Arte y Letras Historia

Turquía, el aniversario silencioso (1923-2023)

Gran Monumento a la Victoria en Afyon. Foto Gargarapalvin turquía
Gran Monumento a la Victoria en Afyon. Foto: Gargarapalvin (CC)

El año 2023 debió ser el padre de todos los años en Turquía. Se cumplía el 29 de octubre de 2023 justo un siglo de la instauración de la moderna, laica (en teoría) y actual República de Turquía por parte de Mustafa Kemal ‘Atatürk’ (1881-1938), el llamado «padre de los turcos». A partir de 1923, tras el mórbido Imperio otomano, el tiempo de la nueva Turquía irá labrando el lema nacional dentro y fuera de los propios confines: «Paz en la patria, paz en el mundo». Pero con un aviso, como recordaría Atatürk. «Nuestro objetivo es una Turquía que, por tierra, mar y aire, y si Dios quiere, también en el espacio, infunda confianza a nuestros amigos y temor a nuestros enemigos».

Hoy, cumplidos cien años, la figura acaparadora de Recep Tayyip Erdogan (más de veinte años en el poder como primer ministro y como presidente) se interpone en la exaltación que los turcos han prodigado a Atatürk con una fidelidad cautiva del pasado. Arrumbados los siglos de la era imperial (Mustafa Kemal llamó «usurpadores» a los sultanes otomanos), la Turquía occidentalizada y reformista nacida en 1923 se ha engastado ahora en esta otra Nueva Turquía, si cabe más orgullosa y altiva, impulsada desde hace años por Erdogan y el AKP, su partido de corte islamista y conservador (en sus inicios se habló de democracia cristiana a la turca).

El apellido Erdogan significa «valiente», «el que nace hombre», «viril». Recep remite religiosamente al séptimo mes islámico (uno de los cuatro sagrados en el calendario musulmán). Y Tayyip es una palabra del antiguo turco otomano que significa «bueno». El mandatario turco, antiguo alcalde de Estambul en los 90, ha vuelto los ojos desde hace tiempo a Eurasia (el supuesto origen mitológico de los prototurcos estaría situado legendariamente en el Asia profunda: el valle Ergenekon, en los montes Altái). Erdogan ha despotricado contra Europa en voz baja y en alta (irritado por el desdén europeo respecto a la entrada de Turquía en la Unión Europea). Ha jugueteado crematísticamente a estar y no estar en el seno de la OTAN, ha vindicado sin tapujos el legado otomano (tan defenestrado por el kemalismo) y ha devuelto a los turcos —o a la mitad del país que lo vota— el orgullo nacional sin menoscabo de la piedad religiosa musulmana.

La Nueva Turquía de Erdogan ha recogido y depurado para sus intereses todo el efluvio histórico del republicanismo. Tras un tiempo de difícil cohabitación con este legado, el mandatario se erige hoy por hoy en una suerte de continuidad natural en el devenir de la nación. No trata ya de impugnar a Atatürk, sino de traspasarlo en el tiempo con un cálculo fluido, para retornar a los valores religiosos, culturales y geopolíticos que hicieron grandes a los turcos siglos atrás. De ahí el tan citado neotomanismo, que lo mismo impregna el paisaje (veinte mil mezquitas construidas en todo el país), el cine y la televisión (películas y series sobre hazañas remotísimas), el uniforme de Turkish Airlines inspirado en el turquismo tradicional (colores rojo, gris y antracita) o la pompa en los protocolos oficiales en el palacio presidencial de Ankara (soldados ataviados, un tanto ridículamente, como turcos selyúcidas y jenízaros).

Algo sí comparten Atatürk y Erdogan. Es el culto a la personalidad y su presencia ubicua en los entornos. Si algo llama la atención en las series turcas al espectador atento, es el habitual retrato de Atatürk que cuelga en despachos de profesionales liberales o en paredes de edificios públicos y privados (ocurre en las dizis con bellezones varones y femíneos y líos familiares de por medio, pero también sucede en el cine de directores indispensables como Nuri Bilge Ceylan o Semih Kaplanoglü). Chocó por entonces (el islam prohíbe la reproducción humana en el arte), la proliferación de retratos, cuadros y estatuas erigidas a Atatürk en la década de 1930 en todas y cada una de las ciudades de Turquía. Hoy, es habitual ver de forma conjunta retratos de Recep Tayyip Erdogan junto a Atatürk. Pudimos advertirlo, por ejemplo, en los pabellones deportivos de las zonas afectadas por el gran terremoto ocurrido en febrero de 2023, donde fueron instalados supervivientes y afectados. Puede hablarse de egolatría o, tal vez, de usos sociológicos y culturales propios, lo cual puede chocar mucho más en entornos urbanitas, de una pulsión moderna y descarada (Estambul, Esmirna, Ankara).

El título de esta crónica hace referencia al silencio que casi se ha propagado por completo respecto a la que debía ser la madre de todas las conmemoraciones. No ha sido así. Buena parte de los círculos de poder del AKP lo han agradecido. Los fastos por el aniversario de la República han estado solapados por la actual situación en Gaza y las acusaciones turcas contra Israel por ser un «Estado terrorista» (Erdogan dixit). Historiadores, políticos de la oposición y periodistas no afines al discurso oficial han criticado la levedad en las celebraciones. No ha habido una gran recepción ni un acto nacional unívoco, festivo y conciliador por parte del gobierno. No más allá de la visita ritual y obligada del presidente turco al impresionante mausoleo dedicado a Atatürk a las afueras de Ankara.

Aun así, el centenario (1923-2023) de la República de Turquía sí ha contado con su propio himno para la ocasión. El agraciado Tarkan, estrella del pop nacional, pone voz a la canción «Sen rahat uyu» (algo así como «Duerme tranquilo»). Se trata de toda una exaltación a la figura de Atatürk, lo que hace tremolar los corazones de los turcos como si fueran banderas (la bonita bandera turca de color rojo con la media luna y la estrella, la Ay Yildiz o Alsancak). Entre tambores de festividad castrense y escenografía para Eurovisión, Tarkan canta muy sentidamente al padre de los turcos. Lo acompaña un coro de adultos y otro simultáneo de niños cantores. Los «ooohh» finales alcanzan cierto punto de paroxismo. Pero resulta curioso que, esta vez, la figura de Atatürk, con su felina mirada de ojos claros, sea exaltada sin ningún colorante o refreno impuesto por la política oficial. Los acordes recuerdan también por su ritmo marcial a la composición del himno nacional de Turquía, escrito por Mehmet Akif Ersoy en 1921 y con música y arreglos finales de Osman Zeki Üngör (hay quien ha comparado las notas del himno turco con una marcha procesional para paso de palio de una Virgen en la Semana Santa de Sevilla).

Cierto es que la guerra de Gaza y lo que está dejando como escombrera de horrores ha silenciado este importante aniversario (más allá de los silencios crematísticos a los que nos hemos referido). 2023 trajo, además, el pavoroso terremoto —ya citado— de inicios de año en Turquía y que tuvo su epicentro en Diyarbakir, en el sudeste del país. Los turcos también acudieron antes del verano a las urnas en unas elecciones presidenciales donde parecía que se oteaba el fin de la égida de Erdogan y el triunfo del opositor CHP, herederos políticos del kemalismo (no fue así y el ciclón Erdogan volvió a vencer, una vez más, a sus deprimidos oponentes).

También en este 2023 se produjo otro aniversario amargo y coincidente. En 1923 se produjo el obligado intercambio de poblaciones acordado entre la Grecia de Venizelos y la Turquía de Mustafa Kemal. Tras varios episodios de atrocidades mutuas, el intercambio fue el corolario de la guerra de Independencia (1919-1922) que los turcos libraron en su propio suelo contra los griegos invasores hasta su expulsión (el incendio de Esmirna se convertiría en icono del desastre). Avalado por la Sociedad de Naciones de antaño, millón y medio de griegos anatolios dejaron su histórico asiento en Asia Menor para ser llevados a la nueva Grecia contemporánea, que crecía descabaladamente por los bordes de las nuevas urbes. El viaje forzoso se conoció como la Gran Catástrofe. Por su parte, medio millón turcos, arraigados en Grecia desde el periodo otomano, tuvieron que dejar pueblos y ciudades para trasladarse a diversos confines de Anatolia (el propio Atatürk era oriundo de Salónica). Fue toda una demostración de limpieza étnica que el mundo, recién salido de la Primera Guerra Mundial, permitió sin protesta alguna dado el acuerdo mutuo al que habían llegado Venizelos y Mustafa Kemal.

Curiosamente (aunque solapado también por el conflicto en Gaza), Erdogan visitó en Grecia a fines de 2023 a su homólogo y primer ministro griego Kyriakos Mitsotakis. Una visita que parecía retroceder en el tiempo al aroma belicoso del siglo que nos ha ocupado, pero que venía a restañar la relación entre dos vecinos tan mal avenidos como copartícipes de un espacio geográfico y una cultura en gran parte común. Los roces habituales por la emigración clandestina y, sobre todo, la tensión derivada por las prospecciones de petróleo en las disputadísimas aguas del Mar Egeo, han traído viejos efluvios de peligrosa enemistad (en la década de los 90 del siglo XX ambos países, miembros de la OTAN, ya estuvieron a punto de entrar en guerra).

No uno, sino cinco golpes de Estado (1960, 1971, 1980, el golpe posmoderno de 1997 y el más reciente y casi lisérgico de 2016), jalonan la atormentada crónica política de la República de Turquía. El golpe militar de 1960 provocó el ahorcamiento del presidente Adnan Menderes (la fotografía de su cuerpo yerto y colgado conmocionó a las democracias liberales europeas). Por su parte, el tremebundo golpe de Estado dirigido por el general Kenan Evren el 12 de septiembre de 1980, supuso un antes y un después en la conciencia histórica del país. La brutal represión afectó a todos los estamentos y partidos políticos (con más incidencia en los sectores izquierdistas). La idea del golpe alumbraría la ilusión —casi distópica— de crear un modelo en la nación: el turco nuevo, despolitizado y obediente. La paradoja residió en que, pese a ser una vuelta dura al laicismo y al kemalismo originario, el general Evren promovió una fusión híbrida y tutelada entre nacionalismo turco y anclaje cultural religioso, pero que de ningún modo podía interferir en la gobernanza del estado.

La última intentona golpista de 2016 (fue retransmitida en directo en plena era urgente de internet), tuvo su foco más fotogénico en los acontecimientos y refriegas que se sucedieron en uno de los puentes de Estambul que cruzan el Bósforo (el hoy llamado Puente de los Mártires). Enojado, Erdogan impuso su mazo de cabo a rabo y libró una feroz batalla contra el teórico inspirador del golpe, ese extraño —y algo siniestro— teólogo llamado Fethullah Gülen, exiliado en Estados Unidos desde hacía ya décadas.

Habrá que ver en lo por venir cómo prosigue el viaje de la Nueva Turquía propuesta por Erdogan, a la que aspira a elevar por entre las naciones más poderosas. Habrá que ver cómo camina bajo la música del divo Tarkan y su especie de himno pop castrense.

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2 Comentarios

  1. Pingback: Jot Down News #1 2024 - Jot Down Cultural Magazine

  2. Ya nadie parece acordarse de la grotesca «Alianza de Civilizaciones» perjeñada por Zapatero y Erdogan.

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