
Babygirl, la última película de Halina Reijn, llegó recientemente a los cines de España, y lo hizo, además, acompañado de una interesante promoción. La película, protagonizada por Nicole Kidman, cuenta la historia de una alta ejecutiva de una gran corporación dedicada al sector tecnológico, que decide establecer una relación extramatrimonial con su becario, treinta años más joven que ella. El personaje que interpreta Nicole Kidman invertirá su rol habitual en el trabajo, pasando de dar las órdenes a recibirlas.
Y no hay más: el argumento es ese, básicamente.
Aparentemente, la trama no tiene mucha historia: no deja de ser un thriller erótico que recuerda a otros del género de la década de los 90. La novedad radica en la enorme diferencia de edad que existe entre el personaje de Romy y el de su becario. No es la primera vez que la actriz australiana encandila a un chico joven en la gran pantalla, ya lo hizo en Todo por un sueño, esa cinta en la que sedujo a un jovencísimo Joaquin Phoenix, que fue concebida por Gus Van Sant como una crítica a los medios de comunicación estadounidenses. Babygirl no destaca por su amplio estudio de la psicología humana. La cinta carece de una estructura narrativa concreta, más allá de las escenas de sexo. La historia está fijada en cuerpos estéticos, manifestados en una fotografía elegante. Pero la provocación de las escenas sexuales vacía de contenido de la historia, contribuyendo a que la película sea solo un ejercicio de estilo.
La simplicidad de la trama viene amplificada por la cantidad de mensajes ocultos que esconde sobre el «placer», la «liberación sexual», el «deseo» y el « empoderamiento» de las mujeres madres y de las que se encuentran en la mediana edad.
Babygirl es justo lo contrario a la liberación femenina.
Tolerancia represiva
Es cierto que cada vez más mujeres de mediana edad deciden mantener relaciones afectivas y sexuales con chicos más jóvenes. En este fenómeno converge un factor: el primero, la crisis de la familia tradicional. En la medida en que cada vez más chicos jóvenes opten por no ser padres, buscarán este tipo de vínculos con mujeres que ya hayan sido madres, puesto que no les van a pedir formar una familia. Muchas mujeres también optarán por este tipo de relaciones, en la medida en que se cansen de los roles de género tradicionales. Al mismo tiempo, cada vez más mujeres se están cansando del «machismo» de muchos de los hombres de su generación, por lo que optan por explorar modelos distintos. Muchas mujeres que deciden mantener relaciones afectivas con chicos más jóvenes casi siempre subrayan que tienen menos tabúes a la hora de abordar ciertas cuestiones y, además, encuentran una actitud de escucha activa en ellos. Claro, cuando uno lee reportajes o artículos sobre la liberación femenina, o escucha a Nicole Kidman hablar acerca de estas cuestiones, lo que no cuentan es que lo hacen desde el privilegio de clase. Se habla de lo cool que es mantener relaciones con alguien mucho más joven; pero se obvia que este derecho está reservado para mujeres que han conquistado su libertad económica y que no tienen que criar a hijos pequeños.
Que estas películas siempre las protagonicen altas ejecutivas y no trabajadoras de un KFC o de un Walmart ya es un indicativo de que esta liberación sexual disfrazada de neoliberalismo sexual beneficia a una clase media, media-alta.
Los defensores de este tipo de relaciones tampoco hablan de la cosificación hacia estas mujeres. El imaginario del porno ha hecho mucho daño en ese sentido. Así, se piensa que la mujer de mediana edad, la madre, es una fuente inagotable de sabiduría sexual; una mujer despreocupada, libre, sin complejos, sin cargas internas que la coarten a la hora de mantener relaciones sexuales, siempre abierta a enseñar su «catecismo» a jóvenes deseosos de aprender. La sexualidad física antes era al erotismo lo que el cerebro al pensamiento; sin embargo, la pornificación de la sociedad lo ha impregnado todo. Ha hecho que muchas mujeres de este segmento poblacional, animadas por toda un sistema que las anima a ser transgresoras, se encuentren con el siguiente problema: la liberación sexual existe cuando hombre y mujer ocupan la misma posición en la pirámide social. La cuestión en la que hace énfasis el neoliberalismo es que la sexualidad tiene sentido si se puede mercantilizar y siempre y cuando haya consentimiento por ambas partes. Pese a todo, esta concepción choca con la realidad: las decisiones de las personas —las mujeres, en este caso— no son aisladas, sino que están determinadas por instituciones y normas culturales que determina su validez.
El concepto de tolerancia represiva es consustancial al neoliberalismo: al sistema ya no le hace falta el control mediante el castigo, sino a través de la seducción y de las múltiples opciones que este proporciona. El capitalismo es tan flexible que adapta su lógica a cualquier estilo de vida. Cuando la revolución sexual comienza a desarrollarse, muy poco tiempo después aparecen las políticas económicas neoliberales que serán un extraordinario filón en esa sexualidad volcada a construir un mercado de consumo. El término MILF no solo refuerza esta mercantilización de la mujer, sino también la cultura de la violación, partiendo de la base de que la construcción del deseo de las mujeres de mediana edad y de las madres, poco importa, ya que deben sentirse «halagadas» de que un hombre más joven se fije en ellas. Su identidad sexual ha quedado relegada a un segundo plano y, por tanto, cualquier placer sexual está supeditado a que acepten su subordinación en este sentido.
La tolerancia represiva permite a las mujeres transgredir siempre y cuando lo hagan dentro de los límites del patriarcado. Es la famosa dicotomía entre la mujer santa y la puta, que impregna la sexualidad de las mujeres en la actualidad, y que en las mujeres de mediana edad se amplifica conforme la brecha de género se hace más visible. Como explica Kate Millet en Política sexual: los hombres no desean solo la obediencia de las mujeres, sino también sus sentimientos, que las mujeres sean unas esclavas complacientes a las que no sea necesario conservar mediante el temor. «La mujer debe ser una madre amorosa, constructora de un hogar cálido, y esto solo será posible gracias a la generosidad de sus sentimientos amorosos adiestrados. Mientras se educa a las mujeres para que amen a los hombres, en una sociedad patriarcal es muy difícil que exista amor auténtico de los hombres hacia las mujeres, pues se les alienta a percibirlas en gran medida como bellos instrumentos intercambiables para el sexo y como cuidadoras cariñosas. En este sentido, ser madre equivale a entregarse a una caridad similar a la que viven las religiosas dentro de los conventos. Esto recubre a la madre de otros valores como la castidad y la pureza, los cuales son contrarios al goce sexual».
No queremos libertad, sino permisos
Desde hace cuarenta años, la palabra libertad ha sufrido una mutación más que interesante a causa de las revoluciones neoconservadoras de Reagan y de Thatcher. Antes había una utopía común, un deseo de progreso colectivo basado en la idea de la libertad, la igualdad y la justicia. La utopía era posibilidad de cambio: un horizonte que procedía del espíritu comunitario. El neoliberalismo, con su culto al individuo, «desarraigó» a este, haciéndolo responsable único de sus condiciones de vida. Antes, la libertad exigía sacrificios y goces; pero la grandeza poética de la libertad ya no tiene ese significado. Fue Pasolini una de las primeras voces en advertir de este cambio de tendencia: «Esa libertad sexual por la que yo he peleado tanto, hela aquí, la tenemos a nuestro alrededor, todos los días, es algo espantoso, porque se trata de una falsa tolerancia concedida desde arriba, concedida por ese nuevo modo de producción que quiere que el sexo sea libre porque donde hay libertad sexual hay un consumo mayor». Tenemos permisos, pero no libertad. Esos permisos vienen predeterminados el «capital erótico» que uno sepa atesorar. Ese capital erótico nos convierte a todos en startups existenciales; y, en el caso de las mujeres —sobre todo en las que son madres—, a nuevas imposiciones en sus cuerpos basados en los roles de género.
¿Dónde está la liberación de las mujeres de mediana edad y de las madres? Complicado. Para hablar de libertades y no de permisos, sería necesario acabar con el propio sistema capitalista, y la manera en que convierte todo lo sagrado en profano. Una mujer que se convierte en madre debe luchar constantemente contra la presión social para ser guapa o tener un cuerpo que no muestre ninguna de las marcas que el embarazo deja. Además, hay un largo proceso de recuperación que rara vez se cuenta, y que no interesa tampoco mostrar. Durante siglos el cuerpo fue reprimido y aplastado en nombre de la fe o de las conveniencias hasta el punto de llegar a ser, en Occidente, el símbolo de la subversión. Pero, en la actualidad, se ha querido vender desde el propio sistema que la explotación de la sexualidad y del cuerpo es diversión. Esta diversión y creatividad obliga a las mujeres de mediana edad y a las madres a salir de su rutina, y buscar constantemente sensaciones agradables que les permita huir por un instante de su «condición de madres».
Pero, en condiciones neoliberales, este proceso determina que, de la misma forma que no somos dueños de nuestros medios de producción, tampoco lo somos de la manera en que ejercemos nuestra sexualidad o disfrutamos de nuestro tiempo de ocio. En un mundo abundante de posibilidades, el aburrimiento no es una opción; en la medida en que la sexualidad de las mujeres de mediana edad y de las madres se imponga como liberación, este derecho exigirá cada vez más disciplina sobre el cuerpo y mayor miedo ante el riesgo de ser rechazadas. El poder es la capacidad de imponer a través de la coacción, la sanción o el castigo, el control sobre una persona o un grupo social; el famoso «empoderamiento» femenino es, en muchos casos, un acto de crueldad simbólica: desplaza el terreno de la lucha social a lo individual, haciendo a las mujeres las únicas responsables de sus condiciones de vida. El nuevo espíritu del capitalismo, con su flexibilidad, invita a que las personas sean cada vez más imaginativas a la hora de elegir las condiciones de su propia explotación. ¿Eres madre o una mujer de mediana edad cansada de su rutina y de sus obligaciones? Invierte cada vez más en ti, en cuidados, tratamientos si te lo puedes permitir. Hazte deseable a todo precio. Tú eliges si estás sola o no. La exposición de la belleza, además, ha pasado de ser una cuestión íntima a convertirse en un tema social; el cuerpo y su denotación estética formulada socioculturalmente como idealización con los parámetros del patriarcado cumple una función en la socialización convencional de género de las mujeres. Y el verdadero problema es ese: gustar, seducir, emocionar, estar siempre disponibes; tinderizar nuestras vidas hasta tal punto que el vacío existencial se convierta en el reverso de la vida plena. El neoliberalismo asume todas las competencias, desde inventarse la realidad en aras de que el elixir de la juventud eterna no se agote, hasta las necesidades que lo mantengan en el poder. Babygirl solo es la prueba de ello.
Vamos a ver, NO es tan difícil de entender.
La fantasía de «dominación-violación» en la mujer es de las más extendidas, hay numerosos estudios al respecto. La mayoría de literatura romántica desde hace decenios juega con esos términos. Y no me vale la excusa del «Patriarcado»…
Existen numerosas ficciones realizadas por mujeres que representan estos roles y estas fantasías; «Cincuenta sombras de Grey» fue un bestseller millonario «romántico» escrito por una mujer para mujeres.
A la mujer no le atrae el hombre «deconstruido aliade plancha-bragas mangina», le atrae mayoritariamente la masculinidad tóxica; es decir, le pone más cachonda un Tony Soprano que un profesor de matemáticas de instituto aliade…
La feminsta-hembrista coherente o es lesbiana o transiciona de género, estilo Paul B. Preciado, Virginie Despentes o Judith Butler, por ejemplo. Grandes escritoras y todo mi respeto hacia ellas.
Tanto «Patrircado» (todavía por definir), tanto exceso de estrógeno y tanto «varón domado», ya lo apuntó Esther Vilar en Argentina en los años 70…
A todas luces, la lucha de clases ha pasado a un segundo plano en favor de la «lucha de géneros», con el beneficio para las élites globalistas y el capitalismo más desbocado; mayor distribución de la pobreza (que no riqueza) y con sujetos sin posibilidad de emanciparse, mucho menos de tener descendencia; con “perrhijos” y con trabajos basura sin llegar a fin de mes…
En eso consiste el timo del feminismo en la actualidad: chiringuitos millonarios para las que viven de escupir odio hacia todo varón (padres, hermanos, tíos, cuñados, hijos, primos, nietos, etc.).
Acabo de ver Lioness. Aparte de otras consideraciones que puedan hacerse, viene al pelo para poder comentar con fundamento que Nicole Kidman está hecha un muñeco de goma, es ridícula. No he visto esta película, pero si la actriz da la misma vibra que en esa serie, mejor no verla. Con lo bonito que es que envejezcamos tal y como quiere dios (sive natura).
Andy, completamente de acuerdo en todo lo que dices y soy una mujer. Basta ya de tanta tontería e hipocresía.
Dos melones que cuesta abrir. Uno es el de los «chicos malos», esa creencia estúpida de que con su cara bonita, ellas los reformarán. Estoy seguro de que Errejón (ahora también un mal hombre), cuando termine su ordalía ligará el doble que antes y si acaba en la cárcel recibirá proposiciones matrimoniales como un Ted Bundy cualquiera. Hace muchos años leí en una entrevista a un escritor (no recuerdo cual) decir, probablemente con sorna, que «las mujeres son maravillosas, hasta Adolfo Hitler tuvo una».
(Otro melón es la presencia masiva de mujeres al frente de organizaciones de ultraderecha como Le Pen, Meloni, Ayuso, Weidel, Orriols…, pero eso ahora no toca, ¿no?
Que tiene que ver Ayuso, una democrata intachable, con Meloni o Lepen o el ultra corrupto de Pedro Sanchez, un extremista de libro. La extrema izquierda es muchísimo más arriscada.
Los Sanchístas (o sea la extrema izquierda brutal) son socios del genocida Maduro en la internacional socialista, que es la internacional del hampa, o sea de narcoestados como Venezuela o Méjico o Colômbia
Que has fumado???
Y la tierra es plana y las vacunas llevan microchís y los demócratas norteamericanos violan niños en rituales satánicos… a que sí?
A mí me encantó ese colega vasco que llevaba un tiempo viviendo en Madrid y que dijo en First Dates que, como siempre había votado al PNV, al irse a la capital votaba a Ayuso.
En todo caso, una de las peores películas de los últimos años, de largo.
Nicole parece Chucky mismamente y, para ser una película de sexo y perversión no se ve carne. Leñe, enseña las tetas, por lo menos.
Pensé que este artículo sería un comentario sobre la película (un comentario negativo, porque la película es bastante floja).
Pero no, es otra soflama anticapitalista con todos los grandes hits del momento: el patriarcado, el porno, el privilegio de clase, los roles de género, la tolerancia represiva… Incluso se nos dice que para hablar de libertades «sería necesario acabar con el propio sistema capitalista». Esto es una revista digital para público adulto o un folleto marxista-maoista escrito por okupas?
Les pido solo una cosa: si quieren publicar soflamas, háganlo, eso está permitido en el mundo capitalista y mercantil que vivimos. Pero tengan respeto con el lector y no hagan click-baiting mencionando en el titular películas que no piensan comentar (sinceramente me pregunto si el autor simplemente no ha visto Babygirl o la vio pero no se enteró de nada)