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Luz Sánchez-Mellado: «Soy buena, qué cojones. He tardado 58 años y 33 de carrera en el periodismo en atreverme a decirlo»

Luz Sánchez Mellado para Jot Down

Baja a buscarnos a la recepción. Aparece elegante, con clase y con un lenguaje y una sonrisa que la rejuvenecen todavía más. Hemos quedado en la redacción de El País. Aquí está su hábitat y acaso su vida. Aquí llegó con veinte años. Entonces era una niña. Hoy, con cincuenta y ocho, Luz Sánchez-Mellado (Alicante, 1966) es casi como una institución que, por fin, encuentra el momento de reivindicarse a sí misma: «Yo soy buena, qué cojones».

Pero esa es la ventaja de preguntar. De preguntar y de escuchar a los demás. Entonces pueden ocurrir cosas memorables, como que ella misma te diga lo que cobra o mantenga la tensión en una conversación tan larga en la que no teme que, por ahora, la inteligencia artificial pueda quitarle el puesto: «La IA no sabe ser imperfecta y yo sí», asegura.

Llevas más de treinta años entrevistando a personas. ¿Qué falta por aprender?

Casi todo. Depende del bicho que tengas enfrente. Cada entrevista depende del personaje. Yo los llamo bichos. Es una jerga del oficio. El bicho te dicta la faena. Por eso yo no hago cuestionarios previos, porque te los comes. Si llevas un cuestionario, no escuchas al personaje, no sientes su energía. No captas lo que te está pidiendo. Y eso se tarda en lograr. A lo sumo, llevo una especie de muleta por si me quedo en blanco. Pero depende mucho de lo que esa persona me dé. Por eso insisto en que cada entrevista es un nuevo reto.

Entiendo que la mejor ayuda es no molestar.

¿Al entrevistado? Bueno, depende del tipo de entrevista. Si es una entrevista de personalidad, en la que tú pretendes conocer a la persona que tienes enfrente, mejor dejar las preguntas incómodas para el final…

Te haré caso entonces.

Eso depende de lo que tú quieras. Te advierto que yo ya tengo cincuenta y ocho años. Tengo muy poco que perder y, a lo mejor, algo que ganar. Nunca es tarde ni pronto para según qué cosas.

Estás por encima del bien y del mal.

No. En absoluto. Suena presuntuoso o a postureo, pero cada vez que publico algo en El País me sigo diciendo a mí misma: «Ha colado». Te diría más. Cada semana me sorprendo de que siga publicando en este periódico. Todavía me sigue sorprendiendo estar donde estoy, vivir de esta profesión con dignidad.

Y con desahogo.

Desahogo, el justo. Tampoco vamos a decir lo que no es. He llegado pronto a muchas cosas y tarde a otras muchas, y una de ellas ha sido a la época dorada del periodismo desde el punto de vista económico. Me he comido todas las crisis, y las que me queden, de esta bendita profesión.

¿Qué es un buen sueldo en el periodismo?

No sé. Yo te puedo decir lo que yo cobro. Si es una pregunta al estilo de Broncano, no tengo ningún problema…

Como veas.

Unos tres mil cuatrocientos euros netos al mes, y llevo con contrato legal en El País desde febrero de 1992. O sea, treinta y tres años, que es la edad de Cristo.

¿Y con eso se vive bien?

Se vive dignamente. Con dos hijas a cargo, dos carreras universitarias y sin más ayuda que mi espalda y mi cabeza, no soy ninguna potentada. Pero no me quejo. Soy consciente de mi privilegio, el de haber empezado en esto en una época en la que se pagaban sueldos decentes. Pero también me pregunto qué es el privilegio, porque a mí nadie me ha regalado nada. No he tenido ningún familiar en la profesión. Soy la primera universitaria de la familia. Mi abuela era analfabeta y firmaba con el dedo. Con esto no me las doy de nada, pero esta realidad que describo es la mía, como la de cientos de miles de personas de este país.

Luz Sánchez Mellado para Jot Down

¿Qué estudian tus hijas?

Mi hija mayor es médico, o médica. Nunca sé si decir médico o médica porque he escuchado a alguna médica autodenominarse médico. No estoy muy de acuerdo con eso, pero puedo entenderlo. El caso es que mi hija está haciendo la residencia de anestesista en el mismo hospital en el que yo nací, en Alicante. Es un círculo bonito. Es como volver al lugar del crimen.

¿Y la otra?

La otra es fisioterapeuta. Acaba de terminar la carrera.

La salud.

Sí, y no sé por qué. Flipo absolutamente, porque yo tuve otro talante, una inclinación desde muy pequeña a contar lo que pasa. De niña me interesaba lo que le pasaba a Manolito Reig, un compañero del colegio que era gay, que jugaba con las chicas de la clase y los niños se reían de él porque jugaba con nosotras. Un día yo le salí a defender. Esa intolerancia a la injusticia y esa curiosidad me acompaña desde entonces, y esa vocación de contar lo que pasa alrededor ha sido mi forma de buscarme la vida.

Y por eso, a los cincuenta y ocho años, sigues preguntando.

El día que deje de preguntar, habré entregado la cuchara. No quiero que llegue ese día.

El periodismo no es saberlo todo, sino preguntarlo todo.

Muchas veces sueño que no he aprobado la carrera, que me han quedado cuatro asignaturas y que mi padre no lo sabe. Mi padre lleva dieciocho años muerto. Así que fíjate el tiempo que llevo soñando. Por eso creo que no sé nada y por eso sigo preguntando.

¿Y qué te resulta más difícil: escribir o preguntar?

Escribir, escribir…

Santiago Segurola decía que envidiaba a la gente a la que no le cuesta escribir.

Yo mataría para que no me costase escribir. Por eso me da rabia cuando me dicen que lo mío es escritura automática. Hay gente que me dice que me sale del tirón. Yo entonces les digo: «Me cago en tu puta madre». Cada columna me cuesta un parto. Sufro mucho. Hasta que no la entrego estoy con una ansiedad brutal. Y eso que solo hago una columna a la semana. Por eso envidio a cualquiera que escriba una columna diaria. Para mí esa gente es Dios.

¿Y a la gente le hacen falta tantas columnas?

Para nada. Ni aunque las escribiese el mejor escritor del mundo. Pero es que la columna es una golosina que, aunque sea amarga, la vas a buscar, porque te gusta, porque te inquieta, porque te espolea. Yo misma, yo siempre busco lo que ha hecho la competencia. Me gusta saber lo que han hecho los otros y sufro mucho, porque digo: «Qué buenos son los cabrones».

Pero también leo con mucho gusto a gente que no tiene el prestigio que se merece y que es muy buena, porque no es cuestión de estar en un gran sitio, es cuestión de llevarlo dentro. A escribir no se enseña. Eso no se compra ni se vende. Se tiene o no se tiene.

¿Tus artículos los podría hacer la inteligencia artificial?

Tu puta madre, con todo el respeto a tu madre…

O sea que no.

No. Ayer, jugando con un colega, le pedí que escribiese un artículo a mi manera sobre moda y otro sobre la menopausia. Salieron dos churros que me sonrojaron. Por una parte, dije: «Qué cabrón, ha cogido algún giro». Pero la IA no capta la belleza. La IA se olvida de que la singularidad está en el error. La IA no sabe ser imperfecta. La imperfección forma parte del encanto. Igual lo conseguirá algún día, pero ojalá yo no lo vea.

¿Ya estarás jubilada?

Jubilada puedo estar mañana. En El País han invitado a marcharse voluntariamente a una generación de periodistas magnífica. Yo ahora mismo soy una superveterana. Empecé siendo la nena y ahora soy la abuela, la señora. Soy de las pocas que ha estado toda mi vida profesional en el mismo sitio. Pero mañana esta empresa puede decir que soy prescindible.

¿Y no te seduce ser dueña de todo tu tiempo?

Me da un poco de vértigo, porque el trabajo arma. Sí me gustaría tener otro tipo de relación con el trabajo, menos ansiosa. Pero he entendido que esa es mi personalidad. Sé que la jubilación llegará y no será una tragedia. Creo que tengo recursos. Tengo una casa pagada, un adosado en Alcalá de Henares, y un colchón para pasar cinco años. O quizá ni eso. No lo sé del todo, porque todavía tengo una hija en casa.

¿La fisioterapeuta ha encontrado trabajo?

Está en un trabajo de media jornada y haciendo un máster. La fisioterapia se paga fatal, es un convenio cercano al sueldo mínimo. Con eso no se vive, ni se alquila un piso, ni te puedes ir de casa. Con esto no descubro la pólvora. Es lo que cuenta mi periódico todos los días, y no nos inventamos nada. Vivimos de la realidad, y en mi caso la desigualdad me pone mal cuerpo. Yo voy por la Gran Vía todas las semanas de cuatro a cinco, a la Cadena SER con Francino, y lo veo. Veo gente durmiendo en la calle al lado de la opulencia de los grandes hoteles.

¿Vas en metro?

Voy en taxi. Soy una señora, soy una burguesa, pero el taxi me lo pago yo. Y no voy en metro porque sufro mucho por ver la desigualdad, la somatizo. A mí me amarga el día ver a alguien pidiendo en el metro. Luego estoy todo el día pensando en esa persona que me ha pedido o que he visto durmiendo en la calle. Me duele físicamente. Me pongo mala. Soy cobarde, y entonces adopto la postura del avestruz. Meto la cabeza bajo tierra y me voy en taxi.

¿Siempre has sido así?

Siempre he tenido mucho amor propio. No autoestima, que es totalmente diferente. Pero amor propio sí. Mi padre me lo inculcó. Amor propio es mirarte al espejo y que no te dé vergüenza lo que ves. Te puede horrorizar, pero no darte vergüenza. Otra cosa es si hablamos de la autoestima. De eso reconozco que voy regular.
Quizá por ese complejo de pobre.

Pero ahora perteneces a la clase alta del periodismo.

¿Qué me estás contando? No, no, y cien mil veces no.

¿Manuel Jabois cobra mucho más que tú?

No sé lo que cobra mi compañero Jabois, pero se merece cada euro que cobra. No pongo en duda su sueldo ni el de la competencia. Soy de las que opinan que, si se lo dan, es porque lo genera. No tengo envidia ni celos de los que cobran más que yo, pero, por favor, no me compares con los presentadores de televisión, no me compares con los columnistas estrella de este y otros medios…, no digas que yo soy de la clase alta.

Me estás comparando con gente que cobra tres o cuatro veces más que yo, y ole por ellos. Aquí, en El País, ha habido personalidades que han cobrado cantidades obscenas de dinero por sus tribunas. Pero si se lo daban, era porque lo generaban. Lo que yo pongo en análisis es el suelo de los sueldos en el periodismo, no el techo. Todo el mundo debe cobrar un sueldo digno. Y en este periódico —por no hablar de la mayoría de los medios— hay gente que cobra sueldos absolutamente insuficientes. No solo los recién llegados, también con muchos años de antigüedad. Por eso yo reivindico el suelo para todos los periodistas. No el techo, pero…

¿Pero?

Insisto: desmiento que yo pertenezca a la clase alta del periodismo. En absoluto.

¿Te ha molestado la pregunta?

No me ha molestado. Al revés. Creo que es una buena oportunidad para dejarlo claro. Yo soy una clase media alta.

Estás en la radio, estás en la televisión.

Con esos extras puedo mantener a dos hijas, dos universitarias, tener un colchón e irme de vacaciones.

Luz Sánchez Mellado para Jot Down

¿Dónde te vas a ir de vacaciones?

Este año todavía no lo tengo claro. Pero hago un viaje con mis hijas y otro con las amigas, y lo que surja.

¿Alicante?

Para mí, ir a Alicante no es viajar, es volver a mi casa. Allí tenemos un pisito que compraron mis abuelos, emigrantes manchegos, en un barrio que antes era humilde y ahora es casi marginal. En Alicante está mi familia y siempre quiero volver.

Y el mar.

Lo echo mucho de menos. El mar me templa. Tengo la tensión muy baja. Cuando llego a Alicante me da como una pájara. Cuando voy en el coche, es pasar Almansa y se me riza el pelo, la piel se me pone mejor porque hay más humedad y me bajan las pulsaciones, que al final, para mí, es curativo. Por eso digo que el mar me templa y me hace falta. Hace que no voy desde Navidad y lo echo de menos.

¿De qué periodista has aprendido más en El País?

Yo aprendí mucho de Karmentxu Marín. Ella ha hecho la contra del periódico muchos años. Al principio me caía fatal. Pensaba que trabajaba poco. Solo hacía una entrevista a la semana. Tenía la mesa llena de libros. Además, me parecía estirada. Y ahora es posible que los jóvenes piensen lo mismo de mí. Pero he entendido que, para hacer una entrevista a la semana muy bien hecha, hacen falta muchos años. Lo que no quiere decir que alguien recién llegado no lo haga bien. Pero ahora veo el mérito de Karmentxu.

Más gente.

He aprendido mucho de Soledad Alameda, que murió y que curraba enfrente de mí. Solo escuchándola hablar por teléfono, sabía lo que había que preguntar y lo que no. Se preparaba las entrevistas como el que prepara un viaje. Porque una entrevista es un baile que tú le propones a otro, en el que puede haber pisotones. Pero si uno no quiere, dos no bailan. El otro te pone sus fronteras y tu misión consiste en sortearlas y que te abra puertas. Es verdad que hay toros que no se dejan torear. Tiras de truco y te salen. Pero una entrevista que llega al lector requiere la complicidad del otro.

Seguimos hablando de clásicos en El País.

He aprendido de mucha gente. He leído a Rosa Montero, he leído a Maruja Torres, a Lola Galán, a Enric González, a tantos… Para mí son compañeros, no dioses. A mí los tótems no me gustan, y cuando se conoce a la persona y se conoce al personaje, a veces no concuerdan.

A veces es mejor no conocer a los ídolos.

Si quieres que sigan siendo ídolos, sí. Pero a mí no me gustan los ídolos. Me gustan las personas. A mí me gusta el error, la grieta de esa persona. No hay hombres ni mujeres de una pieza. Por la grieta entra la luz. Esa frase la decía Leonard Cohen y estoy de acuerdo. Es una frase muy bonita y muy real. Somos nuestras grietas.

De todas las vidas se puede escribir un best seller.

Todo el mundo tiene una historia a cuestas. Esto no hace falta que lo diga yo. Mira la película Perfect Days, ese limpiador de los urinarios que hace lo mismo todos los días en Tokio y, sin embargo, la historia que tiene detrás. Todos tenemos una novela, una película, una serie y un reportaje a cuestas. Es mi experiencia.

Son treinta y tres años de contrato laboral.

Pero, en realidad, llevo más. Desde los veinte yo hago periodismo. Con diecinueve ya hice prácticas. Ya descubrí que el periodismo es muy amplio, que no solo es entrevistar a poderosos, hacer una portada o que te den un premio. Es contar a la gente lo que hace la gente, como decía Indro Montanelli.

Dicen que es la profesión más bonita del mundo.

No lo creo. Huyo de esas grandes frases. Esta es una profesión muy bonita, pero también muy cabrona, muy estresante. Por eso no me pidas a mí esas frases.

¿Los artículos ya los haces con el piloto automático?

¿Pero qué dices? Si me cuestan la vida. En las entrevistas no tanto. Pero en los artículos me exijo y me perdono a mí misma. Y ¿sabes lo que pasa? La gente ve la visibilidad de una contraportada, pero no lo que a veces cuesta llegar a ese personaje.

Y cuesta.

Pero a veces también disfrutas como una bestia. Yo lo sentí cuando entrevisté a Paca la Piraña, que creo que me dio una entrevista maravillosa. El titular era: «Elegí hipoteca para tener donde caerme muerta». Una mujer trans que tuvo que elegir entre operarse los genitales o meterse en una hipoteca, y eligió la hipoteca. Me abrió su vida. Que alguien se abra delante de ti es el mayor privilegio de esta profesión.

Ahora, tú te estás abriendo.

Bueno, siempre hay puertas que no abres nunca.

¿Leerás la entrevista?

Hombre, claro. Yo soy bastante egocéntrica, muy presumida. La leeré a solas y muerta de vergüenza. Las fotos también me interesan muchísimo, lo reconozco, porque la imagen importa. Claro que importa.

Mira, yo a veces también me hago la simpática. Detecto la impostura. Es una gran cualidad y una gran putada. Igual que detecto si alguien lleva puesto bótox. Y esa es una ventaja en esta profesión, en la que es una putada ver que alguien te la está colando. Yo tengo todas las puertas abiertas, y eso a veces te hace vulnerable aunque te cubras con siete corazas.

Luz Sánchez Mellado para Jot Down

Al final, vas a resultar vulnerable.

Yo empecé en el columnismo con Estereotipas. Mi jefe Gregorio Rodríguez, Goyo, me encargó hacer columnas cuando me iba de vacaciones. Al principio, yo le dije que no. Pero él no aceptó un no por respuesta. Entonces yo me dije a mí misma: «¿Por qué no? Si los demás pueden, ¿por qué no tú?». Aquellas columnas fueron un éxito, y una de ellas se tituló «Miss Prótesis», en la que hablaba de todas las armaduras —que pueden ser hasta tacones, hombreras…— y que nos ponemos para lidiar con la jungla que hay ahí fuera.

¿Y tú llevas muchas armaduras?

Bastantes. Pero cada vez menos. No me cuido nada. Llevo dos años pagando un gimnasio al que no voy y no dejo de pagarlo porque tengo la idea de que voy el lunes. Pero sé dónde están mis sobras, mis lorzas, mis todo. ¿Sabes lo que pasa? La menopausia es una mierda. Lo que digan las influencers es mentira. Envejecer es una puta mierda y ponerse bótox lo que genera es desigualdad.

Ahora parecer los años que tienes es de pobres. Y, si te lo puedes permitir y no usas bótox o ácido hialurónico, es porque no te atreves y eres cobarde. Y, mira por dónde, para eso yo sí soy cobarde. Sabes cómo entras, pero no cómo sales. Pero es que te diría más: quizás, si no hubiese sido tan cobarde, ahora sería de la clase alta del periodismo.

¿Y qué rechazaste?

Ascensos varios. Yo nunca he querido ser jefa. Soy redactora A, redactora full time. Hace veinticinco años, los que tiene mi hija, que no tengo un ascenso en el periódico. Cobro, como todos los compañeros, un treinta por ciento menos por los reajustes y las crisis. Por eso me entra la risa floja cuando dices que soy de la clase alta del periodismo.

¿Y a nivel de talento, de escritura, tampoco?

Sé que no soy mala. Sé que soy buena, cojones. Pero a veces me lo tengo que recordar a mí misma. Y sé que hay gente que busca mis artículos, y eso es un subidón. Pero no lo compensa el sueldo.

Pero te pagan por divertirte, en realidad.

Niego la mayor. Me pagan por escribir y, no pocas veces, escribir es sufrir. Lo que pasa es que el sufrimiento a veces es divertido. Pero, al final, esto es un trabajo. Es el trabajo que yo he elegido, sí. Por eso siempre digo que el trabajo es mucho más que dinero. Quizá hasta sea eso tan cursi de sentirse realizada. Te miras al espejo y dices: estoy haciendo algo con cierta trascendencia. Hay una frase que me dijo Tangana cuando empezaba: «Aspiro a la trascendencia». Y se me quedó grabada.

¿Y cómo fue?

Yo le entrevisté en su piso en el barrio de Quintana. Vi hasta sus calzoncillos debajo de la cama, la cocina llena de vasos sucios… Sin embargo, dentro de él había una ambición desmedida. Vi el fuego de ese tío que empezaba y que aspiraba a trascender, y me lo creí. Y, mira, hoy es una gran estrella internacional forrada de dinero. Puede parecer cursi, pero si alguien tararea una canción suya, eso es trascendencia. Y, en mi caso, que alguien que no te conoce de nada tenga un artículo mío recortado y lo guarde en un libro… creo que eso también es trascendencia.

¿Cómo arrancarías una entrevista con Pedro Sánchez?

Depende de cómo lo viera. Pero sí llevaría una muleta, y la primera pregunta probablemente sería: «¿Hasta cuándo vas a estar aquí, si por ti fuera?». Pero no lo sé. Hay que estar ahí. Esta que me haces es como una pregunta de examen.

Si no te gusta la impostura, no podrías ser la mujer de Pedro Sánchez.

Bueno, pero es que ni yo le gusto a él ni él me gusta a mí. Reconozco que es un tipo guapo, sí. Pero es que, a lo mejor, con su esposa no es impostado. Y quién sabe si yo podría estar con un impostor. Tampoco digo que Pedro Sánchez lo sea. Que ha cambiado de opinión miles de veces…, sí. Pero eso de estar con alguien, ¿quién dice que yo no podría estar con alguien de derechas?

Tú eres de izquierdas.

Yo soy de izquierdas. Yo no pretendo que todos seamos iguales, pero sí que todos podamos ser lo que queremos y que el origen no sea un problema para lograrlo. Quiero justicia social. Mi padre siempre decía: «Yo voto a los pobres». Mira, yo he vivido las primeras elecciones democráticas en este país, en 1978. Tenía once años. Mi padre era socialista y siempre decía que hay que votar a los pobres. Desde entonces, para mí, la izquierda significa justicia social e intolerancia a la desigualdad. Ante eso reconozco que soy intolerante.

Por eso no montas en metro.

No monto en metro porque puedo permitírmelo y me duele la desigualdad, sí. Y porque soy una cobarde que huye del sufrimiento. Pero te digo más. Yo fui a Marruecos. Estuve cinco días y lo pasé fatal. Estaba enferma de ver a gente dormir en la calle o mujeres mendigando con un bebé al lado de hotelazos de lujo. No valgo para ver esas cosas. Como te he dicho antes, prefiero la técnica del avestruz.

Uno ha de ser buena persona.

Aspiro a serlo y creo que lo soy. Soy buena persona con mis defectos, con mis mierdas. Pero sí, soy buena persona. No sé si es fácil convivir conmigo. Estoy divorciada. Tengo mis pedradas. Soy ciclotímica. Puedo tener un día bueno o estar melancólica e insoportable, para mí la primera.

¿Y cómo se soluciona?

No lo sé. Yo, de pequeña, lloraba porque pensaba que se iba a morir mi abuela, que seis meses al año los pasaba en nuestra casa y dormía en mi cama de al lado. La gran tragedia de mi vida ha sido la muerte de mis padres. Murieron muy jóvenes. Mi padre tenía sesenta y siete años y mi madre setenta y uno. Se los llevaron enfermedades muy rápidas. Yo me enteré de que mi padre se iba a morir el día que cumplí cuarenta años, porque le hice una pregunta a un vecino, que es médico, que nunca se la tenía que haber hecho. Ese día me hice vieja. Lo tengo escrito. Fue el día que supe que mi padre se iba a morir. Llevo dieciocho años de vieja.

El tiempo es el consuelo.

El tiempo domestica al tigre, pero cuando menos te lo esperas te arrea el zarpazo, y el zarpazo te duele. El otro día vi el carné de identidad de mi padre, que lo tiene mi hermano. Pero no solo eso, sino cuando pasas por un sitio y te acuerdas… El tigre nunca se amansa del todo.

Siempre te quedará la escritura.

Para mí, la escritura no es un consuelo.

¿Y cómo escribes?

Soy bastante de liturgias. Yo escribo con ruido alrededor, pero con cascos o con tapones. El silencio total tampoco me sirve. Soy incapaz de escribir en el móvil o de escribir a mano. Puedo hacerlo en un bar lleno de gente gritando.

De hecho, a veces me voy a un bar a escribir. No dependo del entorno. Admito que es un misterio, y te prometo que no es pose. Para mí, cada artículo es un milagro. Hay artículos que he escrito, que leo y me dan vergüenza, y me quiero meter debajo de la mesa. Cuando no me gustan los artículos, no los pongo en Twitter. A veces me llevo sorpresas y hay artículos vulgares que triunfan…

Luz Sánchez Mellado para Jot Down

Tienes 81 422 seguidores en Twitter.

Podía haber llegado a 100 000, pero desde que llegó Elon Musk a Twitter no subes ni un seguidor. Perdí hasta 2000. Con eso ya está dicho todo.

«Este no es un perfil profesional», dices en Twitter.

Eso lo puse el primer día, porque la gente decía: Luz, la periodista de El País. Y en mi Twitter no soy la periodista de El País: soy Luz Sánchez-Mellado.

Periodista, articulista y escritora Luz Sánchez-Mellado.

No tengo ni talento ni imaginación para escribir un libro. La última editorial que me ofreció la posibilidad me dijo que había realizado un estudio de mercado y estaban convencidos de que les iba a salir rentable. Pero no podría, porque no tengo ni talento ni disciplina ni imaginación.

¿Podrías pedir ayuda?

Pero entonces no sería mi libro. Escribir no se enseña en ningún taller de escritura. Se puede perfeccionar, se puede pulir, pero el pellizco y el error ni se enseñan ni se aprenden. Y veremos si lo logra la inteligencia artificial.

Se escribe como se habla, y así es como escribe el escritor que más me gusta: Fernando Aramburu.

Aramburu dejó de escribir en El País porque dijo que no tenía nada más que decir. Me pareció sublime. Dejó la columna de la contra de El País, que es una de las tribunas más deseadas, porque no se le ocurría un tema cada semana. A mí me pareció de una honestidad brutal, como dice Calamaro. Pero, a lo que íbamos: tú no puedes pedir a nadie que te ayude a escribir.

Yo no se lo he pedido nunca a nadie.

Por eso te digo. No puedo pedir ayuda a los colegas. Están como para ayudarme a mí. En esta profesión hay mucho ego. Todos tenemos el nuestro. Yo también lo tengo. Lo que pasa es que intento disimularlo.

Manuel Jabois escribe casi un libro cada semana.

No, hombre, no. Pero él sí tiene ese don de fabular. Yo no lo tengo. Igual, cuando me jubile y me aburra, me da por ponerme, y de todo lo que ha ido entrando en la Thermomix puede salir algo. Pero, de momento, no tengo ni tiempo ni talento ni imaginación.

Lo mejor es reconocerlo.

Estoy en una época en la que aprendo de los jóvenes. El otro día escuché a Henar Álvarez decir: «Yo soy buena, qué cojones», y me dije a mí misma: «Eso tú no lo has hecho nunca».

Hoy.

Sí. Soy buena, qué cojones. He tardo cincuenta y ocho años y treinta y tres de carrera en el periodismo en atreverme a decirlo. Y con vergüenza. Cuando lo lea me voy a cagar, porque me voy a decir: «Qué gilipollas eres».

Participas en El programa de Sonsoles. ¿Eso te da prestigio o te lo quita?

No me lo planteo. Quizá hasta me desprestigie. Al menos, para algunos. Pero el prestigio, como el amor propio o el coraje, lo lleva uno puesto y lo lleva una donde va. Yo soy responsable de lo que digo y de lo que hago, no de lo que ocurre a mi alrededor. El amor propio es personal e intransferible.

En cualquier lado se puede jugar bien.

Si te dejan. Si te dan cancha y minutos de juego. Y muchas veces, en la televisión, no hay ni segundos. Dicho de otra forma: el segundo es prohibitivo en la televisión.

Pero es que la tele no es mi medio. He aprendido a sobrevivir o a no morir. Ni la radio tampoco. Mi medio es la redacción. Yo vengo, aunque podría no venir, y si vengo es porque la redacción me alimenta, y me alimentan los colegas, y me alimenta el entorno y el menú del día, porque esta ha sido mi vida.

Podrías trabajar desde casa.

Sí, yo no tengo que fichar. Siendo honesta, podría hasta no venir. Creo que nadie me iba a preguntar dónde estoy. Pero a mí me gusta la redacción. Yo sufrí mucho en pandemia por no poder venir. Nunca había estado tanto tiempo seguido en mi casa. Yo oía las cañerías de mi casa. Nunca me había pasado. Yo he sido una madre ausente. Y eso, ahora, me pesa muchísimo. No sé si a mis colegas varones les pasa, pero a mí sí.

Pero también te digo que ya me empiezan a pesar los atascos, los desplazamientos. Una se cansa. Eso quizá no te lo dirá ningún columnista de la clase alta. Pero esa es la palabra: cansarse. Cansarse de la edad, cansarse de «esto ya me lo sé». Una también se cansa. Por eso viene bien irse al mar, echar de menos esto un poco, y volver a la tricotosa, que es como llamo al teclado. La gente que diga que todo lo ve con ojos de niños…, eso es mentira.

Ya casi nada se ve igual.

Puede ser. Pero todavía hay cosas que te hacen ilusión. El día que no tenga ganas de preguntar, me meto a escribir ese libro pendiente.

Luz Sánchez Mellado para Jot Down

¿Dónde será tu jubilación?

Joder, tú me quieres jubilar todo el rato… No tengo ni idea. Siempre he vivido en la provisionalidad. Siempre es siempre. Para mí es un mundo tener que llevar a arreglar el coche. Yo tengo el buzón lleno de cartas porque no lo abro, porque me da miedo que me llegue una orden de desahucio. Esto también lo escribí. Y me escribió el escritor Manuel Vilas para decirme que a él le pasaba lo mismo.

Muchos lo piensan y muchos lo viven, y yo lo digo. Y hasta pienso que esa es la clave de mi éxito: vivo el día. No tengo ni idea de cómo va a ser mi jubilación. No sé lo que voy a hacer este verano. No sé si me voy a ir la semana que viene de vacaciones. No sé nunca lo que va a pasar, porque depende de todas las cosas. Además, a mí me gusta la rutina. Llevo toda la vida así. Nunca he tenido las riendas de mi vida.

¿Y eso?

Mira, el otro día mi hija me dijo: «Mamá, siempre tomas las decisiones en función de otras personas», y creo que me define perfectamente esa frase. Eso no te lo dirá ningún columnista de esa llamada clase alta. Y cuando te decía lo de reivindicarme, lo he pensado mucho por esta entrevista.

Primero, pensé decirte que no. ¿Qué hago yo en Jot Down? Para mí es una cabecera de prestigio que he leído con gusto y placer. Y me preguntaba: ¿qué pinto yo ahí? Pero luego he pensado: «Qué cojones, ¿por qué no?». He escuchado a Henar Álvarez, con treinta años, decir que ella es muy buena. Yo tengo cincuenta y ocho, llevo treinta y ocho años en esto, algo habré hecho, ¿no?
Te estoy dando el mitin porque me lo estoy dando a mí misma.

Estoy aquí para escucharte.

Estoy un poco harta de esa falsa modestia, de esa cosa del «bueno, sí, algo habré hecho para estar aquí…». Pero es que es verdad. El 15 de mayo cumplo diez años con la columna de la contra de El País de los jueves. Empecé con el columnismo en 2012. Llevo treinta y ocho años siendo periodista, publicando en el que todavía creo que es el mejor periódico de España. Algo he tenido que hacer.

Trabajar en El País es como jugar en el Bernabéu.

Para mí, sí. Desde luego lo era cuando yo empecé. Mi sueño era publicar en El País Semanal, y allí he hecho portadas durante veinte años. Que me quiten lo bailao. Que me quiten lo escrito. Toda la vida.

Por eso esta entrevista también es como un legado.

Tú me quieres jubilar, tú me quieres matar… ¡y quiero que lo pongas!… No, hombre, esta entrevista es un regalo, pero no de jubilación. O sí. Pero tampoco sería ningún drama. El trabajo es importante, pero no lo es todo. Podría ser feliz con otras cosas. Lo que pasa es el vértigo que te decía. Yo no he sido corresponsal de guerra porque no he querido. Me da miedo: soy una cobarde.

¿Has vivido siempre en Madrid?

Sí, y viajo lo justo. No soy aventurera, para nada. Pero me gusta observar. Me gusta más la contemplación que la acción. Ver, contar, eso sí me gusta. Hace tiempo que no lo hago, porque una se va acomodando. Es lícito reconocerlo, y a lo mejor hasta me voy oxidando. Cada semana lucho para que ese óxido no me impida escribir con soltura.

También trato de seguir ahí. A veces, me tengo que pelear por personajes de entrevistas. Yo soy una currita fina desde el punto de vista gourmet, pero no económico, como ya te he dicho. ¿Eso te ha quedado claro?

Sí, sí, has insistido.

Bueno, es que me parece que la idea que se puede tener desde fuera dista mucho de la realidad.

¿Nunca te ofrecieron un aumento de sueldo?

¿Qué me estás contando? Lo pedí en su día, pero hay otras prioridades en esta casa, como sabe todo el mundo. Informé de mi situación a la nueva dirección. Se tomó nota y ya no espero nada. Pero no estoy quejándome. Estoy describiendo una situación. Como a mí, les pasa a otras personas.

El dinero nunca molesta.

Desde luego. Bueno, creo que ya he bromeado bastante. Ahora, hablando en serio, está bien desmitificar eso de la clase alta y todas esas cosas. Yo soy una currita con un sueldo digno. Quizá ahí también opera mi conciencia de pobre: ¿de qué te estás quejando si hay gente que cobra el sueldo mínimo? Sin ir más lejos, mi hija está cobrando el sueldo mínimo. Pero no es que me queje, yo describo una situación de desigualdad óptima.

Insisto: yo no me quejo de que otros cobren  más que yo, para nada. Me quejo de que desde fuera se pueda percibir que eso suceda conmigo. Y no es verdad. No soy clase alta del periodismo, para nada. Desde el punto de vista de la lectura ojalá tenga ese patrimonio. Sé que tengo mi público. Soy consciente. De hecho, me lo hace saber el público cariñoso y fiel.

¿Te llaman?

Me gusta leer los comentarios de los lectores en la web. He hecho el artículo de un torero que se ha retirado por un trastorno alimentario y que se titulaba «Las cornás del hambre». A mí me gusta meterme en charcos en los artículos. Y ese día yo sabía que me iban a dar por hablar de un torero, decir que tiene anorexia… Y, efectivamente, fue así. Pero es que a mí casi me gusta más un hater que un lover, porque el lover te adormece. Sin embargo, el hater te espolea. Lo que no tolero son las faltas de respeto.

Con esto quiero decir que tengo una parroquia fiel. Esa fidelidad me encanta, porque es como una comunidad, aunque me pongan a parir. Hay uno que se llama «Energúmeno», que es fiel y que siempre me pone a parir. Pero eso quiere decir que me lee. De hecho, un día le contesté: «Te echaba de menos, Ener», porque ese tío que te lee y te odia también es mi patrimonio…

¿Y le pones cara y ojos?

No, porque es un pseudónimo…

Le podías decir de quedar con él y quién sabe…

No sé, está el mercado muy mal. Así que no descarto esa opción…

Soltera y sin compromiso.

Me hace gracia porque cuando te buscas en Google para cualquier cosa… Yo me busco en Google como hace todo el mundo. Quien diga que no, miente. El caso es que yo, de vez en cuando, lo hago y lo primero que sale es «Luz Sánchez-Mellado joven» y «Luz Sánchez-Mellado pareja actual». Esas son las búsquedas más frecuentes.

¿Y cuál es tu pareja entonces?

No voy a decírtelo. Pero Google se hace sus cábalas, porque a través de los artículos queda claro que estuve casada, pues dice que estoy divorciada. Y, en efecto, estoy divorciada. Pero las parejas que he tenido no han salido en el radar, no han sido conocidas. Y con todo esto lo que te digo es que los odiadores que te demuestran fidelidad es porque te leen.

Y eso es lo que vale.

Sí, porque significa que hay alguien al otro lado. Yo no escribo para mí. Escribimos para el público. Debemos pensar en lo que le puede interesar. Te voy a contar que hace años hice un artículo: «Camilo y Camilín». Iba sobre Camilo Sesto y su hijo. Una persona que está mal y ha dado muestra de ello.

Yo había entrevistado a Camilo Sesto en su setenta cumpleaños. Entonces vi a ese hombre solo. Sus ojos me lo contaron todo. En ese artículo vi que había un paralelismo entre él y la soledad de su hijo. Y aquel artículo estuvo durante mucho tiempo como número uno. Y no te voy a engañar: cuando eres número uno yo me vengo muy arriba. Quien diga lo contrario, miente.

No soy gilipollas. Sé que estoy en el grupo de personas más leídas de El País. Eso te pone como una moto. Y mira que de esto no como. Pero a mi amor propio le viene bien. Y ya te dije que tengo mucho amor propio. Lo aprendí de mi padre.

Luz Sánchez Mellado para Jot Down

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16 Comentarios

  1. Papanatas

    Oye, Luz, El País, tu casa, hace mucho que dejó de ser ni siquiera un diario; es un panfleto que se dedica a seguir la doctrina gubernamental y dar la turra adoctrinándonos sobre todo en la vida, como un cura que hace mucho que su tiempo pasó. Sigue con la turra woke y no se da cuenta que la gente no sólo ya no se la cree por falsa, sino que la detesta por liberticida y ciega.

    Tener a Henar Álvarez como alguien mínimamente admirable dice mucho de lo perdida que está usted. Por otro lado, le diría que, por lo menos, le reconozco que su miedo le salva de hacer el ridículo poniéndose bótox. No se confunda, el bótox y demás tratamientos plastificadores y uniformadores están al alcance de cualquiera y nada da más clase que saber envejecer con elegancia y sin trampas. Y aquí engordaré su ego diciéndole que lo está haciendo muy bien, sin duda ha sido hermosa y lo sigue siendo.

    No soy ningún energúmeno.

  2. Maestro Ciruela

    «Joder, tú me quieres jubilar todo el rato…» ¡Ja, ja, ja! Me lo he pasado bien leyendo la entrevista a esta señora que en mi percepción es una armoniosa mezcla física entre Mercedes Sampietro y Fanny Ardant. Es curioso que viendo sus estupendas fotos y mientras leía el texto, no podía sacarme de la cabeza el precioso tema «Dices que soy» de las insignes Vainica Doble. Por algún motivo, encontraba que esa canción le sentaba como un guante a esta dama. Si lee esto y quiere buscarla en You Tube en el caso de que la desconozca…

    • Dices que soy y Habanera del primer amor, ambas de Vainica Doble, son dos de las mejores canciones que jamás se han compuesto en España, ¡qué cojones!

  3. guajavito

    El mar es curativo que cojones. Gracias.

  4. «Soy una señora, soy una burguesa, pero el taxi me lo pago yo. Y no voy en metro porque sufro mucho por ver la desigualdad, la somatizo.»
    Una buena frase para definir a toda una generación de políticos, periodistas y predicadores de la virtud de diversa procedencia. Por suerte para todos, cada vez son menos ya.

  5. Viajar en taxi y no en metro para no tener que somatizar lo del ecuatoriano vendiendo chupa-chups. La excusa me ha sonado más a una «Pitita» o un «Pocholo» del barrio de Salamanca que a un faro de las izquierdas. Que además, el metro de Madrid precisamente no está tan mal. Uno ha toreado en plazas mucho peores. ¿Coge autobuses o ahí también somatiza?

    Henar Álvarez como inspiración, también nivelazo.

    Pero dice mucho tacos; es muy moderna y cool. Cojones.

    • El problema no es que viaje en taxi (con su dinero tiene derecho a hacer lo que quiera) si no que gente como ella se cree con la autoridad moral para decirle al que sí va en metro cómo tiene que vivir y qué tiene que pensar. Y al que no acepte sus postulados se le llama lo que todos sabemos. Hipocresía y cinismo para dar y tomar.

      • Ataúlfo Llàdor

        De verdad…
        Como si Madrid fuera Calcuta o Lagos y la miseria estuviera literalmente a la vista.
        Lo que fastidia del metro no es ver la pobreza (que en Madrid es muy poco visible) sino verte formar parte de la clase media más media del mundo. Porque todos somos guays y superiores y no queremos formar parte de esa mediocridad que nos rodea en el metro (y cuyos integrantes dirán lo mismo de nosotros, por muy estupendos que nos creamos).
        Es que el metro a diario le baja a uno mucho los humos. Es un baño de realidad (que no de pobreza y miseria…).
        Eso sí, que no falte acreditar la pureza de sangre, con los orígenes más humildes del universo, por supuesto, porque ella lo vale.

  6. Joan Ferrer

    Por su culpa, he dejado de culpabilizarme de empezar a leer los periódicos por detrás.
    Y, sin conocerla, imaginé que tendría una edad parecida a las gentes que entrevista -y a las que desde el artículo, da un empujon a su carrera, con toda seguridad-.

  7. Blueberry

    Cada vez que dice ¡cojones! suena más impostada todavía que el tal Sánchez.
    ¡Qué espanto de tía!

  8. María José Furió Sancho

    Me gustaban sus intervenciones en la radio, preguntas interesantes de periodista que se documenta antes de abrir la boca.

  9. Ramón Bajo

    Luz, si fuera un joven periodista y aterrizara en una redacción de un gran medio sería un regalo encontrar a una compañera como tu. Esta entrevista son unos fogonazos de una mujer con una sensibilidad 360°, esté donde esté, vaya donde vaya; y que vierte ante la pantalla en blanco el caudal latente con el formato adecuado para reconstituir las impresiones frescas como lirios recién cortados.

    Coger taxis en vez metros y no ver a personas tiznadas por la penuria económica no es cobardía, es ser sensible y sentirse concernido por el sufrimiento de las desigualdades sociales hasta el punto de sufrir la propia responsabilidad. Llevo un tiempo abriendo el buzón con miedo a encontrar la demanda de desahucio y otras penurias del estilo; el terror económico.
    Mi edad es cercana a la tuya, pero volviendo a la idea de trabajar cerca de tí, sería una delicia y un estimulo.
    ¡Chapeau!

  10. Jair De Blas

    No sé qué, liberticida. No sé qué, güoque. No sé qué, Sánchez. Ojalá se pudieran filtrar los comentarios de trolecitos fachapobres.

  11. Solo la sigo en X, pero estas respuestas tienen más de linterna (buena) que de simple led… curiosamente parece estar poco mellada, después de sufrir la compañía profesional de tanto colmillo periodístico!!!

  12. Abruptus

    Buenísima entrevista, no quería que se terminara, y eso que no conocía de nada a ésta señora. Chapó por el entrevistador y por ella.

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