
«Horizonte final» es la traducción exacta del título norteamericano, algo que no abunda entre las distribuidoras, las cuales acostumbran a designar con nombres muy imaginativos a las películas extranjeras. Al menos, eso se daba antes de dejarlas con el original, igual que ahora por alguna razón no se doblan los anuncios de los perfumes. Pues en este caso, y aunque la intención fuese buena, el significado de «Event horizon» no se corresponde con el del castellano, que así parece más un wéstern o un drama de los ochenta. El inglés remite a un concepto de la astrofísica que hubiese quedado mejor como «horizonte de sucesos», pero evidentemente no tiene ningún gancho comercial. Significa, a grandes rasgos, el campo gravitatorio que rodea a un agujero negro, una zona con forma de esfera concebida por los científicos, de la que es imposible escapar debido a su poderosa fuerza magnética, superior a la velocidad de la luz, que absorbe todo lo que cae dentro de ese límite, como sugieren los títulos de crédito, diseñados para esta película de Paramount.
El director Paul W. S. Anderson fue el encargado de adaptar el guion repleto de referencias a clásicos de la ci-fi. Anderson es uno de los primeros especialistas en el género de cine de videojuegos, del que ha importado la estética y el canon: Mortal Kombat (1995), Soldier (1998) y la saga de Resident Evil (2002-2015). Los resultados en taquilla fueron un fracaso: en 1997 esta historia desagradó profundamente al público, además de llevarse un aluvión de críticas negativas. Sin embargo, entrada la década posterior, Horizonte final adquirió ese extraño rango de película de culto, gracias al redescubrimiento del horror cósmico y la mezcla de ciencia ficción y gore, que fueron aceptados con en tusiasmo por una minoría cada vez más amplia de aficionados al ciberpunk y las sensaciones extremas, empezando por la banda sonora, en la que se en contraban Orbital, Michael Kamen y The Prodigy. La que en un principio había sido considerada una historia inverosímil y violenta en exceso se fue revalorizando, también por el efecto de una industria cuyas ofertas abundaban cada vez más en simpleza. Debido al poco tiempo que tuvo de rodaje y al propio carácter de su director, Horizonte final entra en el grupo de la serie B, una aventura espacial sin grandilocuencia, sin pretensiones y con brillantes tintes góticos. Combina la ciencia ficción con el género del terror, como ya habían hecho ilustres precedentes (Alien, Ridley Scott, 1979). La idea es similar: una nave de rescate, la Lewis & Clark, va al encuentro de otra que, perdida durante siete años, ha reaparecido de repente, enviando un mensaje sobrecogedor. Al abordar el Event Horizon, que es una embarcación siniestra al estilo Giger, los astronautas descubrirán la historia: esta dispone de un gigantesco motor que imita un agujero negro, capaz de trasladarse más allá del confín del universo, y que les ha llevado no a donde estaba planificado, sino a una dimensión terrible, un infierno espantoso. Y no solo eso, sino que algo de esa locura ha vuelto con ella, tras matar a todos sus tripulantes. Como en Solaris (A. Tarkovski, 1972), El resplandor (S. Kubrick, 1980) o Esfera (B. Levinson, 1988), los protagonistas revivirán angustiosos hechos de su pasado e irán enloqueciendo hasta el final, en un festival de tiros y explosiones.
Este cruce entre el Hotel Overlook y la Dimensión del Caos es lo que la hace más original que otras imitaciones de Alien. Aquí, los militares dirigidos por el omnipresente Laurence Fishburne no tienen que luchar contra un monstruo extraterrestre, sino contra sus propios miedos y la presencia insana de algo que recuerda a los seres de Doom y las amenazas lovecraftianas, aquellos por tales que había retratado con toda crudeza Clive Barker en su obra maestra, Hellraiser (1987), personificados en Sam Neill, quien da vida al arquitecto del Event Horizon, como siempre, perfecto en estos papeles para el cine fantástico. Muy semejantes a Hellraiser son las escenas, rodadas en vídeo, de ese infierno de tortura extrema donde son llevados los desgraciados exploradores, que hubieron de ser cortadas por presiones de la productora. En nuestros días, esta película ha sido completamente sobrepasada por la moda del torture porn, pero hemos visto homenajes en música y otras películas. Sin ir más lejos, en Interstellar (C. Nolan, 2014), utilizan el mismo ejemplo para demostrar cómo se puede viajar a través de un agujero de gusano, doblando un papel y atravesándolo con un lápiz. Los científicos dudan que tal cosa sea posible, pero esto es ciencia ficción. Quizá el infierno no esté tan lejos.
Gracias Jotdown por reivindicar este p*to peliculón…. Me fascinó cuando la vi en el cine. Dos frases para recordar: «Libera te tutemet ex inferis» (líbrate del infierno), y «Allá adonde vamos, no necesitas ojos para ver». Terror absoluto. Ya quisieran muchos títulos actuales llegarle ni a la sombra…
Una pena lo de las escenas de video. Aunque creo haber leído que Anderson consideraba que al haberlas comprimido y quitado partes, le dió más intensidad a dichas escenas.
Con la escena de la revisión de los vídeos me cagué por la patera pabajo. Peliculón
… es imposible escapar debido a su poderosa fuerza GRAVITATORIA…
Que de ningún modo puede ser «superior» a la velocidad de la luz puesto que no es una fuerza.
Es una fuerza gravitatoria tan intensa que ni los fotones, que se desplazan a la velocidad de la luz, pueden escapar de ella.
Un poco de rigor da mas calidad al articulo.
Visto la trayectoria anterior y posterior del director sorprende y mucho la calidad final de la película.Muy recomendable.