
Viene de «Espectros bien parecidos (1)»
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La relación con Andy Warhol, entre otras cosas, facilitó la manera de roturarla. Actriz, la llamaban. La revista Life la llevó a la tapa con una foto en blanco y negro, hermosa e inquietante, en la que se ve a Edie Sedgwick con su figura andrógina, los anillos prominentes, esa elegancia exótica y rehuyendo la mirada. El único texto de toda la portada, el epígrafe en letras pequeñas, es un oxímoron: «Edie Sedgwick, superestrella del cine underground».
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Jonas Mekas fue otro de los que quedó deslumbrado. Escribió que Poor Little Rich Girl excedía todo lo que el Cinema Verité había hecho hasta la fecha. Y la clave estaba en que sumergirse esos setenta minutos en la vida de Edie se volvía una especie de adicción.
Pobre pequeña niña rica. Para muchos la mejor película del dúo. Una obviedad: fue escrita con Edie como fuente de inspiración, fue escrita para Edie.
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En una de las escenas de la película la protagonista dice: «¿Dónde mierda está mi encendedor? Lo tengo que encontrar. Me lo dio Wesley, mi hermano, un poco antes de suicidarse. Él era el único que no tenía ningún interés sexual en mí. Todos mis otros hermanos lo hicieron. Y los peones del rancho, los capataces, los empleados de la mansión… y papá».
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Edie, como actriz, no tenía mayores herramientas dramáticas, interpretativas, más que su magnetismo natural. Cuando el efecto sorpresa menguó y cuando el brillo personal de los primeros meses fue difuminándose bajo las drogas, la confusión mental y el hastío, su presencia en cámara ya no era monopólica. Edie solo podía hacer de ella. No podía encarnar ningún otro rol (casi como hace la mayoría de los actores consagrados en la actualidad).
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Tenía algo que la emparentaba con Marilyn Monroe. La belleza y el daño, el desparpajo y la fragilidad extrema, como una ramita siempre a punto de quebrarse. La atracción inmediata y la soledad rodeada de una multitud de aduladores y curiosos.
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En 1965, Edie protagonizó más de diez películas (instantáneas —aunque muchos las llamen experimentales) de Andy. A principios de 1966 se filmó la última de la dupla, Lupe, basada levemente en la vida de la actriz Lupe Vélez. Después se separaron.
En esa ocasión, la única directiva que Andy le dio a Robert Heide, el guionista fue: «Quiero una película en la que en la escena final Edie se suicide».
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En el mundo de Andy, Edie Sedgwick reemplazó a Babe Jane Holzer. Edie fue reemplazada por Nico.
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El idilio entre ellos había comenzado a resquebrajarse con la aparición de un notable actor de reparto. Edie perdió interés en Warhol, sus películas («Me hacen quedar como una tarada», decía), The Factory, su mundo pop colorido pero algo frígido. Bob Dylan apareció y el contraste fue notorio. La tensión sexual era evidente, la profundidad del vínculo, la posibilidad de prestigio. Hasta las drogas eran diferentes en el entorno de Dylan. Viajaron juntos, hablaron de hacer una película, de que el mánager de Bob la representara, planearon algunos proyectos aunque ninguno se concretó. Nadie sabe bien qué pasó entre ellos. Son muchos los que creen —están convencidos— que «Leopard-Skin Pill-Box Hat», «Just Like a Woman» y otras canciones de Blonde on Blonde están inspiradas en Edie.
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«Ahí viene ella, mejor que tengas cuidado, ella te va a romper el corazón en dos partes, es verdad, no es difícil darse cuenta». Algo así canta Lou Reed en «Femme Fatale», inspirada en Edie. Los miembros de Velvet Underground se cruzaban con ella en The Factory. Otra Edie, tal vez acicateada por la homonimia, también le escribió una canción, aunque mucho tiempo después. Edie Brickell ya conoció el final de la historia y su retrato es mucho más triste, más lúgubre.
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La cercanía de Dylan disgustó a Warhol y alejó a Edie de The Factory. Dylan no quería, tampoco, que ella se viera con el artista pop. Albert Grossman, el mánager de Dylan, no quería que las películas protagonizadas por Edie se exhibieran. Warhol atravesado por los celos, la furia y el ego herido erradicó a Edie de su círculo.
Durante 1966, Dylan se casó en secreto. Algunos sostienen que fue Warhol el que anotició a Edie de la boda entre Bob y Sara Lownds. El chisme como cúspide del arte de la venganza.
Pocas semanas después de ser vista con Bob por última vez, Edie comenzó un romance con Bob Neuwirth, cantante folk y amigo de Dylan. La relación duró casi un año. Los unía la cercanía con Bob Dylan, la afición por las drogas y los severos problemas psiquiátricos. Él la dejó alegando que ella era demasiado inestable.
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Edie, an american biography es un gran libro. Cuenta la historia de nuestra protagonista. Cuando apareció en 1982 fue un éxito no solo por la tortuosa vida de Edie, por el glamur de The Factory, por el name dropping o por los chismes protagonizados por celebridades (la mayoría vivas en ese momento). Lo que sorprendió fue su original formato: la biografía oral. Pero esa arquitectura, esa manera de contar, surgió en medio del trabajo, no fue algo pensado desde el inicio de la investigación. El libro está firmado por Jean Stein y en la portada se consigna con el mismo tamaño de letra que el editor fue George Plimpton. La periodista y escritora Jean Stein entrevistó a casi cien personas. Familiares, amigos, periodistas, la fauna de la troupe Warhol. Luego con un colaborador comenzó a escribir la biografía, con el formato tradicional, grandes bloques de texto, con los párrafos amontonados que, vinculando las diferentes fuentes, pretendían dar cuenta de la vida de Edie. Pero algo no funcionaba, eran páginas sin vida. Jean Stein acudió en ayuda de su viejo amigo y mentor, George Plimpton. Él le había dado el primer gran espaldarazo en la profesión cuando en The Paris Review publicó la entrevista de Stein a William Faulkner, un clásico instantáneo de la no ficción, un taller de escritura en formato pregunta y respuesta. Plimpton pidió las transcripciones de las entrevistas, tijeras y pegamento. Durante semanas, los que lo visitaban lo encontraron tirado en su estudio, del que no se veía de qué material estaba hecho el piso. Todo estaba cubierto con hojas mecanografiadas y de pósits que identificaban de qué se hablaba en cada página. Plimpton estaba inventando un género (tal vez solo perfeccionando porque había habido un trabajo anterior en homenaje a Robert Kennedy después de su asesinato): la biografía oral.
Es decir, narrar una vida a través de los testimonios de protagonistas, testigos y especialistas, con el autor del libro haciéndose invisible, cediéndole la palabra a los otros. La historia oral produce textos ágiles, corales, que cuando se logra hilvanar con ritmo esas voces tienen un componente adictivo.
Pero al momento de la publicación, los egos entraron a jugar. Stein exigió figurar como única autora. Plimpton batalló por su lugar pero perdió la disputa en la que debió mediar el mítico Robert Gottlieb. Al final a Plimpton le correspondió un crédito solo por la edición.
La relación entre Stein (después publicaría otra historia oral que hace un par de años editó Anagrama: Al oeste de Edén) y Plimpton se quebró definitivamente. Nunca volvieron a ser amigos ni a trabajar juntos.
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La vida de Edie terminó de romperse en mil pedazos en los años siguientes. Drogas, problemas alimenticios, brotes psicóticos. Volvió temporalmente a vivir a la casa familiar con sus padres. Entró a rehabilitación y padeció algunas internaciones psiquiátricas. En la última conoció a Michael Post, un aspirante a actor unos años más joven que ella; en el psiquiátrico él trataba de dejar las drogas. Ella se aferró a Michael, como si fuera su última oportunidad. Se casaron en julio de 1971.
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La noche anterior a su muerte, Edie participó de un programa de televisión. Era American Family, una especie de pionero de los reality shows; se seguía a miembros de una familia en sus actividades cotidianas. Una especialidad de Edie: las filmaciones en las que la vida real queda al descubierto.
La escena consistía en un largo desfile de moda. Edie era parte del público. Se sentó en primera fila, pegada a la pasarela: una celebridad menguante como escenografía. Al finalizar, en el backstage, le dijo al productor del programa que tuvo muchas ganas de levantarse de su silla y desfilar lo que llevaba puesto. La próxima vez hacélo, respondió el productor. Después se probó algunos de los vestidos y se fue a una fiesta. Desde allí llamó a su esposo para que la acompañara. Cuando volvían a la casa, ella le contó que un hombre se le había acercado y la había cortejado y que ella dicho que estaba casada pero que no sabía por cuánto tiempo.
Michael nunca logró desentrañar si ese tipo de comentarios (bastante usuales) tenían el fin de ponerlo a prueba o de lastimarlo.
Acaso, simplemente, no tenían ninguna motivación más que expresar lo que pensaba.
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Ese 16 de noviembre de 1971 Edie no despertó. Michael cuando abrió los ojos se dio cuenta que permanecía en la misma posición que la noche anterior. Cuando la acarició sintió la piel helada. Recién allí notó la rigidez del cuerpo y el color gris azulado de la cara. Se supone que fue una sobredosis accidental de barbitúricos.
Edie Sedgwick tenía veintiocho años (hasta parece estuvo fuera de tiempo: ni siquiera logró ingresar al Club de los 27). Pero estaba muy cansada. Sabía que lo mejor había pasado. Y sabía, también, que había durado muy poco.
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Esa mañana uno de los muchos que revoloteaban por The Factory se acercó a Andy Warhol y le dio la noticia de la muerte de Edie. Warhol se mantuvo impasible. Su cuerpo no reaccionó. No hubo una mueca, ni un leve gesto; ni siquiera un espasmo en alguno de sus miembros o una reacción refleja.
Siguió con lo que estaba haciendo. El silencio duró unos treinta segundos. Hasta que con su voz —delgada, chirriante y helada— pudo expresar lo que le preocupaba: «¿Quién se va a quedar con todo su dinero? ¿Ese jovencito con el que se casó recién?».