
Según explica Steven Johnson en su libro Cultura basura, cerebros privilegiados, la primera serie de televisión que causó estupor en el espectador medio debido a su complejidad narrativa fue Canción triste de Hill Street. De igual forma, el primer blockbuster palomitero que desafió el mínimo común denominador del gusto normal probablemente fue Desafío total.
Porque Desafío total constituyó una mezcla de acción desprejuiciada y cierta sobrecarga cognitiva para cerebros acostumbrados a tramas inteligibles y propuestas morales maniqueas (aquí el bueno es malo, pero bueno, o quién sabe). Un producto de talla XXL para cerebros XXS. La vida es sueño con tiros y Arnold Schwarzenegger marcando bíceps.
Pudiéramos enfrentarnos a Desafío total con cierta displicencia: al igual que Canción triste de Hill Street ha envejecido frente a series como Los Soprano, ahora hallaríamos propuestas mucho más sofisticadas que Desafío total. Y así es, pero solo en parte. Los blockbusters actuales, en un arrebato de pudibundez, se han visto obligados a retroceder no ya a los 80, sino tal vez a los 40, cuando estaba en vigor el código Hays, el precedente del actual sistema de clasificación por edades de la MPAA.
La razón de tamaño retroceso es tan obvia como injusta: siendo el cine una industria cada vez menos rentable, las películas de gran presupues to deben evitar a toda costa el estigma de la MPAA: en cuanto a recaudación, no hay color entre Matrix y Ice Age, por ejemplo (lo que condujo a las Wachowski a intentarlo fallidamente con Speed Racer). Pero incluso Matrix resulta suave si se compara con Desafío total.
Ejemplo: para cargarse a una de tantas víctimas de la película, Arnie le ensarta la cabeza con una barra de acero que le entra por una fosa nasal y emerge por la sumidad del cráneo. Todo dura un segundo, pero no importa porque es un segundo de molancia extrema. Y Paul Verhoeven ha hecho de esta forma de rodar, que podríamos calificar de gore venéreo dopado con esteroides, el monocultivo de su cinematografía.
Como es obvio, Desafío total recibió una calificación X. Tras un ligero recorte, la película fue estrenada en salas comerciales estadounidenses bajo una R, y no recomendada para menores de dieciocho años en España. No importó: con un presupuesto hiperbólico de sesenta y cinco millones de dólares, Desafío total recaudó más de doscientos cincuenta. Fuck yeah, Hays.
Las espirales neuróticas de la trama tam poco disuadieron al público masivo. En ella, Arnie es Douglas Quaid, un sencillo obrero de la construcción. Quaid trabaja picando piedra. Sí, es el futuro. No preguntéis. Al parecer fue una decisión creativa impuesta por Arnie para justificar ese cuerpo de armario ropero tan alejado del tirillas del relato original de Philip K. Dick. Quaid descubre entonces que sus anhelos de una vida más emocionante se deben a que en realidad no es Quaid, sino Hauser, un agente secreto al que le han borrado la memoria.
Quaid, pues, es el doppelgänger, el ladrón de identidad, y aquella máquina de Memory Call que promete sueños hedónicos no le induce un rol más sugerente, sino que resquebraja los diques que contienen su verdadero yo. El doctor Edgemar tratará de convencerle de que solo está soñando, de que es víctima de una embolia esquizoide, y de que despertará en su antigua vida picando piedra si se toma una píldora. A diferencia del Neo de Matrix frente a Morfeo, Quaid opta por seguir en su sueño: si Edgemar está sudando es que está nervioso, y si está nervioso es probable que la realidad no sea tan real como nos la cuentan. Nunca el sudor fue tan metafísicamente relevante desde el famoso debate televisado de Nixon en 1960.
Desafío total también es una incesante dinamo generadora de highlights, la mayoría de ellos articulados por un Arnie que pronuncia sus frases con un inamovible timbre paródico. Como su ya célebre «mueve el culo hacia Marte» que se repite en bucle o el manicomial «dos semanas, doshhsemanassh» del disfraz de mujer gorda con cabeza explosiva.
O «bóvedas mal construidas», la razón de que en Marte exista superávit de mutantes. Al parecer, la calidad del aire marciano está al nivel de Chernóbil y, si hay filtraciones, debes invocar a Herodes o a Onán: de lo contrario, la prole te sale contrahecha. Siendo un recurso metonímico que a veces empleo para referirme a cosas muy feas (sí, mi cerebro está lleno de spam), no es una expresión necesariamente peyorativa. Sin las bóvedas mal construidas no habríamos disfrutado de uno de los iconos más populares de la historia del cine, cortesía de David Cronenberg, inicialmente implicado en el proyecto: la prostituta de tres tetas. También suyos son Kuato y otros mutantes (aún recordamos a Pumares desbocado asegurando que Kuato era el sosias de Jordi Pujol). Todo a base de maquillaje y animatronics, pues estamos ante una de las últimas películas de Hollywood que evitó las garras de las poco realistas (todavía) imágenes generadas por ordenador (a excepción del esqueleto de Arnie que aparece en el escáner de rayos X).
«Abre tu mente», espetaba Kuato en tono divagatorio y oracular, y eso era precisamente lo que se reclamaba al espectador. Que abriera su mente. Porque Desafío total constituye un perfecto matrimonio morganático entre filosofía y despiporre, y se necesita de una mente requeteabierta para adentrarse en ella. Y entonces, justo antes de que suenen los tambores electrónicos de Jerry Goldsmith, el diálogo final, el que deja al espectador medio con el culo torcido:
—¿Y si es un sueño?
—Pues bésame rápido antes de que despiertes.
Buen artículo. Muchas gracias.
Hill Street fue mucho HS!!!
En Cataluña, la escena clímax provocaba una carcajada general en el patio de butacas. Si, el engendro era pastadito a Jordi Pujol. De hecho, para referirnos a la peli, los de mi generación aún decimos «la del monstruo que era igual que Jordi Pujol».
Luego hicieron un remake que ni fu ni fa.