
A pesar de que pueda ser una película concebida con escuadra y cartabón, a pesar de su almibarada historia de amor apta para toda clase de sensibilidades, su argumento totalmente inverosímil, los tópicos, los chascarrillos de patio de colegio y unos actores populares a los que Stanislavski les suena a vodka ruso, El chip prodigioso podría ser reestrenado en cualquier multicines y, junto al combo palomitas + refresco, continuaría siendo cien por cien disfrutable.
Porque, en efecto, El chip prodigioso tiene los cimientos típicos de la factura Joe Dante (Capra con dos o tres pinceladas inquietantemente adultas, véase Gremlins y la confesión de Phoebe Cates acerca de su odio por la Navidad). Una historia arquetípica con final arquetípico. Pero hay algo más.
La historia nos cuenta las dificultades de Tuck Pendleton para enhebrar su estilo de vida disoluto con el de Lydia. Así que Tuck se lanza al vacío ofreciéndose voluntariamente a un experimento científico: ser miniaturizado en una cápsula que, por error, acaba siento inyectada en Jack Putter, un nerd neurótico e hipocondríaco que deberá recordarles tanto a Tuck como a Lydia que se aman, no sin antes ser manipulado como una marioneta desde sus propias entrañas por la versión miniaturizada de Tuck, que hará las veces de Pepito Grillo o Tyler Durden, según las circunstancias, a fin de que el nerd se metamorfosee en un hombre capaz de dirigir su propio destino. Buf.
Es decir, que estamos ante la historia de siempre, pero contada de una manera alocadamente distinta. Meg Ryan es encantadora, Dennis Quaid tiene la sonrisa más expansiva de su carrera, y hay diálogo ágil, dosis masivas de screwball comedy y un circense slapstick por parte de Martin Short. La banda sonora de Jerry Goldsmith es soberbia y anima a un muerto. Y el filme constituye una digievolución de la mítica Viaje alucinante (Richard Fleischer, 1966) pasado por el filtro Spielberg. Pero todavía hay algo más.
El chip prodigioso también es una película que se resiste a ser olvidada por su colección de escenas abracadabrantes. Puro delirio que puede resumirse en los siguientes momentos WTF:
-En el tramo final, la situación es esta: un homúnculo nanotecnológico está dirigiendo la vida de un pusilánime que, a la vez, lleva el jeto metamorfoseado de un cowboy ligón y pendenciero para infiltrarse en la base enemiga. Para que tenga lugar semejante transformación (solo superada por Una chica explosiva: cuando deben dotar de más inteligencia a su computadora, pasan por un escáner una fotografía de Albert Einstein y la computadora dice «escaneando cerebro»), la cara de Jack se agita con aires cartoonescos atrapado en un fractal fisonómico que recuerda a un cielo emocionalmente turbulento.
-Jack coge su primer pedo al ritmo de «Twistin’ the Night Away» de Sam Cooke para que el piloto miniaturizado en sus entrañas pueda llenarse la petaca y echar un trago. Repitamos con detalle: Jack se echa al gaznate C2H6O, pasa por su esófago y Tuck lo vuelve a beber parcialmente (produciéndose el mismo proceso en su interior), sin importar el hecho de que Tuck pueda beber whisky con moléculas sin miniaturizar (y babeadas por Jack).
-Tuck proporciona superpoderes a Jack manipulando quirúrgicamente y en tiempo real su organismo. También puede originar desde el interior de Jack una suerte de onda electromagnética capaz de reventar una televisión o alterar los precios de los productos de la caja registradora de un supermercado.
-Un morreo entre Jack y otra persona permite que Tuck viaje de un cuerpo a otro gracias a trasvase de babas. Y allí descubre a Godzilla.
-En un estómago que parece un monstruoso spa de sangre de alien, vemos cómo se digiere a un villano propio de James Bond que tiene un muñón que le permite adaptarse manos protésicas con diversas funciones (desde un dedo cañón hasta un sacacorchos, pasando por un consolador).
-El malísimo de la película, Victor Scrinshaw, del que se dice que tiene el reloj del mafioso Jimmy Hoffa en el cajón de su escritorio, está acompañado por un perro samoyedo que come en la mesa con él (con babero). Scrinshaw será miniaturizado por error al cincuenta por ciento de su tamaño, de modo que en la parte final de la película parece un acondroplásico salido de El mago de Oz.
A pesar de todo, El chip prodigioso no cosechó el éxito de taquilla esperado. Ironías del destino, Cariño, he encogido a los niños sí que recogió los frutos de un planteamiento cachondo sobre la miniaturización, justo dos años más tarde. Pero no importa. Estos momentos WTF siempre quedarán grabados en nuestras retinas, y el tiempo los respetará un puñado de décadas más. Mientras suena «Twistin’ the Night Away» a todo trapo.
«el filme constituye una digievolución de la mítica Viaje alucinante» Vaya, me he divertido leyendo esta sugerencia crítica de la película en cuestión pero la frase citada aquí al comienzo me dejó «patidifuso». Agradecería su exégesis…