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Rumbo a Marte, o el ascenso al Olimpo

Exposición Marte. El espejo rojo, en CCCB. Foto: Aleix Plademunt.
Exposición Marte. El espejo rojo, en el CCCB. Foto: Aleix Plademunt.

Uno de los primeros objetos que dan la bienvenida a la exposición Marte. El espejo rojo del CCCB es un minúsculo fragmento de meteorito encontrado en el Sáhara en 2010. Se trata de una pieza aparentemente anodina cuya vitrina casi parece intentar magnificarlo para darle una mayor relevancia que sabemos que no es necesaria: ese pedazo de piedra viene de Marte. Pensar en el conjunto de acontecimientos que la han llevado hasta allí me abruma por completo, y mi mente divaga y le da por imaginar un meteorito similar caído hace miles de años en ese mismo Sáhara, y a un antepasado de nuestra especie observando la trayectoria de ese brillante proyectil sin entender la importancia del viaje que ha hecho. Esa roca (¿existe cosa menos trascendente?) ha unido dos planetas alejados cincuenta y pico millones de kilómetros. Y ese ser, más primate que humano, no tiene ni idea de su origen.

Nuestra relación con Marte explica con precisión nuestra conversión de animales primitivos a seres racionales, y de ahí a lo que podríamos (o querríamos) ser en un siguiente paso evolutivo. La historia nos recuerda que Marte fue antes imaginado que descubierto, y en ese salto ontológico, tras dejar atrás deidades y propuestas religiosas o directamente mágicas, nació un camino muy real y transitable que hemos construido a medida que hemos madurado como especie. Si en la construcción de las antiguas catedrales se daban el testigo distintos arquitectos a lo largo de cientos de años, mejorando así las técnicas y ampliando el conocimiento gracias al propio paso del tiempo, esta calzada mediante la que hemos conectado los dos planetas ha sido testigo y resultado del enorme salto que nos ha llevado desde que descubrimos un enigmático punto rojo en el cielo hasta que logramos aterrizar en su superficie.

De lo mágico a lo científico

Marte se ha materializado en muchas culturas a lo largo de los siglos a través de una dualidad esencialmente cartesiana. Nuestras mentes lo concebían como ese dios sobrenatural e implacable, pero ya desde tiempos pretéritos nuestros sentidos lo identificaron como un objeto errante (y muy real) en el espacio. Los antiguos astrónomos egipcios y chinos registraron los primeros movimientos de este cuerpo celestial sin aún conocer su relación de hermandad con nuestro planeta. Nergal, Mangala, Harmakis… muchos nombres se le darían, y ese color rojo tan característico teñiría su personalidad en cada una de sus representaciones, otorgándole un carácter hostil que no ha dejado de acompañarle en ningún momento.

Más tarde vendría Copérnico con su modelo heliocéntrico del sistema solar y Galileo con la primera observación telescópica del planeta, y de golpe Marte dejaría de mostrarse esquivo. Ya no estaría lejos, sino cerca, muy cerca, lo que daría pie a otro tipo de fantasías. Perdería su estatus de dios para trasladarse a otro lugar del imaginario colectivo, el de una ciencia ficción que poco a poco iría barruntando maneras de emplear nuestro planeta vecino como escenario de sus relatos. No cabe duda de que Verne o Wells son dos de los autores más conocidos dentro de esta narrativa marciana, pero esta exposición del CCCB comisariada por Juan Insua nos recordará muchos otros nombres que abordaron esta temática, yendo desde la ciencia ficción más pura —autores como Bogdánov, autor de Estrella roja e inspiración de Kim Stanley Robinson y su trilogía sobre este planeta, y bueno, claro, también Philip K. Dick, Bradbury, Clarke, Ballard, Burroughs…— hasta la especulación científica (¡toma oxímoron!) sin ánimo de entretenimiento alguno. Que se lo digan si no a Percival Lowell, astrónomo que dedicó esfuerzos titánicos a la defensa de que Marte era un planeta en decadencia cuyos habitantes habían optado por sobrevivir bajo tierra.

Sin embargo, el ejercicio de ficción que más interesante me ha parecido (por inesperado) de esta exposición viene de la picardía de los médiums de finales del siglo XIX. Como si de unos John Carter cualesquiera se tratara, estas personas aseguraban tener una comunicación directa con ese planeta que empezaba a estar en boca de todos. William Denton llegó a escribir informes donde detallaba con precisión todo lo referente a sus viajes. Pero el registro más interesante de estos viajes astrales viene de la mano de Hélène Smith, quien afirmó haber llegado a descifrar el lenguaje marciano, así como también describió la flora del planeta o explicó la existencia de macroconstrucciones de ingeniería hidráulica que mucho tenían que ver con la idea de los canales marcianos que defendieron astrónomos como Schiaparelli o Flammarion1.

Exposición Marte. El espejo rojo, en CCCB. Foto: Aleix Plademunt.
Exposición Marte. El espejo rojo, en el CCCB. Foto: Aleix Plademunt.

De lo humano a lo posthumano

Y lo ideal dio paso a lo real, y con ello, desapareció la magia. Gran parte de las leyendas construidas alrededor de Marte se esfumaron cuando por fin pusimos un pie (aunque fuera de manera vicaria) en la superficie del planeta. Primero habían sido nuestros satélites los que llegaron hasta su órbita, un hito nada despreciable en nuestra carrera espacial, pero no fue hasta 1971 que la Mars 3 aterrizó y transmitió datos desde la superficie al centro soviético que la había enviado hasta allí. Desde entonces han sido varias las misiones que han llegado hasta ese entorno árido e incompatible con la vida humana para irnos transmitiendo cada vez más información, y nuestras esperanzas poco a poco han ido alumbrando una idea loca que con el avance de la tecnología se ha ido convirtiendo en posibilidad muy real: viajar a Marte, y sobre todo, instalarse allí.

Crecerán a partir de entonces las propuestas alrededor de un objetivo muy claro: ¿podría ser Marte un segundo hogar para la humanidad? ¿Una especie de planeta B? ¿Un simulacro? Porque aunque nadie niega que la producción en la ciencia ficción ha seguido siendo fructífera (ahí está el mencionado Kim Stanley Ronbinson, y no olvidemos hacer una fugaz mención a las obras pulp centradas en el planeta rojo y de las que en el CCCB han realizado una ejemplar selección), pensar en vivir en Marte cada vez tiene menos de increíble o de inalcanzable. Y quién sabe si dentro de poco, aquella imagen de nuestro antepasado viendo caer el meteorito venido de Marte tenga su reflejo en otro ser humano (o poshumano) observando la luminosa trayectoria de aterrizaje de una nave terráquea desde la tranquilidad de su hogar en el planeta rojo.


Notas

(1) Casi más fascinante que el descubrimiento de este episodio de experiencias extracorporales y viajes astrales es el hecho de que existan un par de libros donde se documentan todos estos testimonios. Se trata de From India to the Planet Mars. A Study of a Case of Somnambulism de Théodore Flournoy y The Haunted Mind: a Psychoanalyst Looks at the Supernatural de Nandor Fodor.

2 Comentarios

  1. Cuando leo si podrá Marte ser un segundo hogar, me pregunto si no es mucho más fácil no estropear este en que estamos. Hay un algo descorazonador en la idea de tener planetas de repuesto.

  2. Casi lloré cuando Roberta Draper, la marine marciana de The Expanse, alentó a su pelotón con «¡Hasta que llueva fuerte en el monte Olimpo!» (Till the rains fall hard on Olympus Mons!)

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