Política y Economía

Trump y el juego de la gallina

Donald Trump. Foto: Cordon Press.
Donald Trump. Foto: Cordon Press.

El juego de la gallina se refiere a una situación en la que dos conductores avanzan de frente a toda velocidad, y el primero en apartarse es considerado el perdedor. Esta estrategia se ha convertido en una metáfora geopolítica para describir enfrentamientos en los que la determinación y la voluntad de asumir riesgos extremos pueden definir el desenlace. Sin embargo, si ninguno cede, el resultado es catastrófico para ambos.

Esta estrategia ya era clave en la primera legislatura de Donald Trump, pero desde su regreso a la Casa Blanca en enero de 2025, la ha llevado al extremo, generando pánico en Occidente, especialmente en Europa. Su política exterior ya no busca el equilibrio de poder tradicional, sino la presión constante y la imposición de condiciones draconianas tanto a aliados como a adversarios.

Estados Unidos ha pasado de ser un aliado históricamente indispensable a un actor tildado como traidor en el Parlamento francés. La conmoción es comprensible, dado que se trata de uno de los cambios políticos más impactantes desde la caída del Muro de Berlín. La cuestión es inevitable: ¿quién no querría al país más poderoso del mundo como aliado fiel? Pero esta alianza ha resultado ser una trampa. Europa confió ciegamente en EE. UU. durante décadas, ignorando que su dependencia podría volverse en su contra en cualquier momento.

El fin de la política de la sutileza

Trump representa el fin de la diplomacia encubierta. La política exterior de EE. UU. siempre ha estado guiada por sus propios intereses, pero ahora lo hace de manera abierta, sin rodeos ni justificaciones ideológicas. Lo que antes se disimulaba con narrativas diplomáticas ahora se impone con franqueza brutal.

El caso de Groenlandia es ilustrativo, Trump ha reiterado su intención de anexionarla simplemente porque EE. UU. necesita sus recursos. En el pasado, incluso las invasiones se justificaban con pretextos, Putin invadió Ucrania bajo la excusa de la «desnazificación», y en 1846 EE. UU. inició su guerra contra México alegando la «sangre americana derramada en suelo americano», cuando en realidad buscaba expandir su territorio bajo la doctrina del Destino Manifiesto.

La historia demuestra que, aunque los métodos varíen, la lógica de la expansión y el interés nacional sigue intacta. EE. UU. siempre ha actuado en función de su beneficio, forzó a sus aliados a participar en la invasión de Irak («o estáis con nosotros o contra nosotros»), desestabilizó Oriente Próximo y contribuyó a crisis como el 11-M o la ola migratoria que alimentó a la ultraderecha europea.

Las intervenciones estadounidenses han tenido consecuencias globales que Europa ha pagado con creces. EE. UU. incluso financió grupos de extrema derecha en Europa, desencadenando episodios como la bomba en la estación de Bolonia bajo la Operación Gladio. Lejos de ser hechos aislados, forman parte de una estrategia de control global.

El peligro de negociar con Trump desde la debilidad

Europa ha definido la guerra en Ucrania como su mayor desafío, y cree que solo la garantía de seguridad estadounidense puede asegurar la paz. Sin embargo, esta estrategia de dependencia es peligrosa, ceder a Trump ahora solo reforzará su posición y lo alentará a exigir aún más concesiones en el futuro. La historia ha demostrado que la falta de una estrategia propia solo agrava la vulnerabilidad a largo plazo.

El próximo primer ministro canadiense, Mark Carney, ha planteado la única solución viable, responder a Trump con firmeza y de forma conjunta. Trump solo respeta a los líderes fuertes, como se vio en su reunión con Emmanuel Macron en el Despacho Oval. La Unión Europea debe aprender a hablar con una sola voz si quiere ser tomada en serio en el tablero global.

Y esto no es solo una estrategia temporal mientras Trump esté en el poder. El Partido Republicano no tiene intención de volver al paradigma anterior al trumpismo. ¿Por qué lo haría si ha encontrado la fórmula del éxito? La aprobación de Trump no deja de subir y ya alcanza el 80 % entre los votantes republicanos.

Europa debe prepararse para un mundo donde EE. UU. ya no sea un socio confiable.

Europa y su encrucijada

La Unión Europea es lenta en la toma de decisiones, lo cual no es necesariamente malo en tiempos de paz. Pero la situación actual exige un cambio de paradigma. Paradójicamente, la crisis provocada por Trump es lo mejor que le podría haber pasado al viejo continente. La pasividad ya no es una opción.

Si otro presidente estadounidense hubiese aplicado la misma agenda con una estrategia más sutil, Europa habría seguido dormida, como en el experimento de la rana en agua caliente. Pero el golpe ha sido lo suficientemente fuerte como para despertar a la UE de su letargo estratégico.

Por ello, en cierta forma, hay que agradecer a Trump. La histórica reunión entre Trump, Zelenski y Vance sirvió como catalizador para que Europa tomara conciencia de su fragilidad. Como bien resumió Donald Tusk, presidente de Polonia: «¿Por qué quinientos millones de europeos piden protección a trescientos millones de americanos contra ciento cincuenta millones de rusos?».

Esta cuestión plantea una realidad incómoda: Europa ha permitido que EE. UU. llene el continente de bases militares mientras tachaba de ególatras a los franceses por oponerse.

Pero algo está cambiando. Alemania ha modificado su Constitución para rearmarse, rompiendo un tabú vigente desde la Segunda Guerra Mundial. En el Parlamento británico, un discurso del primer ministro laborista sobre la deriva americana y la necesidad de unidad frente a Rusia fue aplaudido incluso por la oposición, un hecho insólito en la política británica.

Europa no es perfecta, y su sistema político ha favorecido históricamente a las élites de Alemania y Francia en detrimento del sur. Sin embargo, una Europa fuerte y unida tiene más posibilidades de mejorar su déficit democrático que una fragmentada y sometida a los intereses de EE.UU.

Trump es un desafío, pero también una oportunidad. En este «juego de la gallina», Europa debe elegir: apartarse y seguir siendo dependiente o tomar el control del volante y definir su propio destino.

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3 Comentarios

  1. Hay que avanzar hacia unos Estados Unidos de Europa.

  2. E.Roberto

    Solo una cosa, estimado. “…Putin invadió Ucrania bajo la excusa de la desnazificación…” Cuando se tiran al rodeo frases occidentales de este tipo, europeas diría, más es mi convencimiento de que el pato de la boda está del otro lado, en Oriente para ser más preciso, comenzando con Rusia. Como cualquier otro país, además de aquella política de izquierda y derecha, Ucrania tiene dos “almas”, la del norte rusofóbica con razón. Fue horrendo el tratamiento de Stalín a esa zona rica en cereales en los treinta, época de descalabros por una guerra entre gringos que todavía seguimos pagando, con una hambruna jamá vista y con castigos draconianos inenarrables que llevó a esta zona de Ucrania a recibir con los brazos abiertos a los nazis, sin saber de que eran considerados eslavos, y como tales subnormales y con un destino cierto. La del sur siguió siendo filorusa, con el ruso como idioma. Saltando tiempos llegamos a la famosa revolución prometiendo libertad (este vocablo anda de aquí para allá como perro desorientado en cancha de bochas, usada al mejor postor, como Milei), deponiendo a un presidente filoruso con manifestaciones callejeras y con la entrada en escena de un actor mediocre, siempre vestido como guerrero que no tuvo ningún problema en continuar la guerrilla contra los rusoparlantes del sur, sin la mínima voluntad de llegar a un acuerdo. No creo que haya sido una guerra contra los ucranianos nazis, sino para defender a los que todavía creen en Rusia y hablan ruso. Esto pienso que sería un motivo, el otro es que no se cumplió el pacto entre Reagan y Gorvachov que estipulaba que la Nato no avanzaría “de una pulgada” hacia Moscú. Si Ucrania entra en la Nato debe instalar sus misiles. En los sesenta casi saltamos por los aires porque América no quería misiles en Cuba. Por simetría política tendría que ser lo mismo para Rusia. “¿Por qué sera que cuando pienso en Rusia, tan lejos ella, solo pienso en el frio, en las estepas, en Margarita y el maestro, pero sobre todo en sus muertos, en sus muertos, en su cultura despreciada…” decía un poeta de estos lares. Solo esto, estimado. Por el resto creo su reflexión es correcta. Gracias.

  3. Espinoso tema que suscita cuestiones peliagudas, algunas de las cuales ya ha dejado caer E.Roberto y que el discurso oficial imperante en Europa ahora mismo quiere soslayar y barrer debajo de la alfombra.

    Efectivamente Europa necesita estar unida, independiente, y con un potencial de defensa propio. Esto ahora está de moda incluso entre aquellos quienes anteayer ni se planteaban que hubiese vida fuera de la OTAN, y hoy están con el culo torcido. Ahora bien, falta la cuarta pata del banco y es la de tener una agenda política propia.

    Mientras se está y se ha estado en la OTAN, la política de la misma ha estado dirigida única y exclusivamente por los EEUU y su mayordomo inglés. La cuestión de si esa política convenía a Europa es lo que no se ha querido afrontar en el momento en el que era necesario, especialmente en cuanto a la cuestión de la relación con Rusia. Aquí es donde uno se mete en aguas pantanosas puesto que ya no falta mucho para que le acusen a uno de apoyar o justificar a Putin. Y no, no se trata de eso, ni tampoco de llorar por la leche derramada; sino de aprender lecciones.

    Las relaciones con un país o potencia extranjeras pueden ser de enemigo, rival, neutralidad, socio, aliado, o de jefe/empleado. Con Estados Unidos y en la OTAN, la relación de Europa ha sido esta última. Los intereses angloamericanos en cuanto a la relación con Rusia, salvo un pequeño paréntesis tras la caída del bloque soviético donde su debilidad era patente y había oportunidades de negocio, ha sido la de fomentar el status de enemigo. Es dentro de esta estrategia donde la OTAN fomenta activamente las posiciones otanistas dentro de Ucrania, lo cual es igual de intervencionista que hacer lo contrario. Y es aquí donde Europa, en su momento (ahora ya no es posible por motivos obvios), debería haber reflexionado si estaba en su interés propio granjearse a Rusia, país con el que compartes frontera y que te puede proveer de recursos naturales en abundancia, como enemigo, siguiendo las directrices de otro país al otro lado de un océano y al que ver una sociedad Europa-Rusia potente no le hace ninguna gracia (al igual que ocurre con los ingleses).

    Una vez Rusia invade Ucrania bajo su propia responsabilidad, esta posibilidad salta por los aires. Sin embargo, como mencionaba antes, es importante aprender lecciones para ser capaces de elegir, si queremos ser una Europa independiente, qué caminos seguir y qué opciones fomentar o no. Porque hay otra cuestión importante, pero peliaguda una vez más, ahora que hay voces que defienden el ir un paso más allá y poner botas europeas en el terreno (no como garantía de paz una vez alcanzada, sino para que Ucrania gane la guerra) y por tanto hay que renovar el ardor belicista. La cuestión es esta: la invasión rusa de Ucrania, sin dejar de condenarla ni de que haya que oponerse a ella, no es algo excepcional. Entra dentro de las mismas lógicas y dinámicas de poder en las que se mueven las potencias globales o locales tales como los propios EEUU, que han sido perfectamente conscientes de ello a lo largo de todo el camino que nos ha llevado a donde estamos, puesto que juegan al mismo juego. La referencia que hacía antes E.Roberto a la Crisis de los Misiles de Cuba no está fuera de contexto (verbigracia, los misiles en Cuba son intolerables pero nosotros los tenemos en Turquía y eso está fetén).

    Y esto es un aspecto relevante a tener en cuenta, a pesar de que se quiera ocultar bajo la etiqueta de putinismo. Lo es porque la narrativa de que Rusia es intrínsecamente agresiva, irracional y malvada, sigue siendo angloamericana y Europa debe plantearse una vez más si le conviene seguirla hasta sus últimas, e imprevisibles, consecuencias; y, quizá, el no hacerlo como primer paso a su ahora tan reclamada independencia. Mucho menos cuando esa narrativa se desarrolla al mismo tiempo que uno de nuestros aliados, y niño mimado de EEUU, comete un genocidio en directo sin que hagamos otra cosa que apoyarlo.

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