Arte y Letras Filosofía

Falacia ad qualitatem

Galileo Galilei. falacia
Galileo Galilei.

Hay que medir todo lo que es medible y hacer medible lo que no lo es.

(Galileo Galilei)

Entre las falacias más relevantes, las que han merecido un nombre en latín, destacan las del tipo «ad» o falacias acusativas: ad antiquitatem, ad baculum, ad consequentiam, ad hominem, ad ignorantiam, ad nauseam, ad novitatem, ad populum, ad verecundiam… 

Pero se echa de menos, en esa ilustre lista, una de las falacias más frecuentes y menos advertidas: la que podríamos denominar «fallacia ad qualitatem»1, en la que se incurre, por ejemplo, cuando se alerta, sin cuantificarlo, sobre un supuesto peligro que en realidad es irrelevante. Así, uno de los argumentos de los «antivacunas» que han proliferado a raíz de la reciente pandemia, es que vacunarse contra la covid-19 no garantiza la total inmunidad frente al virus. Y un argumento similar, mutatis mutandis, es esgrimido con frecuencia contra el uso del preservativo.

Todavía no se han extinguido del todo los ecos de la polémica suscitada por la famosa campaña de los años 90 «Póntelo, pónselo», especialmente dirigida a los y las adolescentes, en la que los sectores más rancios del nacionalcatolicismo vieron una perversa forma de incitación a la promiscuidad juvenil. Recuerdo un debate televisivo en el que una dama del Opus Dei tuvo la desfachatez de argumentar que el preservativo no eliminaba por completo la posibilidad de transmisión del VIH; pero lo más increíble —y preocupante— fue que quienes estaban a favor de la campaña no supieron qué contestar. Obviamente, nada, ni siquiera la abstinencia sexual, elimina por completo el riesgo de contraer el VIH. Vas caminando por la calle y al doblar una esquina tropiezas con un seropositivo, caéis al suelo y os hacéis unos imperceptibles rasguños en las manos, ayudas al otro a levantarse, vuestros rasguños entran en contacto…

No tiene ningún sentido —salvo el de tergiversar y manipular— hablar de un peligro sin cuantificarlo. Si una madre no dejara salir a su hijo a la calle por miedo a que le cayera algo en la cabeza, no elogiaríamos su devoción materna, sino que le aconsejaríamos que buscara ayuda psicológica. Y sin embargo hay un riesgo real y cuantificable de que al ir por la calle sufras el impacto vertical de algo más contundente que un excremento de paloma: una maceta, una teja desprendida por el viento, un fragmento de cornisa, un meteorito, un suicida… Y ese riesgo no es mucho menor que el de un embarazo no deseado o la transmisión del VIH con un uso correcto del condón (de hecho, en mi juventud tuve un profesor de dibujo que cojeaba porque le cayó encima un suicida que se tiró desde la Torre de Madrid, y sin embargo nunca he sabido de ninguna mujer que se haya quedado embarazada utilizando un preservativo en buen estado).

Pero la falacia cualitativa más difundida es la autorreferencial, es decir, la que idealiza el concepto mismo de calidad. Hay un amplio consenso sobre el tópico de que es preferible la calidad a la cantidad, una afirmación, sin embargo, de validez restringida. Es mejor tener un buen amigo que varios malos, sí; pero, en general, lo cuantitativo supone un salto cualitativo con respecto a lo cualitativo, valga el trabalenguas. Si decimos de alguien que es alto y delgado (estimación cualitativa) damos una información imprecisa y relativa, que tiene un significado distinto según el momento y el lugar (yo empecé a jugar a baloncesto porque era alto y, diez años después, dejé de jugar a baloncesto porque era bajo), mientras que si decimos que mide uno ochenta y pesa setenta kilos (estimación cuantitativa) damos una información precisa, que permite desde comprarle un traje hasta encargar su ataúd.

Se habla a menudo de la conversión de la cantidad en calidad2, y no solo en los tratados de economía (es una de las tres leyes fundamentales de la dialéctica marxista), sino también al estudiar, en campos como la física o la biología, ciertas «propiedades emergentes» en las que el conjunto es más que la suma de las partes. Pero la ciencia se interesa muy especialmente en recorrer el camino complementario (que no contrario): el que va de la calidad a la cantidad. Es decir, el camino de la cuantificación señalado por la famosa consigna galileana que se podría decir que inaugura la ciencia en el sentido actual del término: «Hay que medir todo lo que es medible y hacer medible lo que no lo es». Cuantificar fenómenos y atributos de los que solo se tiene una noción cualitativa ha sido siempre —y sigue siendo— uno de los principales objetivos del conocimiento. Y sin embargo…

Un poema que leí en mi juventud empezaba diciendo algo así como: «¿Qué nos importa que un hijo de puta haya inventado un aparato para medir la primavera mientras tú y yo tengamos brazos para abrazarnos y labios para besarnos?». No recuerdo el título ni el autor del poema, pero sí la sorpresa que me produjo su lectura. ¿Cómo podía alguien indignarse ante el mero hecho de medir algo? Supongo que el poeta quería expresar, de una forma a mi entender poco afortunada, su aversión hacia un materialismo (en el mal sentido del término) que tiende a reducirlo todo a cifras. En cualquier caso, cabe preguntarse por qué ciertas mediciones suscitan en algunas personas un rechazo irracional. Esta repulsa, que podríamos denominar «metrofobia» (aunque, curiosamente, en psiquiatría se denomina así la aversión a la poesía), es muy probable que tenga que ver con la vieja batalla entre la reflexión y el mito de la que habla Hölderlin. Una batalla que se libra tanto en la sociedad como en la mente de cada individuo y que nos lleva, por una parte, a medir y a clasificar, pero, por otra, a mantener algunas cosas envueltas en una bruma de misterio. Cosas como el amor, el mito nuclear de nuestra atribulada cultura; o como la primavera, su escenario recurrente y su ambigua metáfora.


Notas

(1) En una serie de artículos recientemente publicados en estas mismas páginas (Falacias 1, 2, 3 y 4), menciono de pasada la falacia cualitativa, y me ha parecido oportuno desarrollar el concepto, lo que me ha llevado, inevitablemente, a repetir algunas ideas ya expuestas, por lo que pido disculpas a mis pacientes lectoras/es.

(2) Conviene recordar que no todos los casos de conversión de la cantidad en calidad son positivos, ni en todos ellos se puede entender «calidad» en un sentido meliorativo. Una mentira repetida insistentemente por los medios de comunicación de masas (y los primeros en hacer de ello una estrategia explícita fueron los nazis) no se convierte en verdad, pero puede desplazar a la verdad, arrinconarla. A efectos prácticos, una mentira masivamente reforzada por los medios usurpa el lugar de la verdad, como podemos comprobar todos los días sin más que encender el televisor.

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30 Comentarios

  1. Buenos días Carlo. Se pueden medir cosas que son iguales, encerramos en el concepto felicidad lo que sentimos pero esos sentimientos no son iguales, ni aún en la misma persona, como no son iguales dos hojas de un mismo árbol. Igualar es una operación de la mente, como las palabras, la realidad es contingencia y caos. Supongo que el rechazo viene de la frialdad de los algoritmos, de la burocracia, de la razón que todo lo reduce y lo iguala y por tanto le resta valor, y que es el primer paso para conocer y también para dominar. Ahí estamos, en ése límite entre el mito y la razón.

    • Hay que precisar, en cada caso, el concepto y el criterio de medición aplicado. La felicidad no creo que se pueda medir, puesto que ni siquiera se puede definir. Pero medimos lo terremotos, lo cual solo es aceptable si aclaramos previamente qué estamos midiendo y qué dejamos fuera (sus estragos psicológicos y morales, por ejemplo). Hechas estas salvedades, se puede medir la primavera. Y, en cualquier caso, arremeter contra alguien que intenta medirla me parece una preocupante apuesta por el irracionalismo. Como la de algunos lectores de esta revista, dicho sea de paso.

      • Por curiosidad ¿Cómo se mide la primavera? ¿en qué unidades?¿No estarías midiendo otras cosas que asocias a la primavera como el tiempo, la temperatura, el número de floraciones o de polen por m3? Volviendo a la felicidad, ése simil de la primavera o el amor para los poetas, ¿No sería algo parecido a ése ranking por países cuyos habitantes se dice que son más felices que otros?

        Llámame irracional pero creo que Bergson estaba más avezado que Einstein en ésa polémica que tuvieron por el tiempo hace un siglo más o menos. Se empieza afirmando que se ha medido la primavera y se termina expulsando cualquier definición no «objetiva,material y racional» de la misma.

        • La única forma que se me ocurre de medir la primavera es en pulsaciones por minuto.

          • Afortunado. En mi caso y últimamente yo la mediría en estornudos por minutos, o lágrimas vertidas por el escozor en los ojos. Un desastre.

            • Insisto: al igual que hacemos con los terremotos, tendríamos que definir qué estamos midiendo (y qué dejamos fuera). Podemos definir la calidad de una primavera a partir de parámetros como temperatura media, horas de sol, nivel de polen en el aire, floración, trinos pajariles… Y a partir de ahí, asignar grados en una escala similar a la de Richter. Así se determina, por ejemplo, la calidad de vida en distintas ciudades. ¿Tiene sentido? Puede que no, pero la cuestión es: ¿por qué algunos se soliviantan ante la sola idea de una tal medición?

              • ¿Has preguntado si tiene sentido? Creo que por ahí va el asunto, y por la sospecha que medir es el primer paso para controlar, para ejercer el poder por quien tiene el conocimiento y los medios para hacerlo efectivo. Si se puede hacer se hará, porque no hay reflexión en las consecuencias, solo la carrera por ser el primero, como clonar seres humanos o crear especies que no tienen cabida en los ecosistemas actuales como los lobos gigantes, mientras se extermina a los que si lo tienen como el lobo europeo. Carlo, yo veo y sufro todos los días de ese lado oscuro de la racionalidad que ensalzas. Creo que se nos ha ido de las manos.

                • Totalmente de acuerdo. Pero eso no es culpa del conocimiento ni de la racionalidad, sino de quienes detentan el poder, los poderes. Ese es el lado oscuro que hay que combatir. No se nos han ido de las manos la astrofísica o la genética, porque nunca estuvieron en nuestras manos. Se nos han ido de las manos los Trump y los Musk, el sistema que los hace posibles y los encumbra.

                  • Ésa distincion que haces está muy bien pero a veces creo que pecamos de ingenuidad, porque mientras llega la revolución ideal no se aplica, es más, le sacan ventaja para apretar más los tornillos. Realmente no hay conocimiento sin ideología, y la libertad que se supone que traería la tecnología se ha truncado en miedo, adición, en una fuga de la realidad, o en una fe que, actualmente, ha cambiado al dios de los altares por el dios transhumano o por la ia.

                    Éso es lo que, en mi opinión, expresa ése poeta. Aunque puede que solo tuviese un mal día.

                    • Estoy de acuerdo en que esa era probablemente la intención del poeta; pero sigo pensando que no expresó adecuadamente su idea (y además, como medidor compulsivo que soy desde niño, supongo que me sentí aludido).

                    • Lo entiendo, porque yo al final también me sentí aludido por tu texto. Gracias Carlo, por conocerte y por ser sincero.

          • Interesante, pero ambiguo: una taquicardia puede ser consecuencia tanto de una intensa emoción erótica como del pánico. O del estrés causado por los estornudos reiterados.

        • No creo que B estuviera más avanzado que E: simplemente (complejamente), hablaban de cosas distintas.

  2. Mezclando churras con merinas: antivacunas con condones.
    Como la cosmovisión del «Pensamiento Alicia», donde no hay argumento posible sin el «coco» del nacionalcatolicismo (aka Franco malo malísimo)…
    Si hilara más fino, es decir, si pertenecira a la «Izquierda divagante», podría citar a Foucault y la Biopolítica: tanto el VIH como el Covid-19 salieron de lavoratorios; los fines políticos y la histeria colectia (de la que usted aún no se ha recuperado) vinieron después…
    En fin, todo es culpa del nacionalcatolicismo…
    Cuanto trauma por resolver/aceptar.

    • ¿Los nacionalcatólicos del Yunke? Pero si son aliados (lamebotas más bien) del que recomendaba inyectar lejía para tratar el COVID!, ¡ahí están animando en persona al que nos pone aranceles!… Éso no lo vio el filósofo del «pensamiento Alicia»¿Eh?, que lo suyo era atizar a la izquierda para que le dieran a su fundación categoría de chiringuito.

    • Antivacunas y anticondones: no hace falta mezclar esas churras y esas merinas, puesto que ellas mismas se juntan y siguen dócilmente al mismo pastor. Hacia el mismo matadero.

    • De lo único que no tiene culpa el nacional-catolicismo (y no estoy seguro) es de que la v esté al lado de la b en el teclado.

      • Poca broma: cuando una ideología se impone a sangre y fuego durante décadas, tiene la culpa de casi todo, cuando menos por omisión.

        • Vaya, veo cierta dificultad para entender las ironías, a lo Sheldon Cooper. Pretendía señalar de que sutil manera un simple error ortográfico, probablemente involuntario, resta fuerza a los perturbados comentarios de andy. Ese «lavoratorio» destruye el argumento conspiranoico igual que un gatito tirando cosas de una estantería acaba con el terraplanismo. Mi rechazo al nacional-catolicismo es total, ¡ si yo iba al cole en los 70 ! Saludos !

          • No había caído en lo del lavoratorio, lo admito. Pero lo del rechazo total lo tenía claro. Yo en los 70 también iba al cole. Como profe de mates.

    • A mí me pareció una buena analogía de cosas que funcionan en la inmensa mayoría de los casos, los preservativos y las vacunas.

      • Creo que sí. Porque, además, ambas cosas aportan una gran seguridad a cambio de una pequeña molestia, y nos hacen menos esclavos de la naturaleza y el azar.

    • @Andy
      No pierda ni un minuto discutiendo con conejillos de indias. Los que se inocularon vacunas EXPERIMENTALES de farmacéuticas millonarias corruptas y salieron a aplaudir su encierro (anticonstitucional) a sus balcones.
      Su maniqueísmo pueril solo entiende de lugares comunes a sus prejuicios y manías.
      Hablamos de boomers que han crecido odiando a su país («nacionalcatolicismo») y que ya deberían estar hablando de viagra, no de preservativos; ya tienen una edad y una disonancia cognitiva extrema.
      La ley del péndulo hace su trabajo: las nuevas generaciones ya no se creen la «memoria histórica o democrática» de turno y empiezan a ver el pasado de su país con otros ojos.
      Con sujetos de economía de conciencia austera mejor no discutir.
      Un saludo.

  3. «El horror, el horror» El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad

  4. E.Roberto

    Como bien se dice más arriba, la primavera se mide en pulsaciones, verbigracia con el ritmo asincopato de Madre África, luego con la Presión sanguína sobre la cutis de los cuerpos, Kilos o Pascales por centímetros cuadrados pero con vector opuesto; la Temperatura de ignición espontánea o el frio del Kelvin absoluto; con la Velocidad y Densidad de los fluidos en Metros por Segundo, que por ósmosis necesaria nos cambiamos, los datos infieles de la deformada visión óptica por un foco sin lugar, Decibeles mudos que ensordecen, y al final y como siempre, con la metafísica o poesía asimétrica del suicida o resignado. Bromas aparte, creo que desde hace tiempo nos metimos en berenjenales, pues si medir es comparar ya no medimos. Es una definición media renga. Faltaría una falacia ad misuram, o como se diga. Siempre fértiles tus reflexiones, como los comentarios. Gracias.

  5. Con respecto a medir el amor o la primavera, por más que eso fuese posible, me parece que no nos ayudaría mucho a sentir amor por algún ser (bien podría ser un perro), ni tampoco a disfrutar de la primavera (entre estornudo y estornudo, claro). O sea que no serviría de mucho. A lo sumo serían datos para que una Inteligencia Artificial se pudiera hacer una idea de lo que estamos hablando. Pero hay cosas inconmensurables. Todos esos datos no harían sentir amor a una máquina, ni nostalgia, ni arrepentimiento.

    • ¿Se puede medir la inteligencia? Me parece muy discutible, y sin embargo ahí está el IQ, ampliamente aceptado, que supuestamente afina hasta las centésimas. Insisto: hay que tener claro lo que se mide, por qué y para qué. La puntuación que le damos a un terremoto, ¿da idea del dolor que causa, que es lo que realmente importa?

  6. Hola Carlo.Hace más de 2 años que no sigo tus artículos ni los comento (lo hecho poco).Te de dejaré 2 notas.1. Cuando vi la cita de Galileo,que no conocía,lo primero que pensé,derivado de mi conocimiento de lo que es Ciencia,fue que la frase de Galileo era una idea muy científica.Tu completas esa valoración diciendo que Galileo inaugura y empieza el conocimiento Científico.Perfecta conclusión la tuya.2.En mis comentarios de hace 2 años te hablé algo de Socialismo y de ciclos económicos-sociales au

    causados por las revoluciones.Tu me respondiste que habías charlado con algún autor de teoría de los ciclos en el Sistema-Mundo,tal como Samir Amin,Arrighi,etc.Pues bien,te indico que espero publicar en Otoño el libro con el siguiente título:’2030-2040.Rusia y China en el Colapso de Capitalismo y en el nuevo impulso de un Socialismo igualitario.Descubriendo los C E.R (ciclos económicos revolucionario). K..Marx y Rosa Luxemburgo tenían razón.Entiendo que te puede interesar y si es así será un placer enviarte un ejemplar gratuito.Un saludo cordial,

    • Muchas gracias, Antonio, leeré tu libro con gran interés. Con quien más hablé de los ciclos económicos fue con André Gunder Frank, cuyo libro «Crisis» publiqué en Bruguera en los años 70.

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