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Lovecraft: escribir contra el hombre (2)

Lovecraft escribir contra el hombre
Lovecraft dibujado por Mike Mignola. Imagen: Dark Horse Comics.

Viene de «Lovecraft: escribir contra el hombre (1)»

II

Así pues, este es el contexto en el que H. P. Lovecraft produjo entre 1915 y 1937 su monumental correspondencia literaria.

Por un lado, el volumen extraordinario de su correspondencia se puede entender como el resultado de una vida de reclusión voluntaria, en una época en la que las cartas todavía eran el principal medio de comunicación interpersonal a larga distancia1. Por otro lado, la correspondencia también es el negativo de la escritura pública de Lovecraft, una escritura privada que está libre de las odiosas restricciones y condiciones de la publicación. La libertad de la correspondencia de Lovecraft se manifiesta en forma de eclosión de temas, disertaciones y ensayos. Pero también es el espacio donde puede asomar el tabú. Es en las cartas donde el autor puede decir realmente lo que piensa, oponiéndose a la ideología política o cultural de su tiempo. Lo que piensa sobre la racialización del país, sobre la vida política o, más a menudo, sobre las letras americanas. La libertad también es formal y estilística: en las cartas no hay que cumplir con deprimentes restricciones de espacio. No hay que pasar por el aro de revisar o pasar a máquina, dos de las actividades que más odiaba el autor.

La correspondencia literaria de Lovecraft es al mismo tiempo consecuencia y tema de su fracaso percibido. Consecuencia porque ese fracaso seguramente fue uno de los principales factores que lo llevaron a volcarse en la escritura privada. Y tema porque la correspondencia literaria de Lovecraft termina asumiendo, durante una buena parte del tiempo, la forma de una diatriba.

Pero, antes de tratar la naturaleza en sí de las cartas, me parece importante transmitir una idea aproximada de la magnitud del corpus. Una magnitud que solo podemos describir de forma imprecisa porque nadie sabe exactamente cuántas cartas escribió H. P. Lovecraft.

En la década de los setenta, Lyon Sprague de Camp estimó, en su ya clásica H. P. Lovecraft: A Biography, que el autor de Providence podría haber escrito en su vida unas cien mil cartas. Esta cifra incluía desde postales, a las que era muy aficionado, hasta cartas lo bastante largas como para ser publicadas individualmente en forma de libro. Desde entonces, esta cifra se ha revisado a la baja, aunque no demasiado: la cifra que se baraja hoy en día está en torno a las setenta y cinco mil.

Quien más información nos ofrece al respecto es S. T. Joshi2. También la estimación de Joshi ha variado con los años de estudio. Por ejemplo, en su ensayo seminal, «A Look at Lovecraft’s Letters»3 (1987), Joshi corrige la cifra ofrecida por Sprague de Camp y la reduce a unas ochenta y siete mil quinientas cartas, de las que estima que quizá hayan sobrevivido unas diez mil. Unos años más tarde, en su monografía A Subtler Magick (1996), escribe lo siguiente:

Lovecraft cuenta en diversos lugares que su producción diaria de cartas iba de las cinco a las quince misivas; si establecemos un término medio de entre ocho y diez al día, nos salen unas tres mil quinientas cartas al año; durante un periodo de veintitrés años (1914-1936) ya llegamos a ochenta mil quinientas, que seguramente es una estimación conservadora. De esas no creo que sobrevivan más de diez mil.

Por último, en el prólogo de Lord of a Visible World. An Autobiography in Letters (2000), Joshi, escribiendo a medias con David E. Schultz, postula «una cifra más realista de setenta y cinco mil, incluyendo miles de postales, muchas de las cuales contienen más texto que una carta media de cualquier otra persona». La cifra de las cartas de las que se ha conservado copia también se ha ido revisando a la baja con el paso del tiempo, aunque Joshi siempre ha mantenido que en ningún caso serían más que unos pocos millares, entre manuscritos originales y las llamadas «transcripciones de Arkham», con las que se confeccionaron los cinco volúmenes de las Selected Letters. La cifra desciende drásticamente cuando miramos las cartas publicadas.

La primera edición de la correspondencia de Lovecraft fueron los cinco volúmenes de las Selected Letters, publicadas por la editorial Arkham House entre 1965 y 1976. Pese a superar las mil quinientas páginas, esa edición recogía menos de mil cartas (novecientas treinta), es decir, aproximadamente una de cada ochenta cartas de las que se estima que escribió. Hay que señalar que las cartas de Arkham House se publicaron en versiones extremadamente abreviadas, a veces extrayendo solo un pasaje que los editores consideraron relevante de la carta original. Joshi señala que las versiones íntegras de las Selected Letters tendrían al menos el doble de su tamaño impreso, con lo cual ocuparían por lo menos diez volúmenes. La actual edición canónica de las cartas, iniciada por Hippocampus Press en 2003, recoge el texto íntegro de aproximadamente tres mil quinientas cartas, distribuidas en veintitrés volúmenes. Teniendo en cuenta que la intención de los editores (el propio Joshi y David E. Schultz) era intentar publicar una edición lo más íntegra posible de las cartas que se conservan tanto en colecciones públicas como en manos privadas, esto significaría que el número total de cartas conservadas es bastante menor de lo que se pensaba inicialmente.

¿Es posible que, aparte de las que ya han salido a la luz, todavía puedan aparecer más cartas inéditas de H. P. Lovecraft? Es verdad que ha pasado menos de un siglo de su muerte. También es evidente que las probabilidades de nuevos hallazgos se reducen con el paso del tiempo. Aun así, quizá no debamos perder la esperanza todavía: de hecho, un grupo importante de cartas ha salido a la luz en la última década, y la historia de su aparición me parece lo bastante curiosa como para incluirla aquí.

Corría el Día de Acción de Gracias de 2014 cuando un grupo de gente del teatro se reunió en Iowa para cenar en casa del actor y director Sean McCall. Y resulta que uno de los invitados, Will Gautney, director técnico de la producción más reciente de Sean, se presentó llevando una camiseta de Cthulhu. La mujer de Sean, Jackie, se fijó en la camiseta y le dijo: «¿Quieres oír una cosa curiosa? Tenemos un fajo de cartas de Lovecraft en el garaje. ¿Quieres ver una?». Jackie trajo una carta y se la enseñó a sus invitados. Por lo visto, la madre de Sean había muerto en 2013, y cuando su hijo se encargó de reunir sus efectos personales, encontró en el sótano un baúl que había pertenecido a la tía abuela de su madre, Zealia Brown Bishop, y en aquel baúl había un sobre lleno de cartas dirigidas a Bishop de parte de su amigo y mentor H. P. Lovecraft.

Pese a todo, las cartas seguramente no habrían salido del garaje de McCall de no ser por otra de las invitadas a la cena, una tal Mary Sullivan, que al ver la carta dijo: «Tendríais que hablar con unos amigos míos de California. Creo que les interesarían mucho estas cartas». Esos amigos eran unos compañeros de la escena teatral de Los Ángeles, que además también dirigían la H. P. Lovecraft Historical Society. Al año siguiente a aquella cena de Acción de Gracias se publicaban las cartas de Bishop4.

Quizá conozcamos la cantidad total de cartas que Lovecraft probablemente escribió (unas setenta y cinco mil) o de las que se han conservado (entre tres mil quinientas y diez mil). Esas cifras, sin embargo, no nos dan una idea exacta del volumen de la correspondencia que llegó a enviar en vida. Esto es así porque, cuando escribía cartas, Lovecraft se sentía tan libre de restricciones que no se ponía más límites que la cantidad de papel que tuviera a su disposición. Esto explica que «en ciertas ocasiones, sus cartas llegaran a las treinta, cuarenta o incluso cincuenta páginas de letra bien apretada», como explican Joshi y Schultz. Por su parte, August Derleth y Donald Wandrei, en el prólogo al primer volumen de las Selected Letters, afirman:

Algunas de sus cartas llegaban a las treinta, cuarenta, cincuenta o más páginas de papel mecanográfico, completamente llenas por ambos lados. Epístolas individuales que tardaba días en completar y alcanzaban a veces más de sesenta mil palabras, el equivalente a un libro de doscientas páginas. Estas cartas tan extensas solían ser diarios de sus viajes, sus argumentos a favor o en contra de algún debate de naturaleza filosófica o bien la explicación de alguna serie de pesadillas particularmente nítidas y bien desarrolladas.

Lovecraft siempre escribía sus cartas a mano, con caligrafía rápida y fluida, pequeña pero legible. Solía cubrir ambas caras de la hoja de papel hasta los bordes, sin dejar ningún espacio sin usar. Cuando creía que le hacía falta ilustrar alguna descripción, trazaba al lado del texto croquis o diagramas, y a veces hasta incluía algún dibujo, como el famoso boceto de Cthulhu sentado que le envió a Robert H. Barlow. Como cuentan sus editores originales, nunca redactaba borradores que después copiara ni puliera antes de mandarlos por correo. Tampoco guardaba copias para sus archivos. A veces, sin embargo, sí que escribía crónicas personales de experiencias, que habitualmente eran viajes o sueños. Luego copiaba esas crónicas, o bien textualmente o con pequeños cambios, encajándolas, debidamente contextualizadas, dentro de más de una carta.

La espontaneidad y la rapidez con las que escribía sus cartas nos ayudan a entender la visión que tenía Lovecraft del género y también el papel que jugaban en su vida. Escribía una decena al día, sentado a su escritorio o bien en el banco de algún parque cerca de su casa5. No las corregía ni las revisaba ni las pasaba a limpio, y tampoco hacía nada para refrenar la verborrea que le hacía llenar páginas y más páginas. No consta que nunca desarrollara conciencia alguna de la inmensidad de su corpus de cartas, ni tampoco que se planteara nunca su conservación, compilación ni publicación. Al contrario, cuando alguien le comentaba que tenía archivadas sus cartas, se mostraba perplejo y algo desdeñoso, y aseguraba que él casi nunca conservaba las cartas que recibía, ya que las cartas, al fin y al cabo, no eran más que «una forma de conversación social».

Quizá esta actitud manifiesta —ver las cartas como una modalidad de conversación— sea la explicación de que llegara a escribir tantas. Sus cartas eran en gran medida lo que sustituía las conversaciones que no tenía en su vida diaria. Esto se puede apreciar en el único texto que conocemos de Lovecraft en el que reflexiona (muy sucintamente) sobre su práctica epistolar:

[…] En cuanto a las cartas, mi caso es peculiar. Las escribo exactamente con la misma facilidad y rapidez con que trataría los mismos temas en una conversación; de hecho, la expresión epistolar en mi caso reemplaza en gran medida a la conversación […]. Mi locuacidad se gasta toda sobre el papel. Y este hábito les confiere a mis cartas una determinada atmósfera descuidada y una falta de precisión retórica que me temo cause una impresión desfavorable en mis corresponsales más académicos; a esos caballeros les pediría que no consideraran mis comunicaciones cartas estudiadas, sino fragmentos de discurso, articulados con la negligencia de la conversación oral y no con la corrección formal de la correspondencia literaria. Un purista podría encontrar con facilidad un centenar de fallos en cualquier página de mis cartas, pero confío en que esos fallos no interfieran con la correcta comprensión de lo que digo6.

Se ha especulado mucho —y no cuesta entender por qué— con cómo habría sido la carrera literaria de Lovecraft, y hasta dónde habría llegado, si no hubiera dedicado prácticamente todo su tiempo de escritura al género epistolar.

En este sentido hay que recordar que la producción narrativa de Lovecraft es relativamente exigua. Lo es, sin duda, en comparación con la mayoría de escritores más «convencionales», que están integrados en el sistema editorial y se dedican a publicar libros a lo largo de su vida. Por supuesto, también es mucho menor que la producción de los autores pulp de su tiempo con los que se relacionó, que cobraban por palabras y, por tanto, escribían sin parar (una hiperproductividad que Lovecraft elogiaba formalmente en su correspondencia sin molestarse mucho en disimular su desaprobación). En total su obra narrativa la integran cincuenta y dos relatos, aunque esta cifra es el resultado de recoger absolutamente todo lo que escribió en su vida que pudiera ser denominado narrativa, incluyendo textos de juventud y sus relatos «dunsanyanos», de los que renegó. Cuando se han recopilado en un solo volumen, normalmente este adquiere una extensión de mil páginas, cuyos textos más largos son las tres nouvelles que escribió: El caso de Charles Dexter Ward, con poco más de cincuenta mil palabras, La búsqueda en sueños de la ignota Kadath y En las montañas de la locura, con poco más de cuarenta mil palabras cada una. De los textos reunidos, todos, salvo trece, tienen menos de diez mil palabras, y más de treinta tienen menos de cinco mil.

En suma, el volumen total de su narrativa apenas alcanza una décima parte del volumen de las cartas publicadas, que a su vez son una parte minúscula de las que se cree que escribió. La desproporción es vertiginosa, pero, para simplificar, digamos simplemente que las cartas constituyen el noventa y nueve por ciento de lo que Lovecraft escribió durante su vida. Como dice Joshi en su prólogo a Lord of a Visible World: «el documento inconcluso que se encontró sobre su escritorio al morir no era un relato, un poema o un artículo: era una carta»7.

Según el testimonio de Derleth y Wandrei en su introducción a Selected Letters, llegó un punto en el que varios de sus corresponsales —que también eran sus colegas de profesión y lo más cercano que Lovecraft tuvo a amigos— empezaron a preocuparse por el tiempo que le consumían las cartas. A lo largo de su correspondencia abundan los momentos en los que estos amigos animan a Lovecraft a que dedique más tiempo a su narrativa. Al parecer, en varios periodos, Lovecraft intentó reducir el enorme volumen de correspondencia, «que le ocupaba más de la mitad de cada día de trabajo, a base de postergar los envíos y escribir respuestas más breves de menos páginas en páginas de libreta de menores dimensiones». Varios amigos suyos, conscientes de la energía excesiva que Lovecraft dedicaba a su correspondencia, y deseosos de ayudarlo a poder dedicar más tiempo a escribir relatos nuevos, evitaban deliberadamente contestar sus cartas hasta pasadas varias semanas. Aun así, el ritmo de producción de cartas nunca se redujo. Algunas relaciones epistolares menguaron y se espaciaron, sí. Pero hasta el mismo año de su muerte no dejaron de aparecer nuevos corresponsales que compensaban esta mengua con nuevas obligaciones misivas.

(Continúa aquí)


Notas

(1) Esta reclusión hay que matizarla y contrastarla con la práctica de los viajes. A partir de mediados de los años veinte, Lovecraft «institucionaliza» la costumbre de viajar, una o dos veces al año, por la costa este de Estados Unidos, primero en busca de arquitectura antigua que visitar (la gran afición de su vida adulta) y después para reunirse en persona con sus amistades por correspondencia.

(2) Perfectamente reconocido, y en ocasiones venerado, por la comunidad lovecraftiana, Joshi es el autor de la biografía canónica de Lovecraft (I Am Providence), el editor de la monumental edición canónica de sus cartas y, desde el punto de vista histórico y filológico, el más grande especialista mundial en la obra de Lovecraft.

(3) Publicado originalmente en 1987 en la legendaria (y pionera) revista Crypt of Cthulhu y recogido en la compilación Lovecraft and a World in Transition: Collected Essays on H. P. Lovecraft (2014).

(4) Branney, S. y Leman, A. (eds.), The Spirit of Revision: Lovecraft’s Letters to Zealia Brown Reed Bishop, The H. P. Lovecraft’s Historical Society, 2015.

(5) Del mismo prólogo del primer volumen de las Selected Letters: «Durante una tarde de verano de 1927, estando con un amigo en el Roger Williams Park de Providence, Lovecraft sacó un maletín y, sentado en un banco del parque, escribió ostensiblemente cuatro postales y cinco cartas de entre dos y cuatro páginas cada una en un periodo de un par de horas. A menudo mencionaba a sus amigos y corresponsales que firmaba una media de quince cartas diarias, sin contar postales».

(6) En carta a Reinhardt Kleiner del 23 de diciembre de 1917.

(7) La larga carta a James F. Morton fechada en marzo de 1937 que nunca llegó a enviar.

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Un comentario

  1. Jose Heredia

    Excelente texto. Siempre me había preguntado por qué Lovecraft no había publicado una novela larga de muchos de sus escritos. Quizá hasta obras de teatro de La Cripta o El Alquimista. Pero ciertamente sus complejidades personales lo hacían imposible. Ansioso por leer la siguiente parte.

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