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Madame Satã, superhéroe de las calles de Río

Madame Sata
Imagen: Videofilmes / Wild Bunch / Lumiere / Dominant 7

Año 2016, en el país de la libertad, entra un desgraciado en un bar gay y ametralla a todos los que se encuentra dentro. Ser homosexual sigue siendo peligroso en el siglo XXI. Ni en los países donde la homosexualidad está cobardemente perseguida por la ley, ni en las socialdemocracias escandinavas, ni en las calles de Madrid. En ninguna parte se está a salvo de las agresiones homófobas. Y si ser gay no es fácil ahora, ¿cómo lo sería en un barrio marginal de Río de Janeiro durante los años treinta? Pues João Francisco dos Santos, «Madame Satã», además de gay era pobre, analfabeto y negro en el barrio de la Lapa, uno de los más peligrosos de la ciudad.

La historia no es una ciencia exacta y uno de sus muchos caprichos ha sido que este hombre, que no escribió ningún libro, ni compuso canción alguna o marcó goles memorables, entrara a formar parte del panteón de personalidades de Río de Janeiro y por ende de Brasil. Solo fue uno más de los muchos moradores del barrio de la Lapa, pero quedó para siempre en la memoria colectiva del planeta después de que Karim Aïnouz rindiera el tributo que le debía el cine brasileño con su película Madame Satã en 2002, aunque el mito fue erigido muchos años antes.

En los setenta fue un personaje habitual en el periódico alternativo y contracultural Pasquim, famoso por ser la punta de lanza de la oposición a la dictadura, crítico con los convencionalismos de la clase media y la moral conservadora de la época. Una revista que nacía con la explosión de imaginación de la juventud de los años sesenta, pero que en este caso también estaba imbuida por el espíritu de Ipanema, en aquel entonces una forma de ser hedonista, la ética de los amigos de la birra fría, las mujeres hermosas y la vida playera; una ética contestataria frente a la burguesía del momento, aunque hoy resulte difícil de entender a la vista de los anuncios de cerveza.

Las fotos que llevaban en sus páginas de chavalas semidesnudas desencadenaron las batallas más duras contra los censores. No obstante, pese a esta marcada línea hetero y masculina, también fueron apareciendo artículos sobre las drag queens más famosas de la ciudad. Había un tono sarcástico en esos textos, pero siempre con respeto, apunta James N. Green, autor de Beyond Carnival, hasta el punto de que homosexuales como Madame Satã ya fueron tratados con respeto reverencial.

La entrevista que le hicieron en 1971 tres periodistas del diario estaba cargada de admiración. Parecía una estrella de rock. Claro que no se hablaba de canciones, sino de violencia. El fragmento que más llama la atención en un año como este es en el que Madame Satã relata cómo él también fue víctima de un tiroteo indiscriminado en un bar. Un sargento del ejército entró de repente en el club donde se encontraba, un militar al que nunca antes había visto, y abrió fuego. Descerrajó seis tiros. João, en el suelo, dice que miró a los lados y al ver que no había sangre entendió que había sobrevivido. Inmediatamente salió detrás del soldado, pero este escapó en el acto. La historia luego se bifurca en dos versiones. Los periodistas le recuerdan que se dice que le cogió y le apuñaló por la espalda y el entrevistado aduce que el sargento atravesó una zona con alambres de espino y se rajó él a sí mismo.

João se defendía de forma instintiva tras una vida siempre a la contra. La prueba más evidente es cuando explica el asesinato de un policía que, entre otros crímenes, le llevó a pasar en total veintisiete años y ocho meses en la cárcel. En la noche de los hechos, la pistola estaba en su mano, era cierto, reconoce. La bala salió de ese revólver, también es verdad. Y la bala fue la que hizo un agujero en el cuerpo del policía, tampoco lo iba a negar. Pero no lo mató él, subraya: «Lo mató Dios».

Siempre era otro. Más plausible era la historia de una pelea que tuvo en otro bar con un caballero tras la cual sus puños se convirtieron en leyenda. Que un homosexual se defendiese a golpes, empleando la capoeira, fascinaba a la revista. Los artículos sobre Madame Satã hablaban de la bicha brava, («el maricón feroz») y la leyenda en las calles versaba sobre un gay que te podía matar de un golpe. Sin embargo, Madame Satã le quitaba hierro al asunto. Aquel día, explicó, le pegó un puñetazo a aquel hombre porque le llevaba insultando un buen rato. Perdió la paciencia, le pegó, pero el golpe fatal se lo dio contra el suelo, contra un bordillo. Tampoco lo mató él, explica, fue una negligencia médica. Cuando el galeno llegó el hombre todavía estaba vivo.

Siguen en ese texto historias carcelarias sobre la compraventa de esclavos sexuales adolescentes en la trena, puñaladas por celos e historias igualmente edificantes. Reconoció que pudo estar metido en alrededor de unas tres mil peleas, si echaba la cuenta, aunque solo le acusaron de tres asesinatos. La leyenda habla de que siempre se enfrentaba a las fuerzas del orden cuando insultaban a los mendigos, los travestis, las prostitutas o los negros. El rol de justiciero le sobrevino cuando dejó su trabajo de cocinero y en la belle époque carioca se dedicó a llevar la seguridad de los prostíbulos. Cuidaba de que no robasen a las chicas o que directamente las violasen.

En no pocas ocasiones, después de limpiarse la sangre de los nudillos o de los pies, se travestía para cantar en cabarets. Ahí inventó su personaje inspirado por la película de Cecil B. DeMille, (Madame Satan, 1930) y en los carnavales a los que pudo asistir desfiló como la Dama de Rojo.

Se consideró siempre un antisocial, pero nada de esto le impidió adoptar seis hijos y casarse con una mujer que, según el propio João, bien sabía lo que hacía, porque él no le ocultó nunca su condición de homosexual. Ni a ella ni a nadie: «Siempre lo fui, soy y seré», sentenció en la aludida entrevista. Murió de cáncer de pulmón en 1976, no sin antes contar su vida en un libro Con el diablo en el cuerpo. En la película alcanzó la inmortalidad como una persona que no tenía nada, de una raza considerada inferior, que defendió su sexualidad, su intimidad y a los más desfavorecidos que le rodeaban a hostia limpia. Quizá por ser rematadamente pobre nadie pudo arrebatarle jamás la dignidad. Madame Satã era un auténtico superhéroe y, a diferencia de los que van volando por ahí en pijama, él existió de verdad.

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