«¿Es la chica de Envidiosa, no?». La pregunta apareció una y otra vez, hacia la fotógrafa, entre los clientes del bar en el que nos juntamos a charlar con Débora Nishimoto (Buenos Aires). Su presencia es magnética. Imposible dejar de mirarla. Imposible, también, no reconocer en ella a Mei, uno de los personajes revelación de Envidiosa, la exitosa serie de Netflix de la que se emitieron las dos primeras temporadas y se está grabando la tercera. Débora encarna a «la china» con tanta naturalidad que no alcanzamos a intuir la realidad que anida en la actriz detrás del personaje: su ascendencia japonesa y un marcadísimo acento porteño.
¿Dónde naciste?
Acá, en Buenos Aires, en el barrio de Almagro. Mis papás también nacieron acá, mi abuela materna también, y mis abuelos paternos vinieron de Hiroshima. De los dos lados de mi familia son japoneses, pero en el caso materno son mis bisabuelos.
Argentina es un país con mucha inmigración perfectamente integrada pero hay una particularidad en el caso de los asiáticos los descendientes: son rápidamente identificables por los rasgos físicos. ¿Cómo fue criarte acá donde, además, se les dice chinos a todos? ¿Eras «la china» en el colegio?
Sí, sí. (Risas) Era «la china», pero bueno, toda la generación de mis padres quería que sus hijos se integraran a la sociedad argentina, al menos eso pasó con la inmigración japonesa que, entonces no me mandaron a la escuela japonesa sino a todas escuelas públicas de Buenos Aires. En la primaria y en la secundaria te diría que era casi la única y me sentía bastante diferente, no era algo que me divirtiera mucho. No es que sufriera bullying pero no quería ser diferente y, por ejemplo, me cargaban con mi apellido. Yo quería que mi apellido fuera más corto, como el de mi mamá, y me preguntaba «¿por qué Nishimoto?, ¡tan japonés!». ¡Como si no se me notara en los rasgos! Y a veces, durante la escuela secundaria, cuando todavía no estaba tan amigada con mis raíces, pensaba: ¿por qué yo, que soy tercera generación de argentinos, por mis rasgos tan identificables, la gente asume que como comida japonesa, que hago karate, que sé sobre literatura japonesa y cine japonés, que hablo el idioma? Tengo amigas de ascendencia italiana y nadie supone eso. Pero también entiendo que es muy fuerte la cultura japonesa y a mí me pasó más de grande lo de empezar a interesarme paulatinamente, no lo forcé. Cuando tenía quince años intenté aprender japonés, más que nada porque mis abuelos paternos no hablaban castellano, a pesar de que vinieron en los años cuarentas, durante la guerra. Llevaban más de cincuenta años en el país pero hablaban muy poco en castellano porque ellos sí estaban solo dentro de la comunidad. Tenían una tintorería, que era algo bastante clásico en ese momento.
¿Viajaste a Japón alguna vez?
Sí, varias. A los diecisiete viajé por primera vez a Hiroshima en un intercambio de dos semanas. Pero claro, no estaba interesada, estaba más con la cabeza en el viaje de estudios a Bariloche. (Risas). Y recién después, cuando mis abuelos paternos fallecieron, ya fue distinto, algo genuino: quería viajar y empecé a estudiar japonés, varios años. Entonces viajé y siento que ese fue realmente mi primer viaje. Mi papá era la línea más directa con Japón, fue a los dieciocho años, después trabajó toda su vida y volvió recién a los cincuenta; entonces no había nada que me uniera, nadie en mi familia me hablaba de la cultura japonesa ni viajaba a Japón. Y cuando mi papá fue a los cincuenta y vio que toda su familia lejana, como los primos de mis abuelos —mi tío abuelo, mi tía abuela— eran tan hospitalarios y lo recibían con tanto amor, a mí también me agarró el interés y conocí a toda la familia de parte de mis abuelos paternos. Fue increíble, ahí sí que sentí realmente una conexión, algo muy fuerte cuando fui a Hiroshima. Y cuando fui a Tokio me volví loca.
Probablemente era necesario dejar pasar el tiempo. Cuando uno es chico solo quiere encajar.
Sí, totalmente. Yo quería pasar inadvertida. Me acuerdo que mi abuela a veces me pasaba a buscar por el colegio y ella usaba una ropa muy estridente, se pintaba los labios de rojo, super maquillada, recontra japonesa, obviamente, y a mí me daba mucha vergüenza. Y después, cuando fui a Japón, me fascinó. Fui ese año y, al año siguiente, dije «ahorro todo el año y vuelvo a ir», después fui unas cuatro veces y con cada viaje empecé a reconocer de dónde salían algunas cosas que yo tenía, por ejemplo en relación a la moda. Ahora estoy un poco más sobria, pero en ese momento me gustaba mucho la ropa vintage colorida y me compré de todo. Si bien los japoneses son muy estrictos y conservadores en algunas cosas, en la moda son bastante locos y yo decía «¡Guau! Acá puedo vestirme como realmente quiero» porque en Buenos Aires me bajo un poco para no llamar la atención. Entonces empecé a conectar más con mi lado japonés: la ropa, la comida, la relación con el tiempo, la contemplación, una tranquilidad y una paciencia diferente. Mi lado argentino es más para adelante, tiene otro ritmo.
Tenés un emprendimiento de cocina, ¿No?
Sí, eso lo empecé hace ocho años, y decidí ponerle mi nombre en japonés, Kaori. Es un nombre que solo usaba en la casa de mis abuelos, no figura en mi documento de identidad y no es la traducción de Débora, sino que es un nombre que eligieron ellos para mí. Kaori significa aroma, fragancia, perfume, olor y está muy relacionado con la cocina. Es el ideograma que más aparece cuando comprás una comida.
¿Dónde aprendiste a cocinar o con quién?
Fue muy por motus propio, de investigación personal, primero. Después hice talleres de fermentación, por ejemplo, porque eso tiene un conocimiento de química más específico y que no lo podía hacer con prueba y error, pero fue más que nada investigación propia en un momento en el que, por un accidente, perdí el olfato. No quiero indagar mucho en eso pero me bajé de un taxi en movimiento y me fracturé el cráneo y como única secuela perdí el olfato. Me dijeron que fue un shock posttraumático, pero pasaba el tiempo y yo a los tres meses seguía sin oler. El sabor es la mezcla de dos sentidos, del gusto y del olfato, y al perder uno tampoco podía sentir bien los sabores, entonces estaba medio desesperada y empecé a cocinar. Empecé a probar con picantes y con texturas, a despertar así mis papilas, y lo rehabilité de una manera bastante experimental. Yo no podía distinguir la lavandina del café y ahora huelo muy diferente a como olía antes y a cómo huelen otras personas.
¿Y lo de la actuación, cómo comenzó?
También por eso. Ese accidente fue como un antes y un después en mi vida; estaba por cumplir veinticinco años, había estudiado el traductorado de inglés, me recibí, trabajaba como traductora y también estudiaba Letras en la Universidad de Buenos Aires. La empecé para disfrutarla, solo hacía materias que me gustaban y mi ideal era traducir poesía, pero, aunque me decía a mí misma que estudiaba porque lo disfrutaba, la realidad es que me quería sacar diez en todo y estaba en un momento de mi vida de mucha exigencia. Entonces estaba en ese mundo muy académico, estudiaba francés, inglés, japonés, me gustaban mucho los idiomas y las palabras en general, y con ese accidente sentí como que mi cuerpo me estaba avisando algo: tenía que cambiar drásticamente. Lo tomé como una señal y hoy en día siento que fue lo mejor que me pasó en la vida. En ese momento pasé una semana en el hospital, perdí el olfato, estaba triste, pero ahí dejé todo lo que estaba haciendo. Durante un mes no podía salir de mi casa porque me golpeé la cabeza y, como estaba bastante perdida, un amigo me recomendó hacer un taller de teatro como terapia, otro amigo me recomendó hacer danza, y ahí empecé a conectar mucho más con mi cuerpo, que lo tenía absolutamente relegado. Era muy académica. Mi ideal era estar estudiando, hacer posgrados de distintas cosas. Es cierto que, cuando hoy veo filmaciones que mi papá registraba cuando era chica, me encantaba estar frente a la cámara, hacía personajes. También, desde los quince años, iba a castings de publicidad porque me gustaban las fotos.
¿Ir a los castings fue por iniciativa tuya?
Sí, un día le dije a mi mamá, me acompañó al primero y a partir de ahí empecé a trabajar con una agencia. La verdad es que mis papás siempre me apoyaron y les agradezco mucho.
Entonces empezaste un taller de teatro. ¿Lo que comenzó con un sentido terapéutico fue convirtiéndose en otra cosa?
Sí, di con un espacio hermoso, fue el primero, con la docente Nora Moseinco, y lo agradezco mucho porque yo no sabía nada y era un espacio muy experimental donde se trabajaba mucho con el error, no con un guión. Había mucha gente que venía de otros lugares, de estudiar en la Universidad de las Artes, que tenían mucha formación y les costaba desarmarse, estar sin hacer nada, porque Nora trabajaba con el vacío, uno tenía que estar ahí y ella te dirigía desde afuera. Yo era un papel en blanco que estaba ahí, disponible. Y a partir de ahí empezaron a surgir cosas, había gente haciendo cosas todo el tiempo, mucha gente creando, y así me empezaron a salir los primeros trabajos. Ahí también formamos, con otros alumnos, la obra de teatro con la que estoy hoy en día. Queríamos mostrar lo que sucedía en las clases, que eran cosas espectaculares con mucha entrega y mucho arrojo, siempre con alguien viéndonos de afuera y dirigiéndonos en el momento. Eso es Los miedos, la obra que hacemos, con un director en escena, dirigida en vivo y con la música también sucediendo en vivo. Es un experimento, como si mostraras la cocina de un restaurante en vez del plato final. Y surgen cosas muy hilarantes, caóticas, siento que es un regalo poder hacer eso que no podría hacer en otro lugar. Hago cosas con el cuerpo y muchos acentos, que es algo que me encanta. Nos divertimos.
¿Cómo apareció lo de Envidiosa?
Fui a un casting. Buscaban una mujer oriental. Querían que fuera china, sí o sí, y yo dije «no soy china, pero puedo hacer el acento, si querés», porque, como te decía, eso de hacer acentos es algo que me gusta y sé cuál es la diferencia entre un japonés hablando castellano y un chino. Hubo una primera instancia online en el casting, una segunda que fue muy divertida, y había algo del personaje que ya de por sí me gustaba: trabajaba en una cocina, en un restaurante, era dicharachera, un poco la contraparte del personaje principal. Fue muy divertido armar el personaje y también jugar en el momento a partir de los guiones porque nos permitían bastante juego.
¿Te cambió la vida ese personaje?
Sí, sí.
¿A qué nivel?
El reconocimiento en la calle es increíble. Y me encanta. Me pasa que voy caminando y siempre hay saludos, fotos, un reconocimiento constante. A mí me tomó por sorpresa porque ninguna de las cosas que me están sucediendo hoy en día eran mi sueño o mis objetivos. Esto no fue planeado, yo ni siquiera quería ser actriz. Fue algo que fue fluyendo, lo mismo que pasó con la cocina. Las cosas más lindas son las que no se planean tanto o cuando no hay tanta expectativa. Lo recibo muy bien y por ahora es todo amor aunque sé también que en internet es todo anónimo y puede haber comentarios hirientes. Cada tanto aparece alguno; hay gente que se toma muy en serio la historia de Envidiosa y están enojados con que Matías me haya traicionado.
Claro, además se cruza con la historia personal, porque ahora estás saliendo con él (Esteban Lamothe, actor que interpreta el papel de Matías en la serie).
¡Sí! Y no sabés cómo es cuando estamos los dos juntos en la calle. (Risas) La verdad es que creo que se extrañaba una serie así para ver. Realmente mucha gente la ve en familia. Me sorprende a veces que haya, por ejemplo, niños de doce años que se quieren sacar una foto, porque yo pensé que iba a apuntar a un público más de mujeres de treinta, cuarenta años, pero no, es súper amplio.
¿Crees que el éxito se debe a que la serie tocó una fibra sobre los lugares femeninos, los roles, los mandatos?
Sí, yo creo que hay varios factores y uno es ese. También los actores y las actrices, que son todos espectaculares y hay una mezcla: hay actores que vienen del teatro y no habían sido tan vistos en televisión como Susana Pampín o Lorena Vega, actores como Adrián Lakerman o Martín Garabal que son más del stand up y de la comedia. Hay una mezcla que está buena y todos funcionaron muy bien. Se nota la química que hay. En el grupo de amigas se nota se llevan muy bien, se cagaban de risa todo el tiempo en ellas y eso traspasó la pantalla. Y el guion también. Creo que es algo muy actual sobre la mujer, la edad y los mandatos; mandatos que un poco van cayendo, pero que igual los sentís dentro tuyo. Aunque creas que sos más independiente siempre hay algo de la sociedad y cosas que heredamos de la familia o de la mirada ajena o de la cultura. Por más que creamos que no, un poco nos identificamos con la protagonista que, si bien está todo muy exagerado, yo creo que la mayoría pudo pensar «conozco una amiga que es así», pero lo cierto es que una misma también se ve identificada.
Una de las cosas que más me llamó la atención de Envidiosa es la calidad de los personajes secundarios, incluido el tuyo.
Sí, el personaje de Mei o el de la psicóloga, por ejemplo, fueron aportando mucho para hacer que las historias no se centren solo en la protagonista. Mei es un poco la contraparte de la protagonista y yo quería que se estrenara la segunda temporada porque ahí el personaje crece mucho, pasa a tener más carne y más humanidad.
¿Eso estuvo planeado desde el comienzo o tuvo que ver con la repercusión de la historia?
Filmaron la primera y segunda temporadas todo seguido, así que yo creo que estaba ya escrito. No me acuerdo si seguían escribiendo en el momento, pero para mí está buenísimo porque a los personajes secundarios y orientales no se les suele dar una historia. Siento que es de las primeras veces en la televisión, ¿no? Suele pasar en el cine o en teatro, pero no en la tele.
¿Cómo suelen ser incluidos los personajes orientales en la televisión?
Para hacer bolos, como cumplir un cupo (Risas).
Personajes que no se desarrollan, estereotipos. Pero en este caso apareció algo más, el personaje de Mei tiene un arco diferente.
Creo que, en la primera temporada, el personaje está siempre contenta. Cuando me plantearon el personaje, creo que el adjetivo que usaron fue pispireta, dicharachera. Ella está siempre alegre y es a la vez cómplice con él, fue divertido pero, ya en la segunda temporada le pasan cosas más complejas: está triste, está enojada, está celosa, tiene más humanidad, más carne. Mis amigas me decían «me encanta verte con cara de orto» (Risas). Y para mí está bueno porque, si bien el guión está escrito por una mujer occidental, siento que los comentarios y las opiniones que da un personaje de una mujer oriental son diferentes. Viene de otra cultura, con otro bagaje cultural y le da otra capa y otra complejidad a la serie que de otra manera no estaría. Las opiniones de Mei, cómo se toma las cosas, su manera de estar, todo eso es diferente.
¿Cómo fue el trabajo actoral a diferencia del que venías haciendo en teatro?
Yo había trabajado en televisión y ya había tenido el ritmo de tiras. Estuve en Guapas, en Edha, de Netflix, y en Cielo Grande, que era infantojuvenil, más para adolescentes. Entonces ese ritmo de muchas horas, cortar para el almuerzo, las tomas y tal, todo eso lo tenía.
¿Hay una tercera temporada de Envidiosa?
Se empieza a filmar la tercera. A mí, por ahora, solo me convocaron para un capítulo; está siendo escrita en este momento, esperemos que a ver qué pasa, que siga mi personaje. Al final de la segunda temporada ella se despide, pero ojalá que siga, para que siga habiendo otra capa para la historia.
Además, entre nosotras, hacen muy mala pareja los protagonistas.
(Risas) Sí, sí. Todos me dicen «no entiendo cómo Matías se queda con ella».
¿Qué tenés por delante en tu carrera?
En abril se estrena otra serie para Flow, es un thriller que filmamos el año pasado y en el que hay un trabajo más físico y tengo muchas ganas de verla. También se va a estrenar una peli (El tema del verano, 2024) que ya estrenamos en Uruguay, de Pablo Stoll, que es un director uruguayo muy bueno, en la que actuamos tres actrices argentinas. Es una película de zombies, una comedia que es un delirio. La filmamos hace mucho, durante la pandemia, estuvo tres años en edición y posproducción. En 2024 la fuimos a presentar con el director y algunos actores a Sitges en España, donde hay un festival de género y fue hermoso presentarla; en Argentina se estrenó en el Festival Rojo Sangre. Y, ¿qué más?, en junio volvemos al teatro con la obra que venimos haciendo. Y después me gustaría escribir mi propia obra; la estoy escribiendo. Siento que es un gran desafío y que es algo que siempre quise, pero me daba mucho miedo porque es muy diferente ser actriz intérprete a ser actriz creadora, crear mi propio personaje.
¿Crees que tu ascendencia te limita los protagónicos en la escena argentina?
Y, un poco sí. Yo creo que esto ya es un paso y ojalá los directores y guionistas se animen un poco más a escribir personajes orientales y que no necesariamente estén condicionados por su ascendencia. Yo soy argentina y muchos tenemos hoy en día algún conocido o algún amigo de ascendencia asiática que no necesariamente es el que trabaja en el supermercado chino. Una puede hacer de la amiga, de la abogada, de la protagonista…
Claro, sin hacer de china o de japonesa.
Sí, sí. Eso para mí sería un sueño. Por eso en un momento, cuando empecé a escribir, dije «si no me llaman para estos papeles, tendré que empezar a gestionar yo». Tampoco es cuestión de estar esperando todo el tiempo que alguien te llame. Eso es lo que tiene la actuación, esperar el llamado de alguien, pero a veces la actuación es juntarse con gente afín a tus gustos, a tus objetivos y a tus sueños, y crear. Después lo que pasa es que te lleva como mil años hacer una obra de teatro y te van a ver treinta personas, pero ya la satisfacción de estar creando un universo me parece que es importante.
Tenés tu propio emprendimiento culinario e imagino que no depender enteramente de la actuación a nivel económico tal vez te da más libertad, ¿no?
Sí, desde chica hice muchas cosas, no me caso con nada. Siempre me gusta tener algo mío, tuve muchos emprendimientos y me entusiasma ser mi propia jefa. Cuando era chica hacía pulseritas y las vendía en el colegio; volvía con los bolsillos llenos de monedas hasta que la directora le dijo a mi mamá que no podía hacer negocios ahí. Hice velas, jabones y, ya de grande, cuando estudiaba Letras, hacía estampados en serigrafía de diseños de literatura y los vendía. Siempre me gusta tener algún emprendimiento, y ahora estoy con la cocina, hago eventos itinerantes, popups en restaurantes de la ciudad y doy talleres de cocina. Después, tengo la suerte de que hago mucha publicidad y ese es mi sustento económico; trabajo mucho para afuera, en Estados Unidos, por ejemplo, siempre hay orientales en las publicidades, no necesariamente haciendo algo específico.
El ámbito de la cultura en general y de la actuación en particular está actualmente muy atravesado por la cuestión política. ¿Es algo que te interesa?
Sí, claro. Trabajando como actores y creadores independientes es un tema importante porque, evidentemente, con la situación del país y la coyuntura que estamos viviendo, además de lo triste que es ver todos los recortes en la cultura que estamos sufriendo, en la falta de subsidios que vuelve cada vez más difícil hacer cosas independientes, vemos que todo lo que se filma y se produce es cada vez más comercial. Y lo que vemos también es que, al estar el país mal económicamente, la gente que no tiene dinero para llegar a fin de mes, lo primero que recorta en sus gastos es, lamentablemente, en salidas culturales. Mucha gente deja de hacer planes de ir al teatro o ir al cine; nosotros lo sentimos mucho el año pasado en nuestras funciones en el teatro. Hay cosas independientes que se están cortando y es terrible, pero seguir creando a pesar de todo es algo que siento que caracteriza al pueblo argentino. Yo veo la diferencia cuando voy afuera, veo que acá siempre hay una pulsión de estar creando los propios proyectos a pesar de todas las dificultades que hay y eso me parece admirable. Es algo que hablo con mi profesora de japonés: ella me dice que lo que le gusta de Argentina es eso, que alguien empieza su proyecto de lo que sea —como hacer tacitas de cerámica o lo que sea— y va y lo hace, arma un emprendimiento y lo sube en Instagram. Hay mucha voluntad de crear y facilidad en algunos aspectos. En Japón, en cambio, tenés que pedir autorizaciones y es todo más burocrático. Siento que en Argentina siempre hay espacios como de resistencia, ¿no?
Decías antes que en algún momento te encontraste con tu lado japonés. ¿Llegaste a cierta mezcla entre paciencia japonesa y fuerza argentina?
Sí. La fuerza y la paciencia, creo que son dos lados. Y pienso siempre en mis nombres: Débora significa abeja trabajadora y tengo eso de ir para adelante y estar creando todo el tiempo, es el impulso y la motivación, y Kaori es el lado más sensible, de otro tiempo, como de otra concepción del tiempo tal vez. Siempre hay algo bueno de trabajar con la paciencia, que es fundamental, pero también no quedarse esperando, no resignarse. También hay resiliencia, siento que el pueblo japonés es muy resiliente y eso es algo que siento dentro mío y lo identifico con ese lado: salir adelante frente a la adversidad, no quedarse, no victimizarse. Lo que está pasando es por algo y hay que combatirlo.
Tus abuelos vinieron desde un lugar tan devastado como Hiroshima. Más allá de aquel primer viaje temprano que no llegó a ser muy significativo en tu adolescencia, ¿ahora esa ciudad te dice otras cosas?
Sí, fui cuatro veces. Estuve ahí con mis tíos abuelos, visité el epitafio y todo lo volví a ver con otra mirada, es muy fuerte. Siempre me acuerdo de mi abuela; una vez la entrevisté, creo que para un trabajo de la escuela en el que quería trazar mi árbol genealógico, y ella siempre me decía, en sus escasas palabras en castellano, de lo contenta que estaba de haber venido a Argentina y de lo agradecida que estaba porque vinieron prácticamente sin nada. Allá se había destruido todo allá y acá en Buenos Aires pudieron salir adelante, tener una casa y crecer un montón.
¿Por qué vinieron a Argentina?
Había bastantes japoneses y se corría la bola de que era un país de mucha bonanza en ese momento. Me acuerdo que mi abuela me decía que cuando llegó y fue a la calle Florida no lo podía creer. A ella le parecía un lujo. Efectivamente ellos vinieron sin nada y pudieron hacer cosas, se integraron y estuvieron siempre muy agradecidos. Y yo también, estando acá, abogo por la educación pública y la salud pública. Argentina era un país donde podías crecer sin necesidad de tener que pagar colegios privados carísimos y eso es algo que no existe en Japón, donde la educación es privada.
Desde hace varias décadas mucha gente, muchos jóvenes, se han ido del país. ¿Pensaste alguna vez en vivir fuera de Argentina?
No, la verdad que no. Sí, a veces me preguntaba qué pasaría si viviera en Japón o en España.
¿Por qué España?
Por el idioma y porque hay muchos argentinos, siento que hay una comunidad armada y que sería más fácil empezar algo. Pero a la vez, cuando voy para allá de vacaciones y veo Madrid en comparación a Buenos Aires, creo que es mejor acá. Esta es una ciudad increíble, donde la gente está creando cultura todo el tiempo, la cantidad de obras de teatro que hay para ver, el cine independiente, todos los días hay un evento diferente, una muestra de arte. Siento que, como actriz, no sé si me sería muy fácil en otro país, capaz sí si fuera ingeniera o analista de sistemas… Respeto mucho a la gente que se va porque tiene oportunidades de crecer más afuera pero en mi familia siempre fue mucho más fuerte lo de apoyar y apostar.
Tal vez es diferente el modo en que se ven las cosas para quien viene de una familia de inmigrantes.
Sí, totalmente. Hay un agradecimiento profundo por lo que nos dio el país. Tal vez para mi generación eso quedó un poco atrás, pero para mis abuelos y la generación de mis papás todavía persiste eso de haber logrado tanto gracias a que el país les abrió las puertas. Y no solo a ellos porque Argentina era un país que le abre la puerta a todos los inmigrantes.
Gracias por la entrevista. Un gusto conocer a Débora más allá de «la china».