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Ideas de bombero

ideas de bombero
Una casa expuesta a una detonación nuclear a un kilómetro de distancia, 1953. Fotografías: Getty. ideas de bombero

Te gustará / porque es la bomba / que va a estallar. / No tiene pegas / porque es genial.

Chimo Bayo («Así me gusta a mí», 1991)

Como punto de partida debemos asumir que no entendemos su Arte. «Genio incomprendido», como descripción, no suele estar muy lejos de «divina locura» cuando nos referimos a ciertos artistas, creadores y demás especímenes de esta calaña. Ahora bien, entre sus obras hay algunas que son más complicadas de justificar que otras, en las que dejamos «locura» claramente a solas. Ejemplos que encajan en este perfil tenemos todos en mente. Pero en lugar de analizar lo que han hecho, vamos a hacerlo sobre lo que no materializaron. Es decir, siempre con la filosofía de Jorge Valdano en la mano, juzguémosles por lo que intentaron, no por lo que salió. De este modo, bien arriba en el «Listado de locuras arquitectónicas de todos los tiempos» (un inventario de varios tomos) se encontraría Oscar Newman.

Manhattan underground

En el año 1969, aún en tiempos de Guerra Fría y aderezado el ambiente con aciagos presagios malthusianos y apocalipsis varios, siempre había gente que se enfrentaba al futuro planteando soluciones, que daba la cara, que no hacía un agujero para meter la cabeza: es más, hacían un agujero para meter medio Manhattan y así salvarlo de las consecuencias de un bombardeo atómico. Ríete de los soterramientos ferroviarios. Esta idea esbozada por el arquitecto Oscar Newman consistía en excavar, a unos cuatrocientos metros de profundidad bajo la isla neoyorquina, una esfera de unos dos kilómetros de diámetro donde construir un barrio entero. Unos cinco millones de metros cúbicos de vaciado: lo que en Bilbao denominan bodega, en definitiva. Media esfera servía como «firmamento» sobre el que proyectar imágenes (nubes, estrellas… y también anuncios y películas), mientras que en la mitad inferior se ubicarían las infraestructuras, edificios, calles, etc. El principal problema era, claro, la ventilación. La solución que Newman proponía era conectar la cúpula con el exterior mediante pozos que, en la superficie, se transformarían en torres que se elevarían a más de cuatrocientos metros de altura para captar aire puro. El resultado era que, en mitad de Manhattan, entre el Empire State, el Flatiron, el edificio Chrysler, etc., emergerían una especie de chimeneas industriales con aspecto de antenas de coche. Pero a una grandísima escala.

Este búnker nuclear hipertrofiado ya era de por sí una burrada, pero la guinda del pastel era el método de excavación propuesto: bombas atómicas. Es decir, bajo Manhattan, una porción de tierra densamente poblada, con edificaciones de gran altura y rodeada por agua, proponía estallar cargas nucleares para obtener un agujero gigantesco donde luego meter a seres humanos. Qué pocas cosas podrían salir mal. Una propuesta genial si lo que se busca es hacer realidad los morlocks del universo Marvel

Pero, por sorprendente que parezca, ideas de bombero como emplear explosivos nucleares con objetivos no militares (denominadas peaceful nuclear explosions o PNE, explosiones nucleares pacíficas, sin ironía) no fue una idea loca de Newman, sino que había sido estudiada en serio tanto por Estados Unidos como por la Unión Soviética. Y llevada a la práctica.

Proyecto Reja de Arado

Con su discurso «Átomos para la Paz» (también suena ridículo, pero es que se llamaba así de verdad) ante la ONU en 1953, el presidente de Estados Unidos Dwight D. Eisenhower pretendía establecer las bases para mejorar la imagen del aprovechamiento atómico, ya que unas decenas de miles de muertos en Japón no habían dejado buen cuerpo a la opinión pública. Dentro de las primeras medidas de esa filosofía se encontraba la construcción de la primera central nuclear de Estados Unidos, Shippingport, inaugurada en 1957. Pero el principal proyecto para mostrar la cara amable del átomo fue el programa Plowshare, donde se buscaba la utilización de decenas de bombas atómicas con diversos fines no bélicos: desde minería a construcción de puertos, pasando por la apertura de nuevos canales de navegación y otras aplicaciones en infraestructuras civiles. 

Con frecuencia se utilizan explosivos convencionales en los frentes de las canteras, o en minería o en ciertos movimientos de tierras. Depositas una cantidad de explosivo, y zas, ahorras trabajo pesado que llevaría días. Si colocas más explosivo, más tiempo ahorras. El razonamiento estaba claro, así que fue cuestión de tiempo que alguien lo pusiera sobre la mesa: oiga, pues usemos cabezas nucleares. Sombreros al aire, ascensos para todos. Plowshare (reja de arado en inglés) hacía referencia a un pasaje bíblico de Isaías («y volverán sus espadas en rejas de arado») que resumía con bastante acierto el objetivo del programa. Solo que las rejas de arado no emitían radionúclidos letales, claro.

La prueba Sedan fue la más famosa del programa. Mediante la detonación a unos 194 metros de profundidad de una cabeza termonuclear de 104 kilotones, se querían estudiar los posibles usos de este tipo de explosiones en minería. Pues bien, el experimento generó un cráter de unos 390 metros de diámetro y 100 metros de profundidad, desplazando millones de metros cúbicos de material y provocando ondas sísmicas equivalentes a las de un terremoto de grado 4,75 en la escala Richter. Un buen zambombazo. De hecho, mayor de lo que esperaban, ya que la explosión levantó una polvareda gigantesca y, oh, sí, radiactiva, que se dispersó por el aire y expuso a unos trece millones de norteamericanos a niveles superiores a los anuales, aunque «por debajo del umbral de lo peligroso», dijeron las autoridades. 

Por su parte, el proyecto Chariot pretendía construir un puerto artificial en cabo Thompson, en Alaska, mediante la detonación en cadena de varias bombas nucleares. Las escasas perspectivas de aprovechamiento comercial y, en segundo término, las protestas por los más que posibles efectos negativos en la población inuit existente, finalmente hicieron descartar el proyecto. No obstante, se llevaron residuos radiactivos de las zonas de pruebas nucleares del proyecto Manhattan y se dejaron allí para ver cómo afectaba al medioambiente y el agua, lo que alimenta la sospecha de que había alguien que tenía metido entre ceja y ceja hacer cosas radiactivas en cabo Thompson y no supieron decirle que no. El caso es que sobreestimaron la capacidad del terreno para absorber la radiación y contaminaron una zona muy extensa. No podía saberse. Al final el asunto se hizo público y tuvieron que limpiar todo aquello por la tremenda tormenta de mierda que merecidamente cayó sobre la Administración norteamericana.

Dentro del programa Plowshare se estudió también tanto la ampliación del canal de Panamá como la construcción de otro canal en Centroamérica, así como ¡conectar acuíferos subterráneos! Por suerte supieron parar a tiempo antes de llevarlo a la práctica. 

Programa, programa, programa

El pragmatismo soviético bautizó oficialmente como Programa n.º 6 y Programa n.º 7 a los proyectos que fueron popularmente conocidos como «Empleo de las tecnologías en explosivos nucleares en los intereses de la economía nacional» y «Explosiones nucleares para la economía nacional». Si es que suenan a chiste y, además, con razón: en la película Agárralo como puedas 2 ½, en una cena en la Casa Blanca junto al presidente George Bush aparecían, además del ínclito Frank Drebin, diversos mandamases malvados de corporaciones industriales, entre ellos el representante de la empresa «Explosiones Atómicas por el Bien de la Humanidad Bum Bum». No hay mucha diferencia. Si bien la primera central nuclear soviética (Óbninsk, 1954) se inauguró tres años antes que la estadounidense, estos programas nacieron más de un lustro después del de sus enemigos estratégicos. 

El Programa n.º 6 tenía como objetivos las obras hidráulicas y almacenamientos subterráneos de residuos tóxicos, mientras que el n.º 7 estaba enfocado a la minería, tanto a la extracción de hidrocarburos como a la búsqueda de minerales mediante sismología. El primer paso de ambos programas era realizar unas pruebas para comprobar la viabilidad de las diferentes aplicaciones, lo que da a entender que no las tenían todas consigo. 

Dentro del Programa n.º 6, en 1965, detonaron un artefacto nuclear de 140 kilotones en Semipalátinsk (Kazajistán), en el lecho del río Chagan, seco fuera de la temporada de lluvias, para habilitar un espacio donde embalsar el agua de otro curso fluvial que circulaba en paralelo. La bomba hizo un agujero de unos cuatrocientos metros de diámetro y más de cien de profundidad. Obviamente, el agua que se embalsó se contaminó por radiactividad.

El proyecto del canal Pechora-Kama consistía en la excavación de un canal de más de sesenta kilómetros para trasvasar agua entre las cuencas del río Pechora al río Volga. La novedad consistía en buscar un tipo de explosión en cadena y controlada de tal forma que el cráter resultante fuera alargado. En la prueba que se llevó a cabo en 1971 consiguieron un cráter de unos 340 metros de ancho por unos 700 de longitud, con una profundidad máxima de 15 metros, para lo cual necesitaron tres bombas de 15 kilotones separadas por 165 metros. Finalmente, no se llevó a cabo la construcción del canal, ya que los supuestos beneficios económicos (las voladuras atómicas suponían un ahorro de en torno a un 33 % frente a la excavación «convencional») no convencieron a las autoridades que temían que realizar un trasvase de esas características causara efectos medioambientales imprevistos. Nunca es tarde si la dicha es buena.

Dentro del Programa n.º 7, en lo que sí que tuvieron éxito fue en la utilización de cargas nucleares para enterrar pozos petrolíferos fuera de control: con una bomba de 30 kilotones consiguieron sellar al instante un pozo después de llevar tres años intentándolo infructuosamente con medios convencionales.

El proyecto Plowshare finalizó. Los programas soviéticos cerraron. Hace ya décadas que nadie propone utilizar cargas atómicas con fines «constructivos». En la Tierra. Pero no en Marte. Elon Musk, el polifacético presidente de SpaceX (entre otras empresas), propuso detonar bombas termonucleares en los polos de ese planeta para influir en el clima con el fin de hacerlo más habitable para los humanos. La temperatura alcanzada con la explosión fundiría el hielo seco que existe en la superficie, evaporándose y creando un efecto invernadero retroalimentado. Permítanme expresar mi escepticismo. Lo único positivo que puedo decir es que, por lo menos esta vez, los experimentos se harían a millones de kilómetros de distancia. 

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Un comentario

  1. E.Roberto

    Madre mía, qué disparates! Y encuentro incomprensible el ataque de risa que me ha dado. Debe de ser por la prosa irónica. Lo que no entiendo es porqué no usaban esa cantidad análoga de TNT cuando nos explicaban a cuánto equivalía el poder de esas temibles bombas atómicas. Apagar un pozo petrolífero en llamas con TNT habría justificado el agujero que hubiera dejado pero sin contaminación. Son miles de toneladas, pero desde cuándo transportar o instalar toneladas de cualquier material han sido un impedimento para nosotros, pero no, solo bombas atómicas. Cada vez me convenzo aún más de que cuando un país poderoso invierte miles de billones en una arma, lo hace con la condición irrenunciable y pérfida de que debe, en lo posible, usarla de cualquier manera, de otra manera no tiene «razón de ser» tal inversión de «esfuerzo» nacional. Junto a las justificables consideraciones de ahorro de vidas americanas, pienso que tal «estrategia política-económica» tuvo algo que ver con las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Gracias por la divulgación.

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