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Zinedine Zidane: obertura siglo XXI

Zinedine Zidane, 1998. Fotografía: Dimitri Iundt / Getty.
Zinedine Zidane, 1998. Fotografía: Dimitri Iundt / Getty.

Entonces, el niño se sienta frente al televisor y mira. Los jugadores se desplazan, hacen pases, goles. El niño, que puede ser un niño cualquiera, dice que eso quiere ser cuando crezca. Y, aunque es imposible (al menos en el plazo que tengo para esta entrega) determinar un porcentaje concreto, supongo que se puede pactar cierto grado de consenso: la cantidad de niños que, cuando se les pregunta qué quieren ser de grandes, responden «jugador de fútbol» es alta. Para gran parte, por cuestiones de probabilidad, familia, mercado y las propias características de una fantasía, aquello permanecerá encapsulado ahí. Algunos lo intentarán y quedarán en el camino, y otros, pocos, podrán cumplirlo. Zinedine Zidane fue alguna vez este niño.

Desde su casa, en Marsella, seguía al Olympique, en particular, a Enzo Francescoli, delantero uruguayo que jugó solamente entre 1989 y 1990, pero ayudó al club a conquistar su sexto título en Francia y se ganó el asombro de muchos. En realidad, por entonces Zidane soñaba con algo más pequeño: una camiseta de su ídolo. Más adelante, ya ambos consagrados, el encuentro entre admirador y admirado sucederá, como también el intercambio de camisetas. Esa noche, Zidane, de veinticuatro años, dormirá junto a su mujer, madre de su primogénito Enzo, con la camiseta de Francescoli puesta. Pero para eso falta un tiempo.

Zinedine Yazid Zidane nació el 23 de junio de 1972 en La Castellane, una ciudad portuaria de inmigrantes al sur de Francia. De ascendencia argelina, es el tercero de los cinco hijos de Smaïl y Malika, que se conocieron allí tras él haber abandonado Aguemoune debido a la guerra de la Independencia en la Argelia francesa. Él era empleado de un almacén y vigilante nocturno, y ella, ama de casa. Durante su niñez, Zidane jugaba a la pelota con los niños del barrio aunque también practicaba bádminton y judo. Una vez le preguntaron a su padre si él le había inculcado el fútbol y respondió que no, que jamás había jugado, pues en Aguemoune no tenían balón. 

Sus afectos lo conocían por Yazid, cosa que cambió cuando ingresó al circuito profesional. A los trece años fue descubierto por un cazatalentos y a los catorce partió de su casa a la Association Sportive de Cannes. Allí vivió, durante un tiempo, en el departamento de un directivo del club. En mayo de 1989, con dieciséis años, debutó en la primera del AS Cannes. Si bien no anotó ningún gol, el presidente del club intuyó (hoy podría decirse supo) que estaba asistiendo a una maravilla y aumentó su sueldo de setecientos a cinco mil euros. Zidane se lo dio casi entero a su familia y con lo restante se compró unos Levi’s 501. El incentivo económico se repetiría. En la autobiografía de su padre aparece, por ejemplo, esto que le contó a la distancia: «Papá, ¿sabes qué me ha dicho mi entrenador? Que si marco un gol en el próximo partido, me dejará ir a la mejor tienda de ropa de Cannes a comprar todo lo que me guste». Incluso hubo una tarde anterior en la que el presidente le prometió que le regalaría un auto cuando hiciera su primer gol, cosa que cumplió. 

Luego de cuatro temporadas, pasó al Girondins de Bordeaux, donde se dio a conocer por ser subcampeón de la UEFA en 1996 al resto de Europa. A partir de entonces, todo comenzará a tomar otra dimensión que terminará por hacerlo dueño de un fútbol irresistible. Pero para eso falta un tiempo. 

¿Qué convierte a un jugador en leyenda? Hace poco, una inteligencia artificial compuso el equipo de fútbol perfecto. En medio de esa cancha ficticia está Zidane, que aparece también en varios rankings elaborados por humanos. Coinciden mentes y hardware, por el talento y los logros, aunque hay variables que las máquinas no contemplan: la elegancia —una especie de desliz con trazo fino pero certero—, por ejemplo, o los estigmas.

Algo que hemos visto en el último mundial es cuánta atención se puso en la ascendencia de los jugadores franceses. Hoy, esa selección está formada en su mayoría por futbolistas de raíces africanas. Sería miope decir que esos orígenes no interesan; pero también lo sería decir que aquello está intacto hace veinticinco años. 

El documental Les Bleus: une autre histoire de France (2016) muestra que, antes de 1998, Jean-Marie Le Pen utilizaba a la selección para traficar su cuota de nacionalismo impermeable, criticando a algunos jugadores por no cantar «La Marsellesa». Les decían, en lugar de bleu blanc rouge, black blanc beur (magrebíes negros blancos). Su ascendencia argelina le trajo a Zidane contratiempos. Era objeto de críticas y comentarios por parte de periodistas, futbolistas y franceses debido a su origen magrebí y su religión musulmana. Se lo llamó árabe despectivamente más de una vez, y más de una vez se cuestionó su lealtad a Francia. Nunca respondió.

Volvamos a 1996, al despegue continental de Zizou —como pasó a llamarse en el ambiente del fútbol—, sus primeros pasos en la selección y su desembarco en la Juventus. Debía estar a la altura de la liga italiana y de la sombra del compatriota Michel Platini (desde 1982, y por cinco años, la máxima estrella del club, ganador de demasiadas copas y de tres Balones de Oro consecutivos). Las comparaciones demoraron un poco el lucimiento de Zidane, pero lo que se vislumbraba era como una sinfonía que se deslizaba, que crecía concentrada y reservada; una composición que terminaría por conquistar allí dos títulos de Serie A, una Supercopa de Italia y otra de Europa; aunque también perdería dos finales de la Champions League. Tendría la revancha con la camiseta del Real Madrid, pero para eso falta un tiempo.

Zidane fue la gran arma ofensiva de la Juventus desde 1996 hasta 2001, puliendo un talento grácil, una especie de fútbol edificado a gestos. «En Italia, en la Juve, entendí por primera vez lo importante que es ganar», dijo durante una entrevista ya retirado. Entre tantas finales disputadas, la Vecchia Signora le ganó la Copa Intercontinental a River Plate en 1996, al River de Francescoli. Al respecto, muchos años después Zidane diría: «Me ponía contento por un lado, aunque un poco triste porque para él era casi el final de su carrera. Pero él, muy bien conmigo, me dio su camiseta. En el vestuario intercambiamos dos palabras sobre la vida y el fútbol, fueron unos minutos nada más, pero muy importantes para mí». Casi una década más tarde, aquel niño que miraba al Olympique desde el sillón y estudiaba a su ídolo le ganaba una final.

Cuando le pregunto a Francescoli (hoy director deportivo de River) si pudo distinguir algo de su propio juego en Zidane, responde: «Es muy difícil, por la admiración que tengo por Zizou, hablar de eso. Más allá del gesto de ponerle Enzo a su hijo por lo que él había visto de chico en Marsella, la verdad, creo que me ha superado en muchas cosas, en el control de pelota orientada, la visión de juego; y, además de su físico y de su técnica, tiene talento». Al principio y al final de la respuesta, como si fueran cabos, menciona que el alumno ha superado al maestro. Así lo dice la primera vez, y la segunda reformula: «desde hace tiempo, yo lo admiro a él». Enfatiza en el talento. Dice que es su gran condición. El talento y, suma, la perseverancia. Y, como si sintiera que eso no hace justicia, agrega la velocidad mental.  

En 1998, con veintiséis años, jugó su primer mundial. En apenas el segundo partido fue merecedor de una tarjeta roja. Así lo contaba El País: «La gran estrella de Francia no supo medir su enfado, pisó a un rival y fue expulsado». Pero la cosa sigue: se reincorpora para cuartos, la selección francesa llega al último partido contra Brasil y, con dos goles suyos de cabeza, conquista la victoria. Zidane festeja besándose la camiseta, es héroe nacional, es Balón de Oro, y Francia, además de anfitriona, es por primera vez campeona del mundo. 

Durante el 2000, año en el que se consagró campeón de Europa con Les Bleus y, para muchos, el inicio de lo mejor de su carrera, las cosas en la Juventus se empantanan. Cambia el técnico, el equipo no encuentra cauce, las derrotas se acumulan. La que sigue es una historia de amor: empezó con una servilleta que Florentino Pérez (presidente del club español) le pasó al francés durante una cena en la que coincidieron. Se leía: «¿Quieres jugar en el Real Madrid?». La servilleta volvió: «Oui». En 2001, tras un tiempo de negociación y convirtiéndose en el fichaje más caro de la historia del fútbol hasta entonces (setenta y cinco millones de euros), se anuncia: Zinedine Zidane, el mediocampista del momento, pasaría a lucir los colores merengues y ganaría, con esa camiseta, casi todo lo que puede ganarse. Pero para eso falta un tiempo. 

Para llegar a moverse y pensar así, como si jugara al ajedrez, Zizou estudió posiciones, trucos, toma de decisión. En una entrevista, replicada tantas veces que ya no es posible identificar la original, el francés habla de Maradona, de un video que vio en el que el astro argentino pateaba al travesaño y la pelota volvía, y él seguía jugando y pateaba otra vez, y la pelota volvía, y él seguía jugando. Zidane cuenta que eso lo fascinó y que lo intentó bastante pero nunca pudo lograrlo. También ha dicho que de Roberto Carlos (defensor brasileño) sacó la mejor forma de pegarle al balón. Del neerlandés Seedorf, el ritmo; de Del Piero, compañero en la Juve, las oportunidades de gol, y de Didier Deschamps y Laurent Blanc, el liderazgo. 

Real Madrid, entonces. El club al que le daría una Liga, dos Supercopas de España, una Champions, una Supercopa de Europa y la Copa Intercontinental. El club en el que probarían suerte sus hijos y el que dirigiría años después. Pero para eso falta un tiempo.

Existe una especie de romance, decía, entre el Madrid y Zizou. Allí engalanó una manera de jugar y se convirtió en algo digno de ver. Su capacidad de desconcertar, o su regate, como si la pelota tuviera magnetismo con sus pies, o ese gol. Un gol de volea casi imposible en la final de la Champions League de 2002 contra el Bayer Leverkusen. «¡Gol!, ¡viva la madre que te parió, viva! ¡Gol del Madrid!», grita el relator mientras Zidane se abraza con sus compañeros. Para ilustrar: en YouTube esta jugada aparece con música clásica de fondo. El Real Madrid brillaba y Zizou disfrutaba junto con Ronaldo, Raúl, Figo y Beckham. Fue una época de oro para el club, tanto es así que acentuó el contraste con la selección francesa que, luego de aquella Eurocopa y un deslucido Mundial 2002, comenzó a entrever más derrotas. Entonces, en 2004, tomó la decisión: tras noventa y tres partidos y una década, Zidane dejaría de jugar para su país. La sostuvo un año. 

Ahora estamos en 2006, antes del mundial, en su anunciado último encuentro con la camiseta del Madrid. El Bernabéu estalla, los madridistas levantan pancartas: «Gracias, maestro, por hacer el fútbol más grande». El estadio está repleto de carteles con el número 5. Comienza la copa del mundo y el francés confirma que, cuando acabe, se retirará. Viene haciendo un mundial bellísimo, para algunos, incluso mejor que el que lo consagró campeón. Parecía que en cada movimiento, tan inteligente como sutil, Zidane inventaba el fútbol.

Es simpático y cruel, como casi siempre se recuerda lo bajo. De su información accesible, el pisotón del 98 y la secuencia contra Marco Materazzi, jugador de Italia, en aquella final son las únicas dos manchas de un prontuario inmaculado. Como el sueño de los niños, esta es otra estadística difícil de constatar, pero entre las cosas que más se evocan de Zidane está, intuyo, «el cabezazo». 

Último partido de su carrera. Le dice a Materazzi que luego quisiera intercambiar la camiseta con él. El italiano (nos enteramos hace poco) responde: «No, prefiero a tu hermana». Zizou le cabecea el pecho, el árbitro no lo ve pero se lo comunican, lo expulsa, él abandona el campo de juego, pasa por al lado de la copa sin siquiera mirarla y se va al vestuario, solo. Y así termina. Francia pierde y esperará tres mundiales para levantar el oro. 

Sus colegas, sin embargo, rescatan todo lo demás. Minutos antes de la expulsión, el italoargentino Mauro Camoranesi le había dicho: «Si vos te retirás del fútbol después de hacer un mundial como este, ¿todos nosotros qué tendríamos que hacer?». Años después amplió: «Ese día no ensució nada, porque fue el mejor del mundial. Me emociono cuando hablo de él porque es un jugador que es difícil que se repita. Pero me dio pena que, para la opinión pública, quedase la foto de que se va, quitándose la venda y pasando al lado de la copa… Creo que no es reflejo de lo que fue Zidane para el fútbol».

Otros compañeros y rivales también expresaron su admiración. Paolo Maldini, legendario defensor del Milan, una vez dijo: «Zidane es uno de los mejores jugadores del mundo. Tiene una gran visión del juego y es muy peligroso en el ataque». Su excompañero Alessandro Del Piero comentó: «Es un jugador increíblemente talentoso y es un placer jugar con él. Siempre parece estar un paso por delante». El exarquero de la Juventus Gianluigi Buffon afirmó: «Una visión del juego difícil de igualar». «Es el tipo de jugador que puede cambiar un partido en cualquier momento», expresó Edgar Davids, otro ex-Juventus; y Pavel Nedvěd: «Zidane es un jugador que lo tiene todo»; y Ronaldo: «Zidane es el mejor futbolista con el que he jugado en mi carrera»; y Beckham: «Es un líder natural»; y su ídolo, Francescoli, dice hoy mientras escribo: «Marcó un momento, pero un jugador que tiene lo que tenía él, a pesar de todos los cambios en el fútbol, podría haber jugado en mi época, como en la suya, como ahora, sin ningún problema». Esto último, pienso, es lo que hace a una leyenda: poder ser quien fue en cualquier tiempo.

Su retiro abrió paso a otra etapa que también daría, y con creces, sus frutos. En 2016, con cuarenta y dos años de edad, diecinueve de casado y cuatro varones, luego de ser asistente y entrenador del Real Madrid Castilla (equipo filial), de estudiar e ir a ver los entrenamientos de otros clubes (entre ellos, el Olympique, por entonces dirigido por Marcelo Bielsa), Zidane inició su camino como director técnico del Real Madrid. Durante esa primera gestión, los números no hicieron más que mejorar. Le ganó al Barcelona, le ganó al Atlético, le hizo ganar al merengue su undécima Copa de Europa. Como sucede a veces en las historias de amor: Zidane se fue. Como sucede también: volvió.

Su tiempo allí finalizó a mediados de 2021. Es el segundo entrenador con más títulos de la historia del club. De doscientos sesenta y tres partidos solo perdió treinta y seis, y ganó once títulos. Lo supera Miguel Muñoz, que ganó catorce, pero en casi el triple de encuentros. Quizá lo más pomposo sean siempre las tres Champions seguidas, pero su trabajo fue sostenido y consistente. Le dio al club otra época de oro, ahora detrás de la línea de cal.

Hoy está entre los nombres más deseados para dirigir a Les Bleus, aunque no hay nada dicho. Otra opción es el PSG, equipo en el que se encuentra actualmente el francés Kylian Mbappé, uno de los mejores del mundo y gran admirador de Zizou. 

Ya sea para rememorar o pensar a futuro, cada vez que se lo menciona parece que se hablara de una obra de arte. Es muy posible que, en esa amalgama de foco y percepción, en esa lucidez para pensar y esa gracia para actuar, incluso en su temperamento (sobre todo en su temperamento), Zidane sea una reliquia mutante. Algo común y noble, un niño con un sueño, desdoblado en algo extraordinario que no perdió la nobleza. Algo así como una estatua de bronce en movimiento. Aunque, quizá, ese video con la sinfonía de fondo lo defina mejor que cualquier otra cosa: Zinedine Zidane es la música clásica del fútbol.

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11 Comentarios

  1. La Castellane no es una ciudad, es un barrio (y no precisamente cualquier barrio) de la ciudad de Marsella, segunda ciudad de Francia por población (o tercera, detrás de Lyon, si lo que computamos es el área metropolitana). No sé cómo es posible escribir sobre Zidane sin destacar este dato, pues no es lo mismo crecer en un barrio de una gran ciudad (y particularmente, en ESE barrio de ESA ciudad) que en un apacible pueblecito de pescadores, que es lo que podría deducirse del literal del artículo…

  2. Excelente artículo. Sobrio y bien escrito. Es un tipo de escritura que no cansa. Podría estar todo el día leyendo a esta autora. Lo digo por contraposición al estilo que intenta ser gracioso todo el tiempo, que me resulta agotador.

    • Innerweltlicher

      Amén. Ir de graciosete por la palabra escrita sin serlo, es de lo peor que se puede infligir a un lector desprevenido.

  3. Uno de los jugadores más elegantes a la par que efectivos que han visto mis ojos. Bromeando se podría decir que lo único que empañaba esa elegancia era ese sudor a borbotones tan característico suyo (por comparar con Federer en el tenis por ejemplo, que casi no sudaba).

    Sin embargo, creo que es de justicia decir que «se le fue la pinza» alguna que otra vez, y no solo las dos manchas del 98 y 2006. Al menos yo recuerdo otras 2 en el Madrid.
    Como también creo que es conveniente decir que no le dijo a Materazzi que quería cambiarse la camiseta, así de buenas, sino que se la ofreció en modo irónico tras un agarrón del italiano en una jugada. No blanqueemos el percance.

    En todo caso nos regaló uno de los goles más bonitos nunca vistos en una final. Quizás el más bonito.

  4. MacNaughton

    El gol en Hampden Park….

    ….y la pelicula del artists y cineasta escoces, Douglas Gordon, autor de «24 Hour Psycho» sobre ZZ: «Zidane a 21st Century Portrait….»

    Zidane es el jugador mas completo que yo he visto jugar… Y he visto a Best y a Kenny Dalglish…

    Pero ese gol en Glasgow, en este preciso momento….

  5. Yo estaba en Hampden Park aquel 15 de mayo. Vi aquel gol en directo. Nunca se lo podré agradecer lo suficiente…

    • MacNaughton

      Suerte has tenido…

      Es mi imaginacion o Bellingham apunta maneras de ZZ, en el cesped por lo menos? Veo cierto parecido alli…

  6. Me quedo con el silencio en el Bernabéu cuando el balón iba volando por los aires, hacia Zidane. Todos sabíamos que lo iba a controlar, siempre, de manera perfecta. Y entonces…zas! toque sutil y balón muerto. Y todos a la vez «oooooooohh!!!».
    Gracias Zidane, jamás vi nada igual.

  7. Pingback: Jot Down News #46 2023 - Jot Down Cultural Magazine

  8. Miguelón

    Era un disfrute verle jugar, tenía algo inefable, parecido a la elegancia, pero mejor, más bonito y más puro. Y como entrenador era una gozada, siempre tranquilo y educado, a menudo sonriendo, y consiguiendo uno de los logros más increíbles de la historia del fútbol moderno, con esas 3 champions seguidas… Una maravilla.

    De la final del Mundial de 2006, recuerdo su gol de penalti. 0-0, primera parte y pnelati para Francia. El genio no se pone nervioso, y lo lanza a lo panenka: engaña a Buffon, el balón toca suavemente el larguero, y como si estuviera a cámara lenta, rebasa la línea y sale. Una obra de arte.

    Del incidente con Materazzi, no creo que Zizou le pidiese amistosamente cambiar las camisetas al terminar, es demasiado naive. Lo que se dice que ocurrió: venían de un córner a favor de Francia, uno más donde Materazzi, que marcaba a Zizou, la agarró o sujetó de la camiseta como hacen habitualmente los defensores. Zizou, harto, le dijo: «si quieres te la doy al acabar el partido». Posiblemente con condescendencia o soberbia en medio de uno de los habituales piques entre marcador y marcado, y Materazzi, ocurrente y combativo, le ocntestó: «prefiero la de tu hermana».

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