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Jordi Esteva: «Hay gente que se cree muy culta y piensa que sabe mucho, pero no sale de la cultura centroeuropea»

Jordi Esteva para Jot Down

Fotógrafo, cineasta, periodista, escritor y dibujante aficionado, el barcelonés Jordi Esteva ha recogido sus vivencias en dos volúmenes de memorias en las que describe un mundo que ya no existe .

La luz de Marrakech que se derrama generosamente a través de los cristales no es en absoluto extraña al entrevistado. Cuando apenas había intelectuales españoles que prestaran atención al mundo árabe y africano, Jordi Esteva (Barcelona, 1951) ya se dedicaba a hollar todo el arco mediterráneo y más allá: Costa de Marfil, Sudán, Yemen, Zanzíbar, Mombasa, la India… En Egipto, donde vivió cinco años, hizo un espléndido trabajo sobre los oasis, pero también ha levantado acta de sus descubrimientos en títulos como Los árabes del mar, Mil y una voces, Viaje al país de las almas o Socota, la isla de los genios, además de en varios documentales. Recientemente ha publicado también dos volúmenes de memorias, El impulso nómada y Viaje a un mundo olvidado.

Esteva es uno de los invitados de las Converses de Formentor, que este año se celebran en la antigua ciudad imperial marroquí. También este país ha cambiado mucho desde las primeras visitas que el escritor y periodista hiciera en su juventud, pero él parece mantener intacta la curiosidad y el gusto por esta orilla, y un entusiasmo que se trasluce a cada momento en su voz y en su mirada.  

Cuando escribía sus memorias, ¿tenía la sensación de haber tomado el último tren de la verdadera aventura?

Entonces yo vivía al día, el futuro no existía, solo había presente… A posteriori sí he pensado que cogí los últimos trenes. También en los oasis, justo cuando estaba a punto de llegar la electricidad, y ya sabes que cuando llega la electricidad llegan muchas cosas: la televisión, por ejemplo. Afortunadamente eso no lo viví, porque con la televisión llegaron las necesidades superfluas. Unas comunidades que eran autárquicas empezaron a ver que se vivía de otra manera en otros lugares, y había bienes de consumo como champús y esas cosas que no habían necesitado antes. De pronto descubrieron que no eran pobres, sino pobrísimos, no podían acceder ni a una bicicleta. Y esto creó muchas frustraciones. En Socotra también tuve esa sensación, sobre todo entre los viejos de las montañas. Pero cuando empecé a viajar en la época hippy, todo eso no lo tenía. Me considero un privilegiado por haber podido conocer esos lugares. Pero mira, cuando estaba en los oasis leía libros que habían escrito arqueólogos egipcios, historiadores de los años 40, y ya se quejaban de cómo había cambiado todo. ¡Si vieran ahora!

Siempre diremos «esto no es lo que era»…

Sí, pero ahora eso se ha multiplicado por mil. No hace ni cinco años podíamos estar en Málaga divinamente, ahora llegas allí y quieres huir como de Madrid o de Barcelona y las Ramblas… Solamente hay turistas, a la gente de allí la han expulsado.

Y en el viaje propiamente dicho, ¿qué ha cambiado más? ¿La información de internet, los vuelos low cost…?

No me gustaría hablar mucho de eso, no soy de los que se indignan por cómo viajan hoy los jóvenes, y todo eso. Yo creo que el viaje es muy personal, se puede viajar de otra manera. Quizá no como en la época hippy, que cambiabas de espacio y de tiempo y te metías en otro mundo, no había internet, no se sabía nada… Fíjate, en los 60 yo tenía padres, y con que supieran algo de mí una vez al mes ya estaban contentos. Ahora, si en unas horas no saben nada ya empiezan a llamar a las embajadas. Antes no podías hablar ni por teléfono, había telegramas, pero… Estabas totalmente desconectado, y eso lo cambia todo. Yo ya no estoy viajando, no me interesa, no me gustan los aeropuertos… He hecho muchas cosas en la vida que me han interesado, he investigado mucho, pero no me considero un viajero ni un trotamundos. Me gusta de micro hacer macro. A lo sumo, cuando hice Los árabes del mar sí recorrí más distancia, y cuando encontraba un viejo marino que me contaba historias, me quedaba con él. Y luego me daba una carta para un amigo suyo que no sabía si estaba vivo y muerto, y que vivía como quinientos kilómetros más abajo. 

Algo inviable hoy, y muy envidiable, es haber recorrido el círculo completo del Mediterráneo. ¿No le complace haber hecho eso?

Claro, me encantó salir de Barcelona por la carretera del sur y volver por la del norte. Eso realmente es un privilegio. Bajé a Almería, luego Melilla, Argelia, Túnez, Libia, en plena época de Gadafi… Cuando eres joven eres muy atrevido, y yo pensaba que recibiría lo que daba. Eso era un atrevimiento, meternos en la Libia de Gadafi sin visados y sin nada, cuatro o cinco horas de interrogatorio en la frontera; y luego continuamos a Egipto, que no pudimos entrar, porque íbamos en un land rover que estaba desahuciado, continuamos hasta Beirut, luego Siria, toda Turquía… En el año 72, era maravilloso, no había turismo ni nada. Y luego Bulgaria, Yugoslavia, hasta dar toda la vuelta. Una de las ideas que nos propusimos fue no dormir nunca en ningún hotel, siempre al aire libre. Nos metíamos por un camino cualquiera y ni tiendas ni nada, abríamos nuestros sacos y nunca nos pasó nada. 

Viniendo de familia burguesa, ¿cree que pasar un poco de incomodidad y un poco de privaciones es una buena fórmula iniciática para los jóvenes?

Hombre, eso le viene a todo el mundo bien. Lo que pasa es que lo de la familia burguesa ya empieza a ser un poco pesado. Es verdad que de algún lugar tienes que salir, del Pozo del Tío Raimundo no he salido desde luego, pero… después me lo he currado. Precisamente una de las causas que me llevó a «huir» muy lejos fue el intentar romper con mi origen. Quizá la palabra «desclasarme» suene pretenciosa, pero en varias etapas de mi vida creí haberlo conseguido.

Me refería a que venía de un sitio donde no tuvo esas incomodidades…

No, pero yo no tengo ninguna querencia ni sentimiento de pertenencia de clase. En cierta medida fui una decepción para mi padre y para la clase burguesa. Estamos hablando de los años cincuenta y sesenta. Una época tan distinta en cuestiones morales. «Yo salí rojillo, drogadicto y maricón». En aquellos años no se podía ser peor. El sentimiento de salir de allí y no pertenecer lo sigo teniendo. No me interesa eso. Y a medida que me voy haciendo mayor, puedo decir que mis ideas no las he cambiado. Evidentemente tengo 73 años, no puedo dormir ya en cualquier lugar o en el suelo, ni viajar sobre sacos de arroz en la caja de un camión por varios días. No es ya que uno se aburguese es que ¡se rompe! No considero que haya traicionado mis ideales para nada. Al contrario, me considero cada día, como decimos en catalán, ¡més pocasolta!, más alocado, más «tarambana».

Cuando escribía sus libros y rememoraba sus viajes, ¿tuvo la sensación de que, mientras recorría mundo, se había perdido algo aquí, en España?

Pues no. En los años 70, los del primer Ajoblanco, yo estaba por la India, haciendo mis pequeños trapicheos con un amigo, Paco Escudé, que era un lince para los bussiness. Comprábamos artesanía y la vendíamos, hacíamos pequeños pases, yo qué sé… Y con eso nos íbamos defendiendo muy bien. No tenía la sensación de perderme nada, porque yo quería estar ahí, y salirme de lo que se esperaba de mí. Y cuando llegué a Egipto, sin billete de vuelta, nada más llegar debí de tener una baraka o un ángel de la guarda, porque me salieron dos trabajos bien pagados, en Radio Cairo Internacional y de traductor en el Ministerio de Agricultura. ¡Tenía carnet de funcionario egipcio! Y así estuve cinco años hasta que me echaron, me involucraron como sabes en una conspiración política falsa y estuve 20 años sin poder regresar. Esto me causó una depresión, porque me sentía expulsado del paraíso. 

¿Se ha imaginado alguna vez cómo habría sido su vida si se hubiera quedado?

Como los chinos antiguos, que sacan ventaja de las crisis –y es lo que hay que hacer, porque los colapsos son un peldaño para subir o pegarte una hostia– no sé si me hubiera gustado quedarme. En aquel momento fue una putada que me echaran, porque consideraba que mi trabajo sobre los oasis no estaba acabado. Podría haber dado más, estaba cada vez más metido en ese mundo, conociendo a gente más interesante, y se acabó todo. Lo que vino fue un purgatorio para mí, todo se vino abajo como en el cuento de la lechera. Se rompió el bote y se acabó. Yo me sentía como Alicia pasando al otro lado del espejo, estaba trabajando como nunca, feliz, rodeado de una gente muy distinta a mí que eran mi familia en ese momento, el viejo músico, el otro que contaba unas historias maravillosos… Y de repente, patapam, cárcel de alta seguridad, condiciones pésimas (aunque tampoco era El expreso de medianoche) y van y te sueltan en la ciudad de la que habías huido. Es una pesadilla. Me levantaba por las mañanas en Barcelona y pensaba, ¿me está pasando esto?

¿Cómo vivió la Primavera Árabe, siendo Egipto uno de sus focos?

Fatal, era la última esperanza y todo se deshizo. El 30 y pico por ciento de la economía está en manos de militares, tienen el poder. Tiene a EE. UU. detrás, porque es el segundo receptor del mundo de ayuda americana, en un momento dado a Israel también. Es evidente que cuatro exaltados, por mucha razón que tuvieran, no iban a cambiar un régimen como ese. Los militares son muy listos, dejaron que la gente chillara y se desbravara, que llegaran los Hermanos Musulmanes, y de repente estrangularon el país. Los militares crearon un caos absoluto, no había gasolina, tampoco gas para cocinar, los precios subían, soltaron a todos los manguis de la cárcel, se creó una sensación de inseguridad, los barrios más elegantes se llenaron de top manta, y el presidente islamista Morsi no supo o no pudo encarar la situación. La gente pedía tranquilidad, orden, paz y también mano dura. Por mi parte, llegué a creer que la revolución triunfaría, o al menos que las cosas iban a cambiar, pero cuando vi que los levantamientos legítimos estaban siendo manipulados por potencias extranjeras, me di cuenta de que iba a acabar mal. Ahora tengo amigos que dicen «Ojalá no hubiéramos bajado a la plaza Tahrir, porque Mubarak era mejor que lo que tenemos ahora».  

Muchos quisimos creer que esta vez era la buena…

… Pero estaba todo atado y bien atado. Y Occidente tampoco se tomó muy en serio el apoyo a la democracia, prefieren el petróleo barato. 

Jordi Esteva para Jot Down

Usted habrá escuchado a menudo, como yo, esa idea de que los árabes «no sirven para la democracia» o «no les podemos imponer nuestros valores». La realidad es que sirven tanto que murieron a miles y otros tantos perdieron su libertad por defenderla.

Decir que el mundo árabe no sirven para la democracia no es más que racismo, etnocentrismo, eurocentrismo. 

Hace tiempo lo hablamos en otra entrevista, pero vuelvo a planteárselo. Cuando usted viajaba en su temprana juventud, ¿qué importancia tenía la religión en los países que visitaba?

Se vivía de una forma mucho más natural que cuando llegaron las corrientes salafistas. La gente que me encontré entonces no tenía absolutamente ningún problema al respecto, ni me molestaban ni me atosigaban. Era una fe muy popular, aunque estuviera presente. En el caso de Egipto, hay que tener en cuenta que hay muchos egiptos, existen unas diferencias sociales abismales, casi como un sistema de castas. Una parte muy sofisticada, para la que la religión es algo sociológico; y luego hay escritores, gente culta, que no dicen que son ateos por no meterse en líos, pero lo son. La mayor parte de mis amigos, por ejemplo, aunque no lo puedan decir.

¿Usted venía de una España ultracatólica y encontraba países menos religiosos que lo que dejaba atrás?

La España de la que yo procedía tampoco era tan ultracatólica. La educación que yo tuve fue religiosa, pero Cataluña siempre ha sido bastante laica. Mi padre era un anticlerical de cojones, pero me metió en un colegio de curas. Yo le decía «sácame de aquí» y él respondía «no, no, te irá bien».     

Ya que ha mencionado antes el tema de las drogas, ¿llegaron a ser un problema para usted?

No, porque nunca pasó en realidad de un coqueteo. Cuando estaba en El Cairo, con un amigo mío, sí íbamos a los fumaderos de opio, y a mí me encantaba, porque aquello era Tintín: los barrios bajos, peligrosos y tal… Pero nunca he sido adicto, digo lo de drogadicto porque todos coqueteábamos con los porros, con el opio, con el kat, algún ácido o mescalina de vez en cuando…

La heroína, ¿nunca le tentó?

No, no, no estuve en Afganistán, porque cuando íbamos a entrar, siguiendo las recomendaciones de la [Ana] Briongos, que era una adelantada y mayor que nosotros, echaron al rey. Hubo un golpe de Estado y el país cerró las fronteras. No se podía ir a la India, tampoco, pero entonces vimos en un mapa que teníamos una carretera que pasaba por abajo, ¡ilusos de nosotros! Entrabas en Pakistán por Baluchistán, pero Baluchistán estaba levantado en armas contra el gobierno central, y no se podía ir. Pero nosotros fuimos, nos dejaron entrar aunque fuimos unos inconscientes, nos encontrábamos a aquellos tiorros con sus barbas y sus kalashnikovs. Uno nos paró y subió al coche con nosotros. Yo le apartaba el fusil, porque se dormía y pensaba que se le iba a disparar [risas]. Nos fuimos metiendo por una pista, pasamos por un pueblito muy bonito de adobe, que parecía que estuviéramos en la antigua Sumer, con pimientos sobre el terrao. Llegó una especie de jeque en un corcel, nos saluda en árabe, nos mete en una habitación y todo el pueblo rodea el espacio, las ventanas no dejaban pasar la luz porque estaban llenas de caras de niños mirando. Nos invitaron a una cena buenísima, y nos mandaron a dormir a una especie de camas indias que nos habían preparado, con una mesita de noche llena de té, de galletitas… nos agasajaron. Y cuando nos fuimos por la mañana, nos habían llenado el land rover de sandías y melones. El jeque incluso cogió a uno de sus hijos para que nos acompañara y no nos detuvieran los de su propia familia. Y ya no me acordé de nada, porque cogí unas fiebres terribles y atravesé así todo Pakistán. Pero bueno, con la heroína nunca he tenido contacto, y menos con la cocaína. Algún LSD sí cayó por aquella época. 

Hay una figura en sus memorias que me llama la atención, que es Marta Sentís, a quien usted llama «mi fiel escudera». Ya entonces había mujeres españolas viajando, y sin embargo escasean los testimonios, ¿por qué?

Bueno, está Ana Briongos, y luego Marta, con quien viví muchas aventuras. Está todo en El impulso nómada.

¿Crees que esas mujeres vieron cosas que los varones no podíamos ver?

No necesariamente. Briongos seguramente sí, porque es una mujer muy amoldable, que se vestía como una musulmana… Marta es una mujer más rebelde. Lo que pasa en estas sociedades patriarcales cuando ven a una mujer muy libre no les gusta, y no les apetece que estén con sus mujeres, para que no les den ideas. Me ha pasado mucho de viajar con mujeres, y se quedaban con los hombres, hacían vida con nosotros. Yo en los oasis conocí el mundo de los hombres, en Socotra también, aunque allí estuve con una amiga egipcia, y no la dejaron tener contacto con otras mujeres. Lo de pasar a la cocina me estuvo siempre vedado a mí también. 

¿Eso funcionaba igual en el mundo árabo-musulmán que en África?

No, en África era otra cosa. En la parte que yo trabajé estaba metido en el animismo, en las ceremonias de trance y posesión, y en aquella zona estaba mayormente con mujeres, con las sacerdotisas, que eran las que cortaban el bacalao y me aceptaron perfectamente. 

Jordi Esteva para Jot Down

Es curioso que buena parte del relato del mundo árabo-musulmán que hemos recibido viniera de autores homosexuales. ¿Cree que influye ese detalle en la imagen que hayamos tenido de ese mundo?

Posiblemente, están Pierre Loti, André Gide, Genet, Paul Bowles, Richard Burton, que estaba muy loco, se dedicó a medir los penes de las tribus afganas… Y su mujer, escocesa católica de estas acérrimas, lo quemó todo cuando se murió. Hay toda una imagen que se ha querido crear de Oriente como un lugar que tuvo su momento de progreso, pero luego es una sociedad que entró en decadencia y quedó como en somnolencia por su propio exceso de sensualidad. De ahí las pinturas de los harenes con mujeres semidesnudas, etc. Había que dar la imagen de que esa sociedad no iba a ningún lado. ¿Para qué? Para dominarla y conquistarla. ¡El otro, el otro!, se dice siempre, sin pensar en que Europa no sería la misma sin la enorme aportación de esa cultura que pasó a través de Al-Ándalus y Sicilia. 

Pero, ¿es casual que tantos viajeros tuvieran la misma orientación sexual?

No, no lo es por varias razones: primero, es un mundo muy homoerótico. La gente se piensa que los musulmanes son todos «medio» homosexuales, no es verdad. Puede haber muchos bisexuales, pero sobre todo en el Islam hay una amistad entre los hombres, se cogen de la mano, se besan. Tradicionalmente los sexos han estado muy separados, hay relaciones homosexuales pero cuando no hay luz y cuando nadie se entera, todo muy en secreto, y a condición de que esos contactos no se conviertan en relaciones sentimentales. Aquí te pillo y aquí te mato. 

En su libro menciona también que un altísimo porcentaje de musulmanes no se consideraban gays, pero tenían relaciones con hombres como resultado de la represión sexual y la segregación. 

Eso pasa muchos lugares en los que los sexos viven separados. Hay esa creencia de que el mundo homosexual se basa en la penetración. «En una pareja, ¿quién hace de hombre y quién de mujer?». En el mundo musulmán, como entre los legionarios o en las cárceles, por ejemplo, el homosexual es el que recibe, no el que da, cuando yo creo que es más hombre el que se deja.

Una última cuestión al respecto: mientras que en España ser gay era una abierta oposición al patriarcado, ¿en el mundo musulmán, tener relaciones con hombres no era someterse a ese patriarcado, a la norma?

En estos momentos, en el mundo musulmán uno no puede proclamarse gay para nada, excepto en el Líbano, donde ha habido momentos de muchísima apertura. Incluso había un grupo llamado Mashrou Leila, cuyo líder era abiertamente homosexual y tenía un éxito alucinante, hasta que tuvieron que pararlo porque era demasiado para el cambio de costumbres. Pero vamos, yo tampoco soy un líder de nada, ¿eh? Estoy retirado en mi pueblo, con mis gatos… En los lugares cerrados o donde no hay mujeres, en las cárceles por ejemplo, si te caen muchos años, pues mira, te cepillas o te dejas cepillar a lo que se te pone a tono. Entre los curas, ni digamos. En esos ambientes tan machos, tan cerrados, los hombres nos volvemos como críos, nos volvemos idiotas. Yo seré gay, pero las fronteras no están tan definidas. He estado con mujeres, también. Y no podría vivir en un mundo sin mujeres, y eso lo acusaba en Egipto, todo era demasiado viril. Esa gente de gimnasio con barbas, tan machos y de derechas y de look legionario van de noche a los parques a ver si los enculan…

Hablemos de libros, usted fue el introductor de Naguib Mahfuz en España, ¿llegó a conocerlo?

No lo conocí, porque estaba ya mayor y hubo un momento en que los intelectuales de Egipto le cogieron mucha manía, porque apoyó los acuerdos de Camp David. Quise acercarme a él, pero ya estaba muy enfermo. 

Entonces costaba mucho dar a conocer a un autor egipcio o mediterráneo, ¿no?

Sí, una pequeña editorial cuyo nombre no voy a decir me pidió que recomendara libros de otras culturas, y recomendé a Mahfuz. Me dijeron que estaba loco, que eso no iba a vender nada. Y hubo un periódico que, cuando le dieron el premio Nobel a Mahfuz, se preguntaba con sorna si ahora nos íbamos a enterar de que existía una línea de literatura árabe interesante. Como si se tratara de un premio exclusivamente político. Al día siguiente, viendo lo que había escrito Le Monde, el mismo periódico dijo que era el Balzac árabe, cuando 24 horas antes no sabían ni quién era. Estoy contento de haberlo recomendado.

A Bowles sí lo conoció, ¿verdad?

Lo conocí a través de Rodrigo Rey Rosa, el escritor guatemalteco. Me lo presentaron en su casa, muy viejito. Pero lo había conocido antes, cuando éramos hippies con 18 años y estábamos en un lugar perdido en el Atlas. De repente llegó un hombre mayor, estadounidense, muy interesante, con otro. Estaban grabando música en el Atlas y les hizo mucha gracia encontrar a cuatro niñatos españoles que empezamos a hablarles de experiencias con el majoun, que es lo que vendían en Marruecos, un azúcar hecho con semillas de hachís, y empezamos a contarles nuestros cuelgues. Bowles estaba alucinado con eso, y uno de los nuestros fue quien me dijo «¿sabes quién es ese tipo? Paul Bowles». Yo no tenía ni idea.

En Marruecos hay una división entre quienes defienden que Bowles sí se interesó de veras por la cultura del país y la defendió, y quienes sostienen, como Tahar Ben Jelloun, que Marruecos no le debe nada y que fue un aprovechado. ¿Usted qué piensa?

Tampoco le deben nada a Ben Jelloun, ¿eh? Tahar dicen muchos marroquíes que es el escritor que escribe en francés lo que los franceses quieren oír. Paul Bowles es un escritor americano, de la época de la Beat generation, y no era su mundo, no tiene por qué defender nada. Era de la Nueva Inglaterra, de una sociedad muy puritana, y se mete en un mundo que le cambia profundamente. 

¿Y Mohamed Chukri?

De Chukri me hice muy amigo, y me dijo una frase que me dejó alucinado: «Yo escribo porque para mí la escritura es mi venganza contra aquellos que me robaron la juventud». A él tampoco le gustaba Bowles, decía que de esos americanos, de toda esa gente que vino, solo perdonaba a Jean Genet, porque era muy auténtico, le gustaba el pueblo. Tennesse Williams escribía muy bien pero era un pedante insoportable. Y los demás no le interesaban nada. Decía que venían a Marruecos a ver cómo saltaban los monos de árbol en árbol, y para ellos el mono era el marroquí. Yo hice un símil parecido sobre la Gauche Divine, Gil de Biedma, Goytisolo, Marsé… A veces iban a baretos del Barrio Chino y yo, que iba con mis amigos hippies, los veía allí y nos reíamos de ellos. «Mira estos burgueses que piden whisky y les dan garrafón». Con el tiempo he pensado que iban a ver el lumpen. Y he pensado que nosotros igual estábamos haciendo lo mismo, quizá de otra manera, no tan burda. Nos interesamos por la gente, por las putas, por los chaperos, pero quizá se trataba también de ver los monos saltar de árbol en árbol. 

Quizá Chukri, como Mrabet y otros, creían que con padrinos americanos les iba a llover el dinero…

Chukri estaba resentido porque Bowles le ponía a la altura de Mrabet y todos estos. Ellos son contadores de cuentos, y Chukri es un gran escritor, con un dominio del árabe que tuvo que aprender, porque era rifeño. Él me cuenta que estaba conversando en los cafés, hablando de Nasser y de política internacional, cuando uno le cortó y le dijo: «Tú, ¿qué estás opinando, si no sabes ni escribir?» Se quedó ofendido y, como era muy tozudo, se puso a escribir por su cuenta, y en dos o tres años dominaba el árabe clásico. 

Con Juan Goytisolo, ¿cómo fue su relación?

Yo empecé con una entrevista para Ajoblanco, y él se quedó muy sorprendido, porque yo era una persona que había estado cinco años en Egipto, había investigado, conocía bien el carácter árabe, no le hice preguntas cargadas de retórica o prejuicios. Le sorprendió que otro barcelonés pensara de esta manera, le gustó mucho. Estuvimos viéndonos dos o tres días, y de ahí salió aquella entrevista enorme que también le gustó porque él se hallaba un poco en el ostracismo, y le dimos la portada y todo. Luego yo colaboraba con el Instituto Ganivet de Granada, y lo invitamos varias veces. Pero nunca fuimos amigos. Con Chukri sí, había algo más cariñoso. Goytisolo era una persona muy solitaria, no creo que tuviera amigos. 

Su amor por Marruecos, ¿le parecía genuino, auténtico?

Yo creo que sí, estaba metido en muchas cosas, sí. De Goytisolo me interesa sobre todo Coto vedado, Señas de identidad y La Chanca. La parte de literatura en sí, menos. 

Jordi Esteva para Jot Down

De los personajes que tuvo la suerte de entrevistar en Ajoblanco, me gustaría que recordara también a Leonard Cohen.

Bueno, en Ajoblanco tuve la suerte de conocer a muchas celebrities de la cultura. Cuanto más mindunguis, más maleducados y te miraban peor. Los escritores ingleses eran bastante bordes, pero Hanif Kureishi era delicioso. Y Leonard Cohen era lo máximo: el tío más importante y más interesante, era a la vez el más sencillo, el más generoso, más cariñoso… Con decirte que le hice unas fotos a mediodía, casi me obligó a quedarme con él toda la tarde, y acabamos encendiendo velas en la catedral de Barcelona los dos, un judío laico y un ateo. 

El hecho de escribir y fotografiar, para usted, ¿eran complementarios?

Son dos lenguajes distintos, pero llegó un momento en que me interesó más escribir, porque con las palabras pueden desarrollar ideas. Yo soy un fotógrafo, además, bastante literario, las fotos que me interesan son las que te cuentan historias, las que no se mueren con una primera lectura. Me interesa el misterio, lo que inquieta. Me gusta mucho Bernard Plossu, porque cada foto es una novela. Con la llegada de lo digital he dejado de hacerlas, ya no tiene misterio. Esa perfección… Como en el flamenco, prefiero lo imperfecto. A mí Morente no me gusta demasiado porque se escuchaba mucho, Camarón no lo hacía. Y La Perla y esta gente, no se escuchaba, también las hay como La Paquera, que quizá sea demasiado fogosa… Debe haber un cierto equilibrio entre corazón y cerebro. 

¿Es usted rosaliero?

En principio sí, es una cantante que tiene unos melismas increíbles, parece entre hindú y gitana. Y la producción es alucinante, incluso cuando reguetonea. Hay una parte de catalanes que estamos muy fecundados por Andalucía y el flamenco. A mí me pone los pelos de punta cierto flamenco, soy muy antiguo: Pepe de la Matrona, La Piriñaca, La Perla de Cádiz, Bernardo de los Lobitos, Porrina de Badajoz. 

Ese gusto por el flamenco, ¿de dónde le vino?

Por la piel [risas]. Cuando era pequeño, mis padres se iban por ahí y me quedaba con la abuela, viendo las interminables galas de los sábados por televisión. A pequeñas dosis salían todos los grandes: Caracol, Mairena, Porrina… Y lo fui mamando. 

Y como persona viajada, ¿cómo vivió el procès?

Pues con perplejidad. No soy independentista, tampoco antiindependentista. Creo que si la sociedad catalana quiere independizarse, pues adelante, pero antes debería tener al menos un 60 por ciento de respaldo. Con un 48 tú no puedes imponer a la otra parte tu manera de pensar. Esto tiene un nombre, no hace falta que lo diga. ¿Había agravios? Sí, claro que los hay. Se han hecho campañas anticatalanas, contra el Estatuto, con cosas que luego están en el estatuto valenciano y en el andaluz. Es muy asqueroso jugar a enfrentar a los pueblos. Y eso lo hizo el gobierno de derechas de Madrid. Y ya se sabe, los extremistas se alimentan mutuamente. Al final me da tristeza: me encanta el catalán, es mi lengua, la que empleo con mi pareja, con los amigos, en mi vida diaria; pero escribo en castellano.

Es curioso que se enfrente tan a menudo a Cataluña con esa Andalucía, quintaesencia de lo español, cuando las conexiones culturales entre ambas han sido profundas y constantes en el tiempo, ¿no?

Hay una parte de la sociedad catalana que siempre ha estado fascinada con Andalucía, y Andalucía también se ha mirado mucho en Cataluña. Ahora tenemos a Rosalía, que canta flamenco y es del Baix Llobregat. Y Carmen Amaya era de la Barceloneta.

Y Poveda, Mayte Martín, Duquende, Cañizares, Montse Cortés…

Sí, hay mucha gente hija de puta que quiere separar. Lo que hay que hacer ante eso es ser natural. 

Su conexión almeriense, ¿de dónde viene?

Fue mi curiosa. Mi hermana, que es excelente pintora, con su marido, iban a Marruecos a ver a un amigo, le llevaban unas fotos que yo le había hecho. Pararon en Níjar y le gustó mucho. No era el Níjar de los plásticos de hoy, encontraron un pueblo muy bello, con la gente muy acogedora, que vivía un poco como en otro tiempo. Pararon en el café del pueblo, el dueño estuvo encantador y les dijo «¿por qué no os quedáis, si os gusta tanto? Hay una casa aquí que la acaban de dejar y la alquilan por cuatro chavos». Eso fue en el año 85 y se quedaron allí. Los fui a ver, luego me compré una casita en Rodalquilar, luego la vendí, después he ido bastante seguido… 

¿En qué anda ahora, tras los dos volúmenes de sus memorias?

Acabo de publicar un libro Siwa Drawings / Dibujos de Siwa en Àfriques edicions. Son los dibujos que encontré hace poco buscando unas libretas perdidas. Casi los había olvidado. Los hacía de noche en el oasis de Siwa. Dibujaba lo que creía que había fotografiado de día. Una especie de inventario en una época en la que no existía lo digital. He acabado también una película en blanco y negro basada en un capítulo de mi El impulso nómada. La acción se sucede en un verano de los años cincuenta. El protagonista, a quien he llamado Miquel para distanciarlo un poco de mí mismo y ser más libre en la narración, tendrá unas vivencias que le reafirmaran en sus ansias de huida del país, de su familia y de la religión para buscar otros mundos. Está a punto «de salir del horno». También tengo un podcast y un canal de YouTube, Quiero contar historias Jordi Esteva. Cada domingo subo a la red una historia distinta.

Con todas sus vivencias, con sus reportajes, ¿nunca le ha tentado la ficción?

No. Si quieres que te diga la verdad, la novela actual no me interesa nada. Me interesa más algo híbrido, aquello cuya puerta abrió Sebald, y las biografías. Pero las biografías en las que ocurren cosas. Muchas son una acumulación de si conocí a este, que si fui a esta fiesta… A mí eso no me interesa, me interesa por qué escribiste eso, la absoluta necesidad de expresarte que tenías. No sé cómo llamar esas biografías, mira, me interesa mucho por ejemplo Cristina Fernández Cubas, que es muy amiga mía y me encanta. ¡Con esos ojos!

Ella estudió árabe, además…

Sí, sí. Ella tiene un libro que se llama Cosas que ya no existen que es una auténtica maravilla. Una biografía seleccionada, con cosas que le han marcado, a lo mejor cuenta su infancia y luego se salta quince años. Me gusta mucho porque me entronca con una literatura que en un momento dado me interesó mucho, ese misterio de Edgar Allan Poe, de Henry James… Cosas aparentemente normales en las que de pronto hay un click que trastoca todo y lo vuele inquietante. En eso es una maestra. Antes venía mucho por casa, pero ya no pudo venir más, porque ha desarrollado una fobia en forma de alergia a los gatos. Y yo tengo toda la casa llena de gatos, me entusiasman. 

No hemos hablado aún de una etapa importante de su vida, que fue Ajoblanco. ¿Cuándo entra usted en la revista de Pepe Ribas?

Yo entré cuando me expulsaron de Egipto. Estaba en shock, los primeros seis meses me pasaba el día encerrado. Estuve mucho tiempo como atontado, escuchando a Um Kulthum o a Bach, y de repente un día salí, porque las hormonas lo piden, y me dediqué a cerrar los peores lugares del Barrio Chino. Entonces ETA puso una bomba delante de casa, en fin, esto lo he contado… Un día me llamó Pepe Ribas, «oye, ¿por qué no colaboramos? ¿Te atreverías a relanzar el Ajoblanco conmigo?». Y yo, que estaba en aquel momento así, encontré una salvación. Andaba en un camino de autodestrucción, en lugares alucinantes. Un día me desperté en un banco sin dinero, sin cartera, sin zapatos. Estaba en medio de la calle, sudado, porque había dormido a pleno sol, en medio de ejecutivos que iban y venían. Tuve que volver a casa andando descalzo, porque no tenía un puto duro, con los pies negros… Y me dije, ¿qué estás haciendo tú, que eras una especie de sufi en los oasis, entre músicos y ancianos? ¡Qué bajo has caído! Por eso la llamada de Pepe fue tan importante, estuve siete años en la revista. Mi misión fue difundir las culturas extraeuropeas, promocionar la música india, la literatura árabe, algunos reportajes sobre la Barcelona nueva que se estaba formando, africanos que cantaban… Toda la gente nueva que iba llegando. 

Allí coincidió con Javier Pérez Andújar, ¿no?

Sí, fue llegando mucha gente, pero con Javier éramos amiguetes. Nos respetábamos mucho, ¿sabes por qué? Porque a mí me gusta la alta cultura, pero también me gusta la popular. Podía gustarme hasta la Pantoja en un momento dado, mira lo que te digo… Y Javier también tiene esa querencia por la cultura popular, es un chico de barrio, de otra generación además, que se crio más con los tebeos. Teníamos una complicidad, que a veces nos diferenciaba de otros colaboradores más pretendidamente cultos. Nos tenemos mucho cariño. 

¿Qué huella cree que dejó aquel Ajoblanco?

Creo que tuvo bastante importancia. Salimos en una época muy ingrata, porque era la apoteosis del diseño, de la tontería, de la cultura del yo. A nosotros nos llamaban hippies, el Esteva era «el pesado que solo sabe hablar de moros y negros». Palabras textuales. Luego el tiempo me ha dado la razón. Estoy muy contento de ayudar al reconocimiento de mucha gente que iba saliendo por todo el mundo. Hay gente que se cree muy culta, profesores que piensan que saben mucho, pero no sale de la cultura centroeuropea, si es alemana mejor. No saben quién es Ibn Arabi, no han escuchado nunca una raga hindú, ni a Um Kulthum… Esa Europa tiene el norte perdido completamente. Es una pobreza. Mira, yo no vivo en Barcelona, bajo de vez en cuando; el otro día bajamos y en el metro era fascinante ver como todos eran trabajadores latinos, indios, pakistanís… Hay que coger la energía de esa gente, incluso en plan egoísta. Lo mismo con el rollo de los menas, son chicos que han invertido una pasta para poder prosperar, y tienen unas ganas increíbles de comerse el mundo. Démosle educación a estos, si los nuestros están en plan chorra, de botellón, sustituyámoslos por estos porque necesitamos sangre nueva, entre otras cosas para pagar las pensiones. 

Jordi Esteva para Jot Down

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2 Comentarios

  1. Una maravilla siempre leer a Jordi Esteva. Leí su Socotra y me fascinó la descripción de un mundo que se desvanece pero que respira autenticidad. Un placer.

  2. Aprovechar la energía de los menas…si, si ya lo hacemos, todos los días. Otra cosa no, pero eso lo cumplimos. Ay señor, llévame pronto..

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