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Silvia Querini: «Una de las leyes fundamentales del mundo de la edición es la discreción»

Silvia Querini para Jot Down 0

Silvia Querini (Turín, 1955), directora literaria de Lumen desde que hace ya más de diez años sustituyera a Milena Busquets, lleva trabajando en el mundo de la edición desde principios de los ochenta. Ahí es nada. Desde aquellos primeros años —comenzó en la ya desaparecida y mítica editorial Bruguera— ha llovido, como suele decirse, bastante, cuatro Premios Nobel incluidos; tanto como para que una charla con esta italiana de raza pueda convertirse en toda una conferencia sobre el mundo del libro y la edición. 

La primera pregunta que te hago es para que te luzcas: ¿qué es ser un editor?

Resumiendo mucho, un editor es un gestor de talentos. Me importa subrayar la palabra gestión, pues un sello editorial que no pueda defenderse desde el punto de vista económico, tarde o temprano tendrá que cerrar sus puertas. En cuanto a los talentos, haberlos haylos… Lo que hay es que encontrarlos. Por lo tanto, habrá que arremangarse, ponerse a trabajar, encontrar ese texto que se ajusta al perfil de nuestra editorial y luego gobernarlo para que sea rentable. Se dice pronto.

¿Y el agente literario, qué papel desempeña?

El agente literario es un intermediario entre el autor y el editor. Con el agente suelen tratarse las cuestiones económicas del contrato y es bueno que así sea porque muy a menudo el autor no tiene la perspectiva necesaria para enmarcar su texto dentro del mercado. Con los autores lo mejor es hablar de palabras, de personajes que nacen y mueren, de comas y puntos que se escapan y vuelven…

¿Por qué eres editora, cómo acabas aquí? «Por amor», te he leído en alguna ocasión, en relación con cómo acabas en España. Cuéntanos. ¿Te acuerdas de cuándo y cómo te decides a dedicarte a esto?

Fui a Londres cuando tenía dieciséis años para participar en un workshop sobre Virginia Woolf, sin sospechar, por cierto, que muchos años más tarde me convertiría en la editora en castellano de esta espléndida autora. Fue allí donde me encontré con el hombre que más tarde me llevaría a Barcelona, donde aún sigo.

La familia de mi padre se ocupa de restauración artística: crecí entre telas y frescos, y decidí que cuando fuera mayor me dedicaría a la restauración de manuscritos… y trabajo no me falta. Mi abuelo materno era zapatero, creaba sus propios modelos, y recuerdo su placer al manosear el cuero virgen y su entusiasmo a la hora de convertir ese pedazo de piel en un zapato. Me siento muy identificada con esa imagen. Cuando me entregan un libro, me gusta tocarlo, olerlo.

Sobre tu trayectoria: empiezas en Bruguera.

Empecé en Bruguera, sí. Me ocupaba del tema de las traducciones. Luego me hice cargo de una colección espléndida que se llamaba Narradores de Hoy. Ahí publicamos a grandes autores entre ellos Grabriel García Márquez, Boris Vian, Nathanael West… nombres que aún forman parte de mi catálogo mental, por así decir. Y también me ocupaba de Libro Amigo; era la colección de bolsillo de Bruguera. Le tengo un cariño muy especial. Incluso tengo en casa ejemplares cogidos con goma de pollo; trabajábamos con una cola tan mala que los libros se cuarteaban en seguida, las hojas iban sueltas. He de decir que soy una fan de la goma de pollo; me río porque mis colegas cuando me ven con la goma en la muñeca ya saben que estoy con un manuscrito: «Huy, la Querini lleva goma de pollo, eso es que está trabajando en algo».

Cuando Bruguera cerró, al cabo de unos veinte días, entré a formar parte de ediciones B, que no existía, tuvimos que crearla nosotros. Ahí viví mi primer Premio Nobel, Nadine Gordimer; la colección se llamaba Tiempos Modernos. Luego llegó otro, Toni Morrison. Después de trece años en Ediciones B me trasladé al grupo que entonces era Random House Mondadori. Y a los dos años ya me hice cargo de Lumen. Llevo como doce años aquí, de momento ya llevamos dos Premios Nobel más: Doris Lessing y Alice Munro. La verdad es que lo estoy viviendo de una manera muy intensa. Procuro trabajar de la mejor manera posible, añadiendo al catálogo nombres que me gustaría se recordaran al cabo de muchos años. Pero, repito, sin olvidar nunca lo que te contaba sobre la importancia del editor como gestor.

¿Se aprende de los fracasos? Estoy pensando en cuando se vino abajo Bruguera; tú estabas allí.

Sí. Yo era muy joven cuando pasó. Solo pasé allí tres años. Pillé lo peor, para entendernos. Tenía veintisiete años cuando quebró; hay imágenes que se quedan ahí: recuerdo la mañana en que entré en la editorial y ya había ocurrido todo; quise entrar en mi despacho y no pude, estaba sellado. A través del cristal vi el cactus, me emocioné. «Se va a morir», me dije. Se quedó ahí, con los manuscritos. No me dejaron coger nada.

Fue un punto de inflexión: «Nunca más», como en la película —Lo que el viento se llevó.

Silvia Querini para Jot Down 1

Cambiando totalmente de tema, Silvia, ¿es necesario tener una presencia en las redes sociales para triunfar como escritor?

Para triunfar como autor hay que escribir bien, y luego publicar en el momento adecuado y en el sello adecuado. Las redes son un instrumento de comunicación pero no hacen milagros, eso hay que tenerlo claro. Estas mismas redes sirven al editor para comunicar directamente con su público final, con los lectores a los que se dirige, e informarles de que un título y un autor existen. Luego el lector potencial decidirá si comprar o no.

Has dicho en alguna ocasión que se escribe más de lo que se lee.

Estoy convencida de que en este país se escribe más de lo que se lee, lo cual es tanto como decir que se escribe sin haber leído. La escritura es un ejercicio dificilísimo, y la buena escritura necesita predisposición y una base importante de lecturas donde asentarse. Lo importante no es tanto lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Para entendernos: la diferencia entre un culebrón de sobremesa y Madame Bovary está en el genio de Flaubert, en cómo nos cuenta esa historia.

Decía Augusto Monterroso en su famoso decálogo del escritor: «Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre».

Escribir es absolutamente lícito. Pretender que todo lo escrito se publique es otro cantar.

¿Existe la literatura femenina?

Existe la sensibilidad femenina a la hora de enfrentarse al mundo, a la vida, pero esa sensibilidad no está necesariamente asociada al sexo de quien escribe: Alice Munro y David Grossman, por ejemplo, escriben desde una sensibilidad femenina que cuida de los detalles, que perfila las emociones escondidas a veces debajo del hule de un mantel. La sensibilidad femenina es también más misericordiosa con la imperfección humana. Eso no necesariamente garantiza la calidad de un texto, pero lo define.

El otro día, charlando con Marta Ramoneda, librera de La Central, me hablaba del mercado del sector del libro como una pirámide invertida. En la base está la gente que más lee: es un grupo muy exigente, muy preparado. Luego se va abriendo. ¿Cómo lo ves tú?

Solo puedo decir que en España la base es muy estrecha. Son pocos los lectores «fuertes» (los que compran más de un libro al mes), y el resto de la pirámide es como un queso gruyère: lleno de huecos donde caben más fórmulas de ocio inteligente que no son la lectura. Si de muestra sirve un botón, las mejores series de televisión (estoy pensando en productos como Breaking Bad o Masters of Sex) están ocupando un espacio de ocio que antes posiblemente se dedicaba a la lectura.

Vivimos en un país donde todavía hay lecturas obligatorias, y, en cambio, no hay Breaking bad obligatorio, no hay fútbol obligatorio. Cuando consigamos que la lectura no esté atada al deber, sino que esté atada al placer, habremos ganado todos muchísimos puntos.

Cuando converso con mis colegas con un par de copas de Rioja de más, en plan distendido, les digo: «Tendríamos que prohibir la lectura». Por aquello de convertirlo en un objeto de deseo.

Silvia Querini para Jot Down 2

¿Y cómo es esto que dices de que el libro ha de venderse enseguida, las dos primeras semanas, que de otro modo se convierte en un cadáver?

Justamente porque hay tantas ofertas en el mercado. El libro que no camina en ventas a la velocidad adecuada y no suponga una rentabilidad para el librero, al cabo de diez o quince días toma el camino de las estanterías, donde se convierte en un lomo, y al cabo de muy poco en un cadáver en un almacén. Y es porque hay mucha oferta y muy buena, en general. Y la base de la pirámide, decíamos, es muy pequeña.

¿Por qué se edita tanto, entonces? ¿Estamos ante otra burbuja?

Porque la idea es que hay que mantener una presencia en el mercado. Es decir, yo podría publicar, en vez de los cuarenta títulos que estoy publicando en Lumen, diez. Pero si publico diez significa que mis posibilidades de que uno de estos diez libros se convierta en un longseller, que es el sueño de un editor, el verdadero sueño es este, no el best seller, se van a reducir. Para que nos entendamos: El nombre de la rosa sigue aportando un beneficio a Lumen, y ya se han cumplido los treinta años de su publicación. Las posibilidades, entonces, si son solo diez, decía, se reducen considerablemente con respecto a esos cuarenta que lanzo ahora al mercado.

Con pocos libros en el mercado, además, se va como difuminando, se pierde la idea de colección, de sello. Y esto también es muy grave. Porque el problema es que no siempre aciertas. Todo editor que se precie sabe que habla desde la altura de sus errores o de esperanzas fallidas. Las posibilidades de que un libro se convierta en un longseller son muy pocas. Y te digo más; a menudo eso no depende del libro en sí, sino de una serie de circunstancias que hacen que ese título se convierta en algo sexy, apetecible para esa inmensa minoría de gente que lee.

¿Cuál es la fórmula del éxito?

Mi experiencia me dice que un texto mediocre puede convertirse en un bestseller por circunstancias aleatorias, como puede ser que se estrene una película que esté basada en el libro en cuestión, por ejemplo. Es la calidad del texto acompañada de estos otros factores ajenos lo que hace que el libro se convierta en un longseller.

Para ilustrar esto que te digo: hace cinco años publiqué La ladrona de libros. Vendimos mucho. Ahora, gracias a la película del año pasado, ese libro, cuya calidad de escritura es innegable , ha vuelto a ser un best seller y va camino de convertirse en longseller.

¿Qué importancia tiene la portada del libro para que se venda bien?

Es fundamental. Sobre todo si el autor o autora del texto no son conocidos. Quiero decir que es mucho más importante, hay que prestarle mucho más cuidado, a la portada de una primera novela, primer libro, primer ensayo, que no a la portada de, qué sé yo, un Umberto Eco. A Umberto Eco lo conoce todo el mundo, lo comprarán. Luego tal vez piensen «Uff, qué portada más mala», pero ya lo han comprado. Ahora bien, un autor desconocido tiene que ir acompañado de una cubierta que, sin traicionar el contenido, sea realmente vistosa. No estoy hablando de vestir nuestras cubiertas «de luces», sino de lanzar un guiño de complicidad a nuestro público potencial.

Tiene que ser un diseño honesto.

Sí. Tiene que ser un diseño que ponga en valor gráficamente todo lo que el libro te va a ofrecer. De alguna manera la cubierta es un destilado del contenido y al mismo tiempo una puesta en valor de ese contenido.

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Al hilo de esto que me estás contando, Rosa Montero se quejó públicamente de que su nombre apareciera en la portada de un libro que no había escrito ella. Te lo pregunto porque apenas he leído declaraciones tuyas sobre este tema. ¿Qué pasó?

Creo que una de las leyes fundamentales del mundo de la edición es la discreción, y no voy a quebrarla.

Participas en un par de másteres de edición.

Sí. Me encanta enseñar. Uno es en la Pompeu y otro en el Ateneo de Barcelona. La idea es enseñar el oficio. Tengo un breve decálogo del editor;  el primer punto incide en esto que decía al principio: una editorial es también y sobre todo un negocio. Porque si no hay negocio no hay editorial. La independencia del editor a la hora de elegir los títulos está relacionada de una manera muy directa con la rentabilidad que has dado hasta ahora. Así puedes puedes decir: «Compro a Alice Munro». Aunque esté vendiendo poco. Alice Munro es Lumen. Si tú no tienes una rentabilidad que te avala, los peros son muchos. Si tienes credibilidad, puedes tomar este tipo de decisiones.

¿Hacia dónde va el sector? ¿Estás preocupada?

El mercado del lector fuerte es cada vez más exigente. Hace falta que nosotros podamos cumplir con todos los requisitos que nos pide ese mercado. Para que te hagas una idea, yo he recibido quejas infinitas de un lector que se lamentaba de una frase de una traducción que estaba mal. Tenemos que estar cuidando hasta el último detalle para un público que es el que es, y que además en este momento no crece, es constante. Compra, pero con cuentagotas.

No veo que la mancha se ensanche de una manera sostenida. Vamos a conseguir ensanchar esa mancha si escalamos la pirámide y entramos en la parte superior, la que te decía que está llena de agujeros. Si conseguimos llenar esos agujeros con la idea de placer realmente podremos trabajar más tranquilos y mejor. Tendremos más libertad para buscar y permitirnos algún «lujo» que no esté directamente relacionado con las cuentas económicas. Para eso, tenemos que encontrar esa fórmula que coloque la lectura —en cualquier soporte— del lado del placer.

¿Por qué se tergiversan los datos sobre las ventas? Leíamos en El país, al concluir la Feria del libro de Madrid, que las ventas de libros habían subido respecto del año pasado un 5%. Hablando con Santiago Palacios, librero al que hemos entrevistado en esta casa, decía que esto no es así, que todo el mundo con el que había hablado se quejaba de una caída de las ventas en torno al 10/15% respecto al año anterior. Esto mismo me lo ha dicho más gente del mundo del libro. ¿Qué pasa aquí? ¿Por qué mentimos?

Porque de vez en cuando la gente necesita buenas noticias, se me ocurre. El hecho de decir que se lee más hace que la gente tenga más ganas de leer.

También depende… ¿Sabes qué pasa? Yo noto que estos nuevos instrumentos que tenemos entre manos, a los que nos estamos acostumbrando, hacen que nuestra capacidad de concentración mengüe. Esa fórmula del castellano, que es preciosa y que no tienen otros idiomas, ese «prestar atención», se convierte en algo complicado. En español la gente puede prestar —que no «dar», fíjate— atención. En inglés la pagan, «pay attention»; en italiano la hacemos, «facciamo attenzione». Para que la gente nos preste su atención creo que necesitamos, y ahí enlazo con la idea del placer, buscar un modelo de oferta que se acerque a lo que la gente tiene en Facebook, en Twitter, etc. Y eso sin banalizar los contenidos. Todo un reto.

No hace mucho se ha publicado un cómic de En busca del tiempo perdido.

No estoy hablando de eso. O no solo de eso, que puede ser uno de los modelos de adaptación de Ana Karenina. Hablo de modelos que respeten la esencia de Ana Karenina, adaptarlo a los nuevos modelos que usa el público final. ¿Cómo? Pues ahí estamos, dándole vueltas. Te digo que es algo que nos ocupa ahora mismo mucho tiempo. No solo dentro del despacho y en reuniones formales. Nos encontramos cinco editores en Frankfurt, uno de Dinamarca, otro de Holanda, otro francés y otro español, y hablamos de esto. Porque realmente por ahí puede andar ese traspaso del deber al placer. Sin banalizar. Fundamental esto.

Silvia Querini para Jot Down 4

Al hilo del hacia dónde vamos, te quería pedir también que nos explicaras cuál es tu postura acerca del precio fijo del libro.

Creo en el precio fijo porque esa es la manera de que no se «evaporen» las librerías pequeñas, que no pueden pedir grandes descuentos a los distribuidores. He visto morir tantos lugares hermosos donde se vendían libros en Londres y Nueva York… No quiero que eso pase aquí.

Una de las cosas que más me ha gustado de las que he leído sobre ti es cómo te empeñaste en sacar libros con una tipografía más grande para que la gente mayor pudiera disfrutar de la lectura. Eso ahora está resuelto, en cierta manera al menos, con los lectores de libros electrónicos.

Hay que poner las cosas fáciles a la gente para que lea. Que sea cómodo. Hay personas que ya tienen una cierta edad, y todavía no tienen, en su mayoría, la costumbre de leer en ebook y demás, donde sí se puede cambiar el tipo de letra. Por tanto, hay que ayudarles para que la lectura sea una experiencia agradable. Si les cuesta no lo harán.

En una época de mi vida estuve colaborando con la ONCE. Justo para encontrar el tipo de papel, el tipo de tinta, el formato de letra más adecuado para que la lectura fuera grata. Sin que el libro pareciera un instrumento, que fuera más medicina que un libro como los que podemos encontrar en librerías. Y me inventé una colección: la colección XL.

A la gente de sesenta años, además, volviendo a esto que decíamos sobre lo sencillo que es cambiar el tamaño de la fuente en los libros digitales, le suele gustar tocar lo que leen.

¿No te parece, y esto te lo pregunto como lectora, que no es lo mismo un ebook que un libro, que es una experiencia diferente?

Totalmente. Yo además es que los huelo. Es la misma relación que mi abuelo, que era zapatero, tenía con sus zapatos. Es lo primero que hago cuando me traen un libro a mi despacho: abrirlo y olerlo. Este olor para mí es un afrodisíaco.

Esto mismo no se puede hacer con un ebook. Lo mismo es lo que frena su avance, que se ha estancado en EE. UU. Aquí apenas supone cuota de mercado aún.

En Estados Unidos se ha estancado la venta de libros electrónicos, sí. Por lo tanto, lo que veíamos antes como «el futuro» ahora no está tan claro. Es una experiencia de lectura diferente. Yo, por la edad que tengo, y por la experiencia, disfruto de una manera especial de todo lo que es el libro. Del contenido, del continente, del hecho de tocarlo. Puedo decirte que en la última feria en la que participé vi que mis colegas estaban haciendo lo que podían y más, muy bien, para convertir el libro en un objeto. La calidad de los materiales que se utilizan en las sobrecubiertas, por ejemplo, ha mejorado muchísimo. Y es porque, de alguna manera, se le añade así un plus, un placer táctil a la hora de disfrutar de esa novela o de ese ensayo. Así que confío en lo digital, pero no me enamoro.

En todo caso, no me parece que sea un futuro para todos los géneros. Es decir, que tal vez un libro universitario, un manual, un ensayo determinado, o un libro de autoayuda, puede ser espléndido el trabajarlo en soporte digital. Pero quizá cabe que el Ulises de Joyce la gente lo siga disfrutando más en papel.

No sé si a ti te pasa: yo cuando leo quiero notar el peso de lo leído con respecto a lo no leído.

Hay algún estudio sobre esto. La capacidad de concentración no es la misma, tampoco.

La concentración que exigen algunos textos, no porque sean difíciles, sino porque hay que paladearlos poquito a poco, mejora con un libro en papel. Hay libros que te piden lápiz, por así decir, que puedas tocarlo, anotarlo. Pero eso no dejan de ser opiniones de una vecchia signora… Supongo que las nuevas generaciones serán capaces de leer a Proust y lo que haga falta en soporte electrónico: lo importante es que coloquen esta experiencia del lado del placer.

Y cuando es un libro grande notar el peso.

Exacto. Cambia. Esa idea también de guardar las cosas en una nube… No acabo de fiarme.

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Me decía un amigo fotógrafo: «Guarda las fotos que te gusten en papel, que es lo que perdura». Me enseñaba un disquete, un dispositivo que ya no leen los ordenadores que tenemos.

Perdí mi móvil hace poco y con él se fueron las fotos que guardaba…

En relación con esto que dices sobre que se edita mejor que nunca, ¿tenemos dinero para gastar en libros, en libros que no es que sean caros —porque cuestan mucho al editor, son caros de producir—, sino que valen un precio que no pueden pagar muchos bolsillos?

Mis colegas se consuelan así: «Es esta crisis». Vuelvo al punto donde estábamos antes: sé que ha habido colas en Barcelona, en Madrid, en las principales ciudades, para comprar el último iPhone 6, que vale 999 euros. Sé que un buen libro en tapa dura vale la mitad que una cena mediocre que cualquiera de los restaurantes de las ciudades europeas. Y los restaurantes tienen gente. Quiero decir que no es tanto una cuestión de que el libro valga un euro más o un euro menos, sino que lo que está allí sea sexy, que la gente lo quiera comprar. Cuando alguien quiere algo, lo compra. Hablo por supuesto de Occidente. En zonas deprimidas no hay iPhone 6 ni de comer. En Occidente, para entendernos, no se trata tanto de abaratar el precio del libro. Se trata de que sea deseable el objeto.

Ahora lo que sí parece, o lo vemos más por las redes sociales, es que el editor se relaciona más con la gente, hace más de relaciones públicas de la editorial.

El año pasado me lo pasé dando vueltas con la exposición de las ilustraciones de nuestros libros de Virginia Woolf —dos álbumes espléndidos— y encontrándome con la gente, hablando con los libreros, de la autora, pero también de lo que era el oficio del editor, del placer de la lectura, etc., etc. Sigo pensando que, para bien, nuestro oficio es aún un oficio que pide mucha comunicación proximidad.

Sí, pero seamos prácticas, ese esfuerzo, enorme, de promoción de los libros, de la editorial, ¿revierte?

Sí, totalmente. Sobre todo en complicidad. No se trata solo de que revierta aquella misma noche en ventas del libro de Virginia. No. No es solo eso. No me movería de mi despacho si fuera solo eso. Si voy a la librería de Paz es porque luego revierte en complicidad con el librero, con los clientes de esa librería, que ahora relacionan mi charla, el estar hablando con ellos, con el sello. Revierte también en la voluntad y el entusiasmo del librero de colocar los libros de Lumen en Bella Vista porque hago ese viaje de Barcelona a Santander, o a Oviedo, a Valladolid o donde sea. Y, sobre todo, el hablar, el escuchar a la gente para saber cómo nos podemos ayudar. Porque todos estamos en el mismo barco.

Te puedo decir que en Occidente, en general, en este momento tenemos de todo: autores, editores, unos grafistas espléndidos, infraestructuras sobredimensionadas. Lo único que nos faltan son lectores. De manera que hay que arremangarse e ir por ellos, a buscarlos. Y contárselo: «Leer es un placer». Todo lo demás ya lo tenemos.  Faltan lectores… Estamos haciendo pasteles para diabéticos. O les curamos la diabetes para que se pongan a comer, o no hay manera.

Dime algún editor al que admires.

El señor Einaudi. Sin duda. Creó la editorial que lleva su nombre, en Torino. Hará ahora ochenta años. Fue una editorial realmente mítica en Italia. Para que te hagas una idea, formaban parte del comité de lectura Cesare Pavese, Natalia Ginsburg, Italo Calvino, Alberto Moravia… Fue un hombre muy peculiar. Me gusta especialmente porque él escuchaba a Italo Calvino, Elsa Morante, etc… y luego tomaba sus propias decisiones. Le ayudaban, es decir, pero la decisión era suya. Y mientras estuvo él al cargo la editorial era rentable, y tenía autores magníficos. Aún hoy, después de ochenta años, ya cuando Giulio Einaudi ha muerto, los Premios Nobel a menudo pertenecen al catálogo de Einaudi. Es un ejemplo a seguir para mí.

Española te diría Páginas de Espuma, por ejemplo. Es muy interesante lo que hacen.

Otra de fuera que también me gusta mucho, de Inglaterra, es un modelo de buen hacer, es Chatto and Windus. Trabajan muy bien. Y son sensatos.

Alemania la conozco poco. Y si pienso en Francia me acuerdo de Actes du Sud. Son los que publicaron y llevaron al éxito El hombre que no amaba a las mujeres¸ las novelas de Stieg Larsson. Trabajan en Arles, un pueblo cerca de Marsella, es decir, en una ciudad de la periferia, con lo que eso supone (en Francia todo pasa en París). Tienen una marca muy bien instalada y han sabido crear su propio público. Yo, desde aquí, puedo imaginar a quiénes se dirigen, cuál es su público final. Así de bien lo han hecho.

¿Qué estás leyendo ahora?

Ayer estuve donde Lola, y me compré Elogio de la infelicidad, de Emilio Lledó. Anoche empecé y sí, lo recomiendo. Ya he empezado a usar el lápiz y a subrayar.

¿Cuál es la mejor hora para leer?

La mejor hora no lo sé. El mejor momento es después de haber hecho bien el amor. No hay nada mejor que regalarse una buena lectura en ese momento… Tienes el relax suficiente, el cuerpo contento y el espíritu dispuesto.

Silvia Querini para Jot Down 6

Fotografía: Guadalupe de la Vallina

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29 Comentarios

  1. Armand d'Hubert

    La ladrona de libros cuya calidad de escritura es innegable. Pues vaya que a mí me ha parecido más bien todo lo contrario.

  2. Pingback: Silvia Querini: «Una de las leyes fundamentales del mundo de la edición es la discreción»

  3. A lo mejor no es el mejor sitio para preguntar esto, pero siendo un joven que apenas a leído literatura fantástica, ciencia y poco más, acostumbrado a la compra en grandes plataformas o en línea, qué librerías enigmáticas recomendaríais visitar en Barcelona?

    • Joriku,

      No sé si se parece a lo que buscas, pero en la Barceloneta está la librería ‘Negra y criminal’, de la cuál he escuchado hablar muy bien.
      Puedes mirar su página web para hacerte una idea. Y si decides ir en persona fíjate bien en el horario, que me parece que solo abren por las tardes o algo así.

    • Mira esta web, es un directorio de librerías de la ciudad. Barcelona tiene para todos los gustos: http://libreriasbarcelona.es/

  4. «Yo además es que los huelo. Es la misma relación que mi abuelo, que era zapatero, tenía con sus zapatos. Es lo primero que hago cuando me traen un libro a mi despacho: abrirlo y olerlo. Este olor para mí es un afrodisíaco».

    Para los romanticones: http://smellofbooks.com/

  5. Lamento que esta entrevista no tenga más repercusión y comentarios.
    Me ha gustado muchísimo. Quizás porque me gusta leer.
    Superinteresante.

  6. Comenta Querini que el libro físico es mejor que el electrónico porque el primero tiene más entidad porque «pesa». En mi caso, ese es un argumento en su contra: las estanterías de mi habitación no daban más de sí para aguantarlos y, como me gusta leer en la cama, poder tener un libro de 700-800 páginas en un pequeño formato que me permite leerlo sosteniéndolo lánguidamente con una mano, es maravilloso. Como lo es poderlo llevar en el bolsillo del abrigo a cualquier sitio pese a ser un libro enorme. Y he dejado de tener la pena de ver esos libros grandes que se empiezan a desmontar por su propio peso…

    • Creo que fue Carlos Boyero el que dijo que no tenía ningún problema en que las cosas que más amaba ocuparan mucho espacio. Mis estanterías no aguantan más, la casa de mis padres no aguanta más… y yo sigo comprando y leyendo en papel. Puede que porque un día mi hijo lea el mismo libro, toque las mismas hojas que yo, vea las notas subrayadas y los apuntes hechos en los libros y entienda o conozca algo más de mí. Y sí, los libros se desmontan, y todo en general se acaba. Pero dura más. Y, aunque suene a ñoñada, también es más bonito.

  7. Creía que lo de los libros de Bruguera era debido a demasiadas mudanzas, relecturas y préstamos, a nubes de nicotina frotadas con alcohol, a estrechos adormilamientos y a transportes descuidados. También pensé que lo de las gomas se me había ocurrido sólo a mí, que tengo poca vergüenza y mucha ternura por mis maduros pero frágiles John LeCarré (Una pequeña ciudad de Alemania y El honorable colegial, totalmente desencolados), Anaïs Nin, Raymond Chandler o Dashiell Hammett, al borde de la escisión. El resto de los de la colección se mantienen dignamente. La verdadera puñeta es que son tan viejitos que incluso huelen un poco al perfume que yo usaba cuando era pretérita (seguro que se dejó de fabricar) y eso es ya como un animal de compañía o una herencia, y b) ¿Serán tan buenas las demás traducciones? (y eso sí que no…)

  8. Un libro impreso es algo precioso. No voy a discutirlo. Pero enzarzarnos en la eterna discusión sobre si se concentra uno más leyendo en digital o papel, me sigue pareciendo absurdo. Más, si tengo en cuenta que, desde hace siete años, únicamente leo en digital. Eso sí, no confundamos un e-reader Eink(tinta electrónica) con los, de sobra conocidos, tablets. La distracción es cuestión personal. Yo no quiero que desaparezca la edición en papel, pero tampoco quiero que se siga criminalizando a quienes leemos en digital, como si fuésemos «menos lectores». La gran mayoría de los que han «cruzado la línea» entre papel y digital son quienes más leen. Y luego están los que se resisten a probarlo. Y me parece perfecto. No hay necesidad de cambiar lo que te gusta, ni tampoco de «mirar mal» a los que no se sienten «atados» al papel. La lectura es lectura, sin importar el medio. Lo que de verdad ha de preocupar es esa pirámide de la que se habla: en este país se sigue mirando mal al que lee, a diferencia del que se queda atontado cambiando de canal, sin ver nada en concreto; o los «locos por el fútbol» que, por regla general, entienden que exista esa pasión desmedida hacia ese deporte pero no que alguien sienta esa pasión por una historia plasmada en papel, digital… o el medio que sea.
    Personalmente nunca me ha afectado, yo leo porque me gusta, y porque tuve suerte en mis años más jóvenes: ese profesor de literatura que se atrevió a ponernos como tarea de lectura Momo, y no limitarse a los clásicos nacionales de siempre (que también los hubo) con los que pocos lectores de mi generación nos identificamos. Por suerte muchos profesores han actuado de igual modo.
    Alguien aprecia algo cuando se siente parte de ello. Eso me pasó con mi lectura de Momo. Y eso consiguió que 30 años después me parezca casi imposible imaginar una historia en mis manos. Y no digo libro, porque leo en digital; y repito que lo importante es la historia, no si se lee en un soporte u otro.
    Si tan importante les parece a algunos, que me expliquen por qué los autores actuales usan ordenadores y procesadores de texto en lugar de seguir anclados a la vieja «Olivetti». ¿Por comodidad? ¿Por costes en la producción en imprenta? Listad las razones que más os convenzan… ¿o porque, al final, lo que importa en la historia y no los medios empleados para escribirla?

    Centrémonos: la lucha es contra el abandono de la lectura, no sobre el soporte. Si tan importase fuese… sería imposible que me hubiese enterado de algo de esta entrevista… ya que la he leído en la pantalla de mi PC.
    Probablemente… la razón por la que me he centrado en su contenido es porque me ha gustado la entrevista, y no me ha restado disfrute el soporte en que la he leído.
    Y no contemos verdades a medias: se ha parado la venta de dispositivos, no la lectura (si se venden menos ebooks es por la insistencia de los editores de poner precios elevados a estos contenidos, sé de lo que hablo). También han caído en picado las ventas en papel. Y las de discos, películas… Sí, la crisis. Y la falta de interés por el exceso de publicaciones. La gente trabaja más horas, para sacar menos dinero. Todo afecta.

  9. Joriku, si buscas fantasia y ci-fi, la librería Gigamesh en Arco del Triunfo es una de las librerías especializadas en estos géneros más grande de Europa, lo tienes todo allí!

  10. Elena, precísamente porque me gusta leer, preferiría no haber leído esta entrevista. Qué dolor. No me gusta que me tomen por tonto, y estos editores a los que entrevistan lo hacen. Sólo hablan de novedades, acertar con bestsellers, portadas de primeras obras de escritores, falta de lectores… y dicen amar la literatura. No es cierto. Olvidan (todos ellos) las reediciones, el rescatar libros perdidos. En este país no hay casi ediciones de Jorge Semprún, de Max Aub, de Vicente Aleixandre, de Moreno Villa… No estoy en contra de que ganen dinero, es su negocio, tienen que hacerlo bien, pero que luego no digan que la base de lectores es poca, que lo importante es la portada de la maldita ladrona de libros, que no son caros comparados con otras cosas… Me da pena.

    • Sí, hay mucho libro descatalogado.
      Pero me parece absurdo criticar a una editora que es obvio que ama su trabajo.
      No lo va a hacer ella sola todo. Además, hacer que una editorial hoy en día sea rentable ya es mucho.
      Ojalá hubiera más editoriales, y se dedicaran a editar los autores que tú dices.
      Pero hay muchas estupendas. Yo, con el tiempo que dispongo, no me aburro. Y sp acabo encontrando lo que busco.

    • Bajo mi punto de vista, no se entra en la compraventa de derechos, hay editoriales que publicaríamos descatalogados o grandes autores por ejemplo en digital, pero los derechos los tienen normalmente las grandes aunque no vayan a reeditarlos y es un verdadero misterio lo del mercado de compra y venta de derechos: ahí si que pondría yo el foco para que la FGEE montara cursos subvencionados con los ingresos que obtienen por la compra de ISBNs (pagar uno para cada formato digital es una barbaridad para un pequeño editor), talleres para editores independientes o pequeños en los que se explique cómo funciona el mundo de la compraventa de derechos editoriales. Hay una absoluta falta de información sobre el tema…y así es dificil hacerse con autores a los que publicar. Yo publicaría mil libros buenísimos, de autores nacionales y extranjeros, de todas las épocas, en idioma Español, y en formato digital enriquecido legible en todo tipo de dispositivos y los pondría a la venta por poco dinero, tal y como me exige el lector actual. El problema es que hay que pegarse con lo divino y con lo humano. Y la Federacion? y el Ministerio de Cultura? Hay una enorme división entre las grandes y las pequeñas, debido a que no se abordan los temas del sector con seriedad (fijense en los editores alemanes o en USA y sus bibliotecas) … bajo mi punto de vista y humilde opinión, claro. Por favor, ruego que no se generalice al hablar de los editores como si todos fueran lo mismo, porque hay bastantes matices.

      Mónica, editora de http://www.talismanebooks.com

  11. Marc Saegui

    Gran Silvia Querini y estupenda entrevista!!! Esto sí que es una editora de raza!!!

  12. Donde se consigue el «Decalogo del Editor» que menciona en esta nota? Muy buena entrevista, muchas gracias.

  13. Se repite bastante esto del olor de los libros, pero en mi opinión los libros YA NO huelen bien. La verdad es que suelen oler fatal, supongo que será por la forma en que hoy se manufactura el papel, los ácidos que le meten y estas cosas . No sé los de Lumen, pero los de algunas editoriales más bien apestan.

  14. Ayer abrí «Seda» para releerlo y me encontré que de marca páginas tenía su entrada con la que fuimos a ver Mar y Cielo y en la primera hoja una declaración de amor. ¿Qué sería de aquella mujer? Para marcar las páginas uso algún objeto que esté usando en aquel momento, como un billete de tren, una quiniela, una pluma, un gel de poliacrilamida plastificado (y, bueno, es que soy biólogo…), qué se yo. Cuando vuelvo a abrir el libro después de años tengo ahí un recuerdo que me hace recordar en qué situación y cómo estaba cuando leí aquello antes. Eso no te lo da un dispositivo electrónico, aunque esos chismes tengan virtudes pequeñas que el papel no tiene.

  15. El otro día leí que el e-book es como la yogurtera, un cacharro que se publicitó, se puso de moda unos años, hoy sigue existiendo, pero ya usa poca gente. Hay hoy tanta gente que está obligada a leer en pantalla de ordenador en su puesto de trabajo, que lo ultimo que desean es leer por placer…en pantalla. El libro, tan viejuno, es un objeto perfecto.
    En el metro, por cada persona que veo leyendo en e-book, hay cinco leyendo en papel. Y se supone que ahora es cuando más de moda está el e-book.

  16. Qué pena que en una entrevista interesante con una buena editora se acabe comentando más sobre la eterna y estéril guerra entre libro papel libro digital que sobre literatura.

  17. Hola amiga. He leido completo el articulo y tengo una novela que quiero editar ¿que debo hacer? no sé que hacer con ella.

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  21. Una entrevista muy interesante, aunque seguramente lo hubiese sido más si Silvia Querini hubiese sido menos «discreta». Tampoco se trata de airear los trapos sucios. Pero los detalles, lo que está debajo, nos proporcionan más información, más interés y más verdad.

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