Arte y Letras Literatura

El realismo distraído de Cunqueiro

%C3%81lvaro Cunqueiro

De vez en cuando hay que llevarle un poco la contraria a todo el mundo y echarle un vistazo a lo que ya nadie lee. Por cambiar el aire de la habitación, por pura higiene, hasta por esnobismo, que en su justa medida es tan saludable como abrir las ventanas. En fin, aprovechando que se cumplieron el pasado diciembre cien años de su nacimiento no está de más desempolvar a Álvaro Cunqueiro. Aunque a Cunqueiro, más que desempolvarlo, habrá que desenterrarlo. Al menos fuera de Galicia no parece que haya vuelto como un Camba, muy resucitado ya, ni tampoco como un Torrente Ballester —que nunca se ha ido, al parecer—, más cercano si cabe éste último a Cunqueiro en su literatura, aunque con una preocupación por la experimentación formal que a Cunqueiro siempre le importó un bledo y le aburría espantosamente.

En Galicia a Cunqueiro se le lee algo porque existen los colegios y hay que leerlo sí o sí, pero también porque la niebla y los gallegos de Cunqueiro son la niebla y los gallegos que vemos cuando nos da la gana. Sólo hay que ponerse. O sólo hay que leer a Cunqueiro para verlos. Lo de menos es ese realismo mágico —aplicado a su literatura con carácter retroactivo— que nos queda más bien en un realismo distraído, entusiasmado y distraído, como dijo escribir (1). Un realismo, si acaso, despreocupado del propio realismo y de las convenciones de la vida.

Al igual que Pla, Cunqueiro se encerró literaria (y literalmente) en su país y lo inventó. El mundo es el lenguaje y el lenguaje lo moldean, o al menos lo afinan, los escritores. Por eso Cunqueiro prefería escribir en gallego, porque era una lengua todavía por hacer, al menos por escrito. La invención de Pla la fue exponiendo con letra diminuta en sus diarios, porque su realismo de observación es sobre todo el traje de hombre sensato y escéptico que se pone para poder escribir lo que le da la gana, sin que nadie sospeche de su veracidad. La credibilidad del yo como papel secante. Por supuesto, así como ahora sabemos que imaginación y memoria van de la mano, y que la imaginación es una forma de memoria y la memoria una forma de la imaginación, también sabemos que en la observación juega un papel fundamental la imaginación. Está muy bien apuntado eso en una carta de Charles de Gaulle a Cartier Bresson; “Ha visto porque ha creído”. Sí, ha querido usted ver, ha visto antes de, efectivamente, ver.

El gran observador que era Pla requería para su literatura grandes dosis de imaginación.

Hablando de Cunqueiro suele nombrarse al escritor mallorquín Cristóbal Serra, ambos instalados en un aparente mundo paralelo de fantasía y mito. Otro outsider del realismo y de la literatura española. No sé Cristóbal Serra, cuyo orientalismo me recuerda más a Vicente Risco —el gran maldito de la literatura gallega—, pero en Cunqueiro todo el aparato fantástico, su juego de luces, que deslumbran al lector superficial, está al servicio de lo que fue su principal interés; lo que podría llamarse el problema de Galicia. Un problema, no político, sino literario. Como para los del 98 España es la gran fijación, aunque en realidad se estén refiriendo a Castilla, paisaje y paisanaje. La esencia de España y todo eso, la árida meseta de Antonio Machado como territorio literario. Cunqueiro encuentra su aleph en Galicia. No necesita más. Aborrece el realismo de periódico y el escepticismo sistemático del método científico. En su Galicia, o lo que es lo mismo, en su literatura, no hay presente ni pasado, sólo un territorio colmado de leyendas, historias, dioses cotidianos y secundarios extravagantes que serán sus personajes, los que entren y salgan de sus novelas, semblanzas, relatos, artículos y obras de teatro.

Cunqueiro está a medio camino entre el antropólogo o historiador, el brujo o mago y el escritor que da cuenta de sus experiencias en ese territorio desgajado del mundo aparente.

No se sabe dónde acaba su sabiduría de sabio antiguo y dónde empieza la invención, como no se sabe dónde acaba una leira y dónde empieza otra, sobre todo cuando llueve y está borroso el aire.

De la cultura vastísima de Cunqueiro podríamos decir que era casi toda inventada. La Historia de Cunqueiro parece anterior a la propia Historia. Ya digo, un territorio, no mítico, a lo García Márquez, cosa de una novela o de varias fundidas en ese barroquismo de selva frondosa, sino un territorio idealizado que se obstina en volver real, y a fuerza de escribirlo lo consigue. El tiempo en cambio es un artificio innecesario, tanto que el propio Cunqueiro unos días es un cronista medieval y otros un cartujo en una celda o un escritor de provincias que sale a pasear y se sabe los nombres de las hierbas y las setas y charla con los perros de su pueblo de literatura o de filosofía.

Su obra periodística recuerda en cierta manera a Montaigne. Artículos de sacar a pasear la prosa trayendo muchos nombres y ejemplos del pasado o de donde sea. Puede que todos los grandes articulistas recuerden siempre a Montaigne.

Del galleguismo vitalista de su juventud, ilusionado digamos con una recuperación del idioma gallego, pasa a un galleguismo melancólico, de soñador estafado, de niño al que encierran en el cuarto oscuro y tiene que inventarse la luz. Y se la inventa, con ese escepticismo del bondadoso que dan los años y los palos. Se exilia en Mondoñedo, ese pueblo en un valle rodeado de bosques viejos y mucha niebla. Hablo de la posguerra (1944 en adelante). En Galicia, ya sin camisa azul y sin el carnet de periodista que le quita el Régimen, se dedica a comer, a escribir y a leer. Acaba dirigiendo, mucho más tarde, el Faro de Vigo. Sus artículos, editados por Tusquets en varios libros, son una rara mezcla de cotidianidad y leyenda, con una prosa íntima y llana que parece sacada de un medievo futuro. Ahí podría estar quizá el Cunqueiro de más interés para los lectores de hoy.

Al igual que Camba y Pla escribió mucho de comida. Incorporan a la escritura esa parte del mundo que sólo se conoce a través de las papilas gustativas. La cocina gallega de Cunqueiro es el canon de la cocina gallega y el libro más vendido de cocina tradicional gallega. Ahí está, para el turista curioso y para el que no sepa hacer empanadas. Fue su otra manera de entender y crear un país, comiéndolo.

No creo que Cunqueiro vaya a salir por ahora de ese rincón de la literatura reservado a los genios apenas leídos, y menos hoy en día, que verdad suele confundirse con verosimilitud e incluso realidad con realismo. Tampoco la literatura de Cunqueiro está muy alejada de la de Borges, sobre todo del Borges ensayista. Quizá se le reproche a Cunqueiro su profundo localismo —Borges se paseó mucho más—, o una absoluta indiferencia por el tiempo histórico que vivió. Por supuesto fue un mecanismo de defensa y también el producto de una decepción vital. Puede que ni eso; sólo una vida desacompasada con un Régimen de escasas luces y con una realidad concentrada en el tedio del café templado y desteñido. Frente al asqueroso gris de la dictadura que lo apestaba todo, incluso el realismo social de los cincuenta, Cunqueiro se empeñó en escribir la historia paralela, y oculta, de un país inventado que se llamó Galicia.

1 “Yo no soy un erudito, por eso pido perdón si alguna vez aparezco tal; a mí lo que me gusta es contar llano y seguido, fantástico y sentimental a la vez; lo que pasa es que a veces escribo entusiasmado y distraído.” [Los caminos, El progreso, 25 de noviembre de 1956.]

 

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10 Comentarios

  1. Qué maravilla leer esto por aquí.
    El mejor Cunqueiro, para mí, el de los artículos (pura ficción).
    «Cunqueiro se empeñó en escribir la historia paralela, y oculta, de un país inventado que se llamó Galicia». Genial.

  2. Muchas gracias por este maravilloso texto, Marcos Abal.
    Espero que ayude para acercarse a su obra, desconocida fuera de Galicia.

  3. Sí, conde, ahora soy más de los artículos, pero los retratos que forman los libros «Escola de menciñeiros», «Xentes de aquí e acolá» y «Os outros feirantes» me gustan mucho. Es un género particular de Cunqueiro.

    Gracias por los comentarios.

  4. Vaya, qué sorpresa.
    Yo también creo que sus ensayos tienen más interés, ahora, o interés para más gente. Aunque yo he disfrutado más de lo otro («Flores del año mil y pico de ave» no suele citarse demasiado, y a mí me encantó).

    Me alegra verlo aquí. ¡Y se llama usted Marcos! Quién lo iba a decir.

  5. Gracias, Porto. Yo pensé que ya sabía cómo me llamaba…

  6. Enhorabuena al autor del artículo por el sólo hecho de recuperar la figura de Cunqueiro -estaba sólo mal enterrado, pero había que ir a busarlo-.

    Si gracias a estas líneas un sólo libro del mindonienese cae en las manos de alguien nacido fuera del terruño, creo que el esfuerzo de su autor habrá estado debidamente retribuido y justificado.

    Dicho esto, yo no sólo reinvindicaría la figura de Cunqueiro como rara avis… como vastísimo fabulador capaz de hacer de su interpretación personal «da galeguidade» y sus circunstancias el ombligo sobre el que hace girar toda su obra. Cunqueiro es eso, por descontado, pero va mucho más allá. Cunqueiro dominaba todos los géneros, y lo hacía con una profundidad y dominio de la lengua y el ritmo realmente asombroso e incluso insultante ante eventuales comparaciones con algún coetáneo. Es un clásico, y como tal es universal.

    Diré algo sobre su «excesivo localismo» bien traído en el artículo, crítica que frecuentemente tiene que sufrir su obra cuando un apóstata como yo pretende ponerlo en pie de igualdad con otros grandes; mantener eso es tan absurdo como decir que Tostoi o Chejov eran demasiado localistas porque sólo sabían hablar de «los rusos y sus circunstancias» o que Platón ha envejecido mal porque sólo escribe sobre el ama griega y ahora tras el rescate está muy devaluada en los mercados.

    Cunqueiro puede escribir sobre cómo se comió una nécora en la Ría de Arousa hace 50 años, cierto, pero lo hace como dios, evocándolo de tal manera que podría matar a un alérgico al marisco.

    El que tenga curiosidad por ver una entrevista suya, que pinche sobre mi nombre.

  7. Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Un whisky para don Gonzalo

  8. Jose Maldoror

    Del localismo al universalismo y me salto el nacionalismo.
    Una delicia de artículo.

  9. Si os interesa este artículo, probablemente os interese «Conversas con Cunqueiro». Una webserie gallega, en gallego, hecha por jóvenes sin un duro en la que el protagonista se pasa los capítulos divagando junto a una estatua de Don Álvaro al más puro estilo Cunqueiro.
    Echad un ojo en youtube al canal de Porco Bravú

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