Las librerías mueren. Mueren igual que los escritores, que las ideas, que las ciudades que las albergan. Algunas agonizan con dignidad, otras se venden a franquicias o se transforman en cafés con libros como decorado. Pérgamo no. Pérgamo ha sobrevivido a un país que la quiso silenciada, a clientes que han cambiado de acera y a una industria que prefiere vender bestsellers que hablar de libros. Fundada en 1945 por un republicano al que el franquismo dejó sin más oficio que el de vender lo que el régimen prohibía, la librería más antigua de Madrid ha conocido días mejores. También peores.
Ahora, en pleno barrio de Salamanca, Pablo Cerezo y su equipo intentan lo imposible: mantener viva una librería en una ciudad que ya no parece necesitarla. Pero ¿realmente ya no la necesita? Entre estanterías que han visto pasar a generaciones de lectores, nos habla de un mundo donde la alta cultura dejó de ser un símbolo de distinción y donde los jóvenes leen más de lo que los viejos suponen. De la lucha por la independencia frente a los algoritmos. De la extraña sensación de vivir rodeado de libros y no tener tiempo para leerlos. Pérgamo sigue en pie, pero por cuánto tiempo.
La librería de Pérgamo ha sido parte de la historia de Madrid desde 1945. ¿Cómo crees que ha evolucionado el público lector desde su fundación hasta hoy?
Yo creo que bastante. Son muchos años, y además del barrio, el ecosistema editorial ha vivido muchos cambios. Ahora hay una enorme oferta editorial que ha diversificado enormemente los libros publicados. Además, sin descuidar el barrio, hemos puesto mucho énfasis en llegar a la gente joven de otros sitios de Madrid. Para nosotros lo más importante era hacer de Pérgamo un lugar de encuentro generacional.
El barrio de Salamanca está viviendo además un cambio sociológico muy grande. Cada vez es más el público latinoamericano que tenemos, que viene sobre todo de México, Venezuela, México y Chile.
Dicho eso, el público tradicional de la librería sigue viniendo a Pérgamo. Cuando tomamos la librería, éramos conscientes de que teníamos un gran reto por delante: el legado que recibíamos era importante y teníamos que estar a la altura. Que Pérgamo fuera un espacio atractivo para nuevos perfiles sin descuidar al público tradicional de la librería era el principal objetivo y creo que lo hemos logrado.
En América, venden mucho editoriales como Herder, Sirio, y otras relacionadas con la autoayuda y el esoterismo. ¿Te piden títulos de este tipo?
Sí, nos piden bastantes títulos así. Pero creo que es algo que pasa en otros lados. Es llamativo, por ejemplo, el boom que está viviendo el estoicismo a raíz de muchos libros de autoayuda. Nosotros vendemos fácilmente un par de ejemplares de las Meditaciones de Marco Aurelio a la semana. Una librería es un termómetro social interesante.
Este es uno de los retos como librero. Cómo escoges el fondo de la librería sin excluir ni juzgar a otros públicos. Ahí es donde entra la conversación con el lector que es donde se juega todo.
Hace unos meses hubo un artículo en El País, que publicó Sergio Fanjul, que decía que estaba desapareciendo un poco la alta cultura y que estábamos involucionando o evolucionando hacia una cultura más popular, de masa, de Instagram. ¿Tu percepción en ese sentido cuál es?
Recuerdo leer el artículo, sí. Con Sergio además tenemos buena relación. Estoy de acuerdo con mucho de lo que dice, pero además añadiría una cosa. Creo que, lo que ha cambiado, es que la cultura ya no es el principal distintivo de clase como solía serlo a mitad del siglo XX. Cuando hablamos, por ejemplo, del omnivorismo cultural para referirnos a como ahora la gente que puede ir a la ópera y, al mismo tiempo, salir de fiesta y escuchar reguetón. O puede leer alta literatura y, al mismo tiempo, ver películas de serie B. No es que la clase haya dejado de importar, todo lo contrario. Pero en términos culturales, las barreras parecen más porosas.
Por ejemplo, creo que también hay un boom en los clásicos. Hace poco, por ejemplo, estaba escuchando el podcast Mucho Texto, con Berta Gómez y Sara Roqueta y entrevistaban a la editora de Ediciones Invisibles que, según creo, tenía como mi edad, 25, 26 años. Contaba que a la editorial le ha ido muy bien gracias a su colección de Pequeños placeres en el que han rescatado clásicos breves como La felicidad conyugal de Tolstói o Mejillones para cenar de Birgit Vanderbeke. Ella contaba que le estaba yendo muy bien entre la gente joven. Lo mismo sucede con la colección de los clásicos liberados de Blackie Books.
Lo que sí creo que ha cambiado es que esto ya no es un distintivo de clase, lo cual nosotros lo notamos en el barrio, por ejemplo. Creo que el cambio en esas élites latinoamericanas respecto a lo que eran las antiguas élites de los mismos países pone de manifiesto que ahora es mucho más importante en ese distintivo de clase cursar un MBA que haber leído a Tolstói o Esquilo.
¿Cómo acabaste en la librería?
Es una historia muy azarosa, y han pasado más de dos años rapidísimos con muchos cambios. Yo conocí al escritor mexicano Jorge Hernández en una conferencia sobre literatura latinoamericana que impartió en la Facultad de la Complutense. Me gustó mucho lo que dijo y nos pusimos a hablar de libros. Luego coincidimos en un café, nos vimos varias veces más, y ahí empezó una amistad muy bonita.
Más tarde me propuso que entrara en este proyecto porque buscaban, entre otras cosas, a alguien joven que llevase, además de la gestión de la librería, la programación cultural y la estrategia en redes. Creo que también valoraban que, como indican los datos en el mundo del libro, la gente joven es la que más lee. Conforme creces, es más probable que dejes de leer como un hábito rutinario. Por eso, creo que los equipos culturales tienen que integrar a gente joven.
Esto es algo que muchas editoriales están notando: no solo publican a autores jóvenes, sino que también están contratando a gente joven para sus equipos. En estos dos años, nuestro equipo ha cambiado mucho: ha entrado y salido gente, y se ha ido transformando. Ahora mismo somos María y yo quienes llevamos Pérgamo.
¿Tú eres el que pivota, estás como el centro del equipo?
Yo he estado desde el principio. Pero sin María este proyecto sería inviable, claro. El trabajo para sacar adelante una librería es muy exigente: son muchas tareas y muchas lecturas que repartir. Ella es, además de una grandísima lectora una librera excelente.
Pero esto ha sido siempre un proyecto comunitario. Tenemos la suerte de rodearnos de escritoras, diseñadoras y lectoras jóvenes que nos ayudan mucho con el proyecto. Nuestro gran sueño es formar en torno a Pérgamo una generación, y poco a poco se va asentando esa idea.
Hablando de gente joven que lee, hay un boom en la literatura de género: ciencia ficción, fantasía, y temas de género. ¿Tratáis esos temas en la librería?
No tanto, aunque es un fenómeno muy interesante. Siempre surge la conversación de que “los jóvenes no leen”, pero lo cierto es que leen muchísimo. Otra cosa es que lo que leen no sea lo que esperamos o conocemos. En la feria del libro, por ejemplo, estábamos al lado de Urano, que es un sello especializado en fantasía, romántico y ciencia ficción, y estaban siempre llenos. Era impresionante la cantidad de jóvenes que atraían.
Nosotros, como librería de barrio, todavía no hemos accedido del todo a ese público. Estamos más centrados en otros espacios literarios. Sin embargo, está en nuestro horizonte. Es un mundo vastísimo, y como somos una librería pequeña, necesitamos tiempo y formación para adentrarnos en ese terreno. Por ejemplo, la inversión de tiempo que hemos hecho en literatura infantil es enorme. Parece que no, pero hay que saber muchísimo, es un campo muy grande.
¿Habéis pensado en esos libros que estuvieron prohibidos acá, tenerlos y hacer, digamos, una conexión con esos años?
Sí, de hecho, recuerdo que, muy al principio, cuando estábamos recibiendo las primeras cajas y armando el fondo de ensayo, recibimos el Diccionario filosófico de Voltaire. Este fue, precisamente, el libro por el que la policía franquista multó a Raúl Serrano, el fundador de Pérgamo, por tenerlo en el escaparate. Y no estamos hablando del Capital de Marx, ¡era el Diccionario filosófico de Voltaire! Lo tuvimos en el escaparate una temporada. Intentamos mantener también ese espíritu crítico que creo que es tan importante en las librerías. Ahora estamos apostando mucho por el fondo de ensayo, un poco para seguir ese espíritu.
Y con este renacer que hay de la ultraderecha, ¿cómo te posicionas como librero con libros como Mi lucha de Hitler? ¿Crees que se deben prohibir ciertos libros?
Esa es una pregunta difícil. Es algo que hemos debatido muchas veces, sobre todo considerando la esencia de la librería como un espacio donde alguna vez se vendieron libros prohibidos. Hemos recibido peticiones de libros que no están alineados con mi postura política, en esos, evidentemente no hay problema. El dilema surge cuando son libros que carecen de rigor o son políticamente antidemocráticos.
Creo que el criterio no pasa tanto por prohibir, sino por decidir qué eventos organizamos, qué libros ponemos en las mesas de novedades y cuáles en las baldas. Sin embargo, el puritanismo es complicado en un negocio donde los márgenes económicos son tan ajustados. Tengo que vender de todo para poder financiar una mesa de novedades con los libros que realmente me interesan. Por ejemplo, muchos bestsellers o libros que yo nunca leería están en nuestra librería porque hay un público que los demanda, y eso está muy bien.
Sin embargo, para mí, el activismo político en una librería no pasa tanto por la prohibición de ciertos títulos sino por hacer de Pérgamo un lugar de encuentro y conversación público. Creo que si algo amenaza a nuestras sociedades es la fragmentación: cualquier espacio que genere comunidad está, por tanto, construyendo algo importante.
¿Qué papel juegan los eventos culturales, como charlas o cuentacuentos, en la creación de comunidad alrededor de la librería?
Creo que lo son todo. Hoy en día es muy difícil que una librería sobreviva si no tiene ese componente de centro cultural. Presentaciones, clubes de lectura… Ya sabes que este espacio es pequeño, así que tenemos que adaptarnos. Por eso estamos apostando más por los clubes de lectura, porque los podemos hacer en la parte de atrás y ayudan a crear comunidad.
En ese sentido, los vermuts literarios que hacemos los sábados han sido fundamentales. Nos han permitido cohesionar una comunidad de gente joven que necesitaba de espacios donde conocerse, encontrarse, hablar de libros y compartir experiencias. Los vermuts, en los que hacemos presentaciones breves de libros y editoriales (no más de media hora), son realmente excusas lo importante es encontrarnos.
Esa necesidad de encontrarnos en torno a la cultura creo que cada vez es más reconocida por la gente. De hecho, desde Pérgamo estamos empezando a hacer programación cultural para otros espacios. Creo que los eventos en torno a la cultura en general y los libros en particular son más necesarios que nunca.
¿Cuáles han sido los últimos tres vermús literarios? ¿Qué libros o títulos habéis presentado?
Tuvimos la presentación de Los íntimos el último libro de Marta Sanz, a quién le acompañaron Luisge Martín y Sabina Urraca. Fue una presentación muy bonita y divertida.
Luego hemos acogido también un encuentro sobre la poeta Emily Dickinson en el que conversaron Ana Mañeru, editora de Sabina que ha dedicado gran parte de su carrera a la investigación y publicación de la obra de la poeta, y Rocío Collins, una autora que admiramos muchísimo y que debutó el año pasado con un novelón: Éxtasis en una noche de verano.
Por último, abrimos febrero presentando la que será nuestra editorial del mes: Gatopardo. Nos gusta mucho que las editoriales pequeñas e independientes, que son fundamentales para el mundo del libro, tengan el espacio donde compartir su proyecto como merecen.
Estamos muy contentos no solo porque lo vermuts siempre se llenan sino porque cada vez vemos más gente nueva que se une y repite.
O sea, ¿vais descubriendo editoriales pequeñas en lugar de trabajar solo con grandes las grandes?
Exacto. Es que son las que aseguran que que el mundo del libro sea diverso, plural y rico. Queremos apoyar a editoriales pequeñas e independientes, que suelen ser equipos de una, dos o cinco personas, como nosotros y que sabemos que le ponen dedicación y esmero a lo que hacen, y que no suelen contar con grandes escaparates donde promocionarse. Si podemos ayudar, en la medida de las posibilidades, a que su trabajo sea más visible, lo vamos a hacer.
¿Cómo manejáis la gestión con estas editoriales pequeñas? ¿Trabajáis en depósito o pasáis por grandes distribuidores para evitar complicaciones?
Por una cuestión de gestión tenemos que pasar por los distribuidores. Pero cuidamos los depósitos de esas editoriales pequeñas para que tengan su hueco en la librería.
¿Trabajáis en depósito?
Sí, jugamos mucho con el depósito. Tuvimos suerte de heredar buenas condiciones de las líneas anteriores, lo que nos permitió invertir en depósitos. Pero, al igual que las devoluciones pueden ser un problema, si todo es en depósito y no lo gestionas bien, también puede complicarte la vida.
¿Tenéis un análisis de rotación de títulos?
Sí, lo tenemos. Por ejemplo, con UDL hicimos un depósito de Renacimiento por un año. Al final del año, revisamos qué títulos se habían movido mejor y nos quedamos en firme con ellos; lo que no funcionó, lo devolvimos.
¿Cuál es el perfil del cliente de Pérgamo?
Como he mencionado antes, hay mucha gente mayor, principalmente del barrio, y también personas que trabajan en las oficinas cercanas. Nuestro día a día está centrado en la gente del barrio. Sin embargo, no podemos depender solo de él. Por eso, hemos hecho una apuesta para atraer a un público más joven, que lee lo mismo que nosotros queremos vender. Por ejemplo, invertimos bastante en nuestra sección de poesía, lo que nos ayudó a atraer perfiles distintos. Ahora estamos intentando algo similar con el ensayo y la divulgación científica, creando clubes de lectura enfocados en esos temas.
Estamos contentos porque después de casi tres años de proyecto cada vez tenemos más diversidad de clientes, lo que nos permite, claro, apostar por mayor diversidad literaria. Ahí las redes sociales han sido cruciales, claro. Nos han permitido llegar a mucha gente y tejer redes que terminan de materializarse luego en la librería.
¿Qué títulos tenéis en la sección de divulgación científica?
Te digo tres que hemos movido mucho estos últimos meses: La luz de la edad media de Seb Falk, que es una historia de la ciencia en la edad media. Breve historia de los agujeros negros de Rebecca Smethurst y El orden del tiempo de Carlo Rovelli. Con estos dos últimos hicimos ciclo de lectura sobre física que fue todo un éxito.
¿Vais a apostar más por traer libros de divulgación científica?
Poco a poco. La dificultad está en que cada nueva sección implica una inversión de tiempo importante para explorar los fondos disponibles. Sociología, por ejemplo, ya la tenemos bien cubierta porque es mi área de estudio. Pero para temas como divulgación científica necesitamos buscar excusas para hacer un esfuerzo, como lo estamos haciendo ahora con el cómic.
¿Qué importancia tiene la relación cercana con el cliente?
Es fundamental. Creo que las librerías, hoy en día, sobreviven gracias a dos cosas: la creación de comunidad y la relación personal con los clientes. Las ciudades fomentan el aislamiento, y la gente busca espacios donde sentirse parte de algo. Por ejemplo, cuando alguien entra y sabemos su nombre, qué está leyendo, o qué le gusta, eso genera un vínculo. Tenemos clientes que hacen una hora de transporte público solo para venir aquí, y eso es algo que Amazon no puede ofrecer.
¿Crees que las recomendaciones de un librero superan a las de un algoritmo?
No diría necesariamente que siempre recomendamos mejor, pero sí de una forma más personalizada. Un algoritmo puede ser una cámara de eco, y mucha gente busca que le descubran cosas nuevas. Ahí es donde la labor del librero es clave.
No me extrañaría que pronto los algoritmos llegasen a recomendar mejores libros que yo. Pero lo importante para una librería no es eso. La clave es que cuando entres por la puerta te sientas como en casa, que forjes una relación de calidez y confianza con un libro. De nuevo, la comunidad es la clave. De eso va la librería, y de eso va también la vida.
Más allá de las recomendaciones, ¿qué valor distintivo tiene una librería física?
Pues es justo ese trato personal, sin duda. Más allá de los libros, es importante que el cliente se sienta especial. Esto no solo fortalece la relación, sino que también nos obliga a aprender y explorar nuevos terrenos editoriales. Por ejemplo, un cliente vino buscando libros de la editorial Sajalin, y me di cuenta de que no conocía bien su fondo. Eso me llevó a investigarlo más en detalle. Estas interacciones son muy enriquecedoras y te mantienen en constante aprendizaje.
¿Eso implica que tienes que leer muchísimo?
Sí, definitivamente. Mi relación con la literatura ha cambiado mucho. He tenido que aprender a leer de una manera diferente, más enfocada y crítica, porque es parte fundamental del trabajo. Paradójicamente 2024 es, con diferencia, el año que más he leído en mi vida, y sin embargo el que menos libros terminé. Hay una parte del oficio que exige hacer las paces con eso. Tú lees distinto para que la gente pueda leer mejor.
¿Cuál es el último libro que te has leído?
Estoy releyendo El jardín contra el tiempo de Olivia Laing para el club de lectura de ensayo literario que llevo en la librería. Ya me había gustado mucho la primera vez, pero esta relectura me está pareciendo incluso mejor.
¿Eres más de ensayo que de ficción?
Siempre he leído mucho ensayo, sobre todo durante la universidad, porque estudié sociología y relaciones internacionales y era un requisito imprescindible. Sin embargo en la universidad, llevaba una novela en la mochila. Ahora, en Pérgamo, he cambiado un poco. Este verano he vuelto a leer novela, especialmente clásicos, pero estoy leyendo más ensayo que narrativa últimamente. También leo bastante poesía.
¿Qué recomendarías de sociología ahora mismo que tengas en la librería?
Han reeditado Regreso a Reims de Didier Eribon, un ensayo que oscila entre la sociología y las memorias. Es un libro sensible y brillante, que explica como pocos libros lo que son las clase social y cómo nos marca de por vida.
¿Tenéis sección infantil? Antes no existía, ¿verdad?
Sí, prácticamente desde el principio. Había muchos abuelos que venían a comprar libros para sus nietos. Es una sección que mimamos mucho. Es una parte muy importante de nuestra facturación y yo cada vez la disfruto más, aunque es un gran reto, claro.
¿Quién lleva esa sección?
Tuvimos una compañera, Érika, que fue clave en ese sentido. Nos ayudó a montarla y a entenderla. Sin su formación hubiera sido complicado. Ahora la sección nos la repartimos entre María y yo.
¿Qué editoriales trabajáis en esa sección?
Kalandraca funciona muy bien, y Blackie tiene una línea juvenil que nos encanta. Además, sellos como Combel, Zahorí, Zorro Rojo son ya imprescindibles.
Comentabas antes que queréis atraer a un público más joven. ¿Tenéis cómics?
Sí, tenemos cómics. Durante la universidad leí mucho cómic, pero paré un tiempo. Este año queremos apostar más por ello.
¿Qué tipo de cómic preferirías incluir? ¿europeo, manga…?
Creo que nos centraríamos en cómic europeo porque es lo que más conozco y encaja mejor con nuestro público. El manga es un éxito tremendo, pero para tener una buena sección de cómics necesitaríamos más espacio y personal, y no podemos abarcar todo.
¿Tenéis como objetivo que crezca la comunidad? ¿Hacéis algún planteamiento estratégico o seguís un poco la inercia?
La librería requiere siempre de balancear entre el día a día y el largo plazo. Desde el principio del proyecto para nosotros el futuro de Pérgamo pasaba por tener una comunidad fuerte. Eso sigue manteniéndose. Afortunadamente la comunidad no hace más que crecer especialmente entre la gente joven. Las redes sociales, los vermuts y los clubes de lectura han sido muy importantes en ese proceso.
¿Recibes ayuda de tu entorno en términos de estrategia?
Cuando hablamos de comunidad no nos referimos solo a los clientes. Este espacio ha cambiado mi vida y mi círculo cercano está ahora muy vinculado al mundo del libro. Gran parte de mis amigas las conozco gracias a Pérgamo y afortunadamente esa comunidad es la que nos apoya, orienta y asesora. Rodearse bien es imprescindible.
¿Planeáis actividades con las grandes editoriales como Planeta o Penguin?
Hemos construido una marca sólida en poco tiempo, lo que nos ha permitido colaborar con muchas editoriales. Aunque privilegiamos a los sellos pequeños, Penguin y Planeta tienen, como es lógico, un buen espacio en nuestra librería.
¿Cómo os aseguráis de mantener la presencia en la conversación una vez que pase el impacto inicial de reabrir la librería?
Creo que ese reto ya lo hemos superado. Éramos conscientes de que la historia inicial tenía un impacto limitado en el tiempo. Aprovechamos esa atención mediática para construir una marca sólida que pudiera sostenerse a largo plazo. La idea era pasar de Pérgamo, la librería más antigua de Madrid a Pérgamo, la librería donde suceden cosas. Quiero pensar que lo estamos logrando.
De nuevo, la fusión entre encuentros presenciales y redes sociales fue muy importante para cohesionar esa parte, llegando a un público cada vez mayor y haciendo que formase parte de la comunidad.
¿Trabajáis temas de historia como la división azul o leyendas negras?
Sí, la historia es una sección que funciona muy bien. Por ejemplo, las biografías de personajes históricos como Juana la Loca tienen gran demanda. También vendemos libros de historia militar y editoriales como Despertaferro, que tienen mucho éxito en el barrio. El barrio demanda mucha historia militar, pero no sólo. Ahí, de nuevo, es donde entramos los libreros. Hemos construido una sección de historia diversa y crítica, lo importante es que Pérgamo sea un espacio plural y de debate.
¿Cómo describirías lo que Pérgamo ofrece a sus clientes?
Pérgamo es un espacio de encuentro y comunidad para todo tipo de lectores. Ofrecemos una experiencia personalizada, donde el cliente se siente parte de un entorno que valora la literatura como una excusa para reunirse y compartir.
¿Qué recomendarías a los lectores de JotDown que visiten la librería?
Recomendaría El arte de saber ligero, de Xavier Nueno. Es un ensayo brillante, muy bien escrito y lucidísimo. Eso uno de esos libros que te hace sentir inteligente mientras lo lees, lo cual es una gran virtud. Tuvimos un vermú literario con el autor hace unos meses, y fue una experiencia extraordinaria.
La sustitución de la Alta Cultura por cultura de consumo y entretenimiento no es un fenómeno reciente, existe desde el fin de la Segunda GM como poco, con el advenimiento de la cultura de masas, Elvis ,los Beatles,el rock y pop, el cómic, el cine (desde antes) forman parte de eso.
Lo que es novedoso y hasta sorpresivo es la creencia de que lo que he citado antes sea considerado hoy Alta Cultura y no lo que es, en comparación con las corrientes actuales, debe ser que hacen realidad aquello que dice; «otros vendrán que bueno me harán».
La Alta Cultura son Proust, Faulkner, Stravinsky, Mingus o Rothko, no Chuck Berry o Bruce Springsteen pese a que muchos lo crean.
Anotada en la agenda. Para que luego digan que los jóvenes no dan un palo al agua.
Enhorabuena