos se aplican a conocer el clima del futuro es necesario hipotetizar, realizando una serie de asunciones previas sobre las emisiones futuras de gases de efecto invernadero, emisiones que, a la postre, se derivarán de eventos históricos y de una serie de comportamientos sociales. Estos no podemos predecirlos, porque la psicohistoria de Asimov, o su versión técnica, la cliodinámica, avanza a pasitos cortos. De momento solo podemos formar hipótesis razonables sobre cuál va a ser la sociedad esa del futuro que emitirá gases, y establecer escenarios plausibles de su evolución sujetos a una serie de condicionantes. A partir de ahí se ejecuta el modelo, y es entonces cuando llegamos a la conclusión de que si seguimos echando a la atmósfera gases de efecto invernadero con la misma alegría que hasta ahora, sucederá una cosa; y que si nos damos cuenta de que eso no es sensato y reducimos las emisiones a la mitad, sucederá otra. Una proyección climática es un «cómo sería el clima del futuro si»; es decir, un condicional. No es que el clima del futuro «vaya a ser así».

Las proyecciones climáticas no son pues pronósticos sobre lo que va a pasar en el futuro con el clima, sino situaciones plausibles en el caso de que se sigan una serie de sendas hipotéticas. Este matiz, que es importante, se pierde casi siempre cuando se traslada la información desde un artículo al público vía medios de comunicación. Considerarlas sinónimas es obviar un elemento esencial. Y eso no es un tema de disquisiciones escolásticas de climatólogos exquisitos en sus congresos y conventículos, sino un asunto de interés público. La confusión de tomar las proyecciones como pronósticos confunde a la opinión pública y da gasolina al incansable motor de los escépticos de variado pelaje que merodean alrededor de los campos de azur de las ciencias de la atmósfera y el clima. 

La pregunta clásica al respecto, la que todo climatólogo habrá sufrido decenas de veces en sus carnes, es esta: ¿cómo es que podéis saber el clima del periodo 2071-2100 si no sabéis si va a llover en Urueña, ciudad del libro, provincia de Valladolid, la semana que viene? La respuesta se ha explicado muchas veces, pero nunca hay que subestimar la necesidad de hacerlo de nuevo. Se puede hacer porque en climatología no calculamos la secuencia del tiempo, es decir, si va a llover el 4 de abril del año 2073 en Valladolid, sino, como el lector recordará, las medias de un periodo de 30 años (o en general, los estadísticos de ese periodo). Es decir, calculamos si la media de lluvia en Valladolid en los años que van del 2071 al 2100 va a ser significativamente diferente de la media de la lluvia en el periodo 1961-1990. Y esa proyección climática, la de 2071-2010 es —recordemos— un condicional. Está sujeta a que se dé un cierto escenario socioeconómico. No decimos lo que va a pasar, sino lo que puede pasar si la sociedad y la economía se comportan de una manera determinada.

Otro elemento importante para centrar el debate y que se entienda mejor lo que hacemos los que nos dedicamos a esto es el siguiente. ¿De qué hablo cuando digo que estamos experimentado un cambio climático a causa de las actividades humanas? Primero, hablo de que cuando hemos hecho las cuentas hemos considerado por separado los efectos de las oscilaciones naturales del clima (como los de la ENSO o la NAO) de las contribuciones de la humanidad (emisiones de gases, cambios de usos de suelo, etc.). Si se hacen las cuentas sin incluir el factor humano, no salen; es necesario meterlo en el modelo para que obtener el clima observado. Dicho de otro modo: los resultados de los cálculos que incluyen únicamente las causas naturales no son compatibles con las medidas del clima presente. Segundo, estoy diciendo que los cambios son lo suficientemente grandes como para que la diferencia no sea atribuible al azar. Tenemos herramientas matemáticas para determinar eso. Tercero, que también hemos descontado ya todos los efectos —bien conocidos— de largo plazo, incluyendo los astronómicos, los cambios en la radiación solar, etc. A veces los climatólogos nos ponemos muy pesados con que lo que hacemos es ciencia sólida, y no especulaciones. Pero hay que decirlo más. Que el cambio del clima está ahí y que se ha producido por la acción humana es difícil de negar con los datos que tenemos y de hecho no es un objeto de discusión entre especialistas. 

Pero el qué hay que hacer al respecto es otra cuestión. Ahí sí que hay debate posible. En este tema las ciencias «duras» como la física tienen menos que decir. Pueden advertir sobre los efectos materiales de tomar unas decisiones u otras, pero no pueden aconsejarnos —sin salirse de su marco epistemológico tradicional— sobre qué opción seguir. Para eso están las disciplinas sociales, como la geografía humana, aunque esta —en su versión española— sea una disciplina con poco predicamento. Pero para explicar las excelentes razones que han llevado a este lamentable estado de cosas tendría que mojarme en el tema de la querella española, y eso es otra historia.

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13 Comentarios

  1. Excelente artículo.

  2. Excelente artículo en línea con los publicados últimamente relacionados con la ciencia en España.
    Me parece que a la brutal falta de cultura científica por estos lares, habría que añadir que se quieren explicaciones sencillas a cuestiones complejas y eso…

  3. Muy aclarativo y muy bien escrito. Más de uno debería leerte y entenderte. Gracias.

  4. Encías Joe

    Muy buen artículo, gracias!
    El «acientifismo» de la población es un problema muy grande, y artículos como éste contribuyen a combatirlo.
    El problema es que los que se creen que ya lo saben todo dificilmente dedicarán su tiempo a leer un artículo como éste 😅

  5. Excelente. Bravo. Gracias.

  6. Robert Mañé Velilla

    Felicidades por el artículo Sr. Tapiador, muy interesante y claro, gracias por el esfuerzo. Me quedo con ganas de más. Su escrito me parece muy necesario y creo que deben haber muchas más personas como yo, con ganas de conocer sobre el cambio climático con una base rigurosa, y que estamos preparados para argumentaciones de un cierto nivel científico, pero que hasta ahora contamos con conocimientos fragmentarios y de nivel irregular extraídos de lecturas periodísticas al azar. Propongo en este medio una sección similar a la Querella Española, pero dedicada a divulgar y sobre todo debatir y aclarar en los foros los fundamentos y la actualidad del cambio climático por parte de especialistas como Ud. Hace falta una sociedad más y mejor informada, y hay que ponerse. Un saludo.

  7. Me gustaría que leyeran este artículo un médico y un juez con los que mantuve una «amistosa charla de cuñados» hace un par de meses.
    La gente tiene el cerebro hecho papilla y además presume de ello.

    • Encías Joe

      Cuando escucho a un cuñado opinando de cambio climático (o cualquier otro tema complejo) amparándose en la falacia de que su opinión vale tanto como la de un científico porque «todas las opiniones son igual de válidas» yo siempre le respondo lo mismo:
      Cuando se te estropea el coche, ¿lo llevas al mecánico o al charcutero? Si tienes un problema de salud, ¿vas al médico o al electricista? Si todas las opiniones fuesen igual de válidas te debería dar igual un mecánico que un charcutero o un médico que un electricista. Pero no te da igual, por lo tanto no es cierto que todas las opiniones valgan lo mismo.
      Así que del mismo modo que para la mecánica confías en los mecánicos y para la medicina en los médicos, para la ciencia hazle caso a los científicos.
      Ojo, que no digo que debas aceptar todo lo que digan como un dogma de fe, está bien tener pensamiento crítico. Pero si todos los que llevan toda su vida dedicada al asunto han llegado a la misma conclusión, no pretendas ser más listo que ellos.

  8. Gracias por un artículo tan pertinente. Al final, son las matemáticas, la estadística para ser más precisos, el problema de fondo. El «saber» popular postula que la estadística es esa cosa que afirma que si yo me como un pollo y tu no comes, en promedio hemos comido medio pollo cada uno. Y esta broma ha tenido tanto éxito, que mucha gente cree que con la estadística se puede demostrar cualquier cosa. Vaya, que la estadística no es fiable.
    La estadística se entiende mal porque no se explica, como las probabilidades, tan íntimamente unida a la estadística. Este desconocimiento y desconfianza hacia la estadística está en la base de la incomprensión general de la ciencia, me parece a mí. Gracias por el esfuerzo en aclarar los conceptos.

  9. Duvidista

    «Que el cambio del clima está ahí y que se ha producido por la acción humana es difícil de negar con los datos que tenemos y de hecho no es un objeto de discusión entre especialistas.» Habría que añadir «convencidos», porque desde Judith Curry a Steven Koonin hay especialistas que matizan, y mucho, lo de la acción humana.

    • Pro fin apareció un suave negacionismo. Una rápida consulta en wikipedia: De 2004 a 2009, Koonin fue empleado en BP como Jefe Científico de la compañía BS de aceite y gas; Curry se retiró de la academia en 2017 a los 63 años de edad, coincidiendo con su cambio público al escepticismo climático.
      Por supuesto no todo se sabe con seguridad (menos en esta materia), pero los consensos científicos no suelen producir modas pasajeras porque no son consensos políticos, sino consensos técnicos que involucran el análisis detallado de los datos. Vaya, que puestos a elegir, no siga Ud. la opinión de alguien que se sale del consenso: a veces, los heterodoxos aciertan, pero normalmente no dan una. Y yo no confiaría en el científico jefe de BP, pues pensaría que alguna intencionalidad pudiera tener…

  10. Hari Sheldon

    Entonces los modelos climáticos pueden prever el clima que tendremos en 100 años (o no). Y puesto que en fechas tan «lejanas» como antes de los satélites los datos son escasos, e incluso dudosos si vamos más hacia atrás, podemos concluir (o no) que el planeta se calienta con respecto a los últimos 50 años, puesto que al parecer también se concluyó que entre 1940 y 1970 se enfriaba.
    Podría afirmarse también, que al estar en un periodo interglacial, es seguro que el planeta volverá a enfriarse, probablemente mucho, en virtud del alejamiento orbital con respecto al Sol, descrito por los ciclos de Milankovic, lo que invita a plantearse cuál es la temperatura que tenemos que considerar ‘ideal’ para el planeta. E incluso el hecho de tomar ciclos de sólo 30 años, considerando los alrededor de 200.000 años de existencia del homo sapiens, podría verse como el equivalente a ver si le ha ido bien o mal en la vida a alguien mirando cómo le fue entre los 25 y los 26 años, en cuyo caso podríamos estar midiendo, en lugar de una tendencia, uno de esos bandazos que queríamos evitar. O no.

    • Con lo que deberíamos concluir que el conocimiento (respecto a la evolución del clima) no es posible… ¿o no?
      ¿Adónde quieres llevar el razonamiento? La cosa sería irrelevante si no hubiese que hacer algo, pero si se confirman las peores predicciones (que, de hecho, se superan de largo) y nuestro «escaso» conocimiento actual predice ruina total… entonces, ¿no hacemos nada? ¿Esperamos a la autopsia para confirmar la enfermedad?

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