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Francisca Noguerol: «En la comunicación de la literatura siento el placer de la creación»

Francisca Noguerol para Jot Down

Nos encantan las tríadas. Sin querer, sin darnos cuenta, buscamos de forma natural completar los conjuntos de tres. Nos llenan de calma, de armonía, de plenitud. Encontramos tríadas por todas partes, pero especialmente en la literatura, incluso desde su propia concepción: autor, texto y lector. Tienen una especie de magia que nos atrae. Como la tienen también esas personas que son como tríadas. 

La sevillana Francisca Noguerol, Paqui o Paquita para los amigos y cofrades microficcionistas, es un claro ejemplo. Catedrática en la Universidad de Salamanca, crítica brillante y lectora voraz. Impulsora del microrrelato, del ensayo-ficción, de los textos disconformes. Maestra, mentora y amiga. 

Nos encontramos para esta entrevista en un café en Salamanca y las horas vuelan. Ella seguramente no lo recuerda, pero fue en este café donde nos conocimos hace años, cuando yo daba mis primeros pasos en el mundo de la microficción y ya le profesaba una profunda admiración. Como siempre, hablamos de lo humano, lo divino y lo literario. Como siempre me llevo conmigo un pedacito de esa pasión vital que ella desborda, que te embelesa, que ilumina allá donde tienen la suerte de escucharla. Como siempre me despido de ella esperanzada por un nuevo encuentro. Hasta entonces, sus palabras, su positiva visión del mundo y su carisma nos acompañan en estas páginas.

Además de muchas otras cosas importantes como primeramente mujer y madre, en microficción completas la tríada mágica de investigadora, lectora y profesora. ¿Cómo conviven las tres?

Con dificultad, porque no hay tiempo para nada. Pero, al final, las pasiones son las que definen tu esencia. Y a mí lo que más me ha interesado en la vida, lo sé a mis cincuenta y siete años, es aprender. Desde ese planteamiento, la investigación supone un aprendizaje continuo y la docencia es la retroalimentación perfecta, que te permite seguir comunicándote con las personas más jóvenes y darte cuenta de por dónde van las nuevas ideas. Y luego, claro, tener una vida personal en donde la lectura y la interacción con otros lectores es fundamental para complementar las otras dos.  Gracias a las amistades con lectores, escritores e investigadores, también sigo aprendiendo. Así que con dificultad pero, también, con entusiasmo, que es una palabra clave.

Eres pionera en la introducción del microrrelato en España, cuéntanos cómo ese género te encontró a ti. 

Pues precisamente porque siempre me he interesado por las lecturas excéntricas, por lo que no estaba canonizado en su momento. Me encantan esos autores que desgraciadamente no tuvieron la suerte de otros porque se encontraban mucho menos adscritos a saraos académicos, intelectuales o literarios. Esos autores que no van al cóctel, pero que sin embargo quedan en la historia de la literatura. Eso que llamó Gilles Deleuze la «literatura menor»: la literatura en otro idioma frente al central en un país, la literatura en géneros literarios subversivos o excéntricos. Por eso empecé a leer a autores como Juan José Arreola o Augusto (Tito) Monterroso, y me di cuenta de que por ahí había un camino. De hecho, cuando empecé mi investigación yo quería estudiar a una autora mexicana, Margo Glantz. Pero en aquel tiempo, estamos hablando de 1990, casi nadie investigaba a mujeres. A ti te parecerá increíble, pero era prácticamente imposible pensar en hacer una tesis sobre una mujer. Y también me fue difícil hacerla de un autor vivo, raro, que solo tenía en ese momento cinco libros publicados (al final de su vida Monterroso contaba solo con siete publicaciones que eran además volúmenes pequeños). Todo eso supuso una dificultad y un reto, pero también fue una pasión. Margo Glantz también es una autora fragmentaria, híbrida, practicante del ensayo-ficción, del microrrelato y de la colección de cuentos integrados. Pero en Tito encontré la horma de mi zapato, porque me permitía con su humor, con su ironía y con la sátira (que es clave para entender la vida desde mi punto de vista) lograr una revitalización del género. La trampa en la sonrisa es el título de la primera parte de mi investigación. Porque me gustan los que me engañan y consiguen acabar con las ideas establecidas. La trampa: me gusta que me coloquen celadas, me gusta que me sigan provocando. Y luego el humor es clave en mi vida, la sonrisa. Si a eso le sumamos que la sátira ha sido absolutamente actualizada a finales del siglo XX y en el siglo XXI, tenía la tesis perfecta. Así que fue Tito, y le agradezco a Carmen de Mora que me permitiera estudiar este autor en aquellos tiempos en que el canon no había cambiado aún.

Tres razones para leer a Monterroso y para buscar la trampa en la sonrisa. 

Tengo un artículo que son «Diez razones para leer a Monterroso», pero voy a elegir las tres fundamentales. Primero, es indispensable por sus máscaras. Es uno de los autores que jugó más a la humildad, pero que daba mayores lecciones de vida en la literatura. «Jugó a la humildad» significa que se ocultaba siempre. Segundo, su apertura de miras. Monterroso fue autodidacta, y se permitió el lujo borgesiano de leer solo los libros que le interesaban. Por lo cual su cultura estaba absolutamente fuera de los circuitos instituidos. Cuando uno lee a Monterroso, puede aprender la biblioteca universal del goce, del texto de goce que desacomoda. Y la tercera, desde luego, el humor. Yo adoro el humor, la ironía, el sentimiento de que todo entra mejor si eres capaz de decirlo riendo, con esas gotas dulces que permiten la sonrisa.

¿Dirías que la microficción es tu género favorito? 

Está entre los absolutamente fundamentales. Yo soy curiosa y he dedicado veintidós artículos, capítulos de libros y ensayos al microrrelato y sus diferentes planteamientos. El microrrelato integrado, la ficción en el silencio, la microficción y la imagen. Estudio la microficción en diferentes aspectos porque siempre creo que se le consigue encontrar un nuevo ángulo o sacar una punta. Por ejemplo: hubo un momento en el que me interesó mucho el universo infantil, la combinación de infancia y microrrelato, y es algo que quiero seguir investigando. Microrrelato y silencio también lo disfruté mucho. Con el microrrelato he encontrado una categoría que me permite andar mucho mundo porque es escurridiza, desgenerada —como dijo Violeta Rojo—, y me interesa esa libertad por encima de cualquier otra cosa. Los microrrelatos integrados, como novelas fragmentadas en que cada capítulo o bloque de texto funciona de forma independiente, también son interesantes. Así que claro que sí, está entre mis géneros favoritos. Lo que ocurre es que ahora estoy más centrada en artículos en defensa de la escritura breve, textos fragmentarios un poco mayores como el ensayo-ficción, el aforismo o la ficción fragmentaria —que se encuentran también en la clave de la literatura—, para seguir indagando otros caminos. El aforismo también me encanta y adoro absolutamente la poesía minimalista, el haiku, el sentido del zen. Pero siempre, de una manera u otra, vuelvo al microrrelato. Porque creo que la brevedad y la condensación tienen esa clave de intensidad y de tensión que necesito para que la literatura me conmueva, y que veo funciona además muy bien con las nuevas generaciones. Siempre he impartido clases de estos géneros y a personas muy reacias a la literatura las he convencido de que merecían la pena, y por eso también creo que géneros como la microficción son fundamentales.

Francisca Noguerol para Jot Down

La microficción ha venido para quedarse. ¿Llegará un libro de microficción a convertirse en best seller algún día? 

Totalmente. Hay algunos que lo han conseguido ya, de hecho, como Casa de Geishas de Ana María Shua. En España por ejemplo, José María Merino es uno de los autores que más venden, y ha conseguido premios extraordinarios. El problema es que no existen suficientes galardones de microrrelato, tiene que competir contra libros de cuento magníficos y no debería ser así. Debería haber más premios como el Premio Iscariote, que comenzó su andadura el año pasado para premiar específicamente libros de microrrelatos extraordinarios que se publican cada año en nuestro país. 

Tres elementos de una microficción.

Intensidad, tensión y silencio.

Y, ¿qué podemos hacer para que llegue a más gente?  

Yo creo que se propaga como un virus gracias a autores como Cortázar. Cuando doy clase, Historias de cronopios y de famas sigue ayudando. Debemos ir a los clásicos, a los que son indiscutibles. Y estoy hablando de Ana María Shua, de Julio Cortázar, de la antología de Cuentos breves y extraordinarios de Borges y Bioy Casares, porque esos textos ya ayudan a que los chicos en los institutos disfruten. Utilizo mucho el microrrelato precisamente cuando voy a los institutos, porque ahí tienes un público reticente, acostumbrado a la mecánica televisiva y, sin embargo, apasionado de que lo sorprendan y provoquen. El microrrelato es el texto del futuro y funciona muy bien con chicos que están fascinados por la sátira de Los Simpson, alumnos que a los catorce años tienen un sentido del humor muy especial: en los institutos desde luego está dando muchísimo juego. Tengo muchos alumnos que han estudiado conmigo microrrelato para ser profesores de secundaria y luego lo aplican. Ahí se están ganando muchos lectores. Luego están obviamente los congresos de microrrelato y los autores jóvenes con enorme proyección, como tú. Pero aparte de los congresos y de los autores, ir a los clásicos, llevarlos a los institutos junto con los creadores recientes.

Desde luego está creciendo en producción y en popularidad, ¿podríamos decir que es una nueva vanguardia?

Cuando yo empecé, el microrrelato era considerado lo que decía el pobre Max Aub: una cagarrita. Yo iba a los congresos con veinticinco años y no me escuchaban. Consideraban que aquello no tenía sentido, no sabían en qué mesa meterme. También te digo una cosa: mi primera comunicación fue sobre Joaquín Sabina y «Medias negras», porque adoro a Sabina. Y por supuesto nadie quiso meter en mi currículum «Medias negras» y tuve que presentarlo en un congreso de semiótica, que era lo más abierto desde el punto de vista teórico por aquellos años. Entonces no existían los estudios culturales en España. Hoy, afortunadamente, tengo queridos amigos que han ganado cátedras de literatura estudiando específicamente el universo literario de la canción de autor y yo misma he podido cerrar un congreso de literatura comentando las canciones de Luis Eduardo Aute, con lo que los puntos de vista se han abierto. Por otro lado, Twitter ha banalizado mucho los textos breves. Estoy harta de que me digan que es la escritura de Twitter cuando el microrrelato es todo lo contrario a fast fiction: es nouvelle cuisine o slow fiction. También  mucha gente piensa que hace un microrrelato cuando está provocando lo que se llama vomitona interior. Rechazo las vomitonas interiores, las autopublicaciones sin calidad que están ahí y perjudican al género.

Tríada de microficciones que te han marcado.

Golpe, de Pía Barros. La que no está, de Ana María Shua. Cuento de horror, de Juan José Arreola

En 2023 nos encontramos en Río de Janeiro para la presentación de Universos Breves. Antologia do micronconto da lingua espanhola, publicado por el Instituto Cervantes. Cuéntanos cómo ha sido la experiencia como antologadora. 

Estupenda, como siempre ocurre con esta categoría. Yo ya había antologado antes en el libro que salió del II Congreso de Microficción, que celebramos en la Universidad de Salamanca hace ya veintidós años. En este caso se ha repetido, sobre todo, la generosidad de los autores de microrrelato, que te ofrecen bastantes textos para que tú escojas. Eso no suele suceder. Los autores son muy duros y deciden qué quieren que entre en la antología en la mayoría de géneros, pero los microrrelatistas no son así. Entonces, primero tuve la opción de decidir entre textos de los grandes como Ana Lydia Vega, Luisa Valenzuela, o Raúl Brasca. Eso me parece increíble y generoso. Realicé la recopilación con total libertad y lo único que se me pidió fue que estuvieran englobadas todas las naciones de habla hispana. Incluimos a Estados Unidos, que me parecía imprescindible por sus millones de hablantes en español. Después estuvo la cuestión de la representación de género. Yo quería incluir a mujeres de todos los países, pero en algunos solamente conocía a dos o tres microrrelatistas, y todos eran varones. Al final en la antología hay diecisiete mujeres y veintidós hombres, con unas voces potentísimas. Y con una diferencia de edad de cincuenta años entre el mayor y el más joven. Quería precisamente incluir diversas generaciones, porque las preocupaciones temáticas van cambiando. Pero he podido comprobar el interés por la crisis, por la situación de angustia social en la que vivimos, la apertura de estos creadores a lo que les rodea. A veces se acusa al microrrelato de ser un texto para pasar el rato pero no es así, en esta antología encontramos títulos comprometidos política, ética, humanamente. Son un excelente muestrario de lo que va ocurriendo hoy en la mejor literatura también desde el punto de vista estético. Por ejemplo, la asunción del gótico, de la ficción especulativa para hablar de las posibilidades futuras del planeta y de temas capitales, como las dificultades actuales en la comunicación como consecuencia de las redes. Por otra parte, debí eliminar autores de países donde es muy practicado el microrrelato, como España, Colombia, México o Argentina, que contaron con una criba durísima. Pero al final fue solamente la calidad la que me decidió por un autor u otro. Así, reunimos todas las naciones del español en textos de enorme calidad.

Además, traducirlo al portugués es también un paso muy importante para el reconocimiento de este género en Brasil y en países lusoparlantes, ¿no?

Me interesaba mucho que esta antología se hiciera en Brasil, porque desgraciadamente los países hispanohablantes y los lusófonos viven de espaldas, a pesar de las increíbles coincidencias que existen entre ellos. Pero sobre todo porque hay autores extraordinarios de microrrelato en portugués, que tienden puentes y han leído muy bien a los autores en español. Yo hablo siempre de Marina Colasanti, de su libro Hora de alimentar serpentes que está a la altura de otros de Ana María Shua o de Luisa Valenzuela. Es una autora mordaz que siempre sabe colocar la palabra precisa y que no es conocida como debería en los países hispanohablantes. Se trata de trazar puentes. Ser arquitecta de puentes es seguramente lo más interesante que puede hacer una profesora, su modo de añadir su pequeño grano de arena. 

Tres palabras favoritas en brasileiro.

Caipirinha puede ser una. Beijinho. Y la primera: safada, me gusta mucho esa palabra, significa sinvergüenza pero también astuta, alguien que es muy pícara.

¿Y qué nos dices de las traducciones? ¿Hay textos intraducibles? 

Hay textos intraducibles. Hay textos que se escriben, por ejemplo, en slang. Durante la presentación de Universos Breves puse como ejemplo uno de Luisa Valenzuela que está basado en «percanta que me amuraste», una frase en lunfardo del tango «Mi noche triste» de Gardel. Hay tanto localismo que la traducción resulta muy conflictiva. Igualmente los juegos lingüísticos, base de microrrelatos excepcionales, hacen que algunos textos tengan muy difícil traducción. Si el traductor es bueno, lo que escribe es una recreación o transcreación. También hablé de lo que hizo Silvia Massimini Felix, la traductora de la Editorial Cobogó que publicó la antología, con el texto en el que describo alfabéticamente los rasgos del microrrelato, cómo fue traduciendo lo imposible y lo consiguió gracias a que intentaba por todos los medios encontrar la palabra exacta. Menos zeloso (yo había elegido zahareño —arisco, huidizo—), el resto estuvo perfectamente escogido.

¿Y para estos textos intraducibles quizás se pueda utilizar otro medio? 

Habría que hablar por un lado de la autotraducción. En muchos casos los autores de microrrelato conocen numerosos idiomas. Es el caso de Luisa Valenzuela, que es gran conocedora de francés y del inglés y los habla perfectamente. Y por otro lado hay que buscar siempre a un traductor que sea al mismo tiempo creador. Creo que es fundamental que entienda la hazaña del microrrelato. Aunque no tiene por qué ser microrrelatista, conozco excelentes traductores poetas o aforistas. Pero, sobre todo, sería interesante que practicase los géneros breves. Otra opción puede ser traducirlo a otro medio: Andrés Neuman lo consigue con textos que convierte en microvídeos. Siempre uso con mis alumnos el vídeo de su texto Las cosas que no hacemos, porque funciona muy bien. Es hermoso escuchar a los grandes autores de microrrelato leer porque respetan mucho la palabra en su momento exacto, respiran su tiempo. Es clavarse y que ahí esté, sin ningún tipo de solemnidad, el texto con su silencio, interpretado por el propio microrrelatista, que se convierte en el mejor actor.

Tríada de lenguas favoritas para textos literarios.

Por mi formación leo mucho en francés, inglés e italiano, aunque también me interesa mucho el ensayo en alemán.

Los escritos disconformes, ¿por qué son importantes y por qué nos atraen?

Pues yo siempre repito las palabras Maurice Blanchot, uno de mis filósofos favoritos y gran defensor de la escritura fragmentaria con Emmanuel Lévinas —la verdad es que todos los franceses de los años 60, 70 y 80 fueron capitales en ese movimiento—.  Blanchot dijo que «lo prohibido no golpea un libro roto». Significa que el microrrelato, desde el principio, se inserta en un volumen atípico, agenérico, que te obliga a estar continuamente con las manos arriba porque sabes que te pueden disparar en cualquier momento. Carga, recarga. Luego, esa tensión te obliga a no anestesiarte y dejarte caer en la escritura hipnótica, bestselleriana, sino que propone mantener la alerta y reinterpretar, cointerpretar el texto. Ya que el lector, todos lo sabemos, es fundamental, sobre todo en el microrrelato. Eso es lo que hace que yo, más que de literatura, hable de escritos disconformes. Porque a veces el texto breve es aforístico, a veces ensayístico, a veces narrativo o lírico. Las tramas pueden ser también dialógicas, una de las estructuras más interesantes, relacionadas con el koan asiático en el que el maestro pregunta al alumno y, a través de la respuesta, se consigue iluminar una realidad. Esa idea es fundamental para hablar de escritos o escrituras. Después está la idea de disconformes. Están fuera del canon, manteniendo una actitud tan subversiva que permiten hablar en muy pocas líneas de lo que importa. Como los grafitis, que se nos quedan en la memoria. Como la impresionante sentencia que todos recordamos y nos hace saber lo que es literatura. Por eso nos atraen los escritos sin género, subversivos. Los buenos textos siempre nos hacen pensar. 

El grotesco, el terror y la sátira, ¿son tus géneros favoritos? 

Favoritos, sí, pero ahí metería también la ficción especulativa. Es que últimamente pienso mucho en la utopía, la distopía y en cómo estas se están cancelando para provocar alotopías actualmente. Lo estoy viendo mucho en los últimos autores, no solo en microrrelato. Así que me interesa la ficción especulativa y cómo ha jugado con los géneros populares, llamados por los alemanes Trivialliteratur, y que ahora fungen como moldes perfectos para pensar otros mundos. La sátira me interesa mucho como modo transversal, porque puede inscribirse en otros géneros. Y el grotesco funciona porque se trata de un exceso de realidad que pone en el espejo nuestros defectos, lo que no queremos reconocer en el mundo. También me interesan los mundos de lo insólito, que parecen distantes pero nos ofrecen una visión del presente. 

Tres máximas vitales.

«Carpe diem», «fortuna audentes iuvat» —«la fortuna favorece a los que se atreven»— e «In omnibus requiem quaesivi, et nusquam inveni nisi in angulo cum libro» —en todas partes busqué la paz, y solo la encontré en una esquina con un libro—.

¿ Cómo ha cambiado nuestra relación con la literatura en el siglo XXI?

Primero, escribimos mucho más y, a través de las redes, podemos tener conciencia, si seguimos algunos nombres de críticos señeros, de lo bueno que se va produciendo. No soy apocalíptica en mi visión de las redes porque el ejercicio de seguir blogs señeros, a autores o críticos que no pertenezcan solo al ámbito de la universidad, ha abierto mucho el campo. Y si sabes utilizar las redes, estás provocando que muchísimos buenos textos lleguen a ti. También ahora tenemos acceso a lo que antes era imposible, tenemos recursos que antes solo manejaban los centros de poder. Pero, con el advenimiento de la globalización, con los viajes low cost, los blogs, las editoriales independientes que hoy están viviendo un verdadero boom, estamos viendo que la escritura subversiva logra puertos de acceso de los que antes carecía. Por otro lado, ha cambiado nuestra relación con la literatura porque es más difícil captar la atención del público joven. Mi hijo prefiere apostar en su ocio por una serie (las hay extraordinarias) o un podcast, medios que están interesando mucho a la población menor de treinta años. Así, es difícil atraer su atención a la literatura. Pero, cuando esto se consigue, se trata de un público libre, irreverente, herético, que se acerca al microrrelato con mucha más energía que quien privilegia el novelón creyendo que así cumple con la tarea de lector. Y te digo, es mucho más fácil leer una novela de setecientas páginas bestselleriana: lo vemos todo el tiempo en el metro, porque la novela «amena, narrativa y legible» cuenta con muchas partes que te dejan descansar. Pero si tú pretendes estar activo y ser el lector que aumenta el mundo junto con el autor —«auctor» significa, etimológicamente, el que «suma a la realidad»—, entonces necesitas en muchos casos un gran libro de microrrelatos.

La literatura y la vida, ¿son espejos? 

Espejos de vez en cuando, cuando la literatura es buena. Pero se trata de un espejo prismático: hay veces que deforma y te permite entender precisamente desde su «incorrección», ampliando o disminuyendo lo que ocurre. Me gusta la idea de espejo del callejón del gato, como encontramos en Luces de bohemia de Valle-Inclán, repleto de azogues distorsionados. La literatura es espejo y también tabla de salvación. En mi caso, ha sido asidero continuo cuando la vida no funcionaba, igual que lo ha sido la música.

Tríada de canciones (las primeras que te vengan a la cabeza). 

«Cambalache», «La vida no vale nada», «Amanecí en tus brazos».

Ya que mencionamos la música, ¿la vida como tango? ¿Sería un tango la banda sonora de la tuya?

Sí, alimentar al dragón tiene que ver con el tango. El tango, que es la copla muchas veces del hombre o la mujer ardido, enfadado. Yo adoro la copla. La reivindico tanto como al tango o al corrido, y considero que en muchas de ellas hay microrrelatos de intensidad increíble. José Alfredo Jiménez, por ejemplo, ha pergeñado algunos de los mejores microrrelatos que he conocido.

Francisca Noguerol para Jot Down

Has sido profesora visitante en diferentes universidades americanas (Estados Unidos, Colombia, México, Brasil) y europeas (Francia, Italia y Alemania). ¿Qué son para ti los viajes?

Lo más importante. Creo que lo que más me ha gustado de ser latinoamericanista, aparte de que he leído extraordinarias literaturas en español (incluyo ahí la española, por supuesto, creo que estamos en el mismo colectivo), ha sido vivir en tantos lugares, conocer a tantas personas, el enriquecimiento que eso supone. De hecho, creo que viajar es una manera de traducir y de estar abierta a los demás. Te convierte en una persona más capaz de atender a los detalles, porque lo que te choca y al otro le parece absolutamente normal puede ser una puerta de conocimiento de otra cultura. Agradezco muchísimo los viajes. Creo que he sido muy afortunada y seguiré viajando mientras pueda.

Viajar es una manera de traducir y de estar abierta a los demás.

Tres ciudades indispensables 

Ciudad de México la primera y absoluta. He sido muy feliz en Ciudad de México. Y las otras dos: Montevideo y Berlín.

Y ¿por qué elegiste la literatura latinoamericana? ¿Qué te atrajo de ella?

Si te cuento… es una anécdota penosa, pero verdadera. En mi casa no había muchos libros, desgraciadamente. Entonces yo leí primero textos del Bibliobús de todo tipo. Pero, cuando se me acabaron, me encaminé a la biblioteca pública en Sevilla. Siempre reivindicaré este tipo de lugares, porque cada estante reunía textos capitales. Uno en una biblioteca encuentra lo mejor de lo mejor. Pero como yo era pequeña y no tenía ninguna orientación, con once o doce años (mi madre me había prohibido leer a Agatha Christie hasta los dieciocho años, porque consideraba que era demasiado fuerte), iba solo a los estantes de literatura española y leía a Dolores Medio, Carmen Laforet, Rafael García Hortelano, Camilo José Cela… Una serie de autores que a mí me interesaban pero, voy a ser sincera, no tanto en esa época de la vida. Sus problemáticas eran tristes, estaban cargadas de existencialismo. A mi edad yo no entendía muy bien las crisis de la postguerra o de la mediana edad que sufrían esos autores. Y un día encuentro una estantería maravillosa por casualidad, porque soy muy maniática y hago todo por pulsiones: la estantería de literatura latinoamericana, aunque yo no lo sabía. Y me acuerdo perfectamente que dije: «¿por dónde voy a empezar? Por la A no. Pues por la B». Y me encontré a Jorge Luis Borges. Fue increíble que de ese modo empezara a leer a Borges, del que al principio entendí poquísimo, pero leí «Emma Zunz», un cuento que me dejó absolutamente paralizada y dije: «Por aquí voy». Borges, además, era antólogo y escribía textos policíacos que para mí eran mejores que los de Agatha Christie. Entonces leí Cuentos breves y extraordinarios, mi primera experiencia real con el microrrelato. Él no solo antologaba sino que inventaba, extrayendo microrrelatos de textos mayores. Eso para mí fue una iluminación. Luego seguí escogiendo autores del final del alfabeto. Y como la Z debía ser saltada, llegué a la V de un tal Vargas Llosa. En ese momento de mi vida, me fascinó La ciudad y los perros. Todo lo que mi madre quería que no leyera, allí estaba en una novela violentísima de adolescentes: desde la zoofilia, las prácticas de bestialismo del Boa con la gallina, el asesinato en una academia militar. Aquello a mí me pareció lo mejor que me había pasado en la vida. Y aunque entendía a veces muy mal los términos, siempre supe que el desafío estaba en la base de mi fascinación por la literatura, e igualmente podía percibir la pasión, la energía de unas escrituras absolutamente valientes. Frente al tedio que me transmitía el estante español —una generación que luego llegué a apreciar mucho, por cierto, pero entonces me era muy ajena—, encontré el 78 y la España de la transición unas literaturas firmadas por nombres como Borges, Vargas Llosa, Cabrera Infante con su gusto por los juegos lingüísticos. Sentí entonces que el lenguaje me desbordaba. Era algo tan extraordinario… El desafío y la seducción continua de tantos tipos de español, de tantas maravillas. Siempre digo que leer microrrelatos debe llevar a una lectura aleatoria, donde resulta importante abrir el libro al azar. Y para mí fue así de aleatorio el encuentro con las literaturas latinoamericanas, de las que me empapé. Luego, muchos autores transatlánticas me devolvieron a España y al amor por nombres como el de  Enrique Vila-Matas, que me encanta.

Sé de primera mano que tu pasión mueve a la gente y genera creadores. Yo descubrí el microrrelato gracias a ti, y fue a través de tu pasión que dije «esto es lo que quiero, esta intensidad». ¿Quieres hablarnos un poco del proceso de creación y de tus próximos proyectos?

Esa es la pregunta que más me emociona, porque tú sabes perfectamente, y lo hemos hablado, que admiro absolutamente a los creadores. Yo intenté escribir, pero desgraciadamente descubrí muy pronto que era una excelente lectora y una plagiaria estupenda. O sea, que no era capaz de producir los textos magníficos que yo admiraba. Consecuencia: en vez de ser una autora mediocre que aprovechara su labor en la academia para conseguir prebendas, decidí que podía comunicar el amor por la literatura. Y en la comunicación de la literatura siento el placer de la creación. Te aseguro que, cuando estoy dando clase, vivo algunos de los momentos más felices de mi vida. Porque estoy en una situación erótica (no se puede decir de otra manera), de complicidad total con otra persona que se encuentra en sintonía. Normalmente personas jóvenes que están ávidas de saber, que odian cualquier tipo de solemnidad y por eso se sienten muy agradecidas en cuanto el profesor los estimula. Eso lo valoraré toda la vida. Me parece una profesión extraordinaria la de profesora. Y la investigación se complementa. La investigación viene de toda esa energía, del deseo de seguir disfrutando y aprendiendo con críticos atípicos, que te van mostrando el mundo. También es magnífico conocer a los creadores que admiraba, con los que luego podía tomarme un café o una cerveza, los que sentía como cómplices de vida. Eso lo agradeceré también. La cofradía del microrrelato es muy bien avenida. Somos cómplices. Cuando empiezas a pelearte con el compañero por un concepto, se pierde para mí la gracia de la literatura.

Pues así, sin querer, hemos regresado a la tríada mágica con la que empezamos. Para despedirnos con un placer más mundano, ¿nos dirías tus tres atracciones favoritas en un parque temático?

Ahora la montaña rusa, pero que sea bajita. Me monto en todas porque tengo un hijo de diez años y practico con él turismo en los parques temáticos. La montaña rusa me gusta, un microrrelato bueno es como una montaña rusa. También me gusta El desafíose llama así en Isla Mágica: esos ascensores que bajan a toda velocidad y quedas como anestesiada tras la repentina bajada. La tercera es el barco vikingo. Y ahora te voy a decir algo muy significativo: siempre detesté la noria porque era muy suavecita y tranquila, y solo te permitía ver las cosas una y otra vez, una y otra vez repitiendo. Te diría que la noria a veces se parece a muchas de las novelas pesadas donde siempre se repite lo mismo de una manera tediosa. Frente a ella están esas atracciones que que me gustan muchísimo, muy cercanas para mí al microrrelato. 

Francisca Noguerol para Jot Down

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4 Comentarios

  1. Pingback: RC#58: Un humor sulfuroso e implacable

  2. Joan Manuel Corcino Font

    ¡Qué gran entrevista y qué gran entrevistada!

  3. Joan Manuel Corcino Font

    Una verdadera delicia de entrevista.

  4. Alejandro

    ¿Dónde podemos leer más sobre las alotopías?

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