Laura Chinchilla Miranda (Carmen, San José, 28 de marzo de 1959) es una politóloga y política costarricense.
Logró convertirse en la primer mujer en ocupar la presidencia de la República de Costa Rica en el año 2010, fue la quinta mujer en América Latina en ser elegida jefa de Estado y la octava presidenta de América Latina.
Actualmente, es conferencista y ha participado en diferentes foros sobre América Latina, hablando de diversos temas como liderazgo en la gestión pública, democracia, derecho electoral, empoderamiento femenino, seguridad, migración, mediación de conflictos o derechos humanos, entre otros.
También ha sido titular de la Cátedra José Bonifácio de la Universidad de São Paulo desde abril de 2018, forma parte del Institute of Politics and Public Service de la Universidad de Georgetown en Washington D. C., Estados Unidos, y también ha sido lideresa de la Cátedra Latinoamericana de Ciudadanía en la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey.
Doña Laura Chinchilla nos comparte un poco de su historia como servidora pública y como ha sabido entrelazar su trabajo con su vida personal y familiar.
Usted ha sido pionera en muchas áreas y momentos históricos para su país, pero ¿de dónde vino toda esa inspiración? ¿Cómo era de niña Laura Chinchilla?
Yo diría que fue una niña bastante similar a la media de las niñas de mi época, sociable, me gustaba mucho compartir con mis amigas de escuela o bien jugar en el barrio, era la época en que en muchos países,y muy particularmente en Costa Rica, los niños teníamos al barrio como nuestro principal centro de socialización. Tenía muchos amigos, mi casa era como un centro de reuniones, fui muy feliz. Mis hermanos dicen que era muy impositiva , «matona» como decimos aquí en Costa Rica, tal vez por el hecho quizás de ser mayor y la única mujer asumía como una cuota de responsabilidad que yo sentía que me correspondía. Todavía me lo resienten un poco, pero siempre tuvimos una linda relación de familia con muchos amigos y amigas. Vaya, no me parece que nada muy especial, como te digo una niña que sí tenía un gran sentido de responsabilidad, recuerdo que para mí era muy importante salir bien en las notas, hacer bien las tareas, cumplir con todo, no provocar a mis padres.
Su padre fue controlador general de la república en dos periodos, don Rafael Ángel Chinchilla Fallas. ¿Esto la impulsó o influyó desde pequeña en querer ser presidenta?
Voy a contarte una anécdota para poder explicar mejor, porque cuando yo era niña era prácticamente imposible que una niña, no solamente en Costa Rica, sino en la mayor parte de los países del mundo, soñara con ser presidenta de un país. En algún momento googleé el año en que yo nací, que fue 1959, y me tiró en el buscador un conjunto de acontecimientos relevantes que tuvieron lugar ese año. Me encontré que solamente dos de ellos llevaban nombre de mujer. Uno era el de Indira Gandhi, que fue la primera ministra de India, y ese año había de alguna manera casi que iniciado su carrera política como presidenta de su partido. Y el otro nombre de mujer que me encontré era el nacimiento de la muñeca Barbie, nacimos el mismo año. Ella tiene el don de la eterna juventud, yo desgraciadamente no. Esto lo cuento porque me parece que la mejor manera de poner en evidencia que era imposible para una niña pensar en ser presidenta de un país, porque las mujeres ni siquiera eran protagonistas de los principales acontecimientos que registraba la historia. No porque no lo hubieran sido, sino porque la historia las ignoraba, las invisibilizaba. No había presidentas en el mundo, o sea, fno fue hasta años después que empezamos a ver en algunos países del mundo a presidentas o primeras ministras, como fue Golda Meyer en Israel o Margaret Tatcher en Reino Unido, pero ya para entonces yo era casi que adolescente. Entonces no, no me imaginé que yo iba a terminar en esto, ni fue un proyecto, digamos, expresamente concebido, sino hasta cuando ya yo venía avanzando en mi carrera política.
Lo que sí es cierto es que tuve una gran influencia de factores inicialmente familiares, como suele suceder. Por un lado tuve ese tipo de figuras de autoridad que acogieron la carrera pública con mucha pasión y que generaron una inspiración en mí: mi bisabuelo fue un famoso jefe político de Atenas, mi abuela era casi una especie de dirigente comunal, y mi padre tuvo una carrera muy notable, este con mucho reconocimiento nacional. Entonces sí crecí mucho escuchando y muy motivada sobre esos temas de servicio público, y eso sembró en mí una semilla muy temprano. Al punto que escogí estudiar ciencias políticas y luego políticas públicas, pero también quiero destacar que el papel de mamá, particularmente, fue muy importante en ayudar a que su única hija mujer creciera sin mayores complejos, de manera que a mí me criaron exactamente igual que a mis hermanos varones, lo que a ellos les prohibían, a mí me lo prohibían, y lo que a ellos les permitían a mí también me lo permitían. Nunca sentí complejos, yo me sentí exactamente igual que mis hermanos, de manera que cuando empecé a avanzar por la vida aproveché si aparecían oportunidades de encabezar o liderar algunos movimientos. Me presenté como presidente de la Escuela de Ciencias Políticas, acepté como primer cargo en la función pública el ministerio más machista que cualquier país tiene, Seguridad Pública, como viceministra, y luego como ministra. Todas esas cosas yo las aceptaba con mucha naturalidad y creo que eso fue gracias precisamente a que ambos padres, pero muy particularmente mamá, supieron cómo ayudar a que creciera una niña sin mayores complejos.
Usted estudia la primaria en la Escuela de la Republica del Perú, después en la secundaria Lasalle, antes realizar su carrera en la Universidad de Costa Rica en Ciencias Políticas, su maestría en la reconocida Georgetown University en Estados Unidos. ¿Cree que los valores aprendidos durante toda esa formación la marcaron?
Sin duda todo nos marca como personas, porque los niños tienen una gran capacidad de absorción, están formando no solamente su conocimiento desde el punto de vista intelectual, sino sus condiciones emocionales y toda experiencia es relevante. Cuando estamos formando un niño sigo creyendo que lo primero es la familia y quizás también el impacto mayor. Pero la escuela, el colegio y las universidades contribuyen a ello, a pesar de que no todo fue color de rosa. Tal vez tuve algunas profesoras complejas en su trato con nosotras, muy propia de la educación tan rígida y formalista que en mi época todavía se tenía. Todavía se daba mucho que el profesor imponía su autoridad sobre la base del temor y no sobre la del respeto, eso lo padecí también, pero me parece de nuevo que en mi caso siempre ayudó muchísimo la compensación que tuve de parte de mis padres. Así que no tengo mucho más que reclamarle a la formación que recibí, ya a nivel especialmente universitario me siento muy agradecida por haber tenido acceso a educación de muy buena calidad.
¿Me puede compartir cómo, a finales de los años 70, usted toma su mochila, decide visitar Centroamérica, hace una gira por varios países, con la situación en ese momento de violencia e inseguridad? ¿Por qué lo hizo? ¿Qué buscaba? ¿Qué aprendió?
Me encontraba superando la adolescencia, estaba a punto de entrar en la mayoría de edad y tenía ya una clara orientación hacia los temas políticos y sociales. Siempre he sido una consumidora compulsiva de noticias, tanto las que vienen de otras partes del mundo como las locales. En esa época no existía internet, los cables desde el exterior eran muy limitados y entonces me pasaba horas tratando de captar, por onda corta, en una radio pequeña que me habían regalado, las noticias que venían de otros países. Muy especialmente seguía por este medio el acontecer de Centroamérica, que en ese momento era caótico, crítico, porque prácticamente todos los países de la región estaban en guerra.
El poder conectarme, por ejemplo, con ciertas emisoras clandestinas que ofrecían una visión de la realidad diferente a la oficial de esos países despertó en mí el deseo de saber qué estaba pasando realmente. En esos lugares, la guerra no solo enfrentaba a los ejércitos, sino también a las guerrillas. Fue entonces cuando decidí irme de gira. Logré financiarme unos billetes de autobús por varios países, me escapé de papá y mamá y comencé mi viaje. A partir de ahí, otro bus y otro bus, y así fui recorriendo toda la región.
Fue una experiencia absolutamente aleccionadora. Cosas como, por ejemplo, sentir el peso de las luchas armadas cuando, llegando a San Salvador, nos tuvimos que recluir en la estación de autobuses porque había una ofensiva fuerte de la guerrilla, el FMLN en ese momento. O pasar por Honduras y ver algunos cuerpos colgados que el ejército colocaba en las calles para darles una lección a quienes quisieran rebelarse. O llegar a Guatemala e intentar convivir con las comunidades indígenas, pero no poder ingresar al Petén porque estaba tomado por el ejército.
Fueron momentos que me marcaron y, a partir de ahí, se asentaron mis convicciones de querer dedicarme a la función pública para poder proteger los escenarios de paz y estabilidad. Me resultaron mucho más contrastantes cuando pude compararlos con esos escenarios de guerra y violencia que vivía Centroamérica.
¿Y a la adolescente Laura Chinchilla le dio miedo vivir este tipo de situaciones, o lo hizo con todo y miedo?
Creo que tiendo a ser bastante temeraria, pero no es el resultado de la simple ignorancia. No puedo decir que no sabía lo que me iba a encontrar, aunque una cosa era escuchar las noticias y otra muy distinta era enfrentarlas. Recuerdo que en este viaje me solicitaron bajarme del bus para interrogarme en la frontera con Honduras. Fueron unos milicos, como se decía en ese momento. La razón fue que encontraron en mi mochila un libro de una autora francesa que mencionaba las palabras «marxismo» y «socialismo». Quizás eran las únicas palabras que esos pobres soldados habían aprendido a leer, soldados dedicados a la represión de un régimen militar. Seguramente creyeron que yo era una infiltrada o algo así.
Y ni aun en ese momento sentí un temor que me paralizara. No sé, era como si sintiera que algo me acompañaba y que todo iba a salir bien. Pero así he enfrentado muchas experiencias en mi vida, esto nunca me ha frenado. Muchas veces hago algo y después me doy cuenta de lo temeraria que fui. Tal vez con el tiempo me he hecho un poco más «canillera», pero una vez que la experiencia ha pasado, he sido bastante osada. Y creo que eso me ha permitido explorar vivencias que, de otra manera, no hubieran sucedido.
¿Quién fue don José Mario Rico Cueto para usted, con quien creó y compartió muchos logros, trabajo en equipo y formó una familia?
Fue fantástico y fui totalmente afortunada. Creo que son pocas las mujeres que logran tener una experiencia de vida tan plena e integral con su compañero como la que me correspondió a mí. Y justo en este momento me encontrás, en medio de todas las cosas complicadas que tengo por delante, terminando un estudio que me encargaron dos organismos internacionales sobre los temas de seguridad en América Latina. Cada vez que me pongo a trabajar en estos temas, de nuevo me obligó a repasar las cosas que hicimos juntos mi marido y yo. Aquí, precisamente, tengo este libro que publicamos juntos, Seguridad ciudadana en América Latina, usándolo como referencia.
En este momento él sigue estando presente en mí, porque no hay prácticamente nada importante en mi vida que no se explique por el apoyo y el estímulo que recibí de su parte, tanto en lo político como en lo personal. Habría sido mucho más difícil que yo siguiera una carrera de casi 25 años si él no hubiese estado desde el inicio ayudándome y compensando mis ausencias en el hogar, especialmente frente a nuestro hijo. Él hizo sacrificios para estar presente en su crianza, en lugar de hacerlo yo, por mis compromisos políticos.
Fue mi maestro en toda esta dedicación que tuve a los temas de seguridad ciudadana. Para cuando yo decidí interesarme en el tema, él ya había publicado y recorrido mucho camino, así que se convirtió en mi tutor, mi maestro, quien me fue enseñando y ayudando a avanzar. También fue mi asesor, aunque no estrictamente en lo político, porque la política no era lo suyo. Lo suyo eran las políticas públicas, y ahí me ayudó mucho en la toma de decisiones, particularmente cuando asumí la presidencia y el principal compromiso que hice con Costa Rica fue hacer algo por la seguridad ciudadana. Él estuvo ahí, ayudándome en esa materia.
Y finalmente, lo más hermoso: la oportunidad de ser madre de un chico espectacular, de un ser humano muy completo, que es nuestro hijo en común y que, por suerte, se le parece en lo esencial, que es su personalidad. Así que todo es hermoso cada vez que pienso y hablo de él.
¿Cómo enfrentar momentos difíciles, la vulnerabilidad que todos pasamos en diferentes situaciones de la vida y seguir adelante?
Me siento afortunada, primero, y muy agradecida con la vida por haber tenido la oportunidad de conocer y convivir con quien fue mi marido por bastantes años. Fueron casi treinta años juntos. Era un hombre que había vivido con una gran plenitud, que no guardaba ningún resentimiento con la vida, ningún complejo. Y cuando uno ha tenido la posibilidad de conocer a alguien así y de vivir con alguien así, cuando llega el momento de la despedida hay, obviamente, un dolor que no desaparece, pero también una reconciliación con el inevitable ciclo de la vida.
No fue alguien que partió muy tempranamente, cuando quizás no había podido desarrollar sus aspiraciones fundamentales. No fue alguien que desapareció como resultado de algo inesperado y trágico. La forma en que él se fue despidiendo de este mundo fue pausada, nos dio tiempo de prepararnos, de tratar de aprovechar al máximo esos últimos años, y así lo hicimos, y así lo vivimos.
Y, de nuevo insisto, fue un hombre que —estoy casi segura— no dejó nada por hacer. Así que, si bien el vacío estará ahí para siempre, lo tengo muy presente en todo lo que me rodea, en mi casa. Pero, lejos de lamentarme, sigo exaltando y recordando la gran oportunidad que tuve de vivir y conocerle.
¿Por qué quiso ser la primera mujer presidenta de Costa Rica? ¿Cómo lo hizo?
Lo mío no era tanto la política, aunque tengo una maestría en el tema. Cuando decidí no quedarme fuera del país, opté por regresar para servirle a mi país en el sector público. Muy pronto me di cuenta de que iba a ser muy difícil para mí escalar en una burocracia tan rígida e implementar algo innovador. Entonces busqué acortar el camino a través de la política y empecé a colaborar en una campaña electoral.
En Costa Rica la política se vivía con mucha intensidad, era un acto cívico. Desde niños participábamos en los censos, como fiscales de mesa en las escuelas, siempre movilizándonos en estos temas.
Decidí involucrarme. Mi marido, que también hacía su trabajo, me había hablado de la urgencia de plantear en Costa Rica un modelo alternativo en materia de seguridad. Porque, cada cuatro años, se nombraban nuevos policías sin formación, sin un proceso de reclutamiento serio. Entonces me involucré en la campaña electoral. Se ganó y me invitaron a participar en el gobierno. Yo me ofrecí para trabajar en seguridad pública, algo que sorprendió mucho al candidato de ese momento, porque no era el puesto más «sexy», y mucho menos para una mujer.
Fui viceministra durante dos años, luego me convertí en ministra y fui considerada la mejor ministra del gabinete. Esa experiencia lanzó mi carrera política sin que yo me lo hubiera propuesto, porque lo único que tenía era el deseo de implementar políticas públicas que permitieran construir una policía profesional en el país. Y así, sin planearlo, me convertí en presidenta.
Te diría que fue hacia el final de mi periodo como diputada en Costa Rica cuando empezaron a hablar de la posibilidad de que una mujer aspirara a la presidencia. Pero aun así, yo no recogía el «guante». No fue sino hasta que era vicepresidenta de Óscar Arias que se habló del tema. De hecho, cuando me lo propusieron, no estaba preparada en absoluto, ni siquiera lo había logrado conceptualizar. Pedí tiempo para pensarlo, lo analicé de arriba abajo, hablé con mi familia y, finalmente, acepté.
No llegué a esta decisión sino hasta el año 2008. Es decir, ya tenía una carrera pública de casi veinte años, y solo entonces dije: «Bueno, vamos a dar este paso».
¿Cuáles fueron sus sentimientos cuando ganó la presidencia? ¿Qué sintió?
Responsabilidad. Responsabilidad. Responsabilidad.
Porque, vaya, yo no era una novata en estos temas, en esas ligas. Me había tocado asesorar a presidentes como ministra, pedirles cuentas como diputada, sustituirlos temporalmente como vicepresidenta. Pero nunca había estado ahí. Aunque más o menos tenía una noción de lo que implicaba.
Ser presidenta es entender que habrá muchos momentos de soledad en los que nadie más podrá indicarte qué hacer. Uno vuelve la vista hacia arriba y ya no hay nadie más. Solo queda encomendarse, muchas veces, a Dios. Porque hay momentos en los que cualquier decisión que tomes implica pérdidas, ya sea políticamente o en términos de país. Además, me tocó gobernar en una época muy compleja. Así que, sí, fue un gran sentido de responsabilidad.
Por supuesto que hubo alegría. Alegría por haber culminado una campaña que fue ejemplar. Creo que fue la última—o de las últimas—que tuvo el país en donde no hubo polarización. Renuncié al uso de la campaña sucia, todo fue propositivo, y ganamos en los términos en los que yo quería ganar.
Pero, si te soy sincera, lo que más sentí fue ese gran peso de la responsabilidad. Me cayó de lleno en el momento en que el tribunal dijo: Este es el resultado.
Si tuviera que elegir el logro más importante de su gobierno, ¿cuál sería?
Yo mencionaría sobre todo dos. Hay otros, pero hay dos en particular: uno está ligado al principal compromiso que asumí, y el otro fue un logro inconsciente, pero con una trascendencia como ningún otro.
El primero al que me refiero es el de la seguridad. La campaña en la que presenté mi nombre estuvo marcada por una demanda de los ciudadanos costarricenses: más seguridad. No les interesaba nada más. No se hablaba ni de economía, ni de empleo, ni del costo de vida, ni de educación, ni de salud. Todo lo que preocupaba al costarricense era la seguridad. Estábamos en una crisis, y ese fue el compromiso principal con el que triunfé. La gente votó por mí, entre otras cosas, porque me vio como la candidata más preparada en ese tema. Y lo logramos.
Lo hicimos a pesar del ataque permanente de algunas personas que no nos dejaban gobernar. Y lo conseguimos. Ahí están las estadísticas: los homicidios bajaron un 30 %, los feminicidios un 50 %. Y lo más importante: la gente dejó de sentir que la seguridad debía ser su principal preocupación.
El segundo logro al que me refería es uno que nunca explicité, que no necesariamente me imaginé de esa manera y que, históricamente hablando, me parece de mayor trascendencia: haberme convertido en la primera mujer presidenta del país. No por el hecho en sí mismo, sino por lo que significó.
Voy a explicarlo con una anécdota. Mi campaña estuvo muy centrada en la niñez, porque veníamos con un programa que apostaba fuertemente por la prevención, por mejorar la educación, por la recreación y el deporte, por las redes de cuidado en la primera infancia, etcétera. Y, como era una campaña alegre, en positivo, sin ataques, llamó mucho la atención de los niños. Cuando entraba a las comunidades, quienes salían a recibirme eran los niños, más que los adultos. Eso hizo que terminara ganando las elecciones infantiles que organizamos en Costa Rica con más votos relativos que la elección de los adultos.
Después de ganar, visité varias escuelas y colegios para entrar en contacto con los niños, agradecerles y llevarles un mensaje esperanzador. Y cuando llegué a esos lugares, las profesoras y maestras me recibieron con algo que de verdad me conmovió: me dijeron que, al día siguiente de las elecciones, cuando los niños ingresaron a las escuelas, las niñas llegaron mayoritariamente diciendo que ellas también iban a ser presidentas del país.
Ese año, de hecho, más niñas se presentaron a competir por la presidencia de sus colegios y escuelas. Y entonces concluí que, sin haberlo planeado, había generado un cambio radical en toda una generación que, a partir de ese momento, vería con total normalidad que una mujer volviera a ser presidenta de Costa Rica.
¿Cuál es su vínculo con España y el Club de Madrid?
El Club de Madrid es una organización de alcance global que agrupa a líderes, particularmente expresidentes o ex primeros ministros, que han gobernado sus respectivos países en democracia. Es decir, lo que nos une es que somos líderes democráticos. Nos unimos bajo la sombrilla del Club de Madrid, que busca movilizar nuestro conocimiento, nuestra experiencia y nuestras influencias en términos positivos, con el propósito de apoyar diversas causas globales: desde el desarme, el cambio climático, la protección de la democracia y el Estado de derecho, hasta la defensa de los derechos humanos.
Tuve el honor de ser vicepresidenta de esa organización y sigo vinculada como miembro.
Y España… pues el vínculo fue con mi esposo. Él nació en España y luego obtuvo la nacionalidad canadiense. Mi hijo tiene ambas nacionalidades. Yo, en cambio, nunca tramité la canadiense, porque siempre me descuidé en ese proceso, pero un pedacito de mi corazón está allá.
Parte de las cenizas de mi esposo reposan en su tierra querida, su patria pequeña: Andalucía, especialmente Granada. Y tengo familia muy querida que vive allá, a la que visito siempre que puedo. Afortunadamente, mi trabajo me lleva a España una, dos, hasta tres veces al año. Muy bonito.
¿Cuáles cree usted que son los temas prioritarios en Latinoamérica en estos próximos años?
Para mí es inevitable, por mi formación y por estar muy cerca de movimientos que enfrentan regímenes dictatoriales —como la diáspora de venezolanos, nicaragüenses o incluso en Cuba— hablar de democracia, Estado de derecho y derechos humanos. En este momento son temas de una gran urgencia, porque están siendo abiertamente amenazados por una combinación de muchos factores, pero sin duda están siendo explotados por líderes o dirigentes inescrupulosos.
Precisamente utilizando los mecanismos que les da la democracia —como los procesos electorales— llegan al poder, pero una vez que lo alcanzan, hacen todo lo posible por minar los principios y valores que caracterizan a la democracia, generando enormes desbalances y, finalmente, destruyéndola para instaurar regímenes autoritarios.
Esto no es solo un fenómeno latinoamericano, es ya un fenómeno universal. Hasta las democracias más antiguas del mundo están experimentando un deterioro democrático. Y aunque parezca una lucha perdida—porque todos los días el mundo avanza hacia más autoritarismo y no hacia más democracia, como lo confirman todos los informes que se emiten al respecto—precisamente por eso siento la obligación de redoblar esfuerzos.
No está siendo fácil. Nunca antes había recibido los ataques que recibo ahora, muchas veces de manera masiva en redes sociales, provenientes de muchos de estos dirigentes autocráticos. Pero, como te decía, una de mis características siempre ha sido ser temeraria. Así que sigo adelante.
Siento que es mi obligación levantar la voz, impulsar acciones, acompañar a estas diásporas que están enfrentando a las dictaduras contemporáneas.
¿Qué mensaje nos quiere dejar doña Laura Chinchilla Miranda?
Esta entrevista tiene lugar en un contexto global abrumadoramente marcado por las malas noticias. Y me parece que, aunque hay días en que hasta nos cuesta abrir los ojos porque sabemos que lo primero que vamos a leer o escuchar será, posiblemente, algo negativo, esto debería animarnos a que, fundamentalmente, todos aquellos que creemos en la dignidad humana y en el valor de los derechos fundamentales nos unamos en los esfuerzos que aún pueden llevarse a cabo.
Primero, para levantar barreras que resistan los embates de estos dirigentes populistas. Y con esto quiero decir algo más: esos embates provienen de todo tipo de ideologías, tanto de izquierda como de derecha, y lo mismo ocurre en América Latina. Esto no tiene nada que ver con izquierdas o derechas, ni con estos plumajes ideológicos. Tiene que ver con los valores fundamentales del respeto a la dignidad humana.
Es un momento en el que debemos ser capaces, una vez más, de unir nuestras voces, de sumar esfuerzos y de actuar colectivamente para resistir estos embates. Y, ojalá, pronto empezar de nuevo a avanzar en la dirección correcta, hacia donde esperamos que la humanidad termine yendo: una humanidad mejor, que pueda encontrar mayores niveles de progreso en libertad y en democracia.