Al fondo siempre quedará la sierra de Madrid. Y el campo que en aquellos años distinguía al pueblo de Torrelodones, donde están las llaves de su infancia. Allí se educó para el día de mañana Jorge Bustos (1982) con la impecable ayuda de los libros que alimentaban su mochila y su habitación. Todavía hoy, a los cuarenta y dos años, necesita una hora diaria para leer porque, como dice él, «la lectura es el entrenamiento del escritor». Y uno debe ser fiel a ello. Sobre todo si es lo que más le gusta como es el caso.
Y, por encima de todo, Jorge Bustos es un hombre de letras que ahora también está casado con la radio. Tiene su propio programa de dos horas diarias, Mediodía COPE, y lo compagina con El Mundo, con la escritura de libros (lleva seis de no ficción y en marzo sale el séptimo), con el oficio de ser del Real Madrid y con la misma sensación con la que empezó en la profesión. «Eres mejor persona dentro de tus textos que fuera de ellos», insiste.
¿A qué se dedicaba tu padre?
Mi padre ha sido abogado y profesor titular de Derecho Civil, decano de la facultad de la Universidad de Alcalá. He nacido en un hogar de juristas. Mi padre y mi madre, los dos, son juristas. Aunque mi madre se ha dedicado luego a la educación, directora de colegio. Mi padre siempre ha estado vinculado a la docencia y al ejercicio del derecho.
¿Y eso marca?
Sí, porque es una casa donde el respeto a las reglas se nos ha trasladado de una forma casi natural. Y luego yo tenía la suerte de que mi padre tuviese una buena biblioteca. Quizá no fuese una biblioteca tan grande como la del padre de Borges, pero sí era una biblioteca bien nutrida. Yo siempre he visto a mi padre leer, desde pequeñito. Nos leía poesía a los seis hermanos que somos, a sus seis hijos. Mi hermano mayor, Álvaro, ahora es profesor de Filología de la Complutense. Recibimos una educación humanista.
Y os convirtió en hombres de letras.
Sí, yo creo que le debemos mucho a mi padre. A mi madre también, por supuesto. Pero esa pasión por la lectura, por la cultura, por los libros, el simple hecho de escuchar palabras de un cierto nivel de competencia léxica en casa de tus padres… Está demostrado científicamente que tiene su influencia y a nosotros nos marcó. Somos una familia de clase media muy normalita.
¿Dónde vivíais?
En Torrelodones.
En un pueblo de la sierra de Madrid.
Primero vivíamos en un piso en Madrid, al final de la calle Hermosilla. Cuando yo tenía seis o siete años nos mudamos a Torrelodones, donde estuve hasta que me emancipé, con veintisiete años. Tuve esa suerte de criarme en el campo, de tener una infancia bastante bucólica, bastante libre, bastante salvaje también. Yo no he sido un chaval de barrio. Me he criado en el campo, en Torrelodones, que tampoco es que sea el Pirineo, pero estar tan cerca de la sierra me permitió una infancia diferente.
¿Y qué hacías en el campo?
Tener una bici, tener muchos hermanos, tener amigos, tener primos y tener una familia extensa… Eso garantiza por sí solo una infancia bastante feliz. Y esa fue la mía. Jugar al fútbol, montar en bici, explorar, cazar animales, meterte en ríos, construir cabañas, destruir las cabañas de la pandilla rival. Una infancia libre que compatibilicé con la lectura, con el descubrimiento de los libros.
Mira, tengo cuarenta y dos años y creo que he tenido la fortuna de pertenecer a una generación (quizá la última de no nativos digitales) que tenía que imaginar analógicamente sus diversiones. Y eso agudiza la imaginación. No estoy diciendo que las generaciones de ahora, que nacen con la pantalla desde los seis o siete años, vayan a tener menos destrezas que nosotros. Pero creo que hay cierta ventaja en haber llegado tarde a todo eso.
Hasta entrada la veintena no conocí el mundo de los teléfonos móviles y yo lo agradezco. No solo por la parte mala que tiene internet —como el acoso, como la exposición prematura a la opinión de los demás en edades muy sensibles— sino porque eso me permitió muchísimo tiempo para leer.
Y lo aprovechaste.
Lo aproveché porque yo era un crío que se leyó todo lo que había en su casa. Y cuando terminaba con los libros de mi cuarto, me leía los de la habitación de mis hermanas y luego los de mi padre, y después iba a la biblioteca del colegio. Y, una vez que terminaba, iba a la Casa de la Cultura de Torrelodones en bici con mi mochila y la traía a casa cargada de libros. Y a los quince días, una vez que los había leído todos, los devolvía y volvía a cargarla otra vez.
Pero una cosa es leer y otra escribir. ¿Cuándo empiezas a escribir?
Pues creo que conservo en casa un cuento infantil que escribí con seis años, que no me atrevo a abrir. Era una imitación de algún libro de Barco de Vapor, creo. Debe de ser infame, claro. Pero quiero decir que siempre me ha interesado el intento de imitar aquello que me daba tanto placer, que eran las historias.
Luego, como era un chaval un poco introvertido, en el colegio, en los descansos, en los recreos, me iba a la biblioteca a leer. Pero entonces mi madre me apuntó al fútbol porque le preocupaba que me convirtiera en un niño demasiado repelente, demasiado introvertido, sin amigos. Y la forma de socializar en España en los colegios entonces era el fútbol.
Y te haces del Real Madrid.
De entrada aprendí a jugar al fútbol poco a poco y digamos que pospuse la lectura o la confiné a las actividades en casa. Pero lo del madridismo en mi familia es algo innato. Nadie en mi familia es de otro equipo, porque en mi casa se ha respirado madridismo desde el líquido amniótico.
¿Y no hay alternativa?
Es que ni siquiera se plantea. Y no digo que sea un ejemplo, digo que es mi vida. Todos somos madridistas. Hasta un grado de parentesco de tercera o cuarta línea. En mi familia no hay nadie que no sea madridista de forma furibunda desde mi abuelo.
Pero también te digo. Antes de ir a Retamar, al colegio en el que pasé más años, estuve en el San Agustín. Como sabes, el colegio de los agustinos está en la calle Padre Damián, enfrente del Bernabéu. Y yo veía ese estadio todos los días al entrar y salir de clase mientras despertaba mi uso de razón. Y eso era a mediados de los años 80. Son los años de la Quinta del Buitre.
¿Y a quién tratas de imitar?
Pues, mira, recuerdo que mi primer jugador favorito fue Bernd Schuster por la forma de tirar las faltas… Por cierto, el otro día estuve con su mujer y se lo dije: «Tu marido fue mi primer cromo de Panini».
¿Recuerdas tu primer partido en el Bernabéu?
Muy tarde. La primera vez que pisé el Bernabéu yo tendría veintiséis años. Pero es que yo no he sido un niño al que sus padres o sus abuelos le hayan llevado al Bernabéu. De hecho, a día de hoy he ido poquísimas veces en mi vida al Bernabéu. Y mira que ahora tengo la posibilidad de ir, pero no la uso. Porque la verdad es que no me crie en esa idea… David Gistau me contaba lo importante que era para él desde niño ir con su padre al Bernabéu, y cómo él reprodujo esa costumbre con sus hijos. Y es un vínculo muy natural, sí. Hay un rito de paso casi paternofilial en el hecho de ir con tu padre al fútbol o de llevar a tu hijo al fútbol. Pero eso es algo que yo no he tenido.
¿No tienes hijos?
No. No tengo hijos. Pero mi novia sí tiene una hija, que es como si fuera mi hija adoptiva, a la que quiero mucho.
¿Dónde ves el fútbol?
Ahora lo veo solo en casa, concentrado. Durante muchos años nos juntábamos los amigos en un bar, normalmente en un bar irlandés, que nos gustaba mucho, o en casas de amigos. Pero últimamente, desde hace ya años, me gusta verlos en soledad, concentrado en la pantalla. Y también a veces tomando notas porque el periódico, sobre todo cuando el Madrid llega a octavos de final de la Champions, ya me pide crónica.
Sí es verdad que antes escribía más de fútbol y ahora menos. Pero no lo quiero dejar del todo, porque creo que escribir de fútbol es bueno para la muñeca. Y aparte es como saldar cuentas con mi propia identidad madridista.
Pero sigues sin ir al Bernabéu.
Sí me gusta a veces llevar a algún amigo. Tengo el honor de haber llevado por primera vez a Arcadi Espada al Bernabéu. Arcadi es un madridista en Barcelona que un día me confesó que no había pisado nunca al Bernabéu. Y me ofrecí a llevarle, siendo ya un hombre talludito. Fue en unas semifinales de Champions, las que nos dieron el paso a la final de Cardiff.
La de Gareth Bale.
Y marcó Bale, además. Y Arcadi lo miraba todo como un niño pequeño. Siendo uno de los columnistas más temidos del periodismo español. La capacidad que tiene el fútbol de transformar el rostro de las personas y de transportarnos a la infancia es incomparable.
Los columnistas también son gente de carne y hueso.
Sí, desde luego. Algunos más que otros. Algunos son todo carne. Otros son todo hueso. Hay un poco de todo.
¿Y tú?
Bueno, yo me considero una persona bastante más racional que sentimental. Hombre, tengo mi corazoncito y tengo mi pronto, pero no soy una persona demasiado emocional. Desconfío un poquito de los sentimientos. En la exhibición de los sentimientos hay una cierta voluntad de manipulación que a mí me da grima. Creo que a la gente hay que seducirla por las ideas, más que por las emociones. Aunque todos nos emocionamos con grandes textos, con grandes poesías o grandes escenas de películas. Recuerdo haber llorado viendo La lista de Schindler.
Como debe ser.
Bueno, tengo una cierta capacidad para indignarme o para reírme. Lo que no sé es si eso me convierte en alguien emocional. Trato de hacer ese ejercicio en mi columna de El Mundo: una reflexión a partir de un primer impulso, del primer pronto.
Mira, normalmente se escribe mejor cabreado. Sea una columna de fútbol, de política o de lo que quieras. Pero también se escribe de forma más injusta. Por eso luego hay que refrenar, hay que pasar por el cerebro ese primer impulso.
¿Y cuando escribes para la radio es igual?
Bueno, la radio es un medio muy caliente. ¿Te acuerdas de Pepe Domingo? Siempre decía: «las horas más calientes de la radio». En la radio lo que el oyente espera de ti es esa cercanía. Y la cercanía es calor, pero ese calor no significa agresividad ni hostilidad gratuita. Significa que te estás tomando en serio lo que dices. Significa que te afecta y que, si te afecta a ti, afecta al oyente. Estás hablando de cosas que son importantes. Y si estás tratando un tema social, te tiene que importar igual que un tema político, igual que un tema judicial, igual que un suceso o igual que un juicio a Rubiales.
En la radio gobierna la voz.
La voz humana es un instrumento muy poderoso. Nuestro cerebro está cableado para percibir un montón de matices a la velocidad de la luz en la voz de alguien que nos está hablando. Y en los ojos a los que miramos mientras alguien nos habla. Todas esas cosas que no puede reproducir la inteligencia artificial.
Es la magia de la radio.
Tú estás en casa haciendo tus cosas, o estás conduciendo, y estás escuchando una voz que te comunica en tiempo real un montón de emociones. La voz transmite las emociones mejor que el texto. Así que yo tengo que hacer un esfuerzo de desdoblamiento. En el periódico los artículos son más racionales. Excepto cuando ha pasado algo especialmente indignante. Entonces me llama el director y me dice que escriba. Y me llama sabiendo que voy a escribir con el cuchillo entre los dientes y busca esa reacción un poco más apasionada. Pero normalmente siempre echo dos leídas al texto y lo rebajo.
¿Y tardas mucho en escribirlas?
Cuando estoy inspirado, una hora y cuarto para dos mil seiscientos caracteres con espacios. Pero también hay días malos en los que no sale nada. Y hay días en los que tienes una idea buenísima, la escribes y no tiene ningún éxito. Y hay otras veces en las que improvisas una columna de circunstancias y de repente se comparte mucho o incluso se viraliza.
El éxito de un texto nunca es previsible. La única premisa es que seas honesto con tus ideas. Que no escribas una columna buscando de antemano el escándalo, traicionando lo que piensas en ese momento. Eso se nota enseguida y tiene fecha de caducidad.
¿Y por qué?
Yo ahora no escribiría las mismas columnas de hace diez años: todos tenemos no el derecho sino la obligación de cambiar y matizar nuestras ideas. Pero en el momento de escribir la columna, el primer destinatario de lo que escribas debes ser tú mismo. No un político, no un público que te va a aplaudir si haces una cosa u otra, sino tú mismo.
Siempre hay una vocecita interior que te dice «aquí estás exagerando» o «aquí estás diciendo exactamente lo que quieres decir». Por eso es muy importante tomar notas. Yo siempre estoy con el móvil escribiendo notas. Siempre estoy apuntando para asegurarme de que las ideas que se me ocurren son mías, son ideas sinceras. Quiero decir que yo ya no me siento nunca ante un folio en blanco. Hace muchos años que no me siento ante el ordenador con esa sensación, con el cursor parpadeando, a ver de qué escribo hoy, entre otras razones porque eso no es un columnista. Un columnista tiene que tener en la cabeza la siguiente columna y estar generando constantemente ideas para las próximas.
¿Y se puede escribir una columna todos los días?
Sí, se puede. Hombre, no todo el mundo puede. Tienes que tener más ideas que el resto de los seres humanos. Esta es la única premisa.
¿Y en tu caso?
Hombre, yo no he hecho aún columna diaria. Bueno, sí, lo hice un tiempo en La Gaceta hace muchos años, pero era más crónica que columna. Todos los días cubría algo y luego escribía… Es verdad que no es lo mismo la crónica que la columna. La columna sí tiene que tener una idea. La crónica, no.
La crónica es una visión personal de un suceso que tú estás atestiguando. Es una mezcla de reportaje o de noticia y de columna. Tú das tu opinión, modelas la información a tu manera, pero el tema del texto te lo da la realidad.
Escribir no es fácil.
Mira, vengo de hacer la crónica del Congreso de los Diputados, de la sesión de control. Son textos que, aunque son más largos que las columnas, me salen más rápido. ¿Por qué? Porque yo voy y asisto a un espectáculo. Durante una hora o dos se zurran con argumentos más o menos ingeniosos los portavoces parlamentarios. Y van construyendo un relato para convencer cada cual a su parroquia. Y tú evalúas si el relato está bien hecho o no, cuál es el tema que se ha impuesto a los demás, quién es el portavoz que ha estado más ingenioso… Es una especie de crítica teatral.
Y ahí Jorge Bustos se siente como pez en el agua.
A mí me gustan las sesiones parlamentarias broncas. Cuando los tertulianos dicen: «¡Qué desastre!», «¿Adónde vamos a llegar?», «¡El Congreso se ha convertido en fango!». A mí dame conflicto. Donde no había conflicto era en las cortes franquistas. Ahí no se peleaba nadie porque había una sola verdad. Lo propio de la democracia es el conflicto. Otra cosa es que aprendamos a reglamentar el conflicto de una forma civilizada, con argumentos.
¿Y con qué sensaciones sueles salir del Congreso?
Pues yo creo que el nivel político ha caído mucho. Quizás porque ya no hay un gran orador. Probablemente el último gran orador que tuvo el Congreso fue Rajoy. Y lo digo al margen de la ideología, de que se le votara o se le odiara. Técnicamente, parlamentariamente, hasta el punto de hacer sonreír a Pablo Iglesias o a Rufián, el último gran parlamentario que ha tenido el Congreso fue Rajoy. Yo ahora mismo no veo a nadie capaz de seguir esa estela. De manejar los recursos, la ironía, el énfasis, la pausa dramática, lo que es la técnica oratoria como lo hacía él.
¿Y entonces?
Pero es que la sociedad también ha cambiado. Ahora los parlamentarios no hablan para convencer al de delante o al de al lado, sino para convencer al que vea el vídeo que te está grabando tu asesor para lanzarlo en las redes. El parlamento ya no habla para el parlamento. Importa si se hace viral, qué números hace, cuántas visitas… Todo eso. Supongo que hay gente a la que todo esto le creará ansiedad.
¿Y a ti te la crea?
Yo he tenido la suerte de que las cosas que escribo gustan a la gente.
Fuiste un freelance antes de llegar al éxito.
Sí. Los inicios en periodismo son precarios para todo el mundo. Bueno, habrá gente que haya salido del máster y le hayan colocado, le hayan hecho enseguida un contrato. O a lo mejor su padre trabajaba en ese periódico y le ha podido ayudar. Pero los que no hemos tenido padrinos en la profesión hemos tenido que apoyarnos en los lectores o hemos hecho lo posible para ganárnoslos.
A los lectores y a los jefes.
Son lo mismo. Mira, yo estudié Filología Clásica y quería ser escritor. Pero pronto me di cuenta de que, estudiando lo que había estudiado, solo tenía dos salidas para ganarme el pan. Una la docencia y otra el periodismo.
Y triunfó el periodista.
Pensaba que no tenía paciencia para dar clase. Y desde niño había leído columnas porque mi padre traía los periódicos a casa y yo me los leía. Empecé a consumir columnismo muy pronto. Eran los tiempos de Campmany y de Umbral y de Vicent y de Vázquez Montalbán. Yo me decía: «Esto se parece mucho a la literatura». Comprendí que era literatura hecha con lo que pasó ayer.
Periodismo.
Yo no estudié Periodismo, pero encontré esa vena pragmática. Porque no soy un bohemio, ni un maldito ni nada por el estilo. Me pregunté cómo podía ganarme la vida.
Y la respuesta estuvo clara.
A mí me gustaba el griego y el latín. Me encantaba traducir textos de griego y latín. Pero ¿adónde iba con eso? ¿Iba a intentar ser profesor de clásicas? Cuando lo pensaba se me hacía una montaña. Empecé a escribir. Fundé mi propia revista universitaria de literatura con un amigo. Y luego tuve la suerte, a los veinte años, de fichar por una editora de revistas.
Un tipo con iniciativa.
También empecé a hacer crítica de novelas para una agencia, a los diecinueve años. Me hacía mucha ilusión que en aquella pequeña hojita saliera la crítica de la novela que yo había leído. Luego entré en aquella editora de revistas que estaba en la calle José Abascal y se distribuía en los cines y en las universidades. Cuando esa editora compró un periódico local gratuito de Madrid, se me abrió un nuevo panorama. Su sede estaba en Vicálvaro. Pasé años yendo desde Torrelodones hasta Vicálvaro, cruzando media Comunidad de Madrid para escribir sobre plenos municipales y noticias de local en un periódico gratuito, muy humilde, que todavía existe. Y que se distribuía por los veintiún distritos de Madrid. Hablaba con los concejales. Ahí conocí a Pedro Zerolo y supe por primera vez de Pedro Sánchez. Recuerdo que Sánchez era el concejal de la oposición en uno de los distritos.
¿Y en qué se parece este Pedro Sánchez al de ahora?
En nada. En esa época era la derecha del PSOE. Era el liberal del PSOE, el que iba a Telemadrid, el que apostaba por una vía mucho más conservadora dentro de la socialdemocracia. Madina era el peligroso izquierdista. Pero las cosas como cambian. Lo que sí recuerdo es que Pedro era el guapo. Todas mis compañeras de aquella redacción querían ir a los plenos donde estaba él. Aunque no hablase. Solo para mirarle.
¿Y lo conociste?
No, no, yo no cubría su distrito. Me lo contaban las compañeras cuando volvían a la redacción desde el pleno municipal de Pedro Sánchez. Pero, sí, fue la primera vez que oí hablar de él. Y su fama se debía a su físico, básicamente, porque no participaba mucho. No tenía la presencia de Simancas en aquel PSOE madrileño.
En esa época tú también estabas en formación.
Sí, esos años de periodismo local en Madrid me ayudaron mucho. Recuerdo que cubrí la inauguración del túnel de O’Donnell con Ana Botella y Gallardón, y a mí eso me parecía una gran noticia política: inaugurar un túnel. O inaugurar parques… Vamos, lo que viene siendo el periodismo local.
Yo ahí tendría veinticuatro o veinticinco años. Y de ahí doy el salto a La Gaceta de los Negocios, un periódico que dirigía entonces José María García Hoz, que venía del grupo Recoletos. Me hizo una oferta que significó mi primer buen contrato en periodismo: serían unos mil quinientos euros. Con veintisiete o veintocho años eso estaba bastante bien. Entonces empecé a escribir de política nacional. Era el año 2007 o 2008.
Ya se te valoraba por cómo escribías.
Sí, había escrito bastante en la universidad, y en la revista de literatura que fundé con ese amigo mío. La vocación de escritor la tenía desde los dieciocho años, cuando uno escribe sus poemas a escondidas o lleva un diario. Pero lo que hacía sobre todo era leer, leer muchísimo.
¿Y escribías cartas de amor?
Pues alguna también, claro. Hasta que entendí que era contraproducente. Las chicas se preguntarían quién era ese psicópata. Pero la universidad fue una época imborrable. Me acuerdo de empezar a recitarle Neruda a alguna en una fiesta universitaria y de ella excusándose: «Voy un momento al baño». Y ya no volvía, naturalmente. Hacía bien.
¿Y cómo te quedabas?
No sé, ya no recuerdo. Lo que sí recuerdo es que en aquella época no había Whatsapp y yo escribía unos SMS elaboradísimos, que probablemente espantaban a las chicas. Pero la iniversidad fue una época excepcional para mí. Fue una época de epifanía. Leía cuatro o cinco clásicos a la semana. Me encaraba con los grandes autores del siglo. Recuerdo El ruido y la furia de Faulkner, La muerte de Virgilio de Hermann Broch, los clásicos rusos, el postestructuralismo francés, Freud, Nietzsche….
Para mí, la universidad fue el gran despertar intelectual. Recuerdo que los compañeros nos pasábamos libros, nuestros últimos descubrimientos. «Mira lo que escribe este loco». Descubrir a Samuel Beckett, a Albert Camus…. Recuerdo que El Quijote me lo leí en quince días en cuarto de carrera.
¿Y qué aprendes?
Ya me lo había leído en segundo de BUP, pero entonces no entiendes nada. Sin embargo, en cuarto de carrera ya es distinto. Tienes una asignatura que se llama Cervantes. Son seis meses dedicados a Cervantes. Y yo leí en quince días El Quijote, pero es que no tenía nada más que hacer que leer El Quijote. Y me apasionó. Sobre todo la segunda parte, que es mucho más fluida. Y luego me metí con Madame Bovary. En fin, qué sé yo, iba aterrizando en todos los grandes clásicos. Los años de la universidad fueron un chute intelectual enorme. Pero también salíamos mucho y nos emborrachábamos y todo eso. Tuve profesores como García Gual, con el que traducíamos a Homero. Y luego te metías con Sófocles y con Virgilio y con Séneca. Esa era mi vida con diecinueve, veinte años…
Cuando pasas al periodismo notas otro nivel, otra ambición intelectual, digamos. Pero al mismo tiempo, tenías que amoldarte a la vida real, tenías que desarrollar interés por la actualidad. Porque claro, el filólogo tiene la cabeza en las nubes.
¿Dónde tiene la cabeza el periodista?
Los periodistas no tenían la pasión intelectual o cultural que nos habían metido en Filología, pero los filólogos vivían totalmente de espaldas a la realidad. Te sentías un poco desclasado ahí. Por eso a mí siempre me interesó mezclar los dos mundos. Es decir, aspirar a una cierta profundidad en lo que dices, en lo que opinas o en lo que lees. Y al mismo tiempo estar en la batalla. Me veía las tertulias televisivas de política y también me gustaba ese mundo.
Y te quedaste a vivir en el periodismo.
Me quedé a vivir, sí. Pero, bueno, porque también tuve suerte.
¿Y a qué llamas suerte?
Tú no te imaginas lo que leían mis compañeros. Y no sé dónde estarán ahora trabajando. En mi clase en Filología, la gente era de todas las clases sociales. Siempre agradeceré haber estudiado en la Complutense. Había una gran efervescencia cultural, había rifirrafes políticos… Fueron los años de la guerra de Irak, del chapapote, vivimos el 11-M en cuarto de carrera. Y al mismo tiempo hacíamos recitales de poesía del Siglo de Oro en el Orgullo Gay, libros de Lope y Quevedo con la litrona en la plaza de Chueca. Y otro día quedábamos para ir a ver una obra de Calderón.
¿Y qué pinta tenías en aquella época?
Pues yo tenía el pelo largo. Rubio. Hasta los hombros… debo de tener alguna foto por ahí. A ver si algún día me animo a sacarla. Tenía el pelo muy largo y tenía bigote y perilla, a lo Bécquer… Una cosa muy infame, como de poeta, sí. Tuve mis noches de bohemia, y las pintas también, pero en mi mente siempre hubo un plan.
¿Qué plan?
Pues que está muy bien la poesía y la novela pero quería encontrar un curro que me diera de comer. Mis colegas trabajaron en restaurantes de comida rápida o de vigilantes de seguridad. Yo intenté desde el principio ganarme la vida con lo que me gustaba. Bueno, sí hice mis trabajos alimenticios, pero sobre todo tenían que ver con dar clases particulares a chavales y con lo que te he contado del periodismo en la editora de revistas. El plan era intentar ganarme la vida escribiendo en un periódico. Ese era mi objetivo.
Tuviste suerte en el periodismo.
Sí, es que todo periodista, o todo aspirante a periodista, por muy bueno que sea, necesita una persona que se fije en él, que crea en él.
¿Y quién se fijó en ti?
La Gaceta de los Negocios fue el primer sitio que me hizo un contrato indefinido con veintisiete años. Fue a través del que entonces era la mano derecha de Antonio Fontán. Fontán, presidente del Senado, gran latinista, una personalidad importante de la historia de este país, editor del diario Madrid, un periódico cuya sede fue dinamitada por el franquismo. También era el fundador de Nueva Revista, donde yo había publicado un ensayo sobre Chesterton, y el director era Álvaro Lucas.
¿Y qué pasa con La Gaceta?
Álvaro Lucas era a la vez el jefe de opinión de La Gaceta de los Negocios y él me consigue la entrevista de trabajo con García Hoz. Y allí me fichan. Y me preguntan qué quieres hacer, porque habían leído mi ensayo de Chesterton. Pero en vez de cultura, dije política.
¿Y a partir de ahí?
Tenía veintisiete años, un contrato fijo y una redacción muy buena. Tenía mi lado a José María Olmo, que ahora es el periodista estrella de investigación de El Confidencial, el que ha descubierto el caso de Begoña. Luego nos compró Intereconomía, donde estuvimos dos años que dieron para muchas anécdotas positivas y negativas. Aprendimos cosas muy buenas y también aprendimos todo lo que no hay que hacer en periodismo. Y luego esa gente terminó fundando Vox, pero aquella redacción junto al puente de Juan Bravo tenía televisión, radio, revista, periódico… La media de edad sería de veintiséis, veintisiete años, chicos y chicas. Nos lo pasábamos muy bien, salíamos bastante.
¿De dónde viene tu crítica hacia Vox?
Es que les conozco. Me acuerdo de que Federico Jiménez Losantos le dijo un día a Pablo Iglesias en aquella televisión de Intereconomía: «Me recuerdas a mí cuando era gilipollas». O sea, cuando Federico era comunista. Pues a mí me pasa un poco eso con Vox. Con quince o dieciséis años yo era así. Luego me puse a leer y a viajar. Y me di cuenta de que aquellos postulados no se sostenían, sobre todo si tenías una pandilla de amigos cada vez más diversa y más variada.
Es difícil estudiar Filología en la Complutense y seguir pensando como un niño pijo. Es un problema también de experiencias vitales y de falta de lecturas. Pero mi viaje ideológico es muy sencillito: de conservador a liberal. Tampoco he pegado un volantazo como esos que empiezan en el comunismo antifranquista y acaban en la extrema derecha. De conservador a liberal y ahí me he quedado. No creo que me mueva ya.
Lo que pasa en estos momentos de polarización es que a veces te llueven palos de los dos extremos, estás ahí un poco entre medias. Pero, vamos, que tampoco me considero muy original. Mis ideas políticas son bastante estándar.
¿Y cuál es el término medio?
Mira, persisten obsesiones propias de otra España, de otra época. Pero no son operativas para aplicarlas a la sociedad compleja, mestiza, plural, abierta, del siglo XXI. Esas nostalgias son fruto sobre todo de la inseguridad, de gente que en el fondo se siente sola, se siente insegura. Por eso no tenemos derecho a mirar con condescendencia a nadie, porque no estamos a salvo de procesos de radicalización que nacen de un dolor, de una herida personal. Son opciones que suelen nacer del resentimiento también.
¿Te has convertido en una estrella?
¿Estrella? Espero que no… En la connotación de vanidad que incluye esa condición, no. No lo quiero ni pensar, porque el día que te sientas una estrella empiezas a estar muerto. Todas las estrellas dejan de dar luz más pronto que tarde.
¿David Gistau era una estrella del periodismo?
David era la antiestrella. Se habría reído de esa vanidad. David era un carácter indomable, a veces visceral. Pero al mismo tiempo era un tipo de una generosidad y de una integridad moral excepcional que te hacía desear ser como él.
¿Quién fue tu maestro?
Quizá mi primer maestro en el oficio fue Ignacio Ruiz Quintano, de ABC. Yo estaba en La Gaceta y empezaba a despuntar un poquito pero, claro, en un medio que no dejaba de ser marginal. Lo bueno es que tenía mucha libertad, tenía una página diaria y allí hacía lo que me daba la gana.
Por entonces pasé mucho tiempo al lado de Ignacio, aprendiendo de uno de los grandes escritores de periódico de este país. Aunque para la mayoría sea un completo desconocido y aunque sus ideas hayan derivado hacia la impugnación de todo el sistema. Pero en el uso de la ironía, del sarcasmo, del conceptismo, fue un maestro.
De hecho, Ignacio fue quien me presentó a David Gistau. Quedamos en un mesón asturiano en Madrid y nos pasamos los teléfonos y empezamos a intercambiar mensajes, año 2010 más o menos.
Fuiste amigo de David Gistau.
Un año estuvimos haciendo boxeo juntos. Pero nada de eso era una pose. David era un rockero de espíritu, perdió pronto a su padre y se rebelaba un poco contra cualquier noción de autoridad, y eso transmitía a sus columnas una enorme libertad. Y por eso eran lo que eran. El magisterio de David consiste en la actitud, más allá del estilo.
De David aprendí cómo se debe estar en la profesión. Escribía de político pero se guardaba de los políticos. Prefería irse al Starbucks a escribir o al gimnasio a entrenar antes que quedar a comer con un ministro. En el fondo le aburría la política. Sus pasiones eran el boxeo, el fútbol argentino, el Real Madrid y Roma. También las historias de mafiosos, la cultura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX, el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial. Todo eso le interesaban muchísimo más que la actualidad política, que despachaba rápidamente, porque tenía esa facilidad de escritura.
¿David Gistau es ahora Pedro Simón?
Fueron muy amigos, sí. Y, además, lo fueron desde trincheras ideológicas diferentes. Y eso es lo bonito precisamente de la amistad. Esto parece que se lo explicas a los chavales de hoy y se sorprenden. Y esto es un problema serio. Las redes sociales nos están confinando en burbujas ideológicas y nos están privando de lo mejor de la vida, que es la amistad y la literatura por encima de banderas políticas. Y eso no puede ser. Pedro Simón, siendo una persona de izquierdas, y David, liberal de centro derecha, compartían la pasión del boxeo. Además, Pedro es del Atlético de forma furibunda y David lo era del Madrid.
¿Y cómo columnistas?
Yo en el estilo no les veo parecidos. Pedro es un estilista de frase corta y lenguaje contundente. Y David era un columnista afrancesado. Tenía la apariencia de un columnista duro, de rockero vikingo, de chupa de cuero. Pero si te fijabas bien tenía los dedos de un pianista y la sensibilidad de un poeta francés. Su sofisticación intelectual se había formado en la cultura francesa, no era precisamente la que su apariencia daba a entender. Más bien era la contraria, o sea, una conciencia muy delicada en el corpachón de un boxeador. Si lees a David al margen de su aspecto físico y su barba de vikingo, ves que sus frases tienen una sintaxis bastante compleja, bastante alambicada, bastante larga.
Parece como si lo estuviésemos leyendo.
David era un liberal en sus ideas, pero en sus frases tiene mucho de Mailer y mucho de la sintaxis francesa. Estilísticamente, David no tiene nada que ver con Umbral, ni yo tengo nada que ver con David. Cada uno tiene sus referentes literarios. En el mundo de la columna, evidentemente, el magisterio de Umbral es indiscutible, pero creo que para muchos de sus seguidores es una desgracia que no se pueden sacudir.
Pero también hay una corriente arcadiana, por el influjo que ha tenido Arcadi en muchos discípulos, por decirlo así, y también puede ser un magisterio asfixiante. Es importante asumir las lecciones, pero luego hay que tratar de superarlas, aunque no logres escribir a la altura de tu maestro.
¿Se puede ser un buen columnista sin haber leído mucho?
No se puede. Yo no conozco ningún caso, pero ni columnista ni ningún oficio que tenga que ver con el dominio del lenguaje, que se aprende leyendo para luego poder desempeñarlo bien. Si no has leído mucho, yo creo que se nota enseguida.
¿A qué columnista ficharías para El Mundo?
Tengo la ventaja de que como jefe de opinión pude fichar a un alto porcentaje de los que deseaba fichar. Mi primer fichaje fue Rafa Latorre, que tiene un don para la finura.
¿Y Jabois?
Ojalá. ¡Pero no sé si tenemos dinero para traerlo de vuelta!
¿En el periodismo se sigue valorando a la gente que escribe bien?
Yo creo que sí.
Pero en el periodismo de hoy tú puedes hacer un gran texto muy bien escrito, un reportaje que ha ocupado mucho tiempo y, si no se lee mucho, parece un dinero mal invertido por la empresa.
Esa es la cuadratura del círculo. Lo deseable sería que un gran texto desde el punto de vista técnico-periodístico tuviera el recorrido que merece. Pero esto también pasa con la novela o con los columnistas.
Ahora todos los periódicos somos de pago, y mientras la gente sea capaz de pagar (aunque sea una cantidad irrisoria) por leer a sus firmas favoritas, el oficio tendrá futuro. Mi duda, y me corroe desde hace ya tiempo, es si mi generación de columnistas no será un fin de raza. Si somos los últimos en llegar a un oficio que inevitablemente se va a extinguir, por la inteligencia artificial, por el cambio de los hábitos de lectura, porque la gente ya no valora un buen texto o lo busca en los libros, pero ya no en el consumo de columnas.
Y eso es un problema.
Yo llegué al columnismo gracias en parte al momento todavía bueno de las redes sociales, cuando Twitter todavía era un escaparate al que podías subir tus textos. Sin ir más lejos, mis textos aquí, en Jot Down. Yo tuve la suerte de participar en los cuatro primeros números impresos de Jot Down.
Bueno, pues esos artículos los leyó por ejemplo Pedro García Cuartango, entonces jefe de opinión de El Mundo. Y cuando El Mundo me fichó, él me dijo: «Yo tenía claro que tú ibas a acabar aquí desde que leí tus artículos». Y le llegaron gracias a internet. Porque hace diez años todavía era posible llegar a un gran periódico a través de la publicidad que adquirían tus textos en las redes sociales.
Hoy no sé si ese camino, que yo seguí, sigue abierto para otros. Pero me da la sensación de que somos la última generación de columnistas que siguieron ese camino para llegar a vivir bien del periodismo. Ojalá no seamos la última. Pero también te digo que los chavales ahora están desarrollando su talento en otro tipo de lenguajes, y eso también tendrá su premio.
Cada vez es más difícil vivir de escribir.
Difícil ha sido siempre, porque hay pocos huecos bien pagados y muchos aspirantes. Ahora no sé si la inteligencia artificial viene a darle la puntilla al relevo generacional en el columnismo. No tengo ni idea. Pero es lo que llevamos hablando desde que empezó esta conversación. Es un temor que me acompaña. La escritura como tal, la escritura clásica, como se ha hecho durante siglos… Quizá seamos la última generación que vive de esa escritura.
John Carlin decía que «el columnista es la prejubilación del periodista».
Es que lo normal no es lo de David: llegar a la columna a la edad que llegó.
Ni lo tuyo.
Sí, bueno, yo empecé en la contra de La Gaceta con veintisiete. David también tenía la contra en La Razón con veintisiete. Lo normal no es eso. Lo normal es que la columna se retrase hasta la madurez, una vez que has estado en muchos sitios después de hacer muchas fuentes, de pisar calle o de cumplir con otras etapas del periodismo. Al final, con todos esos conocimientos llegas a ser un buen columnista. Mira el caso de Enric González. Después de haber visto tantas cosas y de haber estado en tantos países y de haberse mezclado con tanta gente, llegó a la columna. Tenía ese bagaje del que hablamos. Y no necesitaba un estilo absolutamente deslumbrante para que lo que contaba estuviera lleno de sabor, de interés.
Preferiste ser periodista en vez de abogado del Estado.
Bueno, es que no sé si tengo tesón para opositar. Siempre me ha parecido admirable lo de los opositores. Nunca me vi como uno. Tuve la suerte de identificar rápido lo que podía hacer. Y después he tenido la fortuna de que mi forma de escribir ha gustado. Conviene trabajar la humildad. Sé que hoy me pueden leer, ¿y mañana? Nadie te garantiza el mañana. Pero eso es parte de esta profesión.
¿Hay gente que no escribe bien y tiene buenos puestos en los periódicos?
Seguramente que sí, claro. Escribir bien no es el valor absoluto en un periódico. Necesitas buenos gestores de equipos, buenos directores, buenos redactores jefe, y necesitas gente que tenga fuentes aunque no escriba bien. Necesitas tíos que se conozcan los nombres de los jueces del Supremo y los nombres de sus hijas incluso para acceder a la información, para ganártela. Necesitas conocer a policías que te lo cuenten todo. O sea, el periodismo.
Lo bonito es que hay suficientes puestos en esta profesión y no todos son iguales. Quizá entre todos ellos el columnista sea solo el delantero centro. ¿Pero adónde vas si no tienes un entrenador, si no tienes un portero o un tío que organice el medio, la redacción? Entonces no valdría de nada escribir bien, porque no tendrías equipo. Y sin equipo no se pueden ganar partidos. Conviene trabajar la humildad.
Siendo subdirector en El Mundo también actúas de entrenador.
Ya, pero no. Ahora mismo soy subdirector, pero soy un subdirector liberado. Joaquín Manso, el director, me pide que escriba textos. Pero después de haber estado cinco años en la redacción, dirigiendo la sección de opinión, yendo a las reuniones, distribuyendo el juego cada día, ahora tengo otro papel. Desde 2022 estoy liberado de la gestión directa de la dirección.
Fue Carlos Herrera el primero que te llama para la radio.
Bueno, el primero para la radio no, porque ya estaba en Radio Nacional cuando me llama Herrera por teléfono en el verano de 2015. Él sabía que estaba en tratos con Alsina, que me había escrito un mensaje para fichar, de hecho tenía ya un borrador de contrato para firmar. Yo estaba encantado de ir a Onda Cero. Me parecía un progreso importante en mi carrera. Mis columnas en El Mundo habían funcionado y llegaba la oportunidad de Onda Cero.
¿Y cómo te convence Herrera?
En verano se hace la temporada de tertulias. Altas, bajas. De alguna manera es el mercado de fichajes. Y yo iba a firmar por Onda Cero cuando una mañana de agosto suena mi teléfono, lo descuelgo y escucho una voz inconfundible, y esa voz es la de Carlos Herrera que me dice: «Hola, Jorge, ¿qué tal? Me he enterado de que está en conversaciones con los de Onda Cero. Quiero decirte que nosotros no somos mancos». Me citó a comer y hasta hoy, diez años después. Eso quiere decir que la cosa ha ido bien y que está yendo bien. De otra forma no estaría aquí.
Fue mano de santo Carlos Herrera.
Alsina es un genio y seguro que trabajar con él es increíble. No tengo ninguna duda. Había recibido su mensaje. Pero que te llamen y que te inviten a comer y que te hagan una propuesta como la que me hizo Carlos Herrera aquel verano fue decisivo. Digamos que le da un tono de calidez y de convicción al fichaje, y eso fue lo que me decidió. Y hasta hoy. Es verdad que consulté con algún amigo, pero no tuve que pensarlo mucho. Y te puedo decir que lo poco que se me ha pegado de la radio se lo debo a Carlos Herrera, porque verle dominar este medio, como lo hace, con una inflexión de la voz, con esos silencios, toda esa esa maestría… Ojalá algún día pueda llegar a tener la quinta parte de todo eso.
En la COPE también conociste a Pepe Domingo Castaño.
En realidad yo no tuve un trato directo con Pepe. No le conocí personalmente. Con Paco González sí tengo más trato. Y reconozco que me está ayudando mucho. Además, me da consejos que me resultan muy necesarios.
¿Y qué consejos te da?
Pues mira, Paco siempre me dice que el oyente es igual de listo que tú y que no hay que ser condescendiente con la audiencia. Que la trate como me gustaría que me trataran a mí. Es un buen consejo, porque a veces uno tiene dudas. Y la radio no es pedagogía, o no solo. La radio no explica las cosas para tontos, sino que debe explicarlas como al comunicador le gustaría que se las explicaran, porque la gente no es tonta.
¿Y esa es la clave?
Si el lector es menos culto que tú, va a agradecer que le trates como te gustaría que te tratasen a ti. Incluso va a aprender cosas. Lo que no va a agradecer es que le digas: «Bueno, voy a abrirme el cráneo, voy a sacar medio hemisferio cerebral y voy a utilizar solo uno para hablar contigo, porque no mereces más». No, eso no. Así no vas a llegar a ningún lado. Por eso en cada programa yo intento hacer el mejor monólogo para ese día, y que la gente perciba que hablo de cosas importantes para mí, y que terminen el programa entendiendo un poco más la situación de España y del mundo, porque ese es el objetivo de mi programa Mediodía COPE. Y el primer EGM ha sido muy bueno. Y no sé si es absolutamente fiable o si la segunda oleada me pegará una bofetada, pero yo voy a seguir intentando mejorar.
Mediodía COPE.
De pronto, me llaman y me dicen que han pensado en mí para que presente un programa todos los días de dos horas. Y mi primer impulso fue decir que no, porque yo siempre me he considerado un hombre de escritura. Está bien ser tertuliano, o colaborador, pero no me planteaba la carrera de comunicador radiofónico.
Así que no me lo esperaba para nada. Pero consultas con la gente que te quiere y me convencen de que es una oportunidad. Me recuerdan que tengo cuarenta y un años, que no se sabe lo que puede pasar mañana y que no lo puedo rechazar. Y aquí estoy, sin tiempo ni para planteármelo a fondo, porque esto no entraba en mis previsiones.
Después de cinco años de jefe de opinión de El Mundo había conseguido el estatus que quería, podía escribir en el periódico, hacer mis tertulias de radio y televisión. Y soñar con escribir mi primera novela, que es, en realidad, mi mayor deseo. Todavía lo tengo ahí clavado, y no sé ya cuándo lo podré hacer, porque cada vez me queda menos tiempo libre. Supongo que en algún momento tendré que racionalizar mi vida.
¿Y cómo es tu vida ahora? Te compraste una casa.
Bueno, pagué la entrada de una hipoteca. En mi barrio, cerca de la estación de Príncipe Pío, descubrí el centro de acogida de personas sin hogar que motivó Casi, mi último libro. Todos los días me encuentro a los usuarios del centro. Y para mí ya son una cosa muy distinta de lo que eran cuando llegué al barrio. Pero bueno, eso es otro capítulo.
¿Ganas más dinero del que te atreviste a soñar?
Los sueños son elásticos, pero estoy bien pagado y me siento afortunado. Sobre todo si pensamos que en septiembre de 2014, hace diez años, me quedaban doscientos euros en la cuenta corriente y llamé a mi padre para que preparase mi cuarto para volver a casa, porque ya no podía pagar los seiscientos cincuenta euros que costaba mi cuchitril en el barrio de las Letras. Me habían echado de La Gaceta entre otras cosas por hacerles una huelga, porque no pagaban los salarios.
Y la economía no daba.
Malvivía de las colaboraciones. Pero cuando ya no podía pagar la próxima mensualidad del piso ocurrió algo milagroso. Primero CaixaFórum me llamó, a través de un profesor amigo, Gregorio Luri, y me pagaron mil euros por una conferencia, una cifra absolutamente mitológica para mí entonces. Aquella conferencia luego fue el germen de un libro mío, El hígado de Prometeo.
Y no volviste a casa.
Tenía para un mes más, sí. Pero entonces empecé en El Confidencial, con Nacho Cardero, donde cobraba a la pieza. Y justo en enero de 2015, hace ahora diez años, estando yo en la precariedad más agobiante, me llama Casimiro García-Abadillo, director de El Mundo, porque Jabois se ha ido a El País.
¿Qué te queda por hacer en la vida?
Pues eso: escribir un buen libro. Pero te diría más. Yo creo que mi carrera todavía no ha empezado. Lo que yo siento es que todavía no he empezado a hacer lo que quiero. Lo conseguido hasta ahora, en estos diez años (porque hace diez años era un desconocido con doscientos euros en el banco), ha sido muy bueno y me siento eternamente agradecido y me reconozco un privilegiado. Pero solamente es la preparación para lo que ha de venir. Todavía no ha empezado.
¿Y que ha de venir?
Yo creo que me debo a mí mismo escribir en serio. Las columnas las escribo en serio, ojo. Pero son efímeras. Había un escritor, un crítico llamado Cyril Connolly, muy importante, que decía que hay que procurar escribir un libro que dure diez años. Hoy se publica tanto que un libro no tiene ni una semana de vida en un escaparate. Aspirar a escribir un libro que dure diez años es lo que a mí me justificaría. Y por supuesto tener una carrera exitosa en la radio también me hace muchísima ilusión. Y que en El Mundo se sigan consumiendo mis columnas y la gente se suscriba y sea capaz de pagar un dinero de su bolsillo para leerme… todo eso me parece un regalo.
Yo te seguiré leyendo.
En esta vida hay dos variables, el tiempo y el dinero. Cuando tienes resuelto lo del dinero, como yo ahora lo tengo, entonces aparece el problema del tiempo. A veces consigo tener dos o tres horas, solo en mi casa con un libro, a lo mejor con una copita de buen vino, leyendo, con el móvil apagado. Eso para mí es ahora la felicidad, y no andar por ahí en un sarao.
¿Qué te dicen tus padres?
Bueno, mis padres ahora son fans. Yo tengo la suerte de pertenecer a una familia unida que nos ha proporcionado a todos una educación y una cierta orientación moral. A veces escucho dramas y pienso lo afortunado que soy por lo que he vivido en casa. Hombre, hemos tenido alguna cosilla. Pero nada de dramas gordos ni traumas de por vida. Y eso se debe también a la entrega de un padre y una madre. Ahora, como tengo una cierta dimensión pública, ha cambiado un poco la relación de ellos hacia mí, porque al final son como dos seguidores más. Es divertido.
Los mejores seguidores probablemente.
Pero es raro de explicar. Se introduce un factor ahí como de extrañamiento, son mis padres pero a la vez son oyentes de COPE y me hacen comentarios como alguien que me para por la calle, que es otra cosa que a veces me pasa últimamente. La gente en general es muy amable, porque los que no son partidarios normalmente no se acercan. Alguna vez ha pasado, pero rara vez, y los que sí lo son te piden el selfie y todo esto. Cosa que no tiene ningún sentido. ¿Qué valor tiene un selfie conmigo? Yo siempre voy a ser peor que mis textos y siempre peor que en la radio. Eso lo sé yo, que convivo veinticuatro horas al día conmigo mismo. Eres mejor persona en tus textos que fuera de ellos, porque en los textos solo enseñas tu mejor versión.
Y luego tienes que estar a la altura de unas expectativas que se ha creado tu seguidor, que es imposible satisfacer, porque no puedes ser ingenioso sin interrupción.
Cuando volviste de las vacaciones de Navidad, te escuché en la COPE y dijiste: «Menos mal que han terminado las vacaciones, yo lo que quiero es estar aquí».
Te juro que es verdad. Esa idea es de mi padre, padre de seis hijos. Imagínate cuando íbamos de vacaciones. Siempre decía: «Hijos míos, yo trabajo un mes al año y los otros once descanso», porque él era un enamorado de la docencia, aunque ya está jubilado. Él disfrutaba dando clase en la Universidad de Alcalá de Henares, no en la playa.
Y tú disfrutas con lo que haces.
Tengo esa fortuna, una fortuna increíble. Me lo paso bien con lo que hago. Estoy bien pagado haciendo un trabajo que me encanta. Es verdad que a veces tiene sus alfilerazos, a veces hay críticas. Te montan, incluso, campañas de linchamiento y tienes hasta enemigos ideológicos. Pero la gente que me conoce, en general, es muy agradable conmigo. Así que me siento muy afortunado y me da mucho miedo que todo se estropee. Eso decía una vez Jabois: «Siempre que me pasan demasiadas cosas buenas, me pongo a esperar que llegue la hostia».
¿Y eso no es miedo?
Bueno, es que la vida también es así. Por eso es bueno trabajar la humildad y trabajar, sobre todo la gratitud. Porque es muy fácil pensar que todo te pasa porque te lo mereces. Pero ¿cuánta gente se merecería que le pasaran cosas mejores de las que le pasan?
Buena pregunta.
Del mismo modo que muchas veces las desgracias que le suceden a la gente no son producto de sus malas decisiones, sino que existe el azar, existe la desgracia, existe la mala suerte, existe la enfermedad. Y tampoco es bueno atribuirse a uno mismo todo lo bueno que le pasa.
Hace diez años estaba en la oficina del paro de Atocha sellando mi cartilla y preguntándome por qué yo, que había sacado veintitrés matrículas de honor en la carrera, no llegaba a cobrar ni setecientos euros al mes. Y me preguntaba por qué, si entonces yo ya escribía más o menos igual que ahora, quizá mejor. Ahora me pasan cosas buenas y yo lo agradezco trabajando. Recuerda lo que le dice el padre del narrador de El gran Gatsby en la primera frase de la novela: «Cuando sientas tentaciones de criticar a alguien, piensa que no todo el mundo ha tenido tu fortuna».
Y esa es una gran lección.
Y también es el leitmotiv de mi último libro, Casi, que está centrado en las personas más olvidadas de la sociedad, las más vulnerables, que son las personas sin hogar. Ese ejercicio, mientras mi carrera iba hacia arriba, de estar durante un año yendo a centros de acogida de inmigrantes, de gente sin techo, y que me contasen sus dramas (dramas reales, dramas de verdad), todo eso ayuda. Ese contraste me ayudó mucho a redimensionar las cosas. Si esto es el éxito, me ha llegado lo suficientemente tarde como para no volverme loco. Y si me equivoco, ya está mi novia para bajarme los humos.
Darle voz a semejante personaje, que fue mendigando por los antros de la derecha madrileña un puestito…..lo que me faltaba por ver.
Menudo relato se ha montado el lameculos de Ayuso, vaya poca vergüenza.
He leído hasta que el mejor orador parlamentario es Rajoy. Yo de verdad no sé qué enseñan en los colegios del Opus a parte de rezar. Ni medio minuto tiene Jorgito.
Recuerdo odiar a Jorge Bustos al principio, cuando se le notaba el «lacayismo» a la legua para medrar en el entorno de la derecha mediática. Con el tiempo y habiéndole seguido en su evolución columnística e intervenciones audiovisuales, me ha terminando cayendo bien. Me parece que escribe y habla muy bien, con menos pedantería y barroquismo que al principio, justo al contrario que Jabois, que me parece que escribía mejor cuando estaba en El Mundo, y desde que fichó por El País, cuando leo 2 líneas suyas me cuesta seguir.
Al parecer el asunto de las fake news y bulos no es interesante en una entrevista donde se habla de periodismo y ser periodista… y con el curriculazo del entrevistado.
Y eso lo explica todo, ya.
Menuda limpieza de cara. Yo que nací en el barrio de Salamanca y me fui a vivir a una urbanización bien en Torrelodones, con todo resuelto y papá pagándome la universidad privada, yo, en el paro y con 200 euros en la cuenta. Pero bueno, me arrastré bien por toda la derecha mediática y ahora cobro más que lo que podría imaginar. Aunque bueno, la imaginación es elástica, dice.
El problema de Bustos es la poca gracia que tiene. Suele hace chistes infantiloides, como llama a Abascal Sandiego Abascalóvich, cosas así. Cutre.
Subdirector del Mundo, diario conocido por su ecuanimidad y objetividad. Vaya tela, ni una sola pregunta crítica, vaya masajito
Qué periódicos en España crees que son ecuánimes y objetivos? Si todos los importantes están ingentemente subvencionados por el PP o el PSOE…
A unos se les nota más que a otros, o quizás son más torpes. El Mundo no se caracteriza por su fineza, el sesgo es tan evidente y zafio que asusta. Ya no es la subvención si no los intereses que hay detrás de cada uno
Pues ya me dirás tú el periódico español al que es difícil de clasificar entre los subvenciones por el PP y los subvencionados por el PSOE.
Por lo menos, de su cuerda ideológica, Jiménez Losantos tiene auténtica mala uva y gracia para poner motes. Este ni eso. Un pan sin sal.
Pitido orwelliano…
No le habéis preguntado a Jorge Disgustos por su famosa y patriótica frase «Prefiero a un político corrupto en el poder que a un comunista»?
No se puede amar más a España.
No se como tenéis vergüenza de entrevistar a éste difusor de bulos y odios. Que bajo está cayendo Jotdown. Entrevistar a Bustos si no es en un tribunal por zafio y mentiroso es una vergüenza y un desprestigio para ese medio, del que soy suscriptor hace años. Iros olvidando. Ya tenemos que soportar suficiente fango como para traerlo a vuestras páginas. Vergonzoso
Me dan lo mismo sus ideas y sus intereses políticos, pero este tío miente más que habla.
Alguien que obtuviese 23 matrículas de honor, jamás haría alusión a ello.
Jotdown es hoy una revista peor al dar voz a uno de los mayores representantes patrios de las «fake news». El prestigio cuesta mucho ganarlo, y con esta entrevista os habéis dejado muchos pelos en la gatera.
Pues a mí me parece que queda bien en la colección de entrevistas a personajes de dudosa moral y valía que ya empieza a tener sitio propio en esta revista. Solo por la agudeza de los comentarios ya se agradece el artículo.
Un Falangista moderno,que ledan voz
Como tantas otras veces no leo el artículo (no me interesa el individuo), sino los comentarios y, visto lo visto, estaría bien que Jotdown sólo entrevistara a personajes (aburridos) que no molesten a ninguno de los lectores.
Yo no creo que haya que vetar la participación de personajes relevantes por su ideología, lo que sí me parece imperdonable (especialmente grave tratándose de una entrevista a un periodista) es que se aborde de forma plana y condescendiente, con preguntas inanes que circunvalan cualquier asunto que pudiera poner en un brete a su interlocutor (o como dicen por arriba, un masaje en toda regla…posiblemente con final feliz).
Joder como me alegro de haberme dado de baja.
He dejado de leer cuando ha dicho que Rajoy ha sido el último gran orador del Congreso, una persona que no es capaz de construir una frase coherente, que mentía y miente en sede parlamentaria y que ha sido protagonista de algunos de los más vergonzosos casos de corrupción de este país. Me temo que más que una entrevista nos encontramos con una simple felación. Supongo que es cierto eso de que todos tenemos un precio. Allá el entrevistador con su conciencia.
Supongo que entrevistar a este elemento y meterlo en la bañera de hidromasaje es el anuncio de cierre por liquidación de Jotdown. Espectacular sesión de adulación e impostura.