
¿Por qué la conversación filosófica española es de baja calidad? Esa parece la pregunta que atraviesa este espacio al que mi amigo Basilio Baltasar me invita a participar. Mi impresión es que este hecho, que no discuto, es el resultado de una convergencia de razones. La primera y principal es que la posibilidad de hacer pie en una tradición propia y compartida es muy escasa. Ahí también somos un país dividido hasta la médula. Hemos sido un país pobre en todos los aspectos y también en el cultural. Esa circunstancia impone luchas feroces por los elementos patrimoniales y también el ámbito de la tradición cultural. Esas luchas, con antipatías profundas, indisposiciones, fijaciones y prejuicios llegan al presente. El momento en que se produce una cierta modernidad filosófica está muy reciente y resultó muy frágil. Ese momento se puede medir bien entre los años 1904, fecha en que Ortega escribe una tesis de literato amateur, a veinte años después, en que Zubiri presenta una tesis profesional y avanzada. Estos hechos marcan la transición desde una Universidad de honoratiores y próceres a una más de especialización y competencias técnica. La fractura de la Guerra Civil fue demasiado profunda y el franquismo generó una dispersión sin cohesión alguna. La producción filosófica bajo la dictadura siempre fue sospechosa de condescendencia con el franquismo. En realidad España quedó fuera de la conversación europea y los esfuerzos de un Ortega heroico y marginal no rindieron efecto. Zubiri se refugió en una torre de marfil y Zambrano en una compensación mística y poética. Todas ellas fueron filosofías demasiado expresivas de personalidades inimitables. Hacer pie en ellas nos aleja del taller propio de la conversación europea, y eso no es compensado por los pequeños grupos que comparten ese arcanum.
Lo que vino después fue paradójico. La academia más nutrida de filósofos de la historia española generó un ambiente en el que la lucha intelectual se centró por lo general en hacerse en España con alguna franquicia extranjera. El seguidismo hermenéutico de esas posiciones canalizaba la lucha por relevancia en el interior, esperanzada siempre en apoyarse en la cresta de la ola de la moda, pero nos dejaba en una posición subalterna en el exterior. Rendía los beneficios de la representación, pero no los de la producción sustantiva de filosofía. Servía, ciertamente, para ganar la notoriedad, pero no para la producción de una obra propia. Estoy describiendo un ideal tipo de nuestros académicos, una forma habitual de orientación en un escenario filosófico de competencia, sobredeterminado por las posiciones de poder, pero condicionado por la falta de respeto general por la obra del otro. La vieja institución funcionarial de la trinca —de gloriosa memoria— ya no se ejerce, pero el silencio sepulcral sobre las obras de otros produce por lo general un clamor.
La filosofía, con su pretensión inseparablemente carismática, siempre es competitiva y darwinista. Pero sabemos que, según la dotación del animal en evolución, la lucha es más o menos sangrienta. En España, un país dominado por el carisma del cargo, que no reconoce otra cosa que el poder, la lucha darwinista ha sido dura, primero en la Transición, donde aspiraba al mayor control de las cátedras y las plazas alrededor de grandes mandarines como Muguerza, Jacobo Muñoz, Millán Puelles o Rábade. Luego, cuando se estabilizaron los beneficiarios, la lucha se enconó por el dominio y la defensa de los pequeños espacios propios de caudillos locales, que usaron los poderes regionales de forma provechosa. Los discípulos de mandarines saben que no tienen un maestro con obra indiscutible y tarde o temprano reconocen que o bien está solos y deben buscar su propio camino, o bien tienen que fortalecerse mediante fijaciones idólatras incomprensibles.
En estas condiciones el riesgo de construir una obra en soledad y de largo aliento no suele arrostrarse. Pero si la producción filosófica es instrumental y se ejerce dentro de una batalla administrativa —ganar sexenios, oposiciones, proyectos, etcétera—, entonces no reúne las condiciones para ser respetada. Eso hace que en filosofía también domine el tipo medio de lo que Weber llamaba Brotpolitiker, refiriéndose al campo de la política. Pero este camino de soledad, cuando se emprende, no está menos expuesto a las evidencias del manierismo que pronto justificaran la sentencia inapelable del desprecio por parte de los demás. En suma, todo está atravesado de coartadas para no reconocer a los demás como interlocutores productivos. Y siempre es más descomprometido comentar autores muertos o repetir fielmente a los vivos que exponerse a conversar con un contemporáneo que puede contestarte.
Por supuesto, el hecho de que muchos se vinculen a la llamada filosofía analítica actual, una escolástica que deja en pañales a Pedro Lombardo, que escriban en inglés en las cinco revistas top del mundo de esta tropa motorizada y autista, y que dominen el sistema de proyectos del Ministerio desde hace décadas, no disminuye el hecho de que su posición sea la propia de una franquicia. Que McDonald esté en todos los rincones del país no hace de ella una empresa española. La diferencia es que los McDonald están llenos a todas horas de gente, mientras que los productos de esa llamada filosofía analítica se los comen solo los pocos beneficiarios que lo producen. Eso sí, comen mucho.
Para que esto cambiara, tendrían que pasar varias cosas. Ante todo deberíamos saberlo. Pero ya se sabe que la óptica pasiva no es nuestro fuerte. Ande yo caliente y ríase la gente, decía el clásico. Luego, deberíamos abrir la conversación al mundo de habla española. Esa tropa fanatizada de la filosofía analítica actual —no hablo de las respetables figuras que incorporaron la filosofía de Wittgenstein a nuestro país, desde Hierro a Acero, desde Prades a Terricabras, desde Manuel Garrido a Josep Lluis Blasco— no ancla en ninguna realidad, ni significa nada en el debate público, ni tiene nada que decir a la ciudadanía, y haría lo mismo en Marte que en la Antártida. Haríamos bien en preguntarnos si la institución filosófica debe anclar en los mundos históricos y si eso que ahora se llama filosofía analítica está preparada para hacerlo. Esos mundos imponen una conversación propia del ámbito euroamericano. Reconocer a nuestros pares euroamericanos, discriminarlos, respetarlos, quizá tenga el beneficio de alejarnos de luchas demasiado cercanas y. determinantes. De lograrlo aprenderíamos mucho, sin duda.
La segunda cosa que debería cambiar sería producir obras, fruto de esas nuevas estrategias de conversación, que fueran traducibles al inglés, al ruso y al chino. Creo que la cuestión debe partir de no confundir internacionalización con publicar solo en inglés. Hoy sabemos que muchos italianos y franceses buscan la puerta de la internalización en español. Las facilidades para una conversación latina de dimensión euroamericana debería animarnos a emprenderla. Si se produjese, los efectos podrían tener relevancia global.
Por supuesto, y en tercer lugar, debemos identificar una agenda de temas filosóficos que permita dar la versión latina del mundo. El mundo latino es el sur europeo, y no seré yo el que diga que no debemos comprender bien nuestro norte. Pero sabemos demasiado bien que tenemos mucha más capacidad de conectar con los puntos de vista del sur global y sobre todo del sur austral. Identificar esa agenda nos permitiría ofrecer una visión del mundo del presente relevante en el pluriversum actual que, si dispone de un rigor aceptable, deberá ser tenida en cuenta. Todo dependerá, una vez más, de la seriedad de esa conversación a la qu aludo.
En cuarto lugar, y para lograr esto, deberíamos adicionalmente disponer de lo que ha determinado el éxito mundial de la filosofía francesa e italiana. Se trata desde luego de grandes editoriales capaces de ser muy selectivas y de tener unos estándares de calidad claros y precisos. Gallimard, Seuil, PUF, Il Mulino, Laterza, Feltrinelli no permiten libros malos en sus catálogos. No tiene nada que ver con la procedencia de los fondos y la financiación. Se trata de editoriales fuertes con parámetros de calidad contrastados que quieren vender libres y no dejarse usar para procedimientos administrativos del autor. En el campo del hispanismo citaría a Vervuert. Pero habrá editoriales fuertes en la medida en que se genere un mercado latinoamericano claro, flexible y seguro. Y eso no puede pasar sin la ayuda del Estado. Como no puede pasar sin la ayuda del Estado el apoyo a una política de traducciones de productos intelectuales españoles. Italia, Francia y Alemania tienen un servicio de apoyo a la traducción. Nosotros no tenemos nada equivalente, ni queremos tenerlo. Obligaría a discriminar y a ejercer la responsabilidad, algo que rehusamos con frecuencia.
En todo caso, si España es una potencia en cine, en literatura, en moda, en deporte, en repostería, en bioquímica o en física, es porque hay una industria o una institución fuerte en cada caso detrás. Sin esa industria del pensamiento, no habrá nunca una conversación filosófica en español de calidad. Si la industria sigue apostando por la enésima edición de las obras completas de Ortega, está confesando que Ortega no ha dejado huella sobre el presente y que no tenemos nada que merezca la pena. Quizá eso satisfaga a los herederos del filósofo, y refuerce su probada pretensión de convertirlo en el único filósofo del Estado para toda la eternidad, pero ese patrimonalismo -tan tradicional como todo régimen oligárquico- no hace justicia a nadie y es el fundamento de la miseria.
La producción filosófica, de pensamiento, de ensayo, constituye el reflejo más decisivo de la capacidad de un país de producir alta cultura. En este sentido, es la fuente de identidad más específica de las elites dirigentes y del tipo humano que quieren encarnar. La carencia de altura de la producción filosófica no es sino expresión directa de la ignorancia generalizada de esas mismas elites y de su incapacidad para estar a la altura del presente. La oligarquía siempre es provinciana y lo hemos visto en la adoración dispendiosa con que recibe a figuras que improvisan en las plazas abarrotadas lo que a cualquier filósofo serio le daría vergüenza repetir.
España lo tiene todo a favor en muchos aspectos de la vida social. Pero este asunto de la filosofía marca el nervio mismo, el tono, el espíritu de la clase dirigente de un país. Y ya sabemos cómo esta así llamada elite reparte recursos y reconoce a sus ayudantes. Será capaces de escribir en inglés historias peregrinas y lejanas de objetos curiosos, pero igualmente incapaces de decir una palabra sobre nuestra propia historia y sobre los asuntos que nos conciernen como cultura, como lengua y como pueblo. Y así, ¿cómo podrán iluminar la inteligencia de quinientos millones de seres humanos?
José Luis Villacañas Berlanga (Úbeda, 1955) es uno de los filósofos e historiadores españoles más influyentes de la actualidad. Doctor en Filosofía por la Universitat de València, es catedrático y director del Departamento de Historia de la Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Su obra abarca más de cuarenta libros sobre filosofía, historia y narrativa, destacando su especialización en la filosofía política, la historia de las ideas políticas hispánicas y la relación entre el pensamiento español y europeo. Ha dirigido revistas académicas como Res Publica y Anales de Historia de la Filosofía, y la Biblioteca Digital Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispánico. Entre sus títulos más relevantes se encuentran Historia de la Filosofía Contemporánea, Res Publica, La monarquía hispánica e Hispania: de formación imperial a sistema de poderes.
Ensayistas, filósofos, historiadores e intelectuales abordan uno de los grandes enigmas de la cultura española: el motivo por el cual permanece apartada del fecundo diálogo de los pensadores europeos.
- «Un terco y doloso complejo», por Basilio Baltasar.
- «La lengua de Ortega y Gasset», por Víctor Gómez Pin.
- «Sin asiento en la Gran Jerga», por Miguel Herrero de Jáuregui.
- «Debilidad y fortaleza de la filosofía en España», por Norbert Bilbeny.
- «Por qué no existe la «Spanish Theory»», por Antonio Valdecantos.
- «Pensar no es cualquier cosa», por José Enrique Ruiz—Domènec.
- «Un asunto delicado», por Anna Caballé.
- «Una cultura que se desprecia a sí misma», por Ignacio Gómez de Liaño.
- «Una cuestión de fe», por Ana Rosa Gómez Rosal.
- «Las voces de las diversas periferias», por Sonia Contera.
- «Las dimensiones ocultas y el lado oscuro de la ciencia en España (que inventen ellos)», por Juan José Gómez Cadenas.
- «La obstinada singularidad ibérica», por Carlos Collado Seidel.
- «En las orillas del Sena», por Almudena Blasco Vallés.
- «La España de la insignificancia tecnológica», por Pablo Artal.
- «La excepción baladí», por Jorge Freire.
- «La periferia del imperio», por Raffaele Simone.
- «La quimera del oro: museo y campus universitarios», por Enric Bou.
- «¡Pinchemos la burbuja del español!», por David Fernández Vítores.
- «Complejo y melancolía quijotesca», por Carlos Varona Narvión.
- «A vueltas con la filosofía española y la filosofía en español», por Carlos M. Madrid Casado.
- «Trilogía sobre transferencias culturales desde Estados Unidos a España» por José María Castañé Ortega
- «La querella de los ídolos» por David Hernández de la Fuente
- «Pensar la institución filosófica» por José Luis Villacañas Berlanga
Réplicas a La querella española
- «Filosofía española por el mundo», por David Teira.
- «La situación actual de la filosofía española en el contexto internacional», por Antonio Diéguez.
«Gallimard, Seuil, PUF […] no permiten libros malos en sus catálogos.»
Excelente, el chiste – para quien vive en Francia y frecuenta las liberarías de segunda mano desde hace muchos años.
En est país todo son modas y la cantidad de morralla filosófica que han producido las diferentes modas filosóficas en las últimas décadas es impresionante. Buena parte de ella puede verse en las librerías de ocasión.
José Luis, como explicaba en otro artículo de esta serie, existe un programa estatal de ayudas a la traducción que ha promocionado, principalmente el ensayo español. Creo que con escaso fruto.
https://www.jotdown.es/2024/08/filosofia-espanola-por-el-mundo/
Gracias a la financiación estatal, España es un paraíso para las revistas en acceso abierto no comercial: hay docenas de revistas donde cualquier filósofo puede publicar en castellano y ser leído gratuitamente en todo el mundo. Estamos mejor que Italia o Francia, por ejemplo. Aquí tienes los datos:
https://repositori.uji.es/items/7a8270e2-09cc-4cdf-89e2-29557a9b91dd
Si, en estas condiciones, no ha surgido la conversación filosófica latina que reclamas, puede que la solución no sea pedir más subvenciones al Estado o a las élites.
En mi modesta opinión, la dicotomía entre crear pensamiento original y reproducir modas extranjeras es un falso dilema. Muchas de las figuras más influyentes en la filosofía contemporánea —como Judith Butler, Giorgio Agamben o Byung-Chul Han— han conseguido articular pensamiento original precisamente a través de la apropiación creativa de tradiciones foráneas. La clave no está en la procedencia del marco, sino en su uso.