Sociedad

Donde Cersei es Stalin

oie bz24ctPj1b05
Reclamo natural para turistas que buscan un selfie sobre Sujum, la capital de Abjasia. Fotografía: Karlos Zurutuza.

(La historia de Abjasia puede contener spoilers).

Era una cuestión de vida o muerte: había que unir a las tribus a ambos lados del muro, y ni siquiera eso era garantía de derrotar a un ejército que avanzaba sin oposición por todo el territorio. Les suena, ¿verdad?

Hace casi dos mil años desde que pictos, brigantes y borestios, entre otros, unieron sus fuerzas para combatir a Roma en el muro de Adriano, la linde más septentrional que el Imperio llegó a tener jamás. La frontera actual entre Inglaterra y Escocia también podría haber servido de inspiración para localizar una exitosa serie de televisión; el relato de gentes a los que une un enemigo común es tan viejo como la humanidad.

Busquen donde y cuando quieran, y comprobarán que la historia es una sucesión de spoilers. Viajemos, por ejemplo, hasta Abjasia y mil años hacia atrás: abrimos el plano sobre la cordillera del Cáucaso, un muro de hielo que alcanza los cuatro mil metros, y que es custodiado en su flanco occidental por las tribus norteñas de los sanigas, los abasios y los apsilios. Será el joven y apuesto rey abjasio León II quien una el destino de estos pueblos, y también el que despose después a Gurandukta, la menor de los Bagrátidas georgianos.

Abjasios y georgianos compartirán anhelos y recelos en un reino común que durará trescientos años; lo que tardaron los mongoles en volver a poner el cuentakilómetros a cero. Aunque quizás sea injusto echar la culpa del divorcio a las hordas asiáticas. Ya más de mil años antes, mientras los norteños britanos se partían el cobre con los romanos, el griego Estrabón desembarcaba en la costa abjasia con un ejército de setenta traductores; uno por cada lengua que se escuchaba en este rincón del mar Negro.

Estamos viendo a Missandei, la talentosa traductora de la Madre de Dragones, sudando sangre para traducir al valirio del abjasio; una lengua que cuenta con tan solo tres vocales pero cincuenta y ocho consonantes. Por si fuera poco, casi el 90 % de su vocabulario comienza por la letra «a»: los abjasios se llaman apsua a sí mismos —«el pueblo de las almas»—; Apsny, a su patria, apsuara, a su código ético tradicional; atsa y ash, al pan y el queso, y se despiden con un sonoro abziaraz. Ni siquiera los préstamos se libran: arespublika, arestorant, akafe… Si alguna vez cae en sus manos un diccionario abjasio podrán pensar que no es más que el primer tomo de un inmenso glosario; el correspondiente a la «a». A su lado, el dothraki habría sido un juego de niños para la joven Targaryen, y eso sin haber mencionado siquiera lo de la lengua «del bosque», una variante del abjasio utilizada exclusivamente para cazar.

En palabras de Shalva Inal-Ipa, distinguido etnógrafo local, la existencia de esta peculiaridad lingüística tiene su origen «en la necesidad de los cazadores de que sus presas no tengan posibilidad alguna de saber de su presencia ni sus intenciones, facilitando así la captura del animal».  

Básicamente, se trata de añadir sufijos que distorsionen el significado de los verbos, y de llamar por otro nombre al objeto de deseo: donde dije «multi-astado» quería decir «ciervo», y me refería al «jabalí» con lo de «hocico blando».

«Los abjasios son cristianos en un 80 %, musulmanes en un 20 %, y cien por cien paganos», asegura Stanislav Lakoba, prestigioso historiador aún en activo. Si bien el monoteísmo patriarcal es el dominante, al menos en apariencia, el animismo más ancestral aún permea desde lo más profundo del alma abjasia. Hoy es el día en el que señalar a las montañas, o incluso pronunciar su nombre frente a ellas constituye una auténtica falta de respeto para los más ancianos en esta falda del Cáucaso. Y si en Invernalia se rinde culto a esas caras talladas en árboles de corteza blanca y hojas rojas, sepan que en Abjasia todavía se pueden encontrar lugares sagrados dedicados a Anana Gunda, la diosa de las abejas, o a Aytar, el del ganado. No son más que dos de entre cientos de divinidades que protegen a los norteños bajo la atenta mirada de Antsua, el ser supremo cuyo nombre no es sino el plural de la palabra para ‘madre’ en abjasio.

Las Tierras de los Ríos

Retomemos el relato desde los esponsales del joven abjasio con la menor de los Bagrátidas para presentar a los terceros en discordia de esta épica saga. Busquen a los mingrelios en las marismas regadas con ríos de agua de hielo del «muro», y que marcan las lindes entre Abjasia y Georgia en su caída libre hacia el mar Negro. Habitan los pantanales a ambos lados de la frontera desde tiempo inmemorial; de hecho, ya habían mezclado su sangre con las tribus del norte muchos siglos antes de que lo hicieran León y Gurandukta.

A pesar de todo, el destino les negó siquiera un capítulo propio en una serie de mil temporadas: para la dinastía de Gurandukta, los mingrelios siempre fueron «georgianos», nada más, mientras que los de León II buscaban extrañas explicaciones que justificaran su presencia. Y nadie lo hizo nunca mejor que Fazil Iskander, uno de los escritores abjasios más celebrados. En un relato incluido en su libro Sandro de Chegem, el novelista —fallecido el pasado año— otorga el protagonismo a una mula que analiza desde la distancia, y con mucho sarcasmo, la presencia de los mingrelios en este rincón del Cáucaso. Lo principal, dice la mula, es que nadie sabe exactamente cómo llegaron a Abjasia, pero todos están convencidos de que están aquí para destruir poco a poco a los abjasios. Los de la aldea de al lado tienen otra hipótesis: los mingrelios surgieron espontáneamente del moho de los árboles, en algún profundo sector de los densos bosques entre Georgia y Abjasia.

Atrapados en un cenagal que acabará por convertirse en una auténtica falla geopolítica entre Rusia y Occidente —lo contaremos más tarde—, los mingrelios se conformaban con sobrevivir entre el desprecio de unos y otros y completamente al margen de la historia.

Lo cierto es que ocurrían cosas. Fue a principios del XIX cuando unidades militares rusas salvaron la cordillera del Cáucaso y sometieron a todos sus pueblos, desde el Caspio hasta el mar Negro: chechenos, adigueses, avares, cabardinos, circasianos, shapsug, ubijos… Y abjasios, por supuesto. Muchos de estos últimos buscaron refugio en el Imperio otomano mientras que sus tierras abandonadas fueron ocupadas por mingrelios cristianos. Abjasia se convertiría en un protectorado ruso al que solo la Revolución de Octubre liberará del yugo zarista, en 1917. Pero la nueva flamante República Independiente Socialista Soviética de Abjasia nace sin posibilidades de sobrevivir: en Moscú manda un georgiano. Se llama Stalin.

El hombre más poderoso de Poniente ordena que Abjasia se incorpore a la República Socialista de Georgia en 1931. Lavrenti Beria, un mingrelio de Abjasia convertido en la Mano del Rey, diseña un plan para desplazar a los abjasios de Abjasia y que sus casas sean ocupadas por georgianos. También se prohíbe el uso de su lengua y se borra su rastro en topónimos y antropónimos. Un gran número de políticos, intelectuales y personajes públicos abjasios son ejecutados tras fabricarse acusaciones contra ellos, e incluso se baraja la posibilidad de trasladar a todos los supervivientes de las purgas a las estepas de Asia Central. Lo hicieron con chechenos e ingusetios. En palabras del historiador norteamericano Darrel Slider, «Beria lanzó una campaña para aniquilar definitivamente a los abjasios como entidad cultural».

Y lo habría conseguido, de no ser porque, exactamente sesenta años después de la incorporación forzosa de Abjasia dentro de Georgia, el muro volvió a quebrarse.

El muro se rompe

Todo comenzó en 1989, con la caída de un pequeño muro que partía en dos a Alemania, uno de los reinos del oeste, pero que marcaba la línea divisoria entre Poniente y el resto del mundo —tanto el conocido como el desconocido—. El temblor tardó dos años en llegar al muro, pero luego se precipitaron los acontecimientos: los georgianos, declararon su independencia; si moldavos, tayikos, kazajos o bielorrusos ya lo habían hecho, ¿por qué iban a ser ellos menos? Eligieron de presidente a un mingrelio llamado Gamsajurdia, a quien los abjasios ofrecieron un reino compartido como el de mil años atrás. No hubo trato, pero tampoco mandato para el recién nombrado: le usurpó el trono otro georgiano, Shevardnadze, al que todos recordarán como uno de los hombres más fuertes de todo Poniente. Como era de esperar, aquel tampoco escuchó las demandas de los abjasios. Y estalló la guerra.

Los nietos de Leónidas y Gurandukta se mataron entre sí, y a conciencia, en un conflicto que terminó un año más tarde con la derrota de los georgianos. Los abjasios se otorgaron a sí mismos el derecho de quedarse con todo, y también el de expulsar a los «colonos». La mitad de la población se vio obligada a buscar refugio más allá de las Tierras de los Ríos.

Los años que siguieron a aquella guerra fueron terribles para los expulsados, pero no mucho mejores para los vencedores. Nadie en el mundo admitía la existencia de ese pequeño reino a orillas del mar Negro, lo cual se tradujo en un embargo internacional que casi asfixia a toda la población.

Fue una pequeña guerra en un reino vecino, el de los alanos, el que abrió la puerta al reconocimiento internacional. En agosto de 2008, Moscú se enfrentaba a Tiflis por el control de Osetia del Sur; apenas bastaron cinco días para que el «oso ruso» arrebatara el control de dicho territorio a un país, Georgia, que pedía insistentemente el acceso a la OTAN y en el que la bandera de la UE ondea siempre junto a la nacional. Literalmente.

Dos semanas después de la conflagración, Osetia del Sur y Abjasia recibían el reconocimiento de Rusia y, más adelante, desde costas tan lejanas como las de Nicaragua, Venezuela y tres islas polinesias. Es cierto, seis apoyos son muchos menos que los más de cien con los que cuenta Kosovo, pero el país balcánico tampoco está para echar cohetes respecto a su homólogo caucásico. «El reconocimiento está sobrevalorado», nos comentaba hace un par de semanas Maxim Gvindzia, un exministro de Exteriores abjasio. «Afganistán es un país reconocido, y Somalia. ¿Y qué?». Verlo así es quitarle mucho hierro al asunto. Tampoco está mal.

Vamos acabando. Aun a riesgo de echar en falta dragones y enanos geniales, podríamos haber elucubrado sobre los derroteros de la siguiente temporada de una de las series más conocidas de la televisión rebuscando en el pasado de Burkina Faso, o en el de Orense. Lo hemos hecho en Abjasia por poner en el mapa un lugar y una gente de los que sabemos muy poco, o incluso nada.

De vuelta a la serie, intuimos una tórrida historia de amor y que Invernalia y Rocadragón son un único reino en ciernes o, quién sabe, un Estado confederal, o «plurinacional». O puede que el amor se extinga y que uno de los dos se reinvente en una república de facto para disgusto del otro. A estas alturas tenemos la certeza de que ya lo hemos visto todo, pero seguro que no nos lo perdemos.

SUSCRIPCIÓN MENSUAL

5mes
Ayudas a mantener Jot Down independiente
Acceso gratuito a libros y revistas en PDF
Descarga los artículos en PDF
Guarda tus artículos favoritos
Navegación rápida y sin publicidad
 
 

SUSCRIPCIÓN ANUAL

35año
Ayudas a mantener Jot Down independiente
Acceso gratuito a libros y revistas en PDF
Descarga los artículos en PDF
Guarda tus artículos favoritos
Navegación rápida y sin publicidad
 
 

SUSCRIPCIÓN ANUAL + FILMIN

85año
Ayudas a mantener Jot Down independiente
1 AÑO DE FILMIN
Acceso gratuito a libros y revistas en PDF
Descarga los artículos en PDF
Guarda tus artículos favoritos
Navegación rápida y sin publicidad
 

8 Comentarios

  1. Estoy enamorado de la música de las tribus de montañeses de Khevsureti, que desde sus pequeñas torres a los pies del Muro usualmente lograban mantener a los 3 Reinos a salvo de las incursiones de los k’ist de más-allá-del-muro. Se veían como «el escudo que protege los reinos de los hombres», pero la gente de las amables tierras del sur los veía como poco más que salvajes, salvo que también eran cristianos y hablaban la lengua común de los 3 Reinos.

    No sé cómo no hiciste notar que la caída del reino unificado se debió a un Baratheon, perdón, un Bagrat’ion. Y que Stalin era hijo de Viserys, digo de Vissarion.

  2. Khevsureti es un universo aparte, pero habrá que pasar antes por Svaneti. Lo dejamos para la precuela ;o)

    • Me dejas con la boca abierta. Estaré esperando ambas precuelas. Svaneti me intriga mucho, principalmente por el idioma. Khevsureti me fascina por un montón de razones que supongo que quedarán claras si llegas a publicar un artículo. Saludos.

      • Los «cruzados» de Khevsureti darían para una saga completa. Por otra parte, fíjate que, de entre los kistos -que son chechenos-, tenemos a Al Shishani, un emir del ISIS al que han matado ya varias veces en Siria. El esvano es lengua kartveliana, por lo tanto pariente del georgiano, el mingrelio y el laz; no resulta pues tan exótica como el abjaso. Saludos.

  3. Qué malo fue Stalin, que le ganó la guerra al imperialismo nazi y mantuvo y engrandeció a la Unión Soviética, sin permitir veleidades separatistas.

    Qué mala fue Cersei, que mandó a tomar por saco a (casi) todos sus enemigos reunidos en el Septo de Baelor, haciendo lo que tenía que hacer, con la finura de una zorra y la fiereza de una leona.

  4. Rusia no arrebato el control de Osetia del Sur a Georgia, mas bien impidió que Georgia se hiciera con el control de Osetia, que llevaba siendo independiente de facto desde los -, igual que Abjasia.

  5. Pingback: Intriguing Stuff In Abkhasia: Words Begin With 'A' | Skate of the webSkate of the web

  6. Pingback: Afrosoviéticos, la alternativa roja al infierno racial yanqui | sephatrad

Responder a Roberto Cancel

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.