
La sacudida
El inicio del segundo mandato de Donald Trump como presidente de EE. UU. ha supuesto, dentro de la imprevisibilidad, el desorden y el «tuiteísmo» que lo caracterizan, un atronador cambio en la estrategia de relaciones exteriores del país con más peso económico, tecnológico, financiero, militar y de cultura popular del mundo.
Bajo el signo de un nacionalismo declaradamente impetuoso y con el eslogan acronímico MAGA («Hagamos grande América de nuevo»), ha proclamado pretensiones hegemónicas pannorteamericanas —Canadá, México, Groenlandia, Panamá— y ha propuesto quitarle al golfo que se encuentra al sur de su país su tradicional nombre, «de México», y asignarle uno nuevo: «de América».
Ha desencadenado, además, una guerra comercial mundial que inhibe los intercambios a escala global.
Por otra parte, ha iniciado un movimiento de trasfondo aislacionista: un acercamiento a Rusia destinado, entre otros fines, a dejar clara su postura anticonflictos (con la inevitable excepción del apoyo a Israel en Gaza y en Líbano), un despliegue que incluye asimismo una disminución visible de la presión estadounidense sobre Irán.
El giro del nuevo presidente respecto a Ucrania ha sido observado con máxima atención por todo el mundo, y más que nadie por Japón, Corea del Sur y Taiwán. Sin embargo, una realidad palpable —que nadie oculta— es la alineación bipartidista y del llamado «Estado profundo» con el presidente para afrontar a China en cualquier ámbito.
En este marco innovador y disruptivo se inscribe la puesta en crisis de la OTAN, traída ya como intención durante su presidencia anterior. Este ademán ha consistido en decirles a los socios en Europa de la Alianza —y a la propia UE, como asociación de la mayoría de ellos, independiente de EE. UU.— que Estados Unidos está interesado esencialmente en su repliegue norteamericano y en los retos asiáticos (Indo-Pacífico y Oriente Medio).
Así mismo, que se siente poco convencido y concernido por los riesgos en Europa, menester al que, según él, deberán dedicarse de una vez por todas las naciones occidentales europeas, cosa que hasta ahora no han hecho —al menos no suficientemente—, habiendo vivido confiadas en un amparo estadounidense garantizado.
Estos hechos, y la reacción europea (¡y británica!) frente al nuevo desamparo —el querer relevar a EE. UU. en Ucrania para continuar la guerra y ver en Rusia el enemigo común que hay que afrontar—, plantean la gran cuestión del rearme europeo. A esto se suma el reto estadounidense, dentro de la OTAN, para que se incrementen las inversiones bélicas de los socios europeos. Hambre y ganas de comer…
Las reacciones
El proceso de rearme que se está iniciando concierne de forma directa a los países de la Unión Europea y al Reino Unido, pero, por razones distintas, también alcanza a Japón.
En este contexto, resulta oportuno recurrir al indicador sintético que mejor resume el grado de militarización de un país: la proporción del gasto en defensa respecto a su PIB nacional.
En lo que se refiere a los europeos continentales, aquí se analizan las situaciones de los seis países con mayor peso económico —Alemania, Francia, Italia, España, Polonia y los Países Bajos—, a los que se suma el Reino Unido. Como extensión estratégica y política del caso polaco, se incluyen también los tres países bálticos. Por las razones específicas mencionadas anteriormente, se incorpora igualmente Japón.
Estos protagonistas del proceso de rearme se ordenan y clasifican según el estado actual de militarización de sus economías.
LOS TRES NIVELES DE ADECUACIÓN (Y DESFASE) ARMAMENTISTA
CATEGORÍA | RANGO | PAÍS | % PIB | COMENTARIOS SOBRE EL REARME |
EN LÍNEA | 1 | Polonia (y Bálticos) | 4,2 | Terror a Rusia |
ACTUALIZADOS | 2 | Holanda | 2,4 | Seguir a centroeuropa |
3 | Reino Unido | 2,1 | Ruso-alergia | |
4 | Francia | 1,9 | «Grandeur» europea | |
REZAGADOS | 5 | Alemania | 1,6 | Reactivación económica |
6 | Italia | 1,5 | Disciplina europea | |
7 | España | 1,3 | Disciplina europea | |
8 | Japón | 1,1 | Miedo a China |
Fuente: Elaboración propia
El título de una célebre película de 1952 dirigida por Fred Zinnemann, Solo ante el peligro, expresa de forma explícita la situación en la que muchos de estos países sienten encontrarse. Solos, por el abandono —o el riesgo de abandono— estadounidense; y ante el peligro, ya sea en forma de Rusia —en el caso de los europeos— o de la República Popular China, en el caso de Japón.
Los países que se encuentran «en línea» —es decir, con un nivel de dedicación de recursos militares comparativamente alto— muestran hoy síntomas de una psicosis colectiva frente a la posibilidad de una irrupción armada desde el Este. Polonia, en camino de destinar el 5 % de su PIB a defensa, y los países bálticos, ya rondando el 3 %, se alinean con un Estados Unidos que mantiene un gasto del 3,5 %. Son los halcones del súbito rearme europeo, convencidos de que una Europa armada hasta los dientes no bastaría frente a una agresión rusa sin el respaldo directo de Washington.
El siguiente escalón lo conforman los llamados «actualizados»: aquellos cuya inversión militar cumple con los requerimientos mínimos internos de la OTAN —el famoso 2 % del PIB—, exigencia nacida en tiempos de la primera Administración Trump y mantenida bajo la presidencia de Biden. En este grupo están los Países Bajos, el Reino Unido y Francia.
En el caso neerlandés, el enfoque está condicionado por una tradición naval bien arraigada en un país de dimensiones modestas pero de vocación oceánica. La atención a la marina de guerra ha sido históricamente constante, por lo que los Países Bajos parten de una base relativamente sólida para el objetivo actual.
Respecto al Reino Unido, la voluntad de rearme está matizada por varios factores: la brusquedad de los planteamientos trumpistas, una sensación de erosión —quizá momentánea— de la «relación especial» con Estados Unidos, un historial tenso con la autocracia rusa y, no menos relevante, cierta falta de perspectiva —y tal vez de prospectiva— por parte del actual primer ministro. Se trata de una posición de «refugio» estratégico dentro del continente europeo ante el actual distanciamiento atlántico, sin que ello deba afectar, al menos en teoría, a su política hacia Oriente (léase: AUKUS).
Francia, por su parte, comparte algunos elementos coyunturales con el caso británico, pero lo suyo va más allá. Hay más «mar de fondo», más ambición estructural. En la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid en junio de 2023, Francia se vio empujada a aceptar las nuevas directrices estadounidenses bajo la presión del entonces presidente Trump. En ese contexto, renunció de forma explícita a su tradicional aspiración de una política europea de defensa y relaciones exteriores independiente.
Pero ahora, de manera súbita, no solo se encuentra liberada de aquella renuncia, sino obligada a perseguir —¿y acaso liderar?— justamente lo contrario: la afirmación de una política europea propia, emancipada y autónoma. Otra vez.
Por otra parte, en una fase de refuerzo de partidos de derecha radical en el continente —tanto en Francia como en Alemania y otros Estados miembros—, con posturas duras por parte de países significativos dentro de la Unión —Hungría y, en menor medida, Polonia—, el presidente Macron ha convertido la aceleración y profundización del proyecto europeo en el propósito político principal de la última etapa de su actual mandato.
Y una de las claves más eficaces para unir es, como siempre, la existencia de un enemigo común. En el caso de Francia, el candidato natural es Rusia, por muchas razones. En primer lugar, la más evidente: la invasión y guerra de Ucrania. En segundo lugar, porque parte del enfrentamiento visceral con su rival Le Pen se apoya precisamente en la rusofilia de esta, a la que debe oponerse, casi como axioma, un sentimiento inverso. En tercer lugar, por el deterioro de las relaciones con Putin tras los infructuosos intentos diplomáticos del Elíseo de frenar la invasión en sus primeras fases. En cuarto, porque las fuerzas rusas —mercenarias y oficiales— han desplazado a los contingentes franceses en los conflictos del Sahel. Y, finalmente, porque enmendar la primera «boutade» —la idea de enviar, así sin más, tropas francesas a Ucrania, con independencia de su función asignada— exige una operación de reconstrucción de imagen de notable complejidad.
Así, Francia se encuentra —con el debido consenso de su socio alemán— al frente de esa gran operación, también respaldada por la rama ejecutiva de la Unión Europea, que consiste en rearmar a Europa frente a Rusia, en construir una narrativa unificadora en torno al proyecto MEGA: Make Europe Great Again. Es decir, dar fundamento a una profundización real del proyecto europeo, otorgar una razón estratégica común —más allá de las divergencias nacionales— a una flamante Política Exterior y de Defensa europea verdaderamente independiente. Y, de paso, vigorizar a la potente y tecnológicamente avanzada industria francesa del armamento y el sector aeroespacial. Todo, en un solo golpe.
En el último nivel de esta jerarquía armamentista están los países rezagados: Alemania, Italia, España y Japón.
La situación alemana merece mención aparte. Hablar hoy de un plan de rearme ambicioso para un país vencido en la Segunda Guerra Mundial —como también lo fue Japón, aunque bajo condicionamientos distintos— es, en sí mismo, un hecho profundamente significativo.
Alemania fue, durante 75 años (1870-1945), el epicentro mundial del militarismo expansivo. Eso no implica, teniendo en cuenta las experiencias vividas y el profundo trabajo de conciencia colectiva desarrollado tras la guerra, que esté en vías de repetir ese camino. Pero el hecho de que Alemania se rearme es, inevitablemente, un acontecimiento de gran relevancia. Y pudiera, además, ser trascendente, aunque lo deseable sería lo contrario.
Hoy, sin embargo, la situación de la industria alemana —y sus perspectivas— no resultan precisamente prometedoras. Las razones, visibles y repetidas, se acumulan: un aumento sensible en los costes de los hidrocarburos (petróleo, gas y derivados), una tendencia al desacople económico, sobre todo respecto a China, y el encarecimiento del gas como materia prima esencial de su industria química. A eso se suma la excesiva explotación de sus imágenes históricas de marca frente a un declive evidente en la calidad, especialmente en el sector automovilístico, que sufre la competencia de un Oriente cada vez más consolidado (incluida, recientemente, China). También se suman los efectos boomerang de la tarifa exterior europea, cada vez más proteccionista. Y, para colmo de males, la tarifa impuesta por Trump del 25 % a las importaciones de automóviles alemanes. Una tormenta perfecta.
Replantear el impulso económico de Alemania, en estas circunstancias, no es solo el gran tema que se le plantea al país: es también el que interpela al conjunto del continente y a su institución representativa, la Comisión Europea.
Y es en ese contexto donde, por razones distintas, confluyen las direcciones de los vientos alemán, francés y comunitario, acompañados —como veremos más adelante— por otros países con intereses añadidos. La pregunta clave resuena como un eco incómodo en los pasillos de Bruselas: ¿cómo volver a poner en marcha la economía industrial europea?
Países más orientados al sector servicios —como España, con el turismo como columna vertebral— también necesitan ese nuevo impulso, aunque con menor urgencia estructural. Pero el propósito compartido exige algo más: ¿cómo reforzar el proyecto común? ¿Cómo revitalizar el sentido de unidad? O dicho de forma más pragmática: ¿cómo matar varios pájaros de un tiro? Un tiro disparado por el eje París-Berlín, y secundado —aunque a regañadientes— incluso por el Reino Unido.
Para Alemania, ese disparo inicial se traduce en una consigna de fondo: comercio, sí, pero reconducido. Una suerte de «sustitución de exportaciones», manu militari, a través del incremento y la concentración de la demanda final generada desde el interior y dirigida —esta vez sí— por el sector público.
Pero la guerra de Ucrania sigue siendo una cuestión abierta, irresuelta, pendiente. A su sombra, resuenan tambores también en Francia y en Bruselas. Incluso el Reino Unido, en su nueva y algo errática soledad post-Brexit, parece contagiarse de estos «vientos de guerra» impulsados por las autoridades europeas. (¡Kits! ¡72 horas!) La retórica se endurece.
La solución que se perfila pasa por una reconversión industrial: del automóvil y su industria auxiliar al armamento. Una demanda interior predecible, programada, directamente controlable y orientada hacia fines que, al menos formalmente, son compartidos por los vecinos —sobre todo por Francia—. En otras palabras, los dos grandes socios de la Unión parecen abrazar, con entusiasmo tecnocrático, una versión neo-keynesiana expansiva con tintes de remilitarización.
En el vagón de cola de los rezagados aparecen Italia y España. Dos países con escasa participación del gasto militar en sus economías, pero que, aun así, se ven arrastrados por la marea general. Sin margen para apartarse del cauce rearmamentista, solo pueden introducir matices —más diplomáticos que estratégicos— en torno a la continuidad del apoyo europeo a Ucrania. Están estructuralmente emplazados a rebufo, con mayor o menor entusiasmo, pero sin opción de desmarcarse.
Y sin embargo, la previsibilidad y el crecimiento sostenido de la demanda militar despiertan apetitos. Los oportunismos industriales, desde el norte hasta el sur de Europa, comienzan a activarse sin excepción. También en Italia. También en España.
Finalmente, se encuentra Japón. País también derrotado en la Segunda Guerra Mundial, constitucionalmente antimilitarista y —en esta fase de su historia— aún menos belicista. Hasta ahora ha mantenido, por razones obvias, una posición clara contra el armamento nuclear. Pero los equilibrios están cambiando.
El ascenso de la República Popular China y su creciente presencia armada en los llamados Mares de China —uno de los cuales baña varias islas en el sur del archipiélago nipón, alguna de ellas disputada— está empujando a Tokio hacia una reformulación de su política de defensa. La posibilidad de un aislacionismo progresivo por parte de EE. UU., pese a los acuerdos vigentes y la presencia militar estadounidense en el país, añade incertidumbre. El riesgo colateral de un conflicto vinculado a Taiwán tampoco pasa desapercibido.
Por estas razones, tanto las fuerzas políticas japonesas como su aliado americano comienzan a abrir la puerta a una progresiva revitalización del aparato militar nipón. Con sigilo, pero sin disimulo.
La magnitud verosímil de la respuesta
En una tabla-resumen —que aquí se adelanta sin mayores pretensiones proféticas— se estima un incremento del gasto militar anual de los países del núcleo europeo, más Japón, previsto para dentro de tres o cuatro años. La cifra total asciende a unos 400.000 millones de dólares adicionales al año respecto al gasto actual. Excluyendo a Japón, el montante sigue siendo apabullante: algo más de 300.000 millones. Todo ello, claro, bajo el supuesto de que se persiga alcanzar un gasto en defensa cercano al 4 % del PIB.
Con este fin, se han calculado tentativamente los «gaps» a cubrir: es decir, la distancia entre el gasto actual y ese objetivo del 4 %. Para cada país se ha planteado un porcentaje de gasto «deseado» o «objetivo», que, si bien ambicioso, se supone alcanzable con un esfuerzo sostenido y una voluntad política clara.
Eso sí: el hecho de que se detallen estos objetivos presupuestarios no implica, en modo alguno, que el redactor los comparta. Ni que considere el rearme europeo como un fenómeno positivo para Europa. En absoluto.
HIPÓTESIS DE «GAP» DE REARME Y PRESUPUESTOS ANUALES ADICIONALES DE DEFENSA (2029)
% OBJETIVO REARME | % ACTUAL | % GAP | PIB
(2021) |
Δ GASTO DEFENSA | ||
1 | Polonia y Bálticos | 5 | 4,2 | 0,8 | 715.860 | 5.726 |
2 | Holanda | 4 | 2,4 | 1,6 | 907.042 | 14.512 |
3 | Reino Unido | 4 | 2,1 | 1,9 | 2.827.918 | 53.730 |
4 | Francia | 4 | 1,9 | 2,1 | 2.716.000 | 57.036 |
5 | Alemania | 4 | 1,6 | 2,4 | 4.860.923 | 116.662 |
6 | Italia | 3,2 | 1,5 | 1,7 | 2.002.763 | 34.046 |
7 | España | 3,0 | 1,3 | 1,7 | 1.393.351 | 23.686 |
8 | Japón | 2,6 | 1,1 | 1,5 | 5.078.679 | 76.180 |
381.578 | ||||||
~400.000 US$/año |
Fuente: Elaboración propia
En cualquier caso, estamos hablando de un esfuerzo financiero colosal. Solo para Alemania, el incremento anual previsto en gasto de defensa ronda los 120.000 millones de dólares. Una cifra que, por sí sola, basta para alterar —y no poco— el equilibrio fiscal del país.
Y no es un caso aislado. Este tipo de aumentos incidirá de forma directa en los déficits públicos del resto de Estados implicados, muchos de los cuales ya están sometidos a una presión creciente derivada del aumento de los gastos sociales y del peso creciente de las pensiones.
Todo esto se produce, además, en un contexto de restricciones institucionales que no son fáciles de sortear. Algunas normativas son problemáticas de incumplir; otras, directamente difíciles de remover. Pero, pese a ello, la Comisión Europea parece tener clara su prioridad: la remilitarización por encima de la salud económico-financiera de los Estados miembros.
Y para que nada detenga el impulso, ya ha preparado los mecanismos que permitan, al menos formalmente, mantener la coherencia contable. Las ha bautizado con cierta ironía tecnocrática como «fórmulas de escape».
La primera (y principal) formulación de la respuesta
La Comisión Europea presentó el pasado 6 de marzo de 2025 su ambicioso plan Rearme Europeo / Capacidad (‘Readiness’) 2030, una hoja de ruta que aspira a reconfigurar el horizonte militar del continente y, de paso, su músculo económico.
La movilización anunciada asciende a 800.000 millones de euros, una cifra tan solemne como vaga en sus contornos, y cuya financiación se plantea mediante una combinación no menos ambiciosa: fondos comunitarios —incluidos los de cohesión—, recursos del Banco Europeo de Inversiones, aportaciones directas de los Estados miembros (acompañadas de una mayor «flexibilización» en los límites permitidos de déficit), y, cómo no, participación del capital privado. Todo suma en tiempos de rearme.
Las segundas —y también las terceras— consecuencias de este plan se irán revelando con el tiempo. Porque este rearme como receta para la seguridad europea, y también como piedra angular de su reactivación económica, no se agota en sus cifras iniciales ni en sus comunicados de prensa. Con el transcurso de los años —quizá ya en 2030— veremos de qué está hecha realmente esta «capacidad».
Hemos traspasado 6 de los 9 limites ecológicos de la tierra. Y occidente jugando a los soldaditos.
La crisis ecológica sigue siendo el elefante en la habitación de todas las conversaciones, pero otros prefieren hablar en plan apocalíptico de la IA reconvertida en Skynet antes que preocuparse por el puñetero plástico que inunda nuestros océanos. Así de triste.
Los chinos me inspiran menos temor que los rusos, los veo más racionales. Básicamente les interesa el dinero, y estar en guerra es malo para las finanzas. Concusión, les interesa estar en paz, venderle cosas a todo el mundo, y ser ricos, muy ricos. Curiosamente eso, que así planteado, en general suena muy mal, en este caso me parece un factor de estabilidad. La sensación que me da es que ser vecino de Rusia es más peligroso. Veo a Putin más en plan psicópata. Eso debe ser lo que más admira Trump de él, que es incapaz de sentir empatía, se identifica con eso, es el modelo a seguir.
Una cosa que me sorprendió en el artículo es leer sobre un “declive evidente” en la calidad de los coches alemanes. Seguramente están sufriendo mucho la competencia, seguramente menos competitivos, pero tenía la impresión de que nadie se quejaba de la calidad.
«En la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid en junio de 2023, Francia se vio empujada a aceptar las nuevas directrices estadounidenses bajo la presión del entonces presidente Trump.»
¿Trump presidente en 2023?
En mi opinión lo primero que necesita tener la UE es una dirección estratégica y política propia, antes de plantearse un rearme. El caso de China que comenta Rafa por ejemplo es paradigmático, puesto que la perspectiva de los EEUU es que se trata de un competidor directo que amenaza su hegemonía y con el que se prevé un choque serio a medio plazo, sea militar o de otro tipo. Si seguimos guiando la estrategia de la UE en base a los criterios estadounidenses, al final nos vamos a ver arrastrados a ese enfrentamiento también. La pregunta es: ¿nos interesa, como UE, tratar a China como un enemigo solo porque EEUU lo necesita?
En cuanto a Rusia, entiendo que hay que mantener un ojo activamente atento en la frontera oriental, pero no que sea la única y principal guía de un proceso de rearme. Siendo una amenaza digna de atención, al mismo tiempo se mantiene inflada de forma interesada por la parte angloamericana de eso que llamamos Occidente. Un Putin incapaz de derrotar a una Ucrania que se le resiste por el simple apoyo material de la OTAN a este país, no tiene la mínima oportunidad de lanzarse a un ataque directo a esa misma OTAN ni en sus sueños más húmedos. En términos fríamente estratégicos, se adelantó a una incorporación cantada de Ucrania en la OTAN antes de que se produjera y queda sin margen alguno de maniobra en su esfera geográfica inmediata. No es justificación para iniciar una guerra, ni tampoco es algo que cualquier potencia, las occidentales también, no hayan hecho igualmente cuando se han sentido amenazadas en sus intereses.
En la ecuación de qué quiere hacer la UE hay que incluir el hecho de que los EEUU van a defender su posición de potencia hegemónica a toda costa; y no lo digo como discurso “anti-yanqui” sin más. El discurso de la administración Trump en cuanto a la UE es claro y explícito: no es un modelo que quieran apoyar, sino que les interesa verlo destruido y fragmentado para que pasemos a ser (aún más) un mero apéndice de los mercados estadounidenses, una colonia política a la que puedan vender su producción sin restricciones y que les permita mantener la continuidad cada vez más costosa de su fortaleza económica y de superpotencia. Y diría que es una actitud que ha llegado para quedarse más allá de cuando Trump desaparezca. Es pura necesidad para ellos en el fondo, si quieren mantener su imperio.
Entiendo que hay mucha gente que prefiere el liderazgo occidental estadounidense a una multilateralidad que implica negociar de forma no coercitiva con sistemas y líderes, por decirlo mal y pronto, desagradables, tales como Putin o Irán. Pero, por una parte, eso ya lo estamos haciendo (Israel, Arabia Saudí, etc.) desde tiempo ha. Y por otra, por mucho que se quiera considerar a los EEUU como la quintaesencia y/o adalid de las democracias liberales (obviemos ahora los muchos “peros” que se pueden, razonablemente, aplicar) no deja de ser también un imperio; y los intereses de autopreservación de un imperio (obligado a crecer y a eliminar cualquier amenaza a su dominio) no se detendrán en los diques de contención de los valores democráticos. Para mí, Estados Unidos ahora mismo es y será cada vez más, adalid de su propia hegemonía y no de unos valores compartidos. El testigo de los valores liberales, en su sentido original, está ahí si la UE quiere ser valiente y recogerlo. Un primer paso para hacerlo y recuperar algo de una credibilidad en franca decadencia, es aplicar el mismo rasero a Israel que a Rusia. En otro caso, cualquier atisbo de la legitimidad del modelo, queda en ridículo y ata a la UE cada vez más al camino sin retorno que nos marcan otros.
Luego, sí, hará falta músculo militar propio para construir y defender esa independencia política (¡y económica!) de la UE; pero sin establecerla primero de forma sólida, nos arriesgamos a ser simplemente la avanzadilla militar y a poner el dinero, los muertos y quizá incluso el campo de batalla, en las guerras de otros.