
Aunque el 31 de mayo pasado ya terminó oficialmente el Año Cajal, no por ello hay que dejar de recordar su epopeya científica… y los olvidos y faltas que nuestra querida España sigue teniendo al efecto. Los descubrimientos de Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) sentaron las bases de la neurociencia y casi todos los principales, por fundacionales, sabemos que los hizo entre 1888 y 1892: el propio Cajal describe 1888 como «mi año cumbre, mi año de fortuna»¹. Porque, tras demostrar fehacientemente la individualidad de las neuronas² y de la terminación libre de las colaterales axónicas —neuronas que se comunican por «besos» entre ellas (lo que conocemos desde 1897 como «sinapsis»)³—, en 1889 describe las espinas dendríticas como lugar específico en el que se articulan sinapsis; el cómo discurre la información nerviosa (la primera forma de lo que denominó Cajal «ley de polarización dinámica de las neuronas» la enuncia en 1891⁴); o, aplicando inteligentemente el método a embriones, los «conos de crecimiento» que orientan a los axones hasta su destino final y que forman las sinapsis (en 1890) y la hipótesis quimiotrópica (o quimiotáctica) para explicar cómo eran guiados los conos de crecimiento (en 1892)⁵.
Estos son los descubrimientos fundacionales de la neurociencia, la base de la teoría neuronal, extraídos de la ingente cantidad de publicaciones científicas de Cajal en esta etapa⁶: ¿acaso no había fundado en mayo de 1888 su propia revista, la Revista Trimestral de Histología Normal y Patología, para dar a conocer al mundo sus hallazgos…? Todos aquellos descubrimientos los hizo Cajal siendo, pues, catedrático de Histología en la Universidad de Barcelona, pero… los hizo en el laboratorio que pudo montarse en su domicilio particular —significativamente, el de la segunda planta de la calle Notariado, 7, donde también murió su hija Enriqueta, de corta edad—, porque la universidad no dispuso un laboratorio acondicionado para la investigación científica del fundador de la neurociencia⁸.
Las investigaciones se las sufragó Cajal de sus ingresos (salario, publicaciones), como hizo con la revista: edición, publicación y distribución a los principales laboratorios del mundo entero corrían de su bolsillo personal. Y también se sufragó su famoso viaje a Berlín, en 1889, para participar en el congreso de la Sociedad Anatómica Alemana, donde arrastró al más reconocido histólogo de la época, Albert Kölliker (1817-1905), hasta el microscopio para que, a la vista de las maravillosas preparaciones de Cajal, el catedrático de Würzburg protagonizara una conversión drástica al neuronismo y, tanto o más, al cajalianismo.
Pese a representar a la universidad de la pujante capital catalana, su rector denegó toda ayuda monetaria por parte de la institución: el primer triunfo público e internacional de Cajal fue financiado, por tanto, enteramente por el gran investigador español. Arthur Van Gehuchten (1861-1914), otro destacado miembro en la primerísima cosecha de rendidos cajalianos, lo resumió quizá mejor que nadie: «[…] el método de Golgi encontró al fin aplicación práctica. Los hechos nuevos revelados por este proceder iban a revolucionar la anatomía del sistema nervioso. […] Todos queríamos aportar nuestra piedra al edificio nuevo que, bajo la impulsión genial de Cajal, resultaba grandioso. No solo la técnica del método se había simplificado, sino que los resultados aportados vinieron a ser más constantes y decisivos»⁹.
Barcelona colocó una placa en el domicilio de la calle del Notariat y nombró una calle en honor de Cajal, como la universidad nombró una de sus aulas¹⁰, y por allí pasearemos, D. m., en un evento previsto durante el próximo congreso de la Federation of European Neuroscience Societies (FENS), en julio de 2026. Pero Cajal no tiene una escultura, un gran monumento en Barcelona… Llama poderosísimamente la atención que el Museo de la Ciencia CosmoCaixa, uno de los modernos museos de ciencia pioneros en el mundo y decididamente innovador, tampoco tenga esa escultura de Cajal.
Y quiero dejar escrito algo que he repetido en numerosas ocasiones públicamente, en conferencias y actos en diversas instituciones, y que, por lo que se ve, no ha llegado a oídos de los responsables del citado museo (¿o sí…?): uno de los puntos simbólicos del Museo de la Ciencia CosmoCaixa es el grupo escultórico que hay junto a las taquillas, en el distribuidor principal de entrada al edificio, paso obligado a la entrada y la salida de todos los visitantes, sin escapatoria. Allí están tres de los científicos fundamentales en la historia de la ciencia: cronológicamente, Charles Darwin (1809-1882), Marie Sklodowska-Curie (1867-1934) y Albert Einstein (1879-1955).
Nadie pone en duda lo acertado de estas tres presencias capitales (¡tampoco yo…!), pero… ¿cómo es posible que no se haya incluido en el grupo a Santiago Ramón y Cajal, universalmente considerado como el fundador de la neurociencia, máxime teniendo en cuenta que fue precisamente en Barcelona donde realizó sus descubrimientos fundamentales para ahormar la denominada «teoría neuronal»… y que estamos en el siglo de la neurociencia?
Aparte de todos los reconocimientos que obtuvo Cajal en vida, del «…aplauso, de hecho, de todo el mundo civilizado»¹¹ —palabras de otro grandísimo pionero de la neurociencia, Charles S. Sherrington (1857-1952)—, de que la Fundación Nobel lo considere como uno de los premiados más trascendentales en Fisiología o Medicina, de que sea universalmente considerado como uno de los cinco o diez científicos más influyentes de la historia de la ciencia, como dejó escrito Severo Ochoa¹² (1905-1993) y hemos recordado posteriormente tantos¹³, un miembro de ese selecto club al que pertenecen, por supuesto, Darwin, Sklodowska-Curie, Einstein… y los pocos más que consiguieron que las disciplinas avanzasen de golpe cincuenta o cien años, o crearon una disciplina nueva¹⁴… Aparte de todo eso, ¿qué más necesitaba el Museo CosmoCaixa para incluir una estatua de Cajal en tan señero lugar, que visibilizase la ciencia española, dando oxígeno a nuestro sistema de I+D, que tanto lo necesita, que contribuyese a generar vocaciones, a extender la idea de que España es un lugar de ciencia, donde se contribuye al desarrollo del acervo del conocimiento mundial con aportaciones de primera fila…?
¿Acaso esa ausencia no es una forma de prolongar el «¡que inventen ellos!», de Miguel de Unamuno, tan manido como tergiversado¹⁵? ¿O fue por mera ignorancia de quienes organizaron el museo…?: «¿cómo va a figurar un español entre las figuras científicas capitales que han ayudado a conformar nuestro mundo actual…?». Porque no quiero pensar que el que una figura de la talla de Cajal no tenga un monumento así en Barcelona —donde precisamente «parió» (casi) toda la teoría neuronal— pueda deberse a otros intereses, como su archiconocido patriotismo partidario de la unidad de todos los españoles, o sus públicas desavenencias con las hipótesis acientíficas y rayanas en el más execrable racismo expuestas por algún compañero de claustro universitario barcelonés¹⁶.
Una entidad como La Caixa podría, si quiere, poner remedo al dislate e incluir una escultura de Cajal en el representativo grupo escultórico del que hablamos, incluso para que pudiese ser inaugurada como merece durante la celebración del FENS Forum 2026.
Notas
(1) Cajal, S.R. (1923) Recuerdos de mi vida (3a edición). Madrid : Imprenta Juan Pueyo. El Centro Virtual Cervantes ofrece una versión en abierto de esta tercera edición completa.
(2) Aunque, censo stricto, las neuronas fueron descubiertas en 1838 por Jan Evangelista Purkinje (1787-1869), en el sistema nervioso central, y, antes, por su doctorando Gabriel Valentin (1810-1883) en el sistema nervioso periférico (1836), y el nombre «neurona» fue acuñado, como tal, por Heinrich Waldeyer en 1891.
(3) Cajal, literalmente, describe así las «futuras» sinapsis: «[…] ósculos protoplásmicos, las articulaciones intercelulares, que parecen constituir el éxtasis final de una épica historia de amor» (Cajal, 1923). El término sinapsis lo acuñó en 1897 otro gigante de la neurociencia, Charles S. Sherrington, futuro premio nobel en Fisiología o Medicina (1932). Entre 1888 y 1897, fue frecuente describir estas estructuras como lo hizo Gustav Retzius: Punktsubstanz.
(4) En la conferencia del banquete del Premio Nobel, en 1906, Cajal destacó la relevancia de los estudios de su hermano pequeño, Pedro Ramón y Cajal (1854-1950), realizados en el sistema nervioso de aves y anfibios, para el establecimiento de esta «ley de polarización dinámica de las neuronas», verdadero punto de inflexión en el desarrollo de la neurología clínica.
(5) Cajal S. R. (1892). La rétine des vertébrés. La Cellule 9, 121–255.
(6) Entre enero de 1888 y finales de 1891, Cajal publica 52 trabajos originales de investigación y 2 libros de texto para universitarios, aparte de diversas traducciones de algunos trabajos publicadas en alemán y francés (Cajal, 1923).
(7) Este fue su segundo domicilio en Barcelona: el primero lo tuvo en la calle Riera Alta, y el último en la calle del Bruch (Cajal, 1923). La casa más lujosa y amplia fue la del Bruch, donde pudo instalar también un pequeño animalario en el jardín.
(8) El primer laboratorio sufragado por el erario público que tuvo Cajal fue el Laboratorio de Investigaciones Biológicas, a partir de 1902, a resultas del Premio Internacional de Moscú que recibió en 1900. Aunque es cierto que, a su llegada a la Universidad Central (Madrid), esta dispuso un modesto laboratorio para la enseñanza práctica de la Histología.
(9) «La neuroxe», discurso de A. Van Gehuchten en la Univ. de Louvaine (Bélgica), citado por Cajal (1923).
(10) Aquí.
(11) Sherrington, CS. (1935) Santiago Ramon y Cajal, 1852-1934. Obituary Notices of Fellows of the Royal Society. Bulletin of the Royal Society 1(4), 424-441.
(12) Ochoa, S. (1986) «Recuerdo de Don Pío». En: P. del Río Hortega. El Maestro y yo. Madrid : CSIC.
(13) Valga un ejemplo propio por ser tribuna en una de las cabeceras periodísticas de mayor impacto y difusión: Araque, A. y de Castro, F. (2017) Ramón y Cajal: lo que está moviendo en el mundo y lo que debe moverse en España. El País (edición digital), 5-V-2017.
(14) Así lo corroboran, no ya las monumentales estatuas erigidas en Zaragoza o Madrid, sino mucha iconografía elegida en el Massachussets Institute of Technology-MIT, las distinciones que llevan el apellido Cajal otorgadas por nuestro Ministerio de Ciencia (desde hace 25 años) o la Harvard University (más recientemente), los únicos campus de excelencia tecnológica que ha co-financiado la FENS (en Burdeos y Lisboa) o la primera sociedad neurocientífica del mundo entero, The Cajal Club (fundado en 1947).
(15) Sobre la tergiversación de la cita, léase, por ejemplo esto.
16) Ver: Cajal, 1923.










Ojalá que tus incuestionables argumentos no caigan een saco roto querido Fernando, aunque sea con un busto se honre en BCN a quien honor merece.
Dios te oiga, querido Orlando. Difúndelo por allí y acullá: ¡tenemos que conseguirlo…!